La comunicación y la comunidad son dos realidades interdependientes donde la primera es origen de la segunda, y la segunda un producto derivado de la primera. La comunicación es necesaria y básica en la comunidad porque cada hombre es el núcleo de convergencia de un enorme abanico de relaciones con los demás hombres y con las instituciones sociales que dan consistencia y estructura a las diferentes comunidades en la que vive.[1]
Se pueden distinguir varias explicaciones sobre los conceptos de comunicación e información, dependiendo de la diversidad técnica, filosófica, ideológica y religiosa que particulariza la especie humana, y que la lleva a abrirse a miradas de múltiple sentido que revelan distintas acepciones. Por tanto, si quien se ocupa del asunto es un militar, por ejemplo, la explicación que escucharemos tendrá matices propios y diferenciales respecto de si el hablante es un artista; si quien habla es un periodista, la definición tenderá a ser adecuada a los intereses de su profesión; y si el que se pregunta es un médico, un académico, un documentalista, un sacerdote o un filósofo agnóstico, las explicaciones de cada uno buscarán satisfacer las necesidades de legitimación teórica y social de su propia actividad.
Sin embargo, algunas ideas serán comunes o coincidentes entre unos y otros aun cuando sus intereses disientan. La mayoría debiera aceptar que la comunicación es una actividad que mediante el intercambio de códigos y conjunto de datos, indica modelos de pensamiento humano y proporciona sentido o significado a las cosas; que la información genera y procesa conocimiento, que distingue al hombre por su capacidad de producir y perfeccionar códigos y símbolos complejos hasta conformar lenguajes, y que permite a más de un individuo comunicarse mutuamente deseos y necesidades para mantenerse unidos.
De igual manera, podemos decir que el conjunto de datos que sirven para construir la comunicación, son percibidos mediante los sentidos y estos los integran hasta generar la información que se desea comunicar con el fin de producir conocimiento; que los humanos hemos logrado simbolizar los datos en forma representativa para posibilitar la producción y el acceso al conocimiento, y que encontramos formas de almacenarlos para ser utilizados sin estar sujetos a las limitaciones del tiempo y de la geografía.
En la vida social y en el desarrollo humano, existe una relación de dependencia mutua entre dato, información, comunicación, conocimiento, pensamiento, lenguaje y comunidad, entendida esta última como la vida juntos en un mismo territorio y compartiendo los mismos intereses, de más de un individuo.
En efecto, cuando dos o más hombres deciden vivir un mismo espacio y compartir una misma experiencia, forman una comunidad. Para que quienes quieran vivir en común acuerden hacerlo, los miembros deben comunicarse entre sí las razones que justifican la vida comunitaria. Si no hay comunicación no hay conocimiento, si no hay conocimiento no hay acuerdo, si no hay acuerdo, no hay decisión.
El hombre nace, vive y se desarrolla en comunidad, desde la más pequeña y cercana que es la familia, hasta la gran comunidad universal. Necesita la comunicación desde el momento de su concepción y, más aún, a partir de su nacimiento para ir configurando su personalidad e “ir haciéndose cada vez más hombre”.[2] Y es que “el hombre es un ser imperfecto en el sentido de no terminado. Nace sin completar y su imperfección es más grande cuando se trata de su interior”.[3] Al mismo tiempo, por la comunicación, que es el modo natural, espontáneo y único de establecer relaciones, el ser humano se integra en la comunidad satisfaciendo su vocación social.
