Introducción
La novela, el cuento, la poesía evocan realidades literarias discursivas que en cuanto se constituyen en espacios textuales para la manifestación de la realidad o la ficción, reorganizan el mundo y nos abren a la posibilidad y la imposibilidad en el seno de un macrodiscurso ficcional narrativo. En este sentido el escrito permite evidenciar una manifestación de mundo, un espacio textual para esa manifestación del mundo real. Por su parte, si entendemos el discurso religioso como aquel donde se postula la existencia real y operante de una dimensión trascendente o santa a través de su explícita textualización, entonces se hace posible y pertinente observar las huellas que este discurso deja en lo escrito en tanto expresión de mundo.
Ya lo afirmaba Paul Ricoeur, quien vincula el concepto de discurso religioso con la idea de un lenguaje que nace de la confluencia y el choque entre un nivel preconceptual y simbólico, primariamente, constituido en y por los diversos géneros literarios de la Biblia, y un nivel conceptual fundado en el anterior y propio de la teología (“Poética y simbólica”, 44). El discurso religioso es por lo tanto todo aquel en el cual habla Dios, se habla de Dios o se habla a Dios, ya sea de manera directa o a través de la intercesión de sus manifestaciones: los santos, los profetas, las instituciones o cualquier otra concepción así llamada sagrada o sobrenatural, ya sea tematizándola en sí o mediante cualesquiera otra realidad que se manifiesta bajo la razón de la fe.
En efecto, “Cuando leemos de verdad, cuando la experiencia que vivimos resulta ser la del significado, hacemos como si el texto … “encarnara” (la noción se basa en lo sacramental) la “presencia real” de un “ser significativo”. Esta presencia real como en un icono, como en la metáfora representada por el pan y el vino sacramental, es, finalmente, irreductible a cualquier otra articulación formal, a cualquier deconstrucción o paráfrasis analítica. (...) Estas no son nociones oscuras. Pertenecen al enorme ámbito del lugar común. Son perfectamente pragmáticas, empíricas, repetitivas, cada una y toda vez que una melodía viene a habitar en nosotros, a poseernos incluso sin haber sido invitada a hacerlo, cada una y toda vez que un poema o un pasaje en prosa se apodera de nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad, se introduce en el nervio de nuestra memoria y en nuestro sentido del futuro, cada una y toda vez que un cuadro transforma los paisajes de nuestra percepción previa (después de Van Gogh los álamos arden, después de Klee los acueductos andan). Ser “habitado” por la música, el arte, la literatura, ser hecho responsable, equivalente a esa “habitación” como un anfitrión a su invitado –quizá desconocido, inesperado- por la noche, es experimentar el misterio común de una presencia real.”[1]
Es esta misma presencia la que nos permite descubrir y develar como en un espejo el Origen de toda significación.[2] Andrei Trakovski va aún más allá en caracterizar al ser humano como aquel que evidencia, palpa, vive y promueve esa luz que revela en una obra algo de su naturaleza, se trata, dicho teológicamente de que las “… revelaciones poéticas,…con fundamento en sí mismas, dan testimonio de que el hombre es capaz de conocer y de expresar de quién es imagen.[3] Crear espacios que favorezcan la contemplación serena y asombrada del misterio de Dios que se manifiesta en la cultura pasando por un estadio distinto al de la racionalización. Es como una especie de anámnesis con nostalgia de lo divino y por lo mismo de las posibilidades de la existencia humana.
Esta reflexión es la que permite ahondar en nuestra propuesta, a saber, posibilitar una interpretación de la fe que se encarna en ambientes epocales diversos y en cuyo espacio frontal tematizan explícita o implícitamente algo de Dios, algo de lo religioso, algo de lo cultural que revela el escrito.[4] De este modo hemos querido asociar en un recorrido epocal tres manifestaciones de la fe que nos posibilitan, bajo una clave hermenéutica literaria, acceder a contextos creyentes que tematizan ya no solo lo divino, sino que expresan lo humano en nuestro Chile central. Concretamente hablamos de tres obras literarias que recorren epocalmente el último siglo, y que en cuanto expresión del arte literario enfatizan un decir de Dios que se nos hace presente bajo este vértice del logos.
