La última canción de las historias (Manu J)

El viejo estaba sentado en su sillón favorito. Dormía tranquilamente aprovechando la brisa otoñal que llegaba desde la montaña. Aquel pequeño porche era uno de sus sitios favoritos y donde, cuando la situación se lo permitía, conseguía encontrar la paz aunque solo fuese durante unos instantes.

Esa paz había ido cambiando de forma conforme pasaba el tiempo. Al principio era el sonido del mar envolviendo el silencio en la noche. Más tarde fueron las canciones e historias que algunos de los suyos contaban junto a una hoguera. Ahora… ahora eran las risas y llantos de los más pequeños mientras se tiraban cubos de agua o se revolcaban por la arena del pequeño lago.


Este era uno de esos momentos y la sonrisa aparecía en la comisura de sus labios, ocultos por la frondosa y ya desaliñada barba. ¿Cuántas veces habría pedido parar el tiempo y quedarse en ese instante eternamente? Seguramente no había un número en el mundo que pudiese ponerle cifra, pero precisamente por eso, por lo efímero que era, siempre lo disfrutaba al máximo. Incluso estando dormido.


El viejo abrió los ojos lentamente. A unos metros de distancia estaban los pequeños jugando entre ellos. Era divertido y relajante ver cómo podían pasar del llanto a la risa y viceversa en apenas unos instantes. ¡Bendita infancia! Cuánto costaba protegerla… cuántos sacrificios se habían hecho…

Un golpe de tos vino a los pulmones del hombre que se incorporó levemente mientras se intentaba recuperar. Era ya bastante mayor y a pesar de las recomendaciones, él seguía disfrutando del aire del otoño y del invierno allí sentado.

Cuando la tos remitió y se pudo recostar nuevamente en su sillón favorito, se dio cuenta que tenía a los pequeños frente a él mirándolo con los ojos abiertos y llenos de preocupación. Un atisbo de rabia apareció por su mente durante unos segundos. ¿Preocupación? ¿Por él? ¿Él, que había protegido y sacrificado tanto por los demás? ¡Nadie iba a preocuparse por él y menos por una mísera tos!

Frunció el ceño y se dispuso a reprocharle a los niños aquella actitud cuando una mano tocó su hombro. No necesitaba volverse para saber quién era ya que solo su tacto hizo que se relajase. Sin decir una palabra parecía decirle “no seas así, viejo gruñón, que solo quieren que no te pase nada”.

El hombre respiró profundamente y puso su mano en el hombro para agradecer el gesto, sin volverse. Cambió su mirada y volvió a una más suave que acompañó con una sonrisa mientras acarició el pelo de los pequeños.

- No pasa nada, mis niños. Ya estoy bien. Solo ha sido un poco de tos - dijo con un tono suave

- ¿Seguro, abuelo? - dijo la niña - Si lo necesitas te doy un abrazo. Son curativos

- Pero… ¿por qué lo preguntas? ¡Venga ese abrazo!


La niña, una pequeña rubia de apenas unos seis años con energía suficiente para desquiciar a medio pueblo ella sola, abrazó al hombre como buenamente pudo. Sus bracitos apenas conseguían llegar hasta sus caderas pero al hombre le parecía que le estaban envolviendo con un manto cálido. Realmente era un abrazo curativo.


- ¡Eh! No vale - dijo el niño rompiendo el abrazo de la pequeña - Yo también quiero cuidar al abuelo, y mis abrazos son más grandes que los tuyos.

- No es verdad - respondió la chica sacándole la lengua.


El viejo rió fuertemente en ese mismo momento. Eso era paz. Esos gritos, esas peleas, esos insultos… si es que a la palabra “cara tonto” se le podía llamar así. Todo eso era la paz que tanto necesitaba.


- No os peleéis, no os peleéis… o me volverá a entrar la tos - nada más decir esto, los dos niños se quedaron completamente quietos -. Pero… ¿sabéis lo que sí que es curativo?

- ¡Un cuento! - dijeron los dos a la vez

- ¡Una historia! - reprendió el viejo

- ¡Pero si es lo mismo!


El viejo les miró de nuevo con el ceño fruncido. No era lo mismo una historia que un cuento, pero no era ni el momento ni el lugar para ponerse a discutir por ello. Así pues, volvió a relajarse y se reclinó en el asiento.


- Una historia-cuento pues. Pero… para esta historia quiero que llaméis a vuestra abuela, porque a ella también le gusta escucharla. Espero que no se os haya olvidado cómo hacerlo…

- No - dijo el niño.

