Pilotos de caza
Las batallas aéreas entre cazas (conocidas como «peleas de perros») se hicieron famosas en la Segunda Guerra Mundial. ¿Quién no ha oído hablar de los épicos combates que mantuvieron, sobre los cielos de Gran Bretaña, los populares Spitfire ingleses contra los vetustos BF-109 germanos? La realidad, sin embargo, es que estas luchas a muerte comenzaron cuando la aviación (permítanme el juego de palabras fácil) echó a volar a comienzos del siglo XX.
De hecho, ya en nuestra castiza Guerra Civilse utilizaba el término «as» de la aviación para referirse a aquellos pilotos que habían derribado a un mínimo de cinco enemigos. Aquí, nuestros Barones Rojos fueron los pocos conocidos Joaquín García Morato por el bando nacional (con 40 bajas a sus espaldas) y el republicano José María Bravo Fernández-Hermosa (quien atesoró 23). Tras ellos, no obstante, hubo otros tantos que han pasado de puntillas por la historia, y que hoy queremos rememorar y comparar. ¿Quiénes fueron los más letales?
Fuerzas Aéreas de la República Española (en la Guerra Civil)
Las Fuerzas Aéreas de la República Española (reformadas en 1936 por Largo Caballero) atesoraron una amplia amalgama de pilotos. Y no todos ellos provenían de la Península Ibérica. Como atestigua uno de los grandes expertos en la historia de la aviación de este período, Manuel del Río Martín, en «La memoria y los pilotos de la II República durante la Guerra Civil Española», durante la primera quincena de septiembre de 1936 (poco después de que se produjera el alzamiento del 18 de julio), arribaron a nuestro país los primeros aviadores soviéticos para tutelar a sus camaradas hispanos. «Serían los encargados de pilotar las primeras escuadrillas republicanas hasta que el personal español fuera formado en el manejo de los nuevos aviones», desvela.
Aunque la máxima de la URSS siempre fue sustituir a estos pilotos por españoles (para lo que organizaron una infinidad de cursos de vuelo), algunos «ases» rusos combatieron en la Península Ibérica hasta el fin de la contienda. Uno de ellos fue Serguei Ivanovich Gritsevets, a quien compiladores como Allan Magnus y académicos como Kenneth P. Werrell atribuyen la friolera de entre 30 y 40 victorias en el aire contra la aviación nacional. Otros, no obstante, las reducen hasta 6.
Teniente de la 5ª y 2ª Escuadrillas, destacó a los mandos del famoso Polilarpov I-16. Más conocido por su apodo («Mosca»), este aparato se convirtió en un auténtico quebradero de cabeza para el bando nacional por su rapidez, su pequeño tamaño y su capacidad para atacar a los aeroplanos enemigos desde abajo (por lo que también recibió el nombre de «Rata»). De confirmarse los números, Gritsevets (que murió, como bien explica la Asociación de Aviadores Republicanos -ADAR- en su página web, antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial) sería el mayor «as» de la aviación de la República.
Algunas obras como «The Defeat of the Luftwaffe: The Eastern Front 1941-45, A Strategy for Disaster» destacan también el papel como «as» de Lev Shestakov; un aviador que se habría convertido, en palabras de su autor, en el piloto soviético que más bajas causó a los nacionales y a la Legión Cóndor en la Guerra Civil. Sin embargo, y a pesar de que se le atribuyen un total de 39 victorias, su nombre no aparece recogido en la ADAR. Su extensa participación en la Segunda Guerra Mundial sí es más conocida.
Ya nacido en territorio español les seguiría (aunque el puesto depende de las fuentes) el madrileño José María Bravo Fernández-Hermosa, con 23 derribos a sus espaldas según la Real Academia de la Historia (12 confirmados y 11 probables, en palabras de la ADAR). El que, a la postre, sería el aviador vivo más letal del bando gubernamental tuvo una buena formación intelectual y se unió a sus compañeros poco después del comienzo de la Guerra Civil (cuyo inició le sorprendió fuera de España).
Sus habilidades pronto le granjearon el mando de varias escuadrillas de «Moscas» y le permitieron salvar la vida tras dos aparatosos accidentes. Durante la contienda voló, tal y como se explica en la obra «Ases de la República», en 1.920 misiones en todos los tipos de aviones de caza; lo que, en la práctica, suponía 1.100 horas en el aire. Solo como guía, en la actualidad son necesarias 250 para poder presentarse a los exámenes de piloto comercial. Libró un total de 160 combates.