En efecto, la literatura es un medio de conocimiento de la verdad del mundo, y nos abren a la posibilidad de que las novelas pueden llegar a ser mejor referente histórico-social, que un libro histórico o sociológico especializado.[5] Es el temerario planteamiento de Grinor Rojo en el texto “La identidad y la literatura” del año 2002. Dicho esto creamos un escenario adecuado para aventurarnos en nuestra reflexión. Hemos querido presentarles tres breves trabajos literarios de este último siglo, dos cuentos y una novela, que no solo explicitan un contexto de fe, sino que nos hablan de nuestra realidad local en esta misma materia. Tres autores, tres épocas, tres obras. Nos referimos al cuento Paulita de Federico Gana; Trapito sucio de Mariano Latorre y Misa de réquiem de Guillermo Blanco.
Hablamos en efecto de tres obras que no solo se quedan con una caracterización fisiológica de nuestro Chile central, en concreto, de la región del Maule, sino que tematizan realidades religiosas que expresan, es nuestra tesis, la cultura y el proceso creyente que en ella se vislumbra. Detengámonos en la primera.
1. Paulita: (Federico Gana 1867-1926)
El cuento trata de Paulita, una mujer anciana empleada típica de las casonas del campo central de Chile de inicios del siglo XX: la llavera del fundo. La obra se sitúa en efecto en un escenario campesino del Chile central. A esta viejita viuda lo único que le queda en la vida es José, su único hijo y su orgullo: “¿Y ha sabido de José ? Al escuchar estas palabras, un destello indefinible de orgullo, de embriaguez y de esperanza, parece encenderse de súbito en el fondo de sus ojos, que parpadean; se acerca a mi lecho y me contesta rápidamente en voz baja, confidencialmente. -¡De José, de Josecito, mi hijo!, sí, señor. ¡Cómo no había de saber! Está muy en grande por allá en Antofagasta …Dicen también que anda muy elegante, que parece todo un caballero. Yo lo decía, que Dios había de proteger a mi hijo tan bueno, tan amante, tan sometido y respetuoso con su madre. -Sí..., siempre me escribe..., desde que se fue, ahí tengo las cartas...; se las traeré para que las vea... Es tan atento... También me ha mandado algunos engañitos... es más bueno de todos los hijos! Vea, mire lo que me manda-; y comienza a desdoblar precipitadamente el paquete que traía bajo el brazo.”
El hijo ejemplar y agradecido, bondadoso y respetuoso con su madre lleva la asistencia y protección de Dios: “Dios había de proteger a mi hijo” Imposible no imaginar en el itinerario agrícola de inicios del XX la asistencia recurrente de Dios y la fe en el cotidiano vivir de la ruralidad central. El cuento facilita diálogos permanentes y recurrentes a la geografía y estilo del latifundio epocal que se van describiendo a través de los diálogos de Paulita y sus interlocutores. Lla defensa y buena relación entre José y su madre circundan también en toda el cuento, y es en este contexto de amor filial donde Paulita se enferma: “Lo único que hay de nuevo, señor –me contestó-, es que doña Paulita está en las últimas. Ayer traje al señor cura del pueblo para que le pusiese la extremaunción y la confesara. Está muy mala, señor; parece que no pasará de esta noche.” Paulita está grave y en este contexto epocal no recurrir al Sacerdote para que de los sacramentos a la enferma, sería una tragedia. Nótese la expresión: “Señor cura”, signo de una ambiente cultural-epocal y particular ya poco recurrente, y que significativamente nos evocan un pasado. Un detalle más del cuento: “En el interior de la humilde estancia, a pesar de ser de día aún, una vela, colocada frente a las imágenes, difundía su claridad triste y amarillenta; algunas mujeres, sirvientas de la casa, arrodilladas aquí y allá sobre la estera, rezaban con voz sorda y monótona.” Una vela frente a las imágenes, ¿estamos hablando de un templo o capilla? No, es la casa del fundo que tiene su propia imaginería de culto, a ello agreguemos las rezadoras que ambientaban los momentos de lecho agónico. Ellas acompañaban a los enfermos hasta y después de la muerte.