Como afirma José María Desantes, “no hay comunidad sin hombres que la constituyan y no hay comunidad sin comunicación”[4], y siguiendo a Francisco de Vitoria, agrega que “la comunidad permite la comunicación y la comunicación es la que sustenta la comunidad”[5]. O, dicho de otro modo, no hay comunicación sin al menos una cierta comunidad de los que se comunican; pero no hay comunidad sin unas relaciones comunicativas entre los hombres que la componen. En consecuencia, la comunicación, tanto interpersonal como social, tiene esta doble importancia: es la que contribuye a la formación de la personalidad humana; y, al mismo tiempo, fomenta la socialización en el sentido comunitario del término.[6] El hombre es un ser social, no solo porque su indigencia le impidió valerse por sí mismo, sino también porque la comunidad es un bien recíprocamente enriquecedor. La comunidad enriquece al hombre individualmente considerado; pero la comunidad está constituida precisamente por los hombres a los que enriquece.[7]
Tanto es así, que el derecho natural del hombre a la información, reconocido por los Tratados Internacionales y las legislaciones nacionales, es, sin dejar de ser personal, el más comunitario de todos los derechos, dado que sin su objeto, que es la comunicación, no es posible la comunidad. “La Humanidad –dice Desantes- como grupo social integrado por titulares del derecho a la información no puede decirse que haya constituido de modo efectivo una comunidad hasta que, merced al progreso técnico, se ha universalizado la información”.[8]
Desantes señala, incluso, que la ciudad es núcleo de comunicación, que es una comunidad perfecta y que tal perfección se consigue solamente si se logra la comunicación. Así como la casa se edifica pata habitarla, ocuparla en exclusiva y vivirla en intimidad familiar, la ciudad se funda para convivir, para tratarse, para obtener un espacio físico que permita disponer de un ámbito sociopsicológico para la suficiencia defensiva, logística y convivencial inalcanzable para la familia aislada. Y la familia solo logra integrarse y participar como consecuencia de la comunicación. “Si la ciudad nació para la comunicación, quiere decir que será tanto más ciudad cuanto más en ella se dé la comunicación interna y con su entorno natural.”[9]
La comunicación en la historia
Si retrocedemos a tiempos remotos buscando explicaciones al presente, descubriremos que la comunicación ha sido el instrumento fundante principal de las comunidades humanas que se asentaron en territorios permanente o temporalmente, para compartir sus experiencias, sus anhelos, o sus búsquedas, y para intervenir la naturaleza que los albergaba en busca de protección, alimento y abrigo. La comunicación, portadora de conocimientos ajenos y creadora de modos y formas comunes, era mediada sólo por la distancia existente entre el comunicador y el comunicado, y la capacidad del primero para cubrir distancias con la sola ayuda de sus piernas.
“La transmisión del conocimiento entre uno y otro lugar o entre una y otra comunidad o asentamiento humano, dependía de factores tan rudimentarios como la calidad o atributos físicos de los portadores de mensajes, o, en su momento, de los caballos, pequeñas embarcaciones o ingenios que le permitieran cubrir distancias para divulgar noticias, transmitir órdenes, imponer ideas, diseminar costumbres, socializar conductas y compartir religiones u otros conocimientos en forma verbal”.[10]
La cultura oral que se desarrolló luego que el hombre aprendió a hablar, no dispuso de instrumentos o textos que permitieran su circulación más allá que la relación cara a cara, y la habilidad de los unos para hacerse entender por los otros. Es que las palabras no son más que sonidos que como tales, no tienen forma ni permanecen; existen en el acto mismo de ser emitidas y, si no hay recordación, desaparecen en el mismo acto.[11]
Para facilitar su retención y su transmisión al futuro, la cultura oral usó fórmulas como los proverbios, empleó la redundancia y construyó un conjunto de códigos que se transformaron en tradición. En una cultura de esa naturaleza no existen listas ni manuales, y no hay diccionarios o definiciones fijas; sólo se memoriza al ritmo de las conversaciones y cada hablante o receptor compromete todos sus sentidos en el acto de recordar, porque se aprende de la palabra y el gesto del otro, y este acto se realiza necesariamente en comunidad.[12]
La comunicación en una cultura oral será siempre un hecho vinculante abstracto pero vital. Si en el acto de comunicar el emisor y el receptor no cuentan con el apoyo de textos u otros ingenios objetivos que den sentido a la comunicación, ella tendrá que formar parte de la experiencia vivida para ser eficaz. Incluso el significado de lo transmitido dependerá sólo de interacciones cara a cara entre emisor y receptor; la proximidad entre este y aquel, pues, se transforma en una condición inevitable del entendimiento y, por lo tanto, de la comunicación productiva. Y de la comunicación productiva que transmite sentido y significados nace la comprensión; de la comprensión nace el entendimiento; del entendimiento nace la aceptación; de la aceptación nace el compromiso; y de los compromisos mutuos y múltiples, nace la comunidad.
Sin embargo, la comunicación oral formadora de comunidad nunca fue aceptada como una limitación infranqueable por la especie humana. Por ello, desde que la historia del hombre es conocida, se le encuentra activo en la búsqueda de soluciones que le permitieran comunicar sus mensajes con mayor alcance territorial, a mayor número de receptores, y en el menor tiempo posible entre el momento en que el mensaje es emitido y el que es recibido por sus destinatarios.
“Podemos ver a nuestros antepasados superando paulatinamente los obstáculos de tiempo y espacio que se oponían a una eficaz comunicación, como, de la misma manera, encontrando fórmulas para lograr la multiplicación sin límites de la cantidad de individuos expuestos simultáneamente a un mismo mensaje.”[13]
La astucia y la creatividad que particulariza a la especie y las consecuencias virtuosas surgidas de una comunicación oral activa (y de una comunidad de individuos que se multiplicaba), le permitieron en algún momento de su historia codificar sus mensajes y transmitirlos a comunidades distantes. Los tambores y sus códigos sonoros, junto a las señales de humo y sus correspondientes códigos visuales, son ejemplo suficiente de esta realidad.
