Agradecimiento
Antes de comenzar, quisiera agradecer la invitación efectuada por los colegas del Departamento de Teología para participar en este Congreso, en especial a su equipo organizador.
Introducción
Si entendemos la “filosofía” como aquella disciplina que busca pensar las preguntas y los problemas fundamentales del ser humano –hombre, mundo y Dios– de manera racional, rigurosa y reflexiva, y, por otro lado, la “teología pastoral” –en la que es posible ubicar el “Documento de Aparecida”–, como aquella parte de la teología que se preocupa por estudiar la cooperación ministerial de la Iglesia al plan divino de salvación que nos ha sido revelado por Jesucristo; es posible inferir que “filosofía” y “teología pastoral”, así definidas, nada tienen que ver una con la otra.
Esa es, en mayor o menor medida, la imagen que una persona, con un cierto grado de formación, tiene de la tarea de la “filosofía” y de la labor de la “teología pastoral”: ambas se desarrollan por carriles totalmente distintos que no se entrecruzan y más aún, que no es necesario que se entrelacen. A partir de estas definiciones, el filósofo queda al margen de la discusión sobre la atención, entrega, cuidado y vigilancia del Pueblo de Dios. Esa sería sólo una tarea de pensadores cristianos, creyentes profundamente comprometidos, sacerdotes o autoridades eclesiásticas. En otras palabras, entre “filosofía” y “teología” existiría un abismo infranqueable que no podría ser superado.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿si es esta la única manera en que tiene que entenderse la relación entre “filosofía” y “teología” y, por extensión, con la “teología pastoral”? Me parece que no. Es posible que la “filosofía” –sin perder su naturaleza, tarea, métodos, y alcances– aporte conceptos, teorías y criterios a la teología y, particularmente, al quehacer teológico-pastoral.[1] Es a partir de este supuesto que desarrollo la presente ponencia.
Su propósito es aproximarse filosóficamente a uno de los apartados de la Primera parte del Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe[2], denominado “La vida de nuestros pueblos hoy”. Más específicamente, me refiero al punto Nº2: “Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”. En esta parte del documento los obispos latinoamericanos describen y juzgan la situación sociocultural[3], económica, socio-política, ecológica y étnica de América Latina. Mi propósito es identificar, por consiguiente, algunas categorías que no son exclusivas de la teología pastoral, sino que son compartidas por la filosofía contemporánea. En otras palabras, es posible afirmar que el diagnóstico de los obispos latinoamericanos sobre la situación del hombre contemporáneo es un “diagnóstico compartido” por distintas perspectivas filosóficas y disciplinarias.
Así dividiré mi exposición en los siguientes momentos: (1) Algunos problemas socioculturales de América Latina según Aparecida, (2) Aproximación filosófica a los problemas descritos y (3) Comentarios finales.
(1) Algunos problemas socioculturales de América Latina según Aparecida
Como ya sostuve, el segundo apartado de Aparecida denominado “Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”, hace un diagnóstico ante la situación sociocultural, económica, socio-política, ecológica y étnica de América Latina. Sobrepasa el objetivo de la presente exposición el comentar, en detalle, cada uno de estas dimensiones. Centraré, entonces, mi ponencia en la primera de estas dimensiones: la situación sociocultural de América Latina, dado que este es también el interés de esta sección, “Fe y Cultura”, del Congreso teológico que nos convoca.
Dicho de otra manera, uno podría formular la siguiente pregunta: ¿cuál es la situación del hombre latinoamericano según Aparecida? A mi juicio, cuatro son las temáticas dominantes:
1.1. Grandes cambios en la vida de las personas.
1.2. La realidad se ha vuelto más opaca y compleja.
1.3. Crisis de sentido.
1.4. Carencia de unidad.
Desarrollaré, a continuación, cada una de estas temáticas:
1.1. La constatación de los grandes cambios en la vida de las personas es atribuida por el documento de Aparecida al fenómeno de la globalización, que como es sabido, el mundo occidental ha vivido aproximadamente desde fines de la década de los ochenta. Dichos cambios son asociados también con el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Cito el documento de Aparecida: “Esta nueva escala mundial del fenómeno humano trae consecuencias en todos los ámbitos de la vida social, impactando la cultura, la economía, la política, las ciencias, la educación, el deporte, las artes y también, naturalmente, la religión. Como pastores de la Iglesia, nos interesa cómo este fenómeno afecta la vida de nuestros pueblos y el sentido religioso y ético de nuestros hermanos.”(Aparecida, N°34, pág.54.El subrayado es mío)[4] Sin duda alguna, el fenómeno que más preocupa, a juicio de los obispos latinoamericanos, es el individualismo. Aparecida habla de “una sobrevaloración de la subjetividad individual”(Aparecida, N° 44, pág.58) que debilita los vínculos comunitarios y que propone una radical transformación del tiempo y del espacio. El mencionado individualismo se verifica, además, en “una tendencia hacia la afirmación exasperada de derechos individuales y subjetivos.”(Aparecida, N°46, pág.59)[5].