El tercer «as» más letal de la República (siempre atendiendo a las fuentes a las que se acuda) fue Manuel Zarauza Clavero, más conocido como el «piloto fantasma» debido a que su baja estatura impedía que se viera bien su figura en la carlinga. Sus bajas son discutidas. La ADAR le atribuye 10 confirmadas y otras tantas compartidas; Magnus 23 y «Ases de la República» 24.
En todo caso, nuestro protagonista se consagró tanto dentro como fuera de los cielos. Sus compañeros le recordaron siempre como uno de los mejores pilotos que combatieron a los mandos del Polikarpov I-16. De hecho, se hizo famosos por sus acrobacias y sus pasadas a baja altura. Con todo, también se hizo popular por su temperamento, pues era propenso a hacer bromas a sus subordinados pistola en mano, llegó a lanzar un bote de humo en el salón en el que se celebraba un banquete de oficiales y amenazó varias veces con ametrallar a Valentín González (el «Campesino»), uno de los oficiales más controvertidos de su bando. Tras la Guerra Civil cruzó la frontera, se unió al Ejército Rojo y combatió, hasta su muerte en un accidente aéreo, en la Segunda Guerra Mundial.
El último de los grandes «ases» de la República fue Andrés García Calle (mal llamado Lacalle en muchas obras). Su caso es muy curioso, pues jamás llevó una cuenta de sus victorias. «No tengo ni he tenido nunca una cartilla de vuelo, ni de piloto civil, ni de piloto militar, ni he apuntado nunca los servicios, combates o derribos», afirmó en su obra, «Mitos y verdades».
La mayor parte de sus compañeros le atribuyeron entre 11 y 12 derribos. Las cifras más exageradas (ofrecidas por Magnus) los elevan a 21. La Real Academia de la Historia le define como un «extraordinario piloto» que combatió, sobre un Polikarpov I-15 («Chato», el aeroplano más famoso de la contienda), en la primera parte de la Guerra Civil. Participó en batallas destacadas como la del Jarama y la de Guadalajara antes de que sus superiores le enviaran al Cáucaso como instructor de vuelo en 1937 debido a su mala salud.
Poco después fue nombrado jefe de las Defensas de Barcelona y de Costas. En 1938 volvió a demostrar su valía en los cielos tras ser ascendido a jefe de Estado Mayor de la Escuadra de Caza del frente de Cataluña. Para entonces ya era más que conocido por generales tan populares como Modesto o Rojo. El 6 de febrero de 1939, al ver todo perdido, alzó su «Chato» por última vez para superar la frontera y llegar a Francia, desde dónde partió a México. En la última parte de su vida escribió varias obras entre las que cabe reseñar «La guerra aérea 1936-1939», donde cerró una de las mayores controversias de su vida... la de su nombre: «Mi nombre completo y verdadero es Andrés García Calle, no La Calle, Lacalle ó De La Calle».
Aviación nacional (en la Guerra Civil)
La historia de la aviación nacional empezó el 18 de julio de 1936. Como bien explica el historiador Jesús María Salas Larrazábal en uno de sus dossieres sobre la aviación en la contienda fraticida ( «La Guerra Civil, 1936-1936»), «de los seis centenares» de pilotos españoles que había antes del alzamiento, «cerca de 250 siguieron leales al Gobierno, 150 se unieron desde el principio a los sublevados y unos 200 fueron ejecutados, apresados o desertaron». Esa tendencia no se replicó en lo que respecta al número de aparatos (mucho menor para los sublevados). Con todo, la solicitud de ayuda a Alemania e Italia palió -según la ADAR- la situación durante las primeras semanas y consiguió, después de un mes de «superioridad aérea de la República», que los franquistas se sobrepusieran a los aeroplanos enviados desde la URSS.
Según el recuento realizado por este autor, los líderes del alzamiento (Francisco Franco y Emilio Mola) lograron que Berlín y Roma les enviasen, en los primeros momentos de la contienda, 9 Savoia-817, 19 Ju 52, 6 Heinkel He 51, 15 Fiat CR-32 (los míticos «Chirri») y tres hidroaviones de caza. Un total de 52 aparatos. La ADAR, por su parte, señala que la llegada de la Legión Cóndor y la Aviazione Legionaria supusieron una gran ventaja para los sublevados. No ya por «la valía personal o profesional» de sus pilotos, sino por la «eficacia de las unidades operacionales en su conjunto». «Eran unidades completas militarmente encuadradas y equipadas, incluida la logística de suministros de municiones, vituallas y repuestos. Contaban con pilotos militares […] organizados y adiestrados, incluyendo todo su equipo de apoyo terrestre, en el que existían, entre otras, modernas unidades de telecomunicaciones, transporte y unidades de defensa antiaérea», inciden.