¿Cuál es el desenlace de la obra?: Su cuerpo se agita débilmente bajo las ropas, y, por fin, con una voz sorda, lejana, vacilante, entrecortada por el estertor de la agonía, murmura pausadamente, como en un sueño: “-José...Josecito... ¿estás ahí? ¿Has llegado al fin, hijo?... Acércate...pero... ¿Tan flaco, tan distinto! ¿Por qué te pierdes ahora? ¡Abrázame...así ...Y tan elegante!...¡Dios te bendiga!... ¿Pero ya te vas?...¡No vuelves más! Después lanzó un grito ronco y profundo; hace una gran aspiración; exhala un leve suspiro, y se queda para siempre con los ojos entreabiertos y sin luz” La muerte de Paulita hace exclamar al dueño del fundo en diálogo con el compadre de la fallecida: “Pobre José ¡cuánto va a sentir esta desgracia! ¡Tanto que quería a su madre; tan buen hijo! El anciano, al escuchar estas palabras, hace un violento gesto de negación con la cabeza, y exclama con voz velada, sonriendo irónicamente:-José, buen hijo, señor, cuando es él quien tiene la culpa de lo que estamos viendo, de que mi pobre comadre...
-¿Cómo? –le digo, mirándolo sorprendido...
-Sí, señor – agrega,. Porque desde que se fue al norte, ya no se acordó más que tenía madre; no le escribió nunca; y como han llegado noticias de que por allá las está echando de caballero...
-¿Y esas cartas que ella andaba mostrando a todos?
-Se las escribía yo, señor, que soy su compadre; porque la pobre vieja me decía que no quería que nadie supiera nunca que su hijo era un ingrato.
-¿Y los regalos?
-Los compraba ella misma en el pueblo con sus ahorros, para venir a enseñarlos aquí en la casa. Yo creo que ella misma trataba de engañarse al fin, porque no tenía la cabeza buena de tanto sufrir...¡Pobre doña Paulita, al fin ha dejado de padecer!”
Desenlace triste el de la obra, la madre que justifica al hijo, lo protege y lo sufre hasta el fin de sus días. Más allá del desenlace, ¿Qué es lo que se nos presenta como caracterización de la fe? Ruralidad, campesinado, grandes fundos, rezadoras, Señor cura, extremaunción (nombre propio del sacramento de la unción de los enfermos antes del concilio Vaticano II). Lo primero que queremos rescatar es la actitud de la madre, que frente al hijo ingrato decide pagar y justificar su actitud hasta la muerte, es la madre que no solo disculpa al hijo sino que lo justifica y hasta cubre su falta, y en medio de esto su muerte aparece como paga por la deuda del hijo “buen hijo, señor, cuando es él quien tiene la culpa de lo que estamos viendo” el amor maternal hace asociar el sacrificio por el hijo ingrato e infiel, ¡Cómo no relacionar este hecho con el actuar del Dios de Jesucristo que no solo justifica a sus hijos sino que paga por sus deudas. La parábola del buen samaritano se ve aquí desplegada (Lc 10,30-36).
Más allá de esta pista de reflexión, el luto de Paulita habla del carácter penitencial de su vida, contexto solícito en el mundo rural para asistir y acompañar la tristeza, imposible que las viudas no llevaran luto en el inicio del siglo, luto que se extiende también por el actuar del hijo. La imaginería religiosa presente hasta ahora en muchas casonas del mundo rural junto a las grutas dedicadas a los santos y a la virgen, nos hablan también de la potencia icónica que acompaña la vida y la cultura de hace más de cien años, pero será sobre todo la preocupación por la presencia y permanencia del sacerdote que prepara para la muerte, lo que marca la identidad cultural de la época. En efecto, al momento de morir se hace irrenunciable la asistencia de quien otorga el sacramento de la partida de este mundo, la incuestionable decisión del empleado del fundo que ante el riesgo va por el “Señor cura” nos hablan evidentemente de un tiempo ya pasado, no por el sacramento, sino por la vital necesidad e incuestionable solicitud del sacerdote ante la muerte: luto; Imaginería; sacramentalidad; el rezo repetitivo y popular, nos hablan de un tiempo, un espacio, una cultura que prevalece en el ambiente campesino de inicios del XX, cuyas huellas así descritas aun se perciben en el entorno de nuestros campos. La fe como evocación de una época, de un tiempo, de un lugar y su cultura. Pero demos un paso más.
