Eclipse (Curro)

Valeria salió al viento nocturno por la portezuela de la azotea, con el pelo revuelto y los movimientos agitados de quien siente que se asfixia. Su respiración agitada y el sudor frío que le corría cuello abajo no eran una buena señal. Tenía que respirar aire puro, lo necesitaba. La manivela de la puerta se le enganchó en la manga, y con un airado tirón se liberó, desgarrando el tejido. El sonido de la tela al rasgarse le sonó glorioso a los oídos, pero se contuvo con una maldición contenida en los labios. No podía perder el control, de manera que cerró los ojos y respiró hondo, empujando la puerta tras de si con tanta suavidad como era capaz de emplear. El sonido de sus botas resonaba como un eco solemne por el suelo de la azotea, y el chapoteo en un charco de lluvia formado durante la tarde, le hizo abrir de nuevo los ojos, a la noche urbana, desde lo alto del rascacielos…

Toda la ciudad era visible desde allí. Diminutos puntos de luz por todas partes, de las ventanas de edificios cercanos, de los coches y semáforos lejos al nivel del asfalto, de los neones luminosos de vallas publicitarias. Si se concentraba podía escuchar con claridad los sonidos asociados a esa explosión de luz. Un claxon aislado, música amortiguada de alguna ventana abierta, incluso el zumbar de los fluorescentes de neón, y sobre todo ello, el rugido lejano de un avión que despegaba… esperaba que fuese un avión. Pero todo ello queda atrás, en segundo plano, al moverse lentamente una gran nube, empujada por el viento, y revelar la luna llena en todo su esplendor. Bañándola con su luz plateada como un bálsamo cálido que le reconforta y tranquiliza, al menos ahora que está en paz. Es la misma luz plateada que puede hacer que Valeria sea un animal salvaje sediento de sangre si se siente amenazada o irritada…

Sus pupilas se contraen al tiempo que se le eriza el vello de la nuca, provocándole cierto escozor a causa del sudor. Se rasca distraída, y puede oír amplificado el roce de su mano contra el cuero cabelludo, como si fuese el potente estruendo de una aspiradora junto a su cabeza. Contempla a Selene en éxtasis, y casi puede escuchar voces en el viento que azota sus ropas y su larga melena. Sabe que hay voces realmente. Al otro lado. Las ondas provocadas en el charco que ha pisado previamente, se calman, volviendo a mostrar una superficie lisa, reflectante, captando un rayo de luna. Ve su reflejo, y el reflejo del otro lado…

El viento parece moverse premeditadamente en el reflejo, jugando con sus ropas, que parecen parte de su propio ser. Moviéndose a su alrededor con nerviosismo salvaje. Puede ver en ese mismo reflejo la luna, mucho más grande y brillante, como una gran bola de luz, de plata, de Gnosis… como una expresión pura del espíritu. Contempla pasar raudo el avión que antes despegaba, reflejado como todo lo demás en el charco, que ahora parece un lago inmenso y en calma. Sin embargo no ve el avión… Valeria nunca se acostumbrará a algunas cosas, piensa al contemplar la enorme bestia metálica surcando el cielo entre rugidos. Pero en el reflejo no es Valeria… En el reflejo es Aullido del Viento Urbano. Ella da voz a los espíritus de su ciudad, aunque no a todos…

No da voz a las lejanas nubes, que fluctúan en el horizonte de la ciudad, mire a donde mire desde el reflejo, con un fulgor verdoso que le hace enseñar los dientes, aunque sea al simple charco en el suelo de la azotea. Esas nubes también aúllan, pero en un alarido de rabia pura, de corrupción, de ira, de odio… de locura. Tampoco da voz a las enormes arañas metálicas, articuladas y brillantes, que duermen durante la noche, pero le prohíben el acceso al otro lado durante el día… No, prohibir no es la palabra. No pueden cambiar su propia naturaleza, y para ellas sólo es materia prima. Cemento para sus construcciones. Los enormes edificios, que en el otro lado se alzan incluso más altos, cubiertos por todas partes de inmensas telarañas, amplias como autopistas.

