Azahar (Diana)

Rayos de sol caen del cielo, calientan la hierba mecida por el viento. Un pequeño niño surge de estos, brillante, cálido y valiente. El pobre niño estaba solo, desde el cielo siempre observo como la gente lloraba, y el con ellos, quiso darle su calor, su amor a la gente. Muchos no lo agradecían, no apreciaban lo que el pequeño rayo de sol les proporcionaba. El rayo de sol lloraba por su gente, seguía luchando, seguía solo. Un día el niño, el rayo de sol se encontró con una flor casi marchita, una flor de azahar, estaba en la sombra, el sol no iluminaba a la pobre y marchita flor. El niño, el rayo de sol se acerco con cuidado, temía de romperla, parecía que con cualquier soplo de viento fuese a caer. Con cuidado se postro ante ella, observo sus pétalos, una vez de un blanco puro ahora estaban amarillentos, el tallo ya no era de un vivo verde y parecía que la azahar quisiera hundirse. El niño sintió tanta pena, tanto dolor que lloro, rego la flor con sus lagrimas, sostuvo el tallo, las hojas, los pétalos de esa flor... Era como si quisiera levantarla, pero solo, cuando el niño le hablo, cuando el rayo de sol la ilumino con su sonrisa comenzó a coger color, como si le hubiese dado vida, como si, de repente, ese niño, ese rayo de sol, hubiese apartado las sombras que la rodeaban. El niño rio, el niño aplaudió, la flor, contenta y feliz quiso devolverle el favor, se transformo en una niña blanquecina, de ojos claros y brillantes que rivalizaban con la sonrisa del rayo de sol.

-Tu me has dado la vida, ahora me toca a mi darte una.

La niña le prometió que jamás estaría solo, y que, si volvía a llorar, si el sufría, ella lo haría con el, ella lloraría con el, ella sufriría con él. Pero jamás volvería a estar solo.