La invención del alfabeto fue un descubrimiento que permitió incorporar tecnología a la oralidad, y que aumentó significativamente la cantidad y la calidad de los mensajes que podían circular en la comunidad y entre comunidades cercanas y distantes. Y es que en su afán de compartir experiencia y desarrollar conocimientos, el hombre ha buscado desde siempre la fórmula, los métodos y las tecnologías que le permitan una comunicación sin límites. Ha querido ejercer su influencia en otro y en otros de manera amplia y eficaz; entender y hacerse entender; dar sentido a las cosas; a la vida y a la comunidad que surge de su propia y natural necesidad reproductiva; hablar con Dios y transmitir sus palabras a grandes distancias.
“Contrastando con la comunicación oral, la escritura es íntegramente artificial. El alfabeto es, por lo tanto, una tecnología de la palabra; un medio de comunicación.”[14]
Luego del alfabeto y la escritura, la búsqueda incansable de nuevo conocimiento le permitió al hombre inventar la imprenta. Esta verdadera revolución de las comunicaciones, permitió que los mensajes comunicados se independizaran de los comunicadores, y que el destinatario de los mensajes se liberara de las barreras que le imponían la distancia, el tiempo y las lenguas diversas: el enunciado se independizó del enunciante. La imprenta hizo posible la educación masiva, el periodismo, los diccionarios y el uso normalizado del lenguaje[15]: la comunidad obtuvo un instrumento de comunicación que ampliaba significativamente la capacidad de entender, dialogar, comprender y acordar, y descubrir nuevos sentidos y significados que le permitieran continuar avanzando.
En la actualidad, las comunicaciones y la comunidad se desarrollan a un ritmo no sospechado en los primeros tiempos. La incorporación de modernos ingenios tecnológicos que hacen posible una comunicación sin límites ni barreras geográficas, de tiempo, lingüísticas, ni culturales, sumado a una comunidad fragmentada que ignora su búsqueda de bien común, nos presenta una compleja situación en que la relación “comunicación-comunidad” se debilita, o, al menos, desvirtúa su sentido original.
Añoranza de la comunidad
El desarrollo de la imprenta no fue solo una revolución en las comunicaciones, sino que representó para el hombre un cambio sustancial en su modo de vida, en las formas de acceso al conocimiento y en las construcciones sociales. El paso de una cultura oral a una cultura impresa y luego electrónica, produjo el cambio de la comunidad a la sociedad, en la que las personas ya no necesitaban de los demás para acceder a la información, al conocimiento y al desarrollo.
En la comunidad, pequeña en número y en territorio, todos se conocían, la comunicación era principalmente oral (solo unos pocos sabían leer y escribir), y cada miembro de la comunidad era importante para los demás, cada uno cumplía un rol insustituible: el sacerdote, la profesora, el almacenero, la enfermera, etc. En cambio en la sociedad las personas son más anónimas y todo es más frío e impersonal.
El paso de la Gemeinschaft a la Gesselschaft, como denominó este fenómeno el sociólogo alemán, Ferdinand Tönnies, produjo en el hombre una cierta nostalgia por la sencilla vida comunitaria, un trauma por el aislamiento a que lo llevó la no necesidad del otro para comunicarse.
Y es que para Tönnies la comunidad, Gemeinschaft, es un organismo vivo; es una forma de agrupación social basada en relaciones naturales y en una forma orgánica de existencia social: las relaciones más importantes son las familiares, incluyendo todas las relaciones familiares espontáneas, directas e íntimas. Los hombres se unen conforme al instinto siguiendo un sentimiento de unidad y solidaridad. Las relaciones dentro de la sociedad, Gessellschaft, en cambio, son asociaciones que se contraen por interés, con la intención de conseguir un propósito concreto. “Comunidad es la vida en común duradera y auténtica; sociedad es solo una vida en común pasajera y aparente”.[16]
Por esta razón, el término comunidad se ha visto a menudo relacionado con una valoración de más proximidad y emotividad que el término sociedad, siempre más impersonal, más explicativo del conjunto de individuos aislados. Algunos consideran que el término comunidad se encuentra en una especie de encrucijada entre nostalgia y utopía. Nostalgia de un mundo no contaminado, esperanza y utopía de un mundo más diverso, más humano.[17] Como dice el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, “Para nosotros en particular, que vivimos en tiempos despiadados, en tiempos de rivalidad y competencia sin tregua (…) la palabra comunidad tiene un dulce sonido. Evoca todo lo que echamos de menos y lo que nos falta para tener seguridad”.[18]
Luego, las categorías de Tönnies, tuvieron un giro lingüístico y el sustantivo gemeinschaft (comunidad) se empezó a usar para referirse al conjunto de elementos que definen las características esenciales de las comunidades. Entonces se habla de comunidades con más gemeinschaft o más gesselschaft, considerando ambos términos como adjetivos, ya no como sustantivos.