2. Trapito sucio (Mariano Latorre, 1886-1955)
El cuento nos relata la historia de Pichuca, una niña pobre. Estamos frente a una hija de la clase social obrera marginada y distante de la vida social de mediados del siglo XX. Los parientes mayores de Pichuca salen a celebrar la Navidad y la dejan durmiendo. El contexto de toda la obra nos habla de esta importante festividad religiosa. En medio de las celebraciones Pichuca se despierta y se encuentra sola, es en esta, su soledad, donde sale a descubrir el mundo que le rodea.
La referencia al acontecimiento que se celebra es recurrente en la obra; se agrega a ello la figura del niño Dios que se hace patente desde el comienzo. “Un Niño Dios le sonreía en su marco de madera y le señalaba la noche con su dedito gordezuelo”…A poco andar el rechazo hacia Pichuca resulta ensordecedor, una niña la descubre y su reclamo se hace sentir: “la niña gritó agudamente hacia el interior de la casa: -¡Mamá, una chiquilla rota! ¡Mamá, una chiquilla rota…—¡Chiquilla rota! ¡Chiquilla rota!... ¡Con qué envidia veía entrar al interior iluminado a los niños de la mano sus padres o de sus mamás…” Sin embargo, “la sonrisa del Niño Jesús del conventillo… habían hecho brotar como un lirio mágico la confianza en su almita desolada.” Pichuca se siente marginada y despreciada, pero mantiene un vínculo con El niño Dios cuya imagen recordaba desde el conventillo, esta relación se mantendrá durante todo el relato.
El hambre también llega a Pichuca: “…Insidiosamente, por la espalda, llegó hasta sus naricillas ávidas el aroma penetrante de los duraznos primaverales… Sus dientecillos hambreados, casi se disolvían entre la saliva ¡Qué dulce debía ser el jugo de esos duraznos maduros! Había tantos…” De pronto “…a sus pies llega rodando algo cuyo olor penetrante lo delató” “... Era un duraznito de la Virgen, oliente aún a primavera” Nótese el detalle “duraznito de la Virgen” “…al oír los repiques alegres, precipitados, con que un monaguillo juguetón se entretenía en el campanario de la iglesia, allí mismo a dos pasos no dudó del milagro protector”. Pichuca, no duda un instante en quien la asiste, acompaña y alimenta, el niño Dios que se transforma para ella en única compañía y sostenedor de su causa. El niño quien la acompaña y concede el milagro de saciar el hambre.
Luego aparece en el relato la figura de la Iglesia, pero distante de Pichuca “…Una interminable fila de mantos perdíase en el dorado resplandor del templo, y en la ola humana que penetraba se escabulló Pichuca al interior. Creyóse repentinamente en la gloria... En torno a las imágenes resplandecían rosarios de luces o arcos de oro, semejantes a divinas aureolas. Súbitamente quedó inmóvil, paralizada. La realidad de su sueño estaba allí, palpitante, frente a ella. El mismo Niño Dios sonreíale desde un altar, pero vivo esta vez…” La obra nos describe una iglesia llena de lujosas presencias en torno a la imaginería religiosa “dorado resplandor”; “arcos de oro”. Tan impactante resulta para Pichuca que atribuye aquí una presencia viva del Niño Dios, adornado y enaltecido, ya no como el que ella vio en el conventillo. La vinculación de Pichuca con el niño Dios la lleva a la oración infantil; “En un extremo de las gradas arrodillóse unciosamente y en su boquita sucia sonó la ingenua oración infantil…”
Ella se relaciona con el Niño Dios, sin embargo, parece ajena de la institucionalidad: “Los rezos, la risa continua de las campanas y el aroma del incienso pascual, terminaron por marearla…durmió unos segundos, y luego, empujada por la marca de fieles, su cuerpo casi exánime tropezó con un tabique de un confesionario y se deslizó hacia el ángulo que éste formaba con la pared”
Más radical resulta la observación que la obra nos muestra respecto de quien representa la institucionalidad, a saber, el sacristán. “En el rincón de sombra, nadie pudo advertir ese bultito harapiento, acurrucado, casi muerto; ni el propio sacristán, que apagó uno a uno los cirios humeantes y cerró después, las enormes puertas coloniales de la Iglesia…Pichuca no alcanzó a notar el silencio de las grandes campanas ni la soledad gris del templo donde brilló como un astro de fuego la lamparilla votiva…” Estamos frente a un problema social donde la condición institucional se percibe distanciada de la causa social. Los pobres personificados en Pichuca quedan fuera de la institución, no porque hayan perdido la fe, sino porque la institución a reverenciado un status distinto.