- Pero yo seré la maestra del rito - dijo la pequeña


Los dos empezaron a discutir mientras se ponían en sus puestos, pero, como era costumbre, la niña acabó saliéndose con la suya.

Cogió un bastón que le había regalado su abuelo hacía ya mucho tiempo. Había pertenecido a otra maestra de rito, una que se fue ya hace mucho, mucho tiempo. Ahora era suyo y tenía que cuidar que todas las flores que tenía estuviesen abiertas y enteras. Y eso intentaba, pero el bastón era tan grande que le costaba manejarlo.

Aún así, se las apañó para trazar un círculo envolviendo al abuelo y a ellos dos. Tras eso, se colocó en un extremo, tosió un par de veces, llamando la atención de sus acompañantes, y le pidió a su abuelo el colgante que llevaba en el pecho.

Con él en la mano, la niña comenzó a recitar unas palabras tarareando una canción


Viento del Norte que traes el silencio

Fuego del Este que das tu calor

Tierra del Sur que le das forma a todo

Agua al Oeste que inspiras valor


- Hemos hecho el círculo, y con los espíritus hemos pactado. Este es un lugar sagrado y puro y nosotros te llamamos para regalarte una historia-cuento. Ven, abuela. Ven con nosotros, Senda Oscura de Luna”. Yo, Ushuaia, te llamo.


Una pequeña brisa se levantó trayendo consigo un olor a bollos recién horneados. La invocación había sido un éxito. Realmente la pequeña tenía madera de maestra de ritos… como no podía ser de otra forma.

Poco a poco, en el centro del círculo que había trazado en la arena, una figura, al principio translúcida, apareció. Su pelo, rojo como el fuego, comenzó a hacerse cada vez más sólido, como su rostro, que ya no estaba oculto por ninguna sombra. En su lugar, una sonrisa amable y dulce se dibujaba en su boca. Apenas había cambiado con los años… pero era normal. Al fin y al cabo era un espíritu.


- Bienvenida, Senda Oscura de Luna - dijo el viejo

- ¡Hola abuela! - corearon los niños yendo a abrazarla

- ¡Hola, mis pequeños! Qué bien habéis hecho la invocación. Se han enterado todos los espíritus de Umbra - respondió el espíritu dándole un golpecito en la nariz de cada uno con su dedo.

- El abuelo va a contar una historia-cuento - dijo la pequeña Ushuaia.

- Y nos ha dicho que te llamemos, porque te gusta mucho esta - continuó el pequeño

- ¡Oh! ¿Entonces vas a contarla otra vez?

- Así es. Voy a contarla… - su frase se cortó por la tos que apareció nuevamente, pero Senda Oscura de Luna entendió perfectamente. Cuando se pasó y el viejo volvió a estar tranquilo, se atusó la barba y comenzó a hablar -. Voy a empezar a contar la historia…

- ¡Historia - cuento! - dijeron los niños

- Historia-cuento, sí. Voy a empezar. Y ya sabéis lo que eso significa, ¿no?

- Sí, abuelo. Cuando se cuenta una historia, nadie interrumpe - dijo la niña.

- Y todos escuchamos con atención - dijo el pequeño.

- Así es, Axel. Así es. Bien, pues vamos a empezar. Esta historia va sobre el destino - los ojos de los dos pequeños se abrieron como platos. Cuando el abuelo contaba una historia el mundo se callaba y solo existía lo que él decía. Era viejo, pero aún así, sus ojos, uno azul y uno amarillo, brillaban aún con más fuerza.


Una historia os contaré

que habla sobre dos garous

que sintieron el amor

sobre una prohibición


Aprendieron a vivir

sin juntos los dos estar,

mas oculto en su interior

brotaba su amor.


Los philodox juzgaron su desafío

pues prohibido ese amor había de ser

Y por su clan olvidaron su promesa

para la letanía no romper


En batalla ambos cayeron, peleando por su clan

y en su camino hacia Gaia solo un favor pidió

No me traigas hoy de vuelta, déjame a mi amada amar

Si no en vida, en la muerte, la esperanza no perderé.


Los pequeños dejaron ver unas lágrimas caer por sus ojos, y Senda Oscura de Luna, aunque ya había escuchado esa canción mil veces, también se dejó llevar por la emoción. Solo él sabía hacerlo.

- Pero, ¿sabéis qué? - dijo el abuelo cuando los niños abrieron la boca para protestar por un final triste.

