Lo siguiente se ha extraído de la revista "La América - CRÓNICA HISPANO AMERICANA" del jueves 13 de marzo de 1873.
REVISTA GENERAL
Quince días más de vida política en estos instantes, equivalen á largos períodos en situación normal. El aspecto de las cosas cambia repentinamente: hoy parece halagüeño lo que ayer triste, y tal vez mañana sombrío y aterrador. Los sucesos se precipitan con violencia y apenas detenidos en una dirección, cuando en otra reciben nuevo y más fuerte y más vivo impulso. Es punto menos que imposible seguirlos con atención y juzgarlos con serenidad.
Todo lo ha probado ya la República durante su corta existencia, consigue grandes victorias, conjura serios peligros, remueve graves obstáculos y aun le quedan por librar y acometer luchas y trabajos gigantescos- qué son estas dificultades del- principio, comparables sólo á la magnitud del fin. Ahora mismo, ha salvado una profundísima, crisis que, poniéndola en riesgo de muerte, puso al país con ella cerca de un horrible cataclismo.
Constituido el gabinete homogéneo, no quedó restablecida la paz entre los partidos democráticos, antes bien recrudeciéronse los mal disimulados odios, sin que bastaran á contener sus perniciosos resultados la buena voluntad y el desinteresado esfuerzo de algunos espíritus generosos y previsores. Aumentó el número de los intransigentes, y adquirieron las pretensiones exclusivistas un carácter irritante, lo mismo en el uno que en el otro bando. Crecieron los recelos y las desconfianzas, y aunque sea doloroso confesarlo, crecieron con harta razón,
porque salvas raras, excepciones, cada cual pensaba más en su propio provecho o el provecho de su partido que en el bien supremo de la patria y la salvación de la República.
En tal estado, no era fácil continuar sin gran descrédito para las pacientes instituciones y los poderes constituidos, De otra suerte, ya porque cediera el poder ejecutivo á excitaciones de los exaltados, ya por que la mayoría radical cayera en tentación de reivindicar el predominio que patrióticamente renunció, ya por otro motivo ignorado e imprevisto, podría sobrevenir una honda disidencia entre el gobierno y la Asamblea, y quién sabe si una triste lucha.
Antes de que llegara este caso extremo, pero ya enmedio de aquellas complicaciones nació y quedo planteado este problema político que envolvía una muy peligrosa crisis. ¿Era o no conveniente la disolución inmediata de la Asamblea?
Los republicanos, aunque por distintos caminos, llegaron todos á sostener igual opinión. Había quienes trataban como enemigos encarnizados á los radicales y como instrumento ciego al poder ejecutivo que pretendieron manejar a su antojo, concediéndole sin embargo, cierta especie de dictadura para disolver la Cámara; destituir los ayuntamientos y diputaciones; declarar amovibles los empleos de la administración; no poniendo en saco roto, sino en apuntado bolsillo demagógico, los sueldos de los empleos; con otras tan justas medidas como estas, y en su torpe juicio tan salvadoras y eficaces... ¡Pobre y rastrera dictadura en verdad, humillación dei país, vergüenza de la República, desprestigio del gobierno, útil y beneficiosa únicamente á los insensatos que no han sabido nunca ganar la libertad, y siempre contribuyeron a perderla.
Otros, y con ellos los individuos del gabinete, creían necesaria la inmediata clausura de la Asamblea, temerosos de que opusiera dificultades á la acción del gobierno, y retardara en vez de apresurar la organización de la República. Así pensaba también un grupo considerable de representantes radicales, disidentes en este punto de la mayoría que resolvió en una reunión previa negar esta nueva, y en su concepto perjudicial exigencia.
Cuando tan divididos estaban los pareceres, leyóse en la Asamblea el proyecto que fijaba ya un corto plazo á su
existencia, declarando el gobierno que aquella era una cuestión de gabinete. Nombróse la comisión y su dictamen fué contrario al proyecto. Sólo el general Primo de Rivera formuló voto particular. Entre el proyecto y el voto había cortas diferencias. Según el primero, los comicios serian abiertos en Abril, las Constituyentes en Mayo; todos los ciudadanos mayores de veinte años, tendrían derecho electoral. El segundo, estendía un mes más aquellos plazos, y exigía veinte y un años a los españoles para el ejercicio del sufragio. Era este considerado como el término de conciliación ofrecido por el gobierno á la mayoría pero después de innumerables conferencias y reuniones, no hubo señales de avenencia, y cuando se puso á discusión en medio de aparente recogimiento, máscara sólo de la ansiedad general, y disfraz de las exaltadas pasiones, todo presagiaba una
próxima lucha, tan inevitable como desastrosa.