Estamos ante una crítica social que se desarrolla en un contexto de fe que comienza a cuestionar la institucionalidad. Esto evoca nuevamente una situación epocal distinta a la anterior, y con ello un modo de comprender la significación cultural con nuevos bríos. Es una nueva religiosidad que comienza a emerger, en donde la relación con Dios entra en crisis con la institución. En este contexto no resulta accidental el movimiento generado por la Falange Nacional como partido político social cristiano chileno que emerge en la década del 30, o las explícitas palabras de San Alberto Hurtado quien el 18 de octubre de 1947 escribía al Santo padre: “Los medios populares pueden aún ser ganados porque subsiste un fondo de sentimiento cristiano que persevera. Sería necesario que ellos llegasen a creer que la Iglesia se interesa en los problemas humanos. Si esto no se logra, la frialdad religiosa podría cambiarse en odio.” ¿Qué va pasando entonces, con el proceso creyente en medio de la cultura? Veamos ahora una nueva obra.
3. Misa de Réquiem (Guillermo Blanco)
Con Misa de Réquiem hablamos de una novela corta publicada a inicios de la segunda mitad del siglo XX ya más cercana a nosotros. La obra narra todo el horror de un cura de pueblo, el padre Miguel, que sabe que va a morir a manos de "El Negro", mientras dice la misa. Este asesino ya mató al padre y los hermanos del cura cumpliendo una venganza de antaño. La historia se va plasmando a medida que transcurre la misa que, a la postre, se torna en el propio sacrificio del protagonista.
El sacerdote se encuentra amenazado y experimenta vivir sus últimos momentos. El escenario sacramental de la escena pone de relieve el diálogo del sacerdote consigo mismo que en la distracción de la amenaza urde como salir de ella. Su falta de concentración lo delatan frente así mismo dando origen a una serie de reflexiones que revelan no solo su actitud personal sino aquel proceso vital-existencial en el que está atrapado. ¿Cómo salir de allí? ¿Como reaccionar frente a la amenaza? ¿Hay alguna posibilidad de salir triunfante de esta hora vital?
“El negro”, por antiguas rencillas con el papá del P. Miguel, viene a cobrar venganza. En el concepto del padre del cura “los inquilinos les debían sujeción por la ley misma de las cosas. Una especie de vasallaje sin condiciones ni trabas ni límites, no ligado a principios ni a rendición de cuentas.” Esto posibilitó el abuso de la familia latifundista del cura “símbolo de la tiranía patronal” y es lo que justifica ahora el actuar de El negro. Pero: ¿Por qué el fundo, por qué el sacerdote, porque la amenaza en la Iglesia?
El relato se presenta mas sugerente cuando el sacerdote recuerda las palabras de su hermano: “…si te examinas a fondo descubrirás que, en realidad, reemplazas unos muros por otros. Y los de la iglesia son más altos y más permanentes.” La crítica del relato, originalmente hacia el sistema latifundista de mediados del siglo XX, se expresa ahora en la crítica al sistema eclesial que se autoprotege, incapaz de abrirse al proceso amenazante que le cuestiona: “…Tú sabes mejor que nadie, tu sacerdocio no va a ser otra cosa que seguir escabullendo el bulto de los problemas”. “¿Vocación? –gruño-. No hables de vocación. Habla de fuga.”
No estamos solo frente al P. Miguel, estamos también ante la labor eclesial que le protege y se protege, la propia Misa es en la Novela el lugar en donde el Negro no puede llevar adelante su intención. La institucionalidad sacramental le sigue protegiendo al P. Miguel. Más sugerente todavía es el nombre del padre del sacerdote (el tirano del fundo), el gestor y responsable primero de todo esto, que no en vano lleva el nombre de Pedro, que el texto explicita en piedra: “…no al contrario mostrarme fuerte y duro tal cual mi padre don pedro-piedra habría hecho en lugar mío”
Ya no es solo el sacerdote, es la institucionalidad que representa en su historia y condición. Lo lamentable es que el sacerdote no está preocupado de salvar al victimario ofreciéndose en sacrificio, lo que defiende es su vida, su permanencia, su vigencia y esto con sus propios instrumentos. El diálogo consigo mismo le imposibilita abrirse al enemigo: “Voy a hacer mi defensa la prédica será mi alegato defensivo ante el tribunal que ha venido a erigir al negro ante el juez negro ante su conciencia negra debo prepararme debo meditar bien las palabras apropiadas las ideas que podrían influir en su ánimo, tal vez salvar su alma y no, porqué me miento, porque trato de engañarme yo no estoy tratando de salvar su alma” Las interrogantes presentan un conjunto de disquisiciones y contradicciones en el propio ser del sacerdote. El desespero por la defensa nubla la posibilidad de interactuar y dialogar.