1.2. La constatación que la realidad se ha vuelto más opaca y compleja, es otra de las caracterizaciones que mencionan los obispos latinoamericanos en Aparecida. Respecto de la complejidad, el documento afirma lo siguiente: “Esto [la complejidad] quiere decir que cualquier persona individual necesita siempre más información, si quiere ejercer sobre la realidad el señorío a que por vocación está llamada. Esto nos ha enseñado a mirar la realidad con más humildad, sabiendo que ella es más grande y compleja que las simplificaciones con que solíamos verla (…)” (Aparecida, N°36, pág.59). Y, más adelante, agrega respecto de la opacidad: “También se ha hecho difícil percibir la unidad de todos los fragmentos dispersos. (…) Cuando las personas perciben esta fragmentación y limitación suelen sentirse frustradas, ansiosas, angustiadas.”(Aparecida, N°36, pág.59) En otras palabras, según Aparecida, la sociedad globalizada está fragmentada y decolorada. Dicho en lenguaje filosófico técnico, la sociedad globalizada es postmoderna y nihilista.
1.3. Los rasgos de la sociedad contemporánea antes descritos, permiten a los obispos latinoamericanos afirmar que vivimos una crisis de sentido. “Ellos no se refieren a los múltiples sentidos parciales que cada uno puede encontrar en las acciones cotidianas que realiza, sino al sentido que da unidad a todo lo que existe y nos sucede en la experiencia, y que los creyentes llamamos el sentido religioso.”(Aparecida, N°37, pág.55. El subrayado es mío) ¿Cuál es la consecuencia de esta crisis de sentido? Para Aparecida, la falta o, más bien, el destierro de un sentido unitario.
1.4. En relación a la “carencia de unidad”, el documento afirma que “a las personas no les asusta la diversidad. Lo que les asusta, más bien, es no lograr reunir el conjunto de todos estos significados de la realidad en una comprensión unitaria que le permita ejercer su libertad con discernimiento y responsabilidad.”(Aparecida, N°42, pág.57. El subrayado es mío) Con posterioridad, insiste en esta misma idea:”Lo que hoy día está en juego no es esa diversidad. (…) Lo que se echa de menos es más bien la posibilidad de que esta diversidad pueda converger en una síntesis.”(Aparecida, N°43, pág.58. El subrayado es mío)
Los énfasis que he puesto en Aparecida podrían hacer creer que el problema de los obispos latinoamericanos es casi hermenéutico o puramente técnico. He usado expresiones como “crisis de sentido”, “comprensión unitaria” o “síntesis”. Y en un nivel ciertamente lo son. Pero, tratando de alcanzar el fondo del asunto, si las personas o los pueblos latinoamericanos viven esta “crisis de sentido” o ausencia de “síntesis” o “unidad”, es porque han marginado de sus vidas a Jesucristo. Hay que recomenzar, sostiene Aparecida, “desde Cristo” porque “en Cristo Palabra, Sabiduría de Dios, la cultura puede volver a encontrar su centro y su profundidad.” (Aparecida, N°41, pág.57. El subrayado es mío)
¿Cómo puede llevarse a cabo esta pretensión?, es una pregunta que debemos ayudar a responder todos los creyentes miembros del Pueblo de Dios.
Pero la respuesta es más compleja de lo que se cree. Normalmente, por el estilo en que los documentos magisteriales o eclesiales son construidos, los problemas se plantean, como en el caso que he tratado de presentar hoy, pero no se profundizan. Ahí reside, me parece, un lugar de trabajo para el filósofo, que como sabemos desde Aristóteles, se ha preocupado por escudriñar las causas últimas.
Mi pregunta es, entonces, ¿cómo entender los “grandes cambios”, la “realidad opaca y compleja”, la “crisis de sentido” y “carencia de unidad” que Aparecida menciona? Mi recurso es la filosofía contemporánea y la respuesta de tres filósofos, no necesariamente creyentes: Gilles Lipovetsky, Franco Volpi y Paul Ricoeur.
