Proscritos y delincuentes, pero también valerosos héroes. Los soldados de la Legión Extranjera Francesa han pasado a la historia por sus actuaciones en México o Vietnam. Pero antes de ganarse a sangre y fuego sus galones fuera de Europa, los integrantes de este cuerpo combatieron también en España contra los boinas rojas de Carlos María Isidro. Hijos huérfanos de «la France» (la unidad fue instaurada después de que se prohibiera a aquellos que no fueran galos permanecer en el ejército nacional) en la Península demostraron su valía durante la Primera Guerra Carlista bajo la denominación oficial de Legión Auxiliar Francesa. Su bautismo de fuego más reconocido se sucedió en el castillo de Guimerá (en 1835) donde, además de su resolución, demostraron su crueldad fusilando (según varios historiadores) a una treintena de enemigos.
El que hoy en día es uno de los cuerpos de élite más letales del mundo nació en el siglo XIX como una unidad en la que aglutinar a delincuentes, proscritos y criminales. Un «cajón de sastre» alumbrado con el objetivo de eliminar la considerable presencia de forasteros en el ejército galo y tener así controlados a los posibles «elementos indeseables». Emilio Condado Madera, uno de los pocos expertos españoles sobre este grupo de combatientes, así lo explica en su conocida obra «La intervención francesa en España, 1835-1839»: «El 9 de marzo de 1831 el soberano francés firma le ley autorizando la formación de una Legión Extranjera. […] El objetivo de constituir una unidad de combate no era lo esencial […] se trataba de reagrupar a los extranjeros que deambulaban por el territorio».