Esta vez también por una dichosa complicación de imprevistos detalles y una feliz inconsecuencia, no siguieron con fidelidad los resultados a sus antecedentes, ni los hechos á sus presagios. No parece sino que la mano providencial guarda sus mejores cuidados para los más graves peligros, y que ahora, en medio de tantos y tan extraordinarios conflictos pone al servicio del bien hasta la flaqueza y los errores que producen el mal en el ordinario curso de los sucesos.
Agotado ya el debate sobre el voto particular, torpemente defendido por su autor, no contrariado tampoco con muy sólidos razonamientos por sus impugnadores, cuando se aproximaba ya el instante de la votación, D. Cristino Martos, presidente de la Asamblea, bajó de su asiento, y pronunció, un discurso notabilísimo como
todos los suyos, por su forma, y más notable aun por lo inesperado dé sus declaraciones. Aquel discurso expresaba más bien el desaliento que la resignación, y pedía tal vez ya tardé, para que inspirase gratitud, el sacrificio de la Cámara y el de todo un partido en aras de la patria.
La misma mayoría que acordó rechazar el voto vino por este medio á darle su aprobación. Principiando por resistir y terminando en ceder, hizóse blanco de todas las censuras y desconcertó á todos sucesivamente; primero á los que defendían las concesiones, luego á los que opinaban por la resistencia.
Así quedó salvada esta penosa crisis. Victorioso el gobierno, su presidente pronunció breves frases, prometiendo garantir la libertad en las próximas elecciones, conservar á toda costa el orden y restablecer la disciplina del ejército. Y, ciertamente, va siendo esto ya de todo punto necesario. Aunque no se cometen graves atentados contra la propiedad y las personas, es lo cierto que las perturbaciones no cesan, y que la indisciplina cunde, con lo cual, el gobierno va perdiendo fuerza, prestigio la República y esperanzas el país, mientras cobran aliento los carlistas y con ellos todos los enemigos de la nueva institución antiguos maestros en explorar el miedo de las llamadas clases conservadoras, y la ciega e inútil audacia de las masas.
Málaga y Barcelona son las ciudades que gozan ahora el triste privilegio de atraer la atención pública. En la primera dividiéronse por mitad los republicanos en dos bandos. Son inútiles todos los esfuerzos para que depongan sus torpes disidencias. El Pueblo ha invadido los cuarteles y se apoderaba sériamente de las armas, mientras los soldados paseaban alegres las calles vitoreando la República y dispuestos á tomar por sí mismos
la licencia. Los Voluntarios guardaron la población, y el gobernador, con un ciudadano llamado Carvajal, que parece ser el jefe de las fuerzas populares, las cajas de los regimientos. El poder ejecutivo envió un enérgico telegrama condenando estos hechos, y dispondrá la reorganización de los batallones disueltos, cuyos soldados, á poco de abandonarlos, viéronse en la dura necesidad de implorar la caridad pública, no solo para buscar sustentó, sino medios también, según decían ellos mismos, con tal elocuente como extraña candidez, de volver
al seno de sus familias. Bien pronto el orden material quedó restablecido, y esto, que prueba la índole nobilísima del pueblo español. tanto más respetuosa cuanto ejerce más libremente su propia autoridad, no desvanece, sin , embargo, él temor de que sean estos amagos las tormentas de mañana, y estas espansiones los conflictos del porvenir. Los más bellos sentimientos son extraviados más fácilmente, y es la ignorancia el mejor instrumento de la maldad.
Más grave aun es la situación de Barcelona. Allí el ejército se encuentra completamente desorganizado: los oficiales han tenido que abandonar sus regimientos, y los soldados entregan al pueblo las armas que les fueron dadas para combatir á los partidarios del absolutismo. Las autoridades dependientes del gobierno central han perdido su fuerza y su prestigio. La diputación asume todos los poderes, y acuerda y legisla como si aquella ciudad constituyera un Estado independiente.
Por un acto de usurpada soberanía ha licenciado el ejército y luego decretado su reorganización. Las masas, extraviadas, no han visto en la República federal lo que semejante institución es en si misma; parecen aspirar á un verdadero separatismo y á la supremacía de la capital, sin estimar los sacrificios que á España costó siempre la Cataluña, ni prever las consecuencias lamentables que sufrirían, perdida la unidad nacional, su industria, su comercio, todos sus grandes intereses, que son ya como un interés nacional.
Más prudentes que Barcelona, el resto de las ciudades catalanas protestan contra tales tendencias, y míranse con dolor desamparadas de tropas y expuestas a las correrías de las bandas carlistas que no han de triunfar nunca ni organizarse jamás, cuando ahora no triunfan, y se organizan y dominan desde los Pirineos hasta el Ebro.
