Prof. Doctor Víctor Vilos Núñez
Jueves 29 de abril de 2010
Estimados Autoridades,
Muy Querida Comunidad Universitaria,
Tengan todos muy buenos dias,
LAS INSTITUCIONES AL IGUAL QUE LAS PERSONAS SON FRUTO
DE SU HISTORIA Y ESTÁN LLAMADAS A TRASCENDER.
Hoy cuando la naturaleza nos ha demostrado lo vulnerable que somos en el tener, tomamos cada vez más conciencia que lo importante en la vida es SER…. SER PERSONAS.
La naturaleza nos ha dado esta gran lección: centrarnos en lo trascendente. Creo que lo más importante que tenemos los seres humanos: son nuestras convicciones que sustentan el existir, encarnadas en nuestros recuerdos, nuestros sueños y esperanzas.
De esto quiero hablar esta mañana.
Quiero recordar cómo nace nuestra Universidad Católica del Maule y de algún modo cual ha sido mi relación con ella.
Quiero también recordar cuales son las creencias, convicciones y valores que sustentaron la fundación de nuestra Universidad.
Quiero también expresar algunos sueños y esperanzas, que como viejo aún tengo
Recordar: Del latín “recordari” re (nuevo) cordis (corazón) Recordar: significa: “volver a pasar por el corazón”.
Cómo no recordar hoy aquí la figura de Monseñor Manuel Larraín E. cuando en el año 1960 encomienda al padre Enrique Salman Sajuria la misión de crear una Escuela Normal, que fuese capaz de acoger a hijos de campesinos y de familias socialmente vulnerables, para formarlos como profesores primarios, que fuesen capaces de volver a sus lugares de origen, para ser agentes de cambio social, inspirados en los valores del evangelio, con el fin de contribuir en la formación de una sociedad más justa, solidaria y humana para todos.
Fue así como en marzo del año 1961, se crea la Escuela Normal Experimental (ENRE), que en su año de inicio, acogió a 90 niños que recién habían terminado el sexto año de la escuela primaria y a 40 jóvenes que terminaban el sexto año de humanidades, para darles la oportunidad de ser profesores rurales, que tendrían como misión, como ya dije, de volver a sus comunidades de origen para ser agentes de cambio social y portadores del evangelio de Jesucristo, como agentes pastorales,
Pero ¿Por qué una Escuela Normal para hijos de campesinos y de familias pobres de la ciudad?
Porque la Iglesia fiel a su compromiso social y evangélico, estaba muy preocupada por la promoción social de esos ambientes, del mundo campesino y de las familias de extrema pobreza.
Recuerdo también, que consecuente con lo anterior, Monseñor Larraín junto al Cardenal Silva Henríquez inician aquí en Talca el proceso de la reforma agraria, que luego continuarían los gobiernos de los presidentes Frei Montalva y de Allende Gossens.
Por otra parte, quiero volver a pasar por el corazón aquel equipo de profesores de la Escuela Normal que nos enseñaban con la palabra, pero también con el ejemplo.
Se nos enseñaba que todas las personas somos seres únicos, irrepetibles y singulares y que además todos nos necesitamos para desarrollarnos como personas y llegar a ser buenos profesores.
Se nos insistía que éramos seres encarnados que debíamos asumir el desafío de las exigencias del entorno, mejorar las condiciones adversas que la sociedad imponía, especialmente a los más necesitados y que la educación era un medio para lograrlo.
Se nos enseñó que como futuros profesores debíamos asumir el desafío de contribuir a mejorar las condiciones adversas que imponía la sociedad, cambiando lo que degradaba la dignidad de los seres humanos, eso significaba entrar en diálogo con el entorno, con los demás, con el mundo y con el creador.
Recuerdo también que se nos enseñaba, que la educación se fundamenta en la condición humana de ser imperfectos, pero perfectibles y que la tarea de la educación y de los educadores era acompañar, a las personas para que se desarrollen integralmente.
Se nos insistía que cada uno de nosotros está llamado a realizar su propio proyecto de vida, junto a los demás en un diálogo armónico con el mundo.
Recuerdo que se nos repetía que toda persona es un ser histórico y trascendente y que cada uno debe asumir su historia y su entorno y a partir de ello construir un mundo mejor.
Cómo no recordar a personas como el padre Alejandro Jiménez, primer capellán de nuestra Escuela Normal, posteriormente Obispo Auxiliar de nuestra Diócesis y Obispo Titular de Valdivia, quien nos instaba a trabajar para hacer de este mundo una casa para todos, donde nadie sobra y donde todos tenemos derechos y deberes que cumplir, pero sobre todo a esforzarnos por hacer un mundo mejor que el que recibimos, especialmente para los más pobres.