- ¿Qué? - respondieron reticentes

- Que la historia no acaba aquí porque esa promesa de la que habla la canción, los garous se la pidieron a tu abuela y a mi.

- ¿Entonces murieron porque no los quisísteis traer de vuelta? - preguntó el pequeño Axel.

- Así es. Y sé que no es fácil de entender. Pero ellos querían estar juntos. Y si volvían, no podrían estarlo. Así que decidieron seguir sus caminos y esperaban encontrarse de nuevo cuando Gaia los trajese de vuelta.

- Pero, abuelo…

- Ah ah ah -dijo el viejo negando con la cabeza y la mano -. Aún no se ha terminado la historia-cuento, Ushuaia - la niña puso un gesto de disgusto pero se quedó callada -. Sí, Gaia nos trae siempre de vuelta y es muy posible que en un futuro, esas dos almas vuelvan a encontrarse. Pero para asegurarse, tu abuela hizo algo. Hizo un pequeño ritual.


El viejo esperó la reacción de los niños. Ambos abrieron los ojos de nuevo y se cogieron de la mano, esperando un final feliz. Miró brevemente a Senda Oscura de Luna y la vio sonreír. Esa era la parte que más le gustaba.


- Ya termino, ya termino. Pues bien, la abuela tenía un hilo rojo. Uno del destino. Uno que les permitiría a ella y a las Dones d’aigua volver a encontrarse en cualquier tiempo.

- ¿Las Dones eran las titas, abuelo?

- Sí, la tita Noa y la tita Alba. Y también la garou de la que os hablo, y vuestra abuela.

- ¡Y tú!

- Sí, y yo. Pero ahora la historia va de ellas. Pues bien, ese hilo la abuela se lo regaló al garou. Así, cuando los dos volviesen a gaia, se encontrarían sí o sí.

- ¿Y lo hicieron, abuelo?

- Bueno… la garou se llamaba Ushuaia, Abraza-a-los-Árboles, como tú mi pequeña. Y el garou se llamaba Axel, Templanza-de-Selene, como tú, mi niño.

- Y eso ¿qué significa? - dijo el niño

- Pues si no sois capaces de entenderlo ahora, no seré yo el que os cuente el final de la historia.

- Joooo… eso no se hace - dijo Ushuaia enfadada mientas su abuelo se reía.

- Pero… ¿esa historia pasó de verdad, abuelo? - preguntó el pequeño Axel.

- Claro que sí. ¿Y sabes por qué? Porque te la ha contado Alex, Clave de Sol y Luna, homínido, Adren, de los Hijos de Gaia, alfa de la manada de Cibeles y Alfa de los Lobos del Valle. Y si eso no es suficiente para ti, más te vale salir corriendo porque te voy a dar una buena paliza


El viejo hizo ademán de levantarse y los niños salieron corriendo del porche riéndose y cogidos de las manos. Al fondo, en la playa empezaron a tirarse de nuevo cubos de agua y a jugar a ser los protagonistas de una historia que ellos mismos se estaban inventando.


De pronto, un nuevo ataque de tos hizo al abuelo encogerse ante la mirada preocupada de Senda Oscura de Luna. Ella se acercó pero él levantó una mano para deternerla y se calmó poco a poco. Cuando recobró la compostura la miró, sonriendo, y miró a los pequeños.


- Hiciste un buen trabajo encontrándolos, mi amor - dijo Alex.

- Hicimos un buen trabajo, Clave de Sol y Luna.

- Siempre hemos sido un buen equipo.

- Y es hora de que sigamos siéndolo… de otra forma.

- Lo sé, lo sé. Dejamos esto en buenas manos. Nuestro hijo crece fuerte, ahora está en las Tierras del Verano haciendo no sé qué que necesitaban los Soler… siempre con sus cosas.

- Pero ya es el momento.

- Es tan bueno como cualquier otro, ¿no?

- Es tan bueno como cualquier otro.


Alex se reclinó en el sillón. Su sillón favorito, y cerró los ojos. La brisa volvió a mecerle la barba, que ya era cana y no azul. Sintió la calidez de una mano en su cara. Tras la caricia llegó un beso. Y tras él, una simple frase antes del silencio.


- Te espero en Umbra, Clave de Sol y Luna.


La paz tiene muchas formas. A veces es una risa, a veces es el silencio. Pero a veces, simplemente es una puerta que se abre o una despedida. Esta vez, la paz tomó una forma que Alex nunca había sentido. La de haber terminado el trabajo y la de dejarlo todo en buenas manos… al menos por ahora.