Corazones de Roble (Héctor y Diana)

El jardín de la eterna promesa era una de las pocas localizaciones exteriores del túmulo. Un lugar que mantenía paz a pesar del Aullido de guerra que iba quedando poco a poco más lejano.

"Camina cerca del río de la serpiente, en las afueras del Palau, más allá del bosque. Cuando encuentres una luciérnaga, síguela sin temor. Y pronto tu olfato y el mismo aire te guiarán junto a esa luz voladora hasta el jardín. Trae agua limpia del mismo riachuelo. Hoy harás un rito.

Firmado: Mirada de Danaan."

Alba deja a sus hermanas en casa, con paso tranquilo se dirige a su coche y durante el trayecto escucha esa música clásica que tanto le gusta. Aparca un poco lejos para disfrutar del paseo mientras seguía las indicaciones de Mirada de Danaan, desde que acabo el aullido de guerra se decidió a hacer todo lo posible por su familia, y no eran solo sus hermanas, ya se había encarado con Julio, Trau e incluso Héctor. Alba llena el cuenco de madera que había llenado consigo del agua del riachuelo y poco después llego a donde debía encontrarse con él, un nuevo rito, un rito que no es de sangre, o al menos sospechaba que no.



Los pasos de Alba, siguiendo las instrucciones del guardián, la condujeron a través de sendas que no eran visibles habitualmente. El túmulo, tras el aullido de guerra, seguía siendo poderoso y la celosía permitía que los atajos y caminos permanecieran ocultos a aquellos que no estaban destinados a recorrerlos.

Tras varios minutos interrumpidos sólo por los sonidos de lejanos grillos y de las ramas de los árboles al moverse con el viento, frente a ella se abrió el claro, el calvero que había sido nombrado por Mirada de Danaan como el Jardín de la Eterna promesa, como si ese nombre diera más poder del que tenía a aquel lugar.

Un pequeño candil que iluminaba de color azulado, se encontraba en el centro del claro, cerca de las plantas que habían sido sembradas por miembros del clan, en recuerdo de lo que realmente importaba en medio de aquella guerra eterna contra la sierpe.


Después de minutos caminando, minutos observando la belleza de la naturaleza Alba llego al jardín, al árbol, allí donde se encontraba su flor y la de Axel, el aroma de todas le inundaba las fosas nasales, recuerdos, promesas volvieron a ella y tuvo ganas de volver a llorar, promesas que no se cumplirían... para ella eso era muy doloroso. Se acerco, a distancia suficiente y lo observo todo mientras sostenía el cuenco con agua, ¿qué debía hacer ahora?

Desde algún lugar no identificable del claro, la voz del guardián llegó, clara y nítida al amparo de la noche.


"Haces bien en traer un cuenco, Alba. Pero no es lo único de lo que se alimenta este jardín. Y todo rito, tiene mucho de espíritu... Y algo de cada uno de nosotros..."


Quizá las palabras eran demasiado enigmáticas, sin dar una respuesta real a la parentela que sostendría el clan. Pero en ocasiones, el guardián del túmulo era esquivo con las respuestas directas, aún sin haberse pronunciado una pregunta.

Sé muy bien, que cada rito conlleva algo de nosotros, aunque los que conozco conllevan sangre y sacrificio, asi que dime, Mirada de Danaan ¿que es lo que me enseñaras?

Alba ni siquiera pregunto que necesitaba para efectuarlo, porwue como ya le enseño Geri, cada rito, tenia su forma, su origen, los de camada como ella bien habia dicho eran sacrificio, y por ello se ofrecia sangre, pero se preguntaba que tipo de rito queria enseñarle, que mas podia hacer ella.


Una risa divertida y cansada, como si naciera del interior de un árbol, llegó a sus oídos. Los pasos del parentela se fueron aproximando, lentamente, para llegar a la derecha de Alba. La voz de Mirada de Danaan, calmada, volvió a sonar.