Los individuos del poder ejecutivo, cuyos esfuerzos.desde el poder en favor del orden son comparables solo á los que hicieron desde la oposición en pro de la República, preocupáronse honda y tristemente de este nuevo y penoso conflicto.
Su mismo presidente, el Sr. Figueras, salió con acuerdo de todos para Barcelona, y hay ya noticias de su llegada y del afecto y entusiasmo con que fue recibido. El gobernador participa telegráficamente que la confianza se fortifica, los elementos de orden se organizan, y no hay temor de trastornos. Poco es aun todo esto. Era preciso que fuese respetuosamente obedecido el gobierno, restablecida enérgicamente la disciplina en el ejército, devuelto su imperio á la ley común y el normal ejercicio de sus funciones á las autoridades, para que la misión
del Sr. Figueras quede bien cumplida.
De las Provincias Vascongadas y Navarra no son las noticias tan desconsoladoras. Los regimientos que allí operan se mantienen disciplinados: en el distrito de Álava son perseguidas, aunque no muy activamente, las pequeñas facciones de Celedonio, Munain, Zecora y el cura Santa Cruz, un bandolero con sotana, cruel y ambicioso, que pronto contará por días los robos y los asesinatos; Fontela con la columna de su mando, dio alcance y derrotó el dia 7 á la partida Soroeta, muriendo este cabecilla, y quedando con él bastante número de hombres muertos ó heridos en el campo. Loma batió dos veces Guernica y Morga á lás facciones guipuzcoanas y alavesas reunidas; y el mismo general Nouvilas, con solo 600 hombres, atacó á Dorregaray en Monreal, cerca de Pamplona, dónde se había hecho fuerte con 2.000 de los suyos, que fueron desalojados de sus posiciones y dispersos después de un reñido combate, en el cual las tropas republicanas han sabido suplir el número con la bravura y soportar por el honor y la victoria de sus armas pérdidas tan sensibles como la del valiente y entendido coronel Ibarreta.
También por Castilla y Andalucía intentan probar fortuna los carlistas; pero apenas levantan una pequeña partida, cuando cae, ya en poder del ejército, ya de los Voluntarios, sin que, como en el Norte, se organiza de nuevo, una vez dispersa.
Volver los ojos de los azares de una guerra civil en España á los triunfos de la industria en él mundo, de nuestros
ensangrentados campos á los palacios suntuosos que Viena dispone para la Exposición universal, es ahora un consuelo ¡quien sabe si un consuelo amargo! Ah! cuando será una realidad esta esperanza seductora dé que reinen un día sobre la faz de la tierra con soberano imperio el trabajo, la paz, la libertad, el derecho!
En un principio se creyó que España no podría concurrir al solemne certamen. Hoy no se confirma esta creencia dolorosa. El gobierno y las diputaciones trabajan con actividad. Las artes y la industria españolas estarán en Viena representadas dignamente, aunque no como lo hubiesen estado en momentos menos críticos.
Del exterior no hay cosa que pueda escitar vivo interés. La Asamblea nacional francesa continúa discutiendo el proyecto sin nombre que es, sin embargo, una verdadera Constitución á medida y para uso de M. Thiers y el pueblo sigue anhelando la evacuación del territorio por el ejército prusiano, cuya presencia recuerda una ignominia nacional.
Mientras el Papa entretiene sus últimos días en pronunciar largos discursos llenos de ilusorias esperanzas, y vuelve los ojos á un pasado que no resucitará, pierde la Iglesia los restos de su antigua intervención en el orden político y civil. Ahora discute la Cámara de los Señores en Prusia el proyecto de ley modificando las relaciones del Estado con la Iglesia. El principe de Bismark le defiende calurosamente y acusa al partido católico de que intenta rebajar la autoridad y los poderes públicos. Juzguese cual será el resultado.
Desde Roma es observada con algún sobresalto la marcha de los negocios en España y se tiene gran temor á la República federal que podría despertar, según la frase de un periódico, veleidades de autonomía en las provincias recientemente anexionadas. Estos temores no impiden que la prensa italiana nos insulte á su sabor cuando debían imitar la conducta reservada de la española, que generosamente arroja un velo sobre los últimos sucesos y acusando á los hombres políticos y á los partidos, aparta de Don Amadeo de Saboya todo género de responsabilidades. En España, por lo visto, estamos mejor informados de aquello que á los pueblos, como á los individuos, exige su dignidad; y conocemos también mejor la competencia de la historia.
Ella nos ha de juzgar.
E. PEREZ LIRIO.