(2) Aproximación filosófica a los problemas descritos
Con Lipovetsky y su libro La era del vacío,[6] podemos entender de mejor manera los “grandes cambios” que viven los pueblos de América Latina y su marcado “individualismo”. Para él, la figura mitológica del presente es Narciso: “Aparece un nuevo estadio del individualismo: el narcisismo designa el surgimiento de un perfil inédito del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, en el momento en que el “capitalismo” autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista y permisivo, acaba la edad de oro del individualismo, competitivo a nivel económico, sentimental a nivel doméstico, revolucionario a nivel político y artístico, y se extiende un individualismo puro, desprovisto de los últimos valores sociales y morales que coexistían aún con el reino glorioso del homo economicus, de la familia, de la revolución y del arte; emancipada de cualquier marco trascendental, la propia esfera privada cambia de sentido, expuesta como está únicamente a los deseos cambiantes de los individuos. Si la modernidad se identifica con el espíritu de empresa, con la esperanza futurista, está claro que por su indiferencia histórica el narcisismo inaugura la postmodernidad, última fase del homo aequalis.” (Lipovetsky, pág. 50) Es decir, vivimos en una época en que los marcos trascendentales –políticos, económicos y sociales– han perdido su importancia; lo que es naturalmente extensivo a la religión y, en especial, al cristianismo. Lo común, lo social, –llámese junta de vecinos, partido político o sindicato– es abandonado y reemplazado por preocupaciones puramente privadas. En síntesis, el hombre de hoy es un ser que vive sin ideales, sin objetivos trascendentes. O con palabras de Lipovetsky, “vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y del futuro.” (Lipovetsky, pág. 51)
Por otro lado, Paul Ricoeur en Historia y verdad[7] nos da pistas para comprender la “crisis de sentido” a la que se refiere Aparecida. Ricoeur se pregunta: ¿Cuáles son las motivaciones más profundas del hombre contemporáneo? Me referiré a las dos principales:
-la autonomía: una vez superada la fatalidad, el azar, el destino, etc. el hombre comienza a desplegar su autonomía. “Es cierto que vivimos en un mundo en que el hombre va tomando cada vez más conciencia de su autonomía, en el sentido propio de la palabra autonomía: el hombre es para sí mismo su propia ley.” (Ricoeur, pág. 270. El subrayado es mío). Siendo ello, sin duda, positivo –dado que el hombre alcanza una mayor conciencia de sí mismo, se libera de las falsas religiones, deja a un lado la ignorancia, etc.– , se produce una desmitificación de la vida del hombre: lo sagrado pierde su valor central, la presencia de Dios en el mundo retrocede. “Aquí se inserta la predicación de la Iglesia: el pecado no está en el hecho de que el hombre sea más responsable; al contrario, esto es sin duda un bien; es el hecho de que esta responsabilidad tienda a desterrar al Señor en una trascendencia abstracta, sin signo y sin expresión.” (Ricoeur, pág. 270)
-el sin sentido: Al respecto, Ricoeur sostiene lo siguiente:“Sería una grave ilusión juzgar nuestro tiempo solamente en términos de racionalidad progresiva. Hay que juzgarlo también en términos de progresiva sin razón. (…) Comprender nuestro tiempo es yuxtaponer directamente los dos fenómenos: el progreso de la racionalidad y eso que podemos llamar el retroceso del sentido. (…) Descubrimos que lo que necesitan los hombres es ciertamente la justicia y el amor, pero más aún la significación. La falta de significado del trabajo, la falta de significado del ocio, la falta de significado de la sexualidad: he ahí los problemas en los que desembocamos.” (Ricoeur, pág. 273. El subrayado es mío)
Por último, Franco Volpi nos explica gráficamente en su libro El Nihilismo[8] la mencionada noción:“El hombre contemporáneo se encuentra en una situación de incertidumbre y precariedad. Su condición es similar a la de un viajero que por largo tiempo ha caminado sobre una superficie helada, pero con el deshielo advierte que la banquisa comienza a moverse y se va despedazando en miles de placas. La superficie de los valores y los conceptos tradicionales está hecha añicos, y la prosecución del camino resulta difícil.” (Volpi, pág. 13. El subrayado es mío) Ahora entendemos mejor por qué conceptos como “familia”, “matrimonio”, “hombre” o “mujer” no significan lo mismo que antaño.
En síntesis, en este apartado, he intentado esbozar algunas explicaciones filosóficas, a partir de las cuales se puede entender mejor el diagnóstico sociocultural de Aparecida.
(3) Comentarios finales
La pretensión de esta comunicación era aproximarse filosóficamente a un breve apartado de Aparecida. Mi impresión es que, si bien Aparecida hace un interesante, lúcido y amplio diagnóstico de la situación de las personas y pueblos de América Latina, que desde la filosofía he intentado mostrar que es “compartido”; su implementación exige una discusión profunda y detallada.
Tenemos que confiar en que Dios nos ayudará, pero también, si me permite la expresión, hay que “ayudar a Dios”. En otras palabras, los problemas a los que alude Aparecida, únicamente en su dimensión “sociocultural”, son de tal envergadura y complejidad que requieren para su comprensión y superación de los especialistas. En esto, nuestra Iglesia latinoamericana y sus obispos tienen un instrumento privilegiado: las Universidades Católicas y dentro de ellas, a sus filósofos y teólogos.
Me parece los tiempos actuales requieren de un mayor trabajo en conjunto, animados por el Espíritu.
[1]De hecho, hay una rica influencia mutua entre “filosofía” y “teología” a lo largo de la historia del pensamiento humano, que no es del caso detallar.
[2]En adelante Aparecida.
[3]Explícitamente Aparecida menciona que seguirá la metodología del “ver, juzgar y actuar”:”En continuidad con las anteriores Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, este documento hace uso del método ver, juzgar y actuar.”(Aparecida, N° 19, pág.45)
[4]Cf. N° 43, 44 y 45 de Aparecida.
[5]Cf. Nº47.
[6]Cf. G. Lipovetsky, La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, Barcelona, 1986,
[7]Cf. P. Ricoeur, Historia y verdad, Editorial Encuentro, Madrid, 1990.
[8] Cf. F. Volpi, El Nihilismo, Ediciones Siruela, Madrid, 2007.