Sin embargo, aunque la tendencia general sigue siendo hacia menos gemeinschaft y más gesellschaft, es decir hacia un mayor urbanismo, los seres humanos nos sentimos más cómodos haciendo “vida en comunidad” que haciendo “vida en sociedad”; preferiríamos una estructura social que nos permitiera vivir en pequeños grupos donde todos se conocieran como personas más que como realizadores de ciertas funciones. Así, mientras nuestra sociedad se va volviendo más formal, más reglamentada y más fría, nosotros inventamos nuevas formas para que nuestras vidas se parezcan más a la “vida en comunidad”. Para ello hemos creado distintos tipos de asociaciones voluntarias, donde los miembros comparten objetivos e intereses comunes.
Con el advenimiento de Internet y la comunicación electrónica que nos permite una comunicación inmediata alrededor del mundo, sin limitaciones de ningún tipo, se están formando redes y asociaciones, denominadas “comunidades virtuales”, donde la característica principal es la comunicación mediada por computadores u otros dispositivos tecnológicos. A esto se le podría llamar, como sugiere Phil Bartle, “neo vida en comunidad” o “neo gemeinschaft”.
La comunicación para la comunión
El culmen de la comunicación es la comunión, señala Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “El rápido desarrollo” (2005). Y es que para la fe cristiana el acercamiento y la comunión entre los hombres es el fin primero de toda comunicación y la Iglesia valora la comunicación social en cuanto ésta intenta crear entre los hombres un mayor sentido comunitario, aumentando el intercambio entre unos y otros.[19]
Por otra parte, toda comunicación tiene su origen y modelo supremo en el misterio de la eterna comunión divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que existen en una misma vida divina.[20] Es en la Santísima Trinidad donde encontramos la perfecta comunicación y, por lo tanto, la perfecta comunión. Y es que fue Dios quien inició la comunicación con los hombres, empezando así la historia de la salvación y al llegar la plenitud de los tiempos se comunicó Él mismo con ellos, enviando a su Hijo Jesucristo: “El Verbo se hizo carne”.[21]
Por esta razón, el fundamento último y el primer modelo de la comunicación humana lo encontramos en Dios que se ha hecho Hombre y Hermano y que después mandó a los discípulos que anunciaran la buena nueva a todos los hombres de toda edad y región.[22] Por tanto, podemos decir que Dios es comunicación. Cuando la Iglesia afirma que “Dios es amor” está diciendo que es comunicación personal de sí, que es relación, que es comunión.
Cristo en su vida se presentó como el perfecto “Comunicador”. Por la “encarnación” se revistió de la semejanza de aquellos que después iban a ser los destinatarios de su mensaje, proclamado tanto con palabras como con su vida entera, con fuerza y constancia, desde dentro, es decir, desde en medio de su pueblo, acomodándose a su forma y modo de hablar y pensar, utilizando un lenguaje directo y claro, entendible y significativo para quienes le escuchaban. Les habló desde su misma situación y condición,[23] les explicó las Escrituras, se expresó en parábolas, dialogó en la intimidad de las casas, habló en las plazas, en las calles, en las orillas del lago, sobre las cimas de los montes.[24]
Por otra parte, la comunicación, según su más íntima naturaleza, es una entrega de sí mismo por amor, no es sola manifestación de ideas o expresión de sentimientos. Y la comunicación de Cristo es “espíritu y vida”. “En la institución de la Eucaristía, Cristo nos dejó la forma de comunión más perfecta que puede darse en este mundo, a saber: la comunión entre Dios y el hombre y, mediante ella, la más perfecta y estrecha unión entre los hombres mismos. Por último, Cristo nos comunicó su Espíritu Vivificador que es el principio de todo acercamiento y unidad.”[25]
