El mercenario Mike Hoare

Thomas Michael Hoare no consiguió entrar en Sandhurst, la gran escuela de oficiales británica, para estudiar la carrera militar, y en cambio fue contable. Pero se unió al Ejército de la Reserva y con 20 años, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, se alistó en los Fusileros irlandeses de Londres. Posteriormente sirvió, y bien, en el Segundo Regimiento de Reconocimiento del Real Cuerpo Blindado donde alcanzó el rango de teniente y combatió contra los japoneses en Birmania y en la batalla de Kohima, el Stalingrado del Este.

Tras la guerra, con toda su experiencia militar atesorada y el grado de mayor, Hoare emigró a Durban y se convirtió en los años cincuenta en guía de safaris en el Kalahari y el delta del Okavango (consiguiendo de paso un gran conocimiento del terreno africano, el bush), y en soldado de alquiler, instigado por la CIA.

La operación de las Seychelles fue un desastre: a uno de los hombres de Hoare le descubrieron en el control del aeropuerto un fusil de asalto -que no es lo que sueles llevar si vas de vacaciones- y otro montó en un pispás el suyo y comenzó a disparar.

Su gran hora, si podemos denominarla así, fue durante la llamada Crisis del Congo, esa extensión de la Guerra Fría en el corazón de África, donde sirvió como líder de mercenarios primero en 1961 al servicio de la secesión de Katanga y después en 1964, en el otro lado, en las filas del ejército congoleño, contra el famoso levantamiento en esa misma provincia conocido como la rebelión Simba (curiosamente las dos veces le contrató el mismo político, Moïse Tshombe). Fue durante ese episodio, que horrorizó al mundo por la violencia rebelde primero y luego por la de los dos bandos, cuando Mike Hoare se hizo mundialmente famoso. Especialmente por su enérgica marcha contra Stanleyville (actual Kisangani) al frente del 5º Comando, una fuerza de 300 soldados encabezada por medio centenar de sus mercenarios, sus wild geese ("les affreux", los terribles, para los congoleños), entrenados con los estándares británicos, y sin dejar casi de disparar (y de pillar por su camino oro en las minas abandonadas).