No, Aullido del Viento Urbano da voz a Madre Ciudad, al Viento del Oeste y al del Sur, que soplan hacia el mar en su ciudad, en lo que llama hogar. Da voz al Montón de Basura, a los pequeños Diablos Eléctricos, y a la Cucaracha, ama y señora de los flujos de información. Respeta a la Rata, a la Paloma, y a los enclenques, pero esforzados, árboles de cada zona verde de la urbe. Y sin embargo, tiene debilidad por otros espíritus más modernos, más jóvenes, como Cristal, Acero, Cemento o Pólvora. Es en ellos en quien se ceba el Wyrm, corrompiéndolos para vencer en una guerra que lamentablemente parece perdida para Valeria, Aullido del Viento Urbano, y los suyos…

A lo lejos, una explosión. La siente en ambos lados. En su retina queda grabada la bola de fuego a lo lejos, en la zona industrial, ascendiendo al cielo en una deflagración brutal. En su espíritu, el nacimiento de algo que crece y vuela, rojizo y amarillento, sediento de materia que consumir. Ella debe acudir allí. Evitar que sea corrompido ya en su nacimiento. Conforme toma esa decisión, el Viento le susurra una advertencia, y el reflejo se vuelve oscuro. El otro lado se sume en la oscuridad según la negrura más absoluta parece devorar a Selene. Agitada, sacude la cabeza, perdiendo la calma necesaria para atisbar el otro lado a través del reflejo. La luna empieza a oscurecerse con el eclipse, y la advertencia del pequeño espíritu de Viento, le asusta y enfurece al mismo tiempo.

Quiere lanzarse a la carrera, a la acción, apartando de su camino cuanto se interponga. Observa sin poder evitarlo como su punto de vista se altera, viéndolo todo desde una posición ligeramente más alta, y siente como su ropa cruje y se desgarra, como la manga al liberarse de la manilla de la puerta. Las venas de su cuello se ensanchan y se marcan furiosas, al dar paso a un torrente sanguíneo súbitamente trepidante. Escucha los latidos de su corazón, cada vez más acelerados, como un tambor ritual marcando el ritmo previo al frenesí explosivo de la danza, y sus dedos se crispan mientras intenta mantener el control. Nota el tacto de sus colmillos desgarrando su labio inferior al abrirse camino, y de nuevo siente ese picor irritante al erizarse una vez más el vello de su nuca… brazos… piernas…

El crujido de sus huesos al amoldarse para dar paso a su verdadera naturaleza le duele, y le enfurece más aún. Quiere correr desenfrenada y aullar a la luna mientras ésta se oscurece inexorablemente. Se fuerza a respirar hondo. En el ático desde el que ha subido se encuentra su familia. Sus parientes. El futuro. Debe protegerlos de todo mal. Debe protegerlos de ella misma. Repite como un mantra lo que le enseñaron tiempo atrás. “El Lobo aúlla a Selene para cantarle una canción. A Selene le gusta la Canción del Lobo. El Lobo descansa complacido”. Una y otra vez. Una y otra vez. Atenuando la velocidad de su alterada respiración. Cuando se atreve a abrir los ojos de nuevo, mira sus manos, que habían empezado a convertirse en garras, destrozando las yemas de sus dedos. Observa su piel recubierta de pelo ralo y abigarrado. Siente el viento haciéndole cosquillas en sus orejas, rematadas en punta ahora, moviéndose para captar mejor los sonidos. Y en el punto de mayor equilibrio, satisfecha de su autocontrol… un grito llega desde abajo, desde el ático, justo en el momento en que Selene es oscurecida por completo. Todo se vuelve rojo, visceral, vibrante. Y aúlla. Aúlla como un Lobo desquiciado sediento de sangre y muerte… Un lobo erguido sobre sus patas traseras que encarna las peores pesadillas de la humanidad mientras sigue aullando su rabia al cielo completamente oscurecido de la cicatriz en la faz de Gaia que Valeria llamaba “ciudad”.