En efecto el diálogo queda truncado por la incapacidad de asumir el lastre histórico que le ha llevado a vivir este momento “negro me oyes negro lo que digo a ti te lo digo entiéndeme” es lo que el P. Miguel se dice para sí. En medio de este trágico coloquio consigo mismo y su ministerio brota la esperanza al reconocer “el peso terrible de la propia insuficiencia, de la debilidad inevitable del hombre frente a una tarea sobrehumana”. El sacerdote ha entrado ahora en el abandono, las circunstancias le han hecho reconocerse en su debilidad y al menos abrirse a la pregunta:“¿Lo estaré haciendo bien? ¿Lo estaré haciendo bien? ¿Lo estaré haciendo bien?”
De pronto en el desenlace de la novela “El negro no estaba ahí” el sacerdote ve como la amenaza se hace más patente, y empieza a suponer y especular donde estará el negro.. “Me espera en la sacristía”, la conciencia culposa no da crédito al alejamiento del negro y comienza a reconocer que puede aguardarlo en la sacristía. La obra termina dejando abierta la posibilidad a cualquier desenlace “La puerta (de la sacristía) comenzaba a abrirse lentamente.”
Con todo esto, la serie de detalles de esta novela con frases y conceptos no tan extraños para nosotros: develamiento del problema, reconocimiento de las faltas, experiencia de la debilidad venganza por abusos cometidos, sacerdote amenazado por la víctima, institución que se autoprotege, entre otras, nos muestran caracterizaciones que proponen dos caminos: refugiarse en la sacristía, sin saber que otro puede estar aguardando para cobrar venganza, o la posibilidad de abrirse al diálogo para reconocer y avanzar.
Es precisamente esta última perspectiva la que percibimos en todo este bagaje, la posibilidad de dialogar ya no solo dentro de la misma institucionalidad eclesial, sino con las diversas perspectivas que nos proponen desde nuestro escenario de mundo el camino de la fe. En efecto hemos ido desde una fe popular arraigada en la riqueza de la tradición, hasta una inflexión crítica que nos pregunta y cuestiona. Con ello se sugieren detalles profundos respecto a lo que ha vivido y vive la Iglesia a partir de la renovación producida por el Concilio Vaticano II y el nuevo clima de apertura al mundo moderno manifestado a partir de los años 60, materializado, por ejemplo, en la Costitución dogmática Gaudium et Spes posibilitando, en algunos casos, una radicalización de ciertos sectores eclesiales que se manifestó en el apoyo a causas políticas de Izquierda, o el surgimiento de la teología de la liberación en medio de la expansión de comunidades cristianas de base. Es el mundo, la época y el ambiente en que desarrollamos la tarea evangelizadora y frente a la cual, como en la sacristía de Misa de réquiem, encontramos la puerta entreabierta, habrá entonces que elegir un camino que abra pasos a una descripción situacional crítica que no rechaza el acontecer cultural sino que lo solicita para desde aquí reconocer desafíos en el siglo que iniciamos.
[1] George Steiner, Pasión intacta, Ediciones Siruela, Madrid, 1997, p. 72-73
[2] Cfr. Emerich Coreth, Cuestiones fundamentales de hermenéutica, Barcelona, Herder, 1972, p. 236 y ss.
[3] Andrei Tarkovski, Esculpir en el tiempo, Madrid, Rialp, 1991, p. 63
[4] Enrique Pupo-Walker al referirse al periodo literario costumbrista, dice: “el relato costumbrista será casi siempre una narración de tono confesional, que se atiene a un marco temporal fijo y que toma como punto de referencia el contexto social inmediato”. Cf. Pupo-Walker Enrique. “La vocación literaria del pensamiento histórico en América”. Ed. Grecos. Madrid, España. 1982. Página 202.
[5] Grínor Rojo, “Identidad y literatura”. Ediciones de la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2002. Santiago.