Recordar en este mismo sentido, la figura cariñosa y acogedora de Monseñor Larraín, que cuando nos visitaba y a medida que avanzaba por los pasillos de la antigua casa de piedras, nos iba identificando a muchos por su nombre, a otros, como a mí, por el lugar de origen: “Tu eres el de Romeral, de la parroquia de Don Sergio Villegas, del pueblo de las cerezas” y nos extendía su mano para besar su anillo. Luego nos invitaba a celebrar la eucaristía y en sus homilías reiteradamente nos daba un ejemplo del Romero y que como futuros profesores debíamos imitar. Monseñor Larraín nos decía: “Sólo tres cosas tenía para su viaje el Romero: Los ojos puestos en la lejanía, atento el oído y el paso ligero” y luego explicaba:
“Nunca olviden su misión como profesores, el que enseña no puede olvidar su compromiso ético que está en la formación de las personas, siempre tomen en serio esa misión, el dolor de las personas y el sufrimiento del desamparado debían ser siempre nuestro norte”.
Estar atentos a escuchar a los demás a sus familias, atendiendo los sueños y esperanzas de los más pobres y que la ayuda sea oportuna y adecuada. Agregaba: “los profesores son sembradores de esperanzas”.
También recuerdo a muchos otros profesores de la Escuela Normal, que en un lenguaje común nos decían lo que debía ser el la educación y el rol del profesor en la educación de personas:
“La educación debe ser un medio para que el educando adhiera a una escala de valores que sustente su conducta y comportamiento, debe conducir a una conciencia ética y crítica que sea capaz, no sólo de mejorar en lo cognitivo, sino el desarrollo moral, social y afectivo, donde los contenidos programáticos son sólo un medio para alcanzar la liberación del hombre”.
Recuerdo también que se nos insistía que los hombres no somos seres de adaptación, sino de transformación, por lo tanto, no somos personas para acumular contenidos, sino para alcanzar una formación que nos haga cada día más libres a través del saber. “El ser humano en un proyecto que está llamado a Ser” igualmente se nos decía “las personas son dueñas de su propia historia, la que deben asumir con responsabilidad”.
En este mismo sentido, se nos enseñó “que la escuela no puede plantearse como una reproductora social, sino debe ser capaz de leer el mundo y hacerlo más humano”. Esto implica tener profesores comprometidos con la persona de sus alumnos, en un diálogo fecundo, es decir aprendiendo juntos.
Se nos instó a que la escuela debe generar un conocimiento creativo y crítico que dé respuestas a las necesidades de la comunidad.
La escuela debe desarrollar una conciencia ética universal, centrada en los seres humanos, en la solidaridad y el bien común.
Se nos repetía también que este tipo de educación exige una coherencia personal entre las creencias, las convicciones religiosas y la política educativa…. A los hijos de Dios no se les puede fallar porque son nuestros hermanos.
Se nos insistía que debíamos testimoniar la coherencia entre lo que digo y lo que hago, también entre lo que hablo y practico y entre lo que profeso y las acciones que comprometo.
El auténtico profesor se educa en la vida y para la vida con una perspectiva ética y democrática.
Recuerdo que se nos decía que la auténtica educación exige luchar en forma activa frente a cualquier tipo de discriminación, ya que todos somos hijos de un mismo Padre y ciudadanos de una misma patria.
Enseñar exige entonces: seguridad, competencia profesional y generosidad, porque nadie da lo que no tiene. No se puede enseñar lo que no se sabe, como tampoco no se puede testimoniar lo que no se es.
Se nos insistía que la presencia del profesor en el aula, no puede pasar inadvertida para los alumnos. La historicidad de la existencia humana hace que cada momento educativo sea inédito e irrepetible y está llamado a trascender.
Se nos repitió que más importante que los contenidos es el testimonio ético del acto educativo.
Enseñar exige también tener esperanza en el cambio hacia un mundo más humano y justo y solidario. Enseñar exige humildad: nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo.
El profesor debe ser valiente para denunciar y anunciar con tolerancia.
Esta tolerancia exige respeto, disciplina, ética, decisión, paciencia y alegría de vivir, virtudes tan necesarias para la práctica educativa.
Aprendimos también que enseñar implica comunicación afectiva entre profesor y educando, ya que es el afecto el que permea todos los canales de los saberes y son las emociones las que nos conectan más directamente con el Ser.
Son estos algunos de los saberes, creencias y convicciones que están en la génesis de nuestra Universidad, y que creo debieran permanecer en el tiempo.
Estos son los valores y raíces pedagógicas que dieron vida a la Escuela Normal Rural Experimental, la que con el tiempo se convierte en Escuela de Pedagogía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, luego Sede Regional del Maule y en el Año 1991 lo que es hoy nuestra querida Universidad .
Permítanme un par de recuerdos más que dan cuenta de la responsabilidad social que nuestra universidad ha tenido a lo largo de su historia.