Más allá de la importancia del material que recibió a uno y otro bando (tema espinoso en los últimos años), el «as» más letal de la aviación nacional fue el conocido Joaquín García Morato. Las 40 victorias que logró a los mandos de su Fiat CR-32 (ágil, aunque sin evoluciones destacadas durante el enfrentamiento) le acreditaron como el mejor aviador de la Guerra Civil.
Piloto militar desde 1925 (antes había servido en infantería), cuando comenzó la lucha ya se había especializado (en palabras de la Real Academia de la Historia) en «cazas, polimotores, hidroaviones y vuelos sin visibilidad». No solo eso, sino que se había convertido en un experto en acrobacias, campo que consideraba básico para enfrentarse al enemigo en las llamadas «peleas de perros». El alzamiento le sorprendió en Inglaterra. Leal a los sublevados, no tardó en cruzar la frontera y combatir por ellos en el aire.
Tras conseguir su primera victoria el día 12 de agosto, se convirtió en el único aviador en lograr 15 derribos en tres meses. A finales de año formó su propia escuadrilla y, apenas unos meses después (el 18 de febrero), participó en el que fue su combate más recordado. Aquella jornada, Morato formaba parte de una escolta aérea de 24 aeronaves cuando se topó con 26 cazas rusos (mucho más rápidos). «Sin dudarlo, se lanzó [en solitario] contra los cazas enemigos. Según su testimonio, no vio otra cosa, por encima y por debajo, a derecha e izquierda, que aparatos enemigos. Tuvo entonces el convencimiento de que aquella era la última batalla en que tomaba parte», explican desde la Real Academia de la Historia. Animados por su valentía, el resto de aliados le acompañaron y, contra todo pronóstico, vencieron al enemigo. Falleció en un accidente aéreo tras la contienda, mientras participaba en una exhibición. Lo más llamativo es que solo fue derribado una vez, y por fuego amigo.
El segundo en el podio del bando nacional fue Julio Salvador y Díaz-Benjumea, calificado por García Morato como «el mejor cazador [de aviones] de España». Como sucede con los aviadores republicanos, el número de victorias que logró depende del experto al que se acuda. La Real Academia de la Historia afirma que obtuvo 24, mientras que Alfredo Logoluso (autor de «Fiat CR.32 Aces of the Spanish Civil War») le atribuye 26. Las cifras menos halagüeñas le dan 21.
Más allá de la eterna discusión, combatió siempre en unidades de caza y destacó, durante los primeros momentos de la Guerra Civil, en la protección de aeroplanos destinados al suministro de las tropas de tierra. Participó en la mayor parte de las grandes batallas del enfrentamiento: desde Teruel hasta Madrid pasando por Brunete. Entre sus acciones más recordadas se halla la destrucción de tres naves en una única misión. Fue derribado y apresado en 1938 en Barcelona, donde permaneció hasta su caída. A la postre luchó también en la Segunda Guerra Mundial.
En número de victorias le siguió de cerca Manuel Vázquez Sagastizábal, con entre 21 y 22 derribos atendiendo a las fuentes. Durante la Guerra Civil destacó por sus combates contra los «Chatos» y su arrojo a la hora de enfrentarse a los bombarderos ligeros «Natachas». García Morato solo tuvo elogios para él: «Este oficial es valeroso, hábil, disciplinado e inteligente, de alto espíritu combativo y gran compañero». Y otro tanto afirmaba el capitán Ángel Salas Larrazábal: «Es un brillantísimo oficial, audaz e inteligente, muy apto para ocupar cargos superiores». Su muerte se sucedió el 23 de enero de 1939. Aquella jornada se enfrentó a una formación de 15 Polikarpov I-15 apoyados por dos compañeros a los mandos de sus «Chirris». Durante el combate, recibió un tiro en la ingle que le salió por la espalda. Fue derribado y falleció horas después, en un hospital republicano.
En cuarta posición se halla Arístides García-López Rengel con 17 victorias según Logoluso («13 derribos seguros y 5 probables», en palabras de la Real Academia de la Historia). «Su ritmo de actuaciones se convirtió en vertiginoso, actuando primero en Breguet XIX, siendo derribado por fuego de tierra el 1 de enero de 1937 en el frente de Porcuna (Córdoba). A continuación voló en los Heinkel 51 de caza y algo más tarde pasó destinado al grupo de Caza 2-G-3 resultando herido de bala en combate aéreo el 15 de junio de 1937 volando los Fíat CR-32 Chirris», explica la Real Academia de la Historia. En la actualidad es más conocido por haber partido a Rusia en julio de 1941 para combatir por el bando alemán en la Segunda Guerra Mundial. Allí desapareció en combate en noviembre. Nunca se supo qué sucedió con su cuerpo ni cómo fue su último combate.