- No os cansáis de sangre en esa tribu, ¿eh? -una de las manos del parentela se ubicó debajo del cuenco, para ayudarla a dejarlo en el suelo, sin derramar gota, y continuó-. Estás en un túmulo de una lúnula. Un túmulo de fatas y fiannas. Creo que deberías comenzar por abonar las plantas con algo acorde a flores que aún crecen desde ser semilla... ¿Qué se le hace a los niños cuando está cayendo la noche, Alba? Vamos, si tengo que decírtelo como si fuera una receta no sería tan agradable descubrirlo.

A lo lejos, algún ave nocturna ululó, quejándose de que hubieran invitados inesperados en su bosque

- Sé muy bien que se les hace a los niños cuando cae la noche Mirada de Danaan, te recuerdo que he criado a mis hermanas sola, y criare a mi hijo del mismo modo

Alba acaricio su vientre, con una leve sonrisa, poco a poco se arrodillo en el suelo, con cuidado, con delicadeza. Primero acaricio el suelo, siempre lo hacía, de pequeña nunca supo porque, ahora ya si, el espiritu que la acompañaba estaba anclado en cada rincon, en cada trozo de tierra o piedra, en cada mundo... Alba comenzó a cantar, no una cancion cualquiera, cantó un cuento, un cuento sobre la luna.


"Desde lo más alto del cielo,

brilla más bella que una estrella,

mira hacia el suelo,

ella dama de plata.

Con sus lágrimas alcanza,

niño que no levanta,

corre hacia la montaña,

para hablar con la dama..."

Hacía resonar su voz, como cuando les cantaba a sus hermanas pequeñas, incluso a Erica la cual era solo dos años mas pequeña que ella, cantaba como su madre habia hecho mil veces con ellas, explicando una historia, o simplemente tarareandola, pero sobretodo, llenándola de sentimiento, de emoción.

El silencio los envolvió, como si todo el bosque estuviera escuchando aquella canción, como si todo espíritu permaneciera incapaz de romper ese hechizo de una madre cantando a su niño. Como si en ese momento, Alba fuera lo más reconocible de Gaia en el interior de aquel túmulo. Ni siquiera el parentela osó mover un músculo, para que no crujiera la capa de cuero y los brazaletes de madera que portaba. Y no fue hasta que Alba continuó y decidió detenerse que él se atrevió a alzar la voz, apenas un susurro, cuando el viento comenzó a moverse de nuevo en su viaje eterno entre los árboles.


- Creía que tendría que explicarte cómo cuidar de ellas... Y me sorprendes haciendo algo más propio de un Fianna que de una aprendiz del Lobo de los hielos... -tomó el cuenco y lo dejó entre las manos de Alba- Ahora sí, es cuando podrías verter agua en la tierra. Haciendo que ellas tomen la que necesiten. Ni mucha ni poca, justa medida para que no se ahoguen ni se pudran, jardinera...


La sonrisa del fianna se podía observar mientras esperaba que la parentela continuara el rito.


-Geri me enseñó a luchar, a hacer ritos de camada, pero antes de eso tuve una madre, que me enseñó a cantar, a escuchar y contar, antes de saber lo que era


Sonrió para sí misma, quizás, ya lo sabía, simplemente como le dijo Axel debía quitarse la venda de los ojos, incluso siempre tuvo un afán, un amor por las flores, jamás había aceptado ramos cortados, quería las plantas en una tierra, donde pudiesen crecer y vivir, sabia como alimentarlas. Se acerco lentamente con el cuenco vertiendo el agua en la tierra, lo necesario, y aunque a veces dependía del tipo de planta sabía que las flores no necesitaban mucha, les hablo, les explico su día mientras las regaba, su madre decía que las plantas también eran seres vivos y que crecían mejor si les hablaban.

-No sé si mi madre sabía todo de espíritus, pero me hace pensar que ella también tenía una conexión, o al menos adoraba las flores, y me enseño que ellas te escuchan cuando les hablas


El parentela, en la penumbra, asintió. Mientras dejaba que ella continuara con el rito.

- Deberían conocerte los espíritus como "Canción de la madre" -meditó pensativo-, o "Voz de la flor".