Uno es la Clínica Médico Psicopedagógica, entidad docente-asistencial, formada por un equipo multidisciplinario para atender a los niños socialmente vulnerables de nuestra región, los niños con necesidades educativas especiales. Y otro es el Centro de Estudios Agrarios y Campesinos (CEAC) en convenio con la Corporación para la Reforma Agraria (CORA) también constituido por un equipo multiprofesional, como: periodistas, antropólogos, agrónomos, sicólogos y educadores, entre otros. Este proyecto estaba destinado a atender las necesidades de los campesinos de los asentamientos que creó la Reforma Agraria y que terminaron bruscamente luego del golpe militar.
Entre tantos recuerdos, cómo no mencionar a monseñor Carlos González Cruchaga, Primer Gran Canciller de nuestra Universidad y un Obispo que fue la voz de los sin voz durante la dictadura militar y que cuando en el año 1990 la Pontificia Universidad Católica de Chile quiso deshacerse de las Sedes Regionales que tenía a lo largo del país, su voz llegó hasta el Vaticano, surgiendo entonces las Universidades Católicas derivadas de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
El resto de la historia es para ustedes conocida.
Pero dije también, al comenzar estas palabras, que los viejos aún tenemos sueños y esperanzas. Estos son algunos de mis sueños y esperanzas.
· Sueño con una universidad, en que todos los académicos, no olviden las creencias, principios y valores pedagógicos y religiosos que estuvieron en la génisis de nuestra Universidad.
· Tengo la esperanza que los procesos de aseguramiento de la calidad estén siempre centrados en las personas y en la rigurosidad científica, para que nuestros egresados sean profesionales competentes al servicio de los más necesitados.
· Sueño con una universidad que no olvide su compromiso social con la comunidad.
· Tengo la esperanza que al más breve plazo, nuestra Universidad sea reconocida por su alta calidad, que se expresa públicamente por la acreditación de todos sus programas docentes.
· Sueño con una universidad que acredita todas sus áreas, vale decir: Docencia, gestión institucional, vinculación con el medio (las ya acreditadas), pero también se sumen: investigación y postgrados.
· Sueño con una universidad que cumple su rol de ser conciencia crítica de la sociedad, denunciando la injusticia social, pero sobre todo capaz de lograr el desarrollo de las ciencias, profundizando en el desafío de la búsqueda de la verdad a la luz de los valores del Evangelio.
· Sueño con una Universidad, atenta a los desafíos de la región, sobre todo con los más humildes d: los campesinos, quienes seguramente, muchos de ellos, no estarán en nuestras aulas, pero conocerán de ella por los aportes concretos que realicen sus académicos y alumnos en los sectores rurales.
· Sueño con una universidad, que además de formar buenos profesionales sea capaz de educar para la libertad, la justicia y la solidaridad.
· Sueño que mi universidad nunca pierda su principal misión: Ser Universidad y Católica, como nos recuerda reiteradamente nuestro Obispo Horacio Valenzuela, aquí presente.
Quiero terminar mis palabras agradeciendo:
· En primer lugar a Dios por el don de la vida y las oportunidades que me ha dado para llegar ser lo que soy,
· A mis padres que desde el cielo me acompañan,
· A mi familia: Patricia mi esposa, mis hijos e hija Gonzalo, Claudia, Nicolás e Ignacio y sus respectivas familias, por su inconmensurable amor y compañía.
· A mis amigos por su aprecio y solidaridad, especialmente en estos días que han sido difíciles para mi familia.
· A la Escuela Normal Rural Experimental por haberme permitido ser profesor primario.
· A la Sede Regional del Maule de la Universidad Católica de Chile, por haberme acogido en sus aulas y lograr el título de profesor de Educación Especial y Diferenciada, y luego incorporarme como académico dándome la posibilidad de perfeccionarme y obtener los grados de Licenciado en Educación y de Magister en Educación Especial.
· A la Universidad Católica del Maule, por haberme dado la oportunidad de obtener el grado de Doctor por Universidad de Valladolid, en España.
· Quiero agradecer también a mis colegas y amigos de la Escuela de Educación Especial, especialmente, a los más viejos como yo: Jaime Valenzuela y Héctor Ortiz, que han sido compañeros de muchas jornadas en pos de hacer investigación y en la formación de tantos discípulos, de los cuales varios de ellos forman parte del actual cuerpo académico de la Escuela.
· Agradezco a la Facultad de Ciencias de la Educación, en la persona de su decano, el Dr. Patricio Gatica, por haber acogido la propuesta de mi Departamento y Escuela para nombrarme Profesor Emérito.
· Igualmente, a la comunidad universitaria por su afecto y cariño durante todos estos años que he servido a mi universidad.
· Por último, al Consejo Superior de la Universidad, que en forma unánime, me ha otorgado el honor de ser el primer Profesor Emérito de mi querida Universidad,
· A todos ustedes muchas gracias.