Esta unión del hombre con Dios nos revela el sentido original de la palabra comunicación: no hay unión sin comunidad, ni comunidad sin participación. Para encontrar sus vínculos podemos indagar en las raíces latinas de las palabras, y encontraremos que communis (común) es raíz de communicare (sinónimo de comulgar, con el significado de participar en común, poner en relación) y de sus derivados communio-onis (comunión) y communicatio-onis (comunicación). A la vez, en griego, el vocablo koinos (común) da lugar a koinonía, como acto y realidad que resultan de compartir, de poner en común. La Iglesia primitiva nació bajo esta concepción y desde su origen relacionó la proclamación del Evangelio con la participación en una comunidad que implicaba compartir el pan y los bienes (Hch 2, 42-47; 4, 32-35).[26]
La koinonía es principalmente un intercambio, una comunicación recíproca de vida y de amor entre personas, es decir, una verdadera comunión. Y también la koinonía verdadera es una verdadera amistad, y sirve para designar ese nuevo tipo de relación personal entre Dios y el hombre, que es alianza y amistad. Jesucristo es la realización suprema y la máxima expresión de la koinonía, ya que asumiendo nuestra naturaleza nos hizo partícipes de su naturaleza divina.[27]
Sin embargo, hoy día, las dificultades inherentes a la comunicación son grandes y obedecen tanto a las ideologías, al deseo de ganancia y poder, a las rivalidades y conflictos entre individuos y grupos, como a la fragilidad humana y a los males sociales. En los primeros tiempos, la comunicación fue oral y la relación humana estrecha. Hoy, la comunicación es amplia y la relación humana débil. Los mensajes de hoy son materialistas, consumistas y relativistas. Se alejan de la visión católica que propone al Padre, al Hijo y al espíritu Santo –la Santísima Trinidad-, como un modelo de perfecta comunicación.
El problema del modelo trinitario, es que los ingenios tecnológicos de comunicación sin límites, ponen a disposición del hombre información útil, entretenida y absorbente, que exacerban el materialismo y lo alejan de la búsqueda de Dios.
El gran desafío para la Iglesia, los creyentes y las personas de buena voluntad en nuestro tiempo, es el de mantener una comunicación verdadera y libre, que contribuya a consolidar el progreso integral del mundo, pero que también favorezca “el frágil intercambio entre mente y mente, entre corazón y corazón, que debe caracterizar toda comunicación al servicio de la solidaridad y el amor”.[28] Solo así podremos recuperar y dar sentido a la cadena comunicación-comunidad-comunión, para comunicar al mundo, con todos los medios, la belleza y la alegría de la vida en Cristo.
BIBLIOGRAFÍA
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- Valdés, Victoriano. Siglo XXI: Hombre y Comunicación. En Revista Diplomacia Nº 83, abril–junio 2000.
[1] Cfr. Desantes, J.M. Ética y Derecho, promotores de la técnica informativa. Universidad de Piura 1998, p. 153.
[2] Desantes, J.M. Ética y Derecho, promotores de la técnica informativa. Universidad de Piura, 1998, p. 9.
[3] Desantes, J.M. Ética, el derecho y el deber de informar. Unife, 1999, pp. 12-13.
[4] Desantes, J.M. Ética y Derecho, promotores de la técnica informativa. Universidad de Piura, 1998. p. 9.
[5] Desantes, J.M. Ética, el derecho y el deber de informar. Unife, 1999, pp. 16-17.
[6] Cfr. Ob. cit., pp. 16-17.
[7] Cfr. Desantes, J.M. Información y Derecho. Pontificia Universidad Católica de Chile, 1990, p. 34.
[8] Ob. cit., p. 35.
[9] Desantes, J.M. La ciudad núcleo de comunicación. En Reflexiones Académicas, Universidad Diego Portales, N° 11, 1999, p. 25.
[10] Valdés, V. Siglo XXI: Hombre y Comunicación. En Revista Diplomacia Nº 83, abril–junio 2000, p. 70.
[11] Cfr. Ong, W. Lo oral, lo escrito y los medios de comunicación modernos. En La Comunicación en la Historia, de Crowley y Heyer (compiladores), Ed. Bosch. Barcelona 1997, p. 90.
[12] Cfr. Ibidem.
[13] Valdés, V. Siglo XXI: Hombre y Comunicación. En Revista Diplomacia Nº 83, abril–junio 2000, p. 70.
[14] Ob. cit. p. 71.
[15] Cfr. Ong, W. Imprenta, espacio y conclusión. En La Comunicación en la Historia, de Crowley y Heyer (compiladores), Ed. Bosch. Barcelona 1997, pp. 158-159.
[16] Tönnies, F. Gemeinschaft und Gesselschaft. 1887.
[17] Cfr. Subirats, J. En torno a Ciutat Vella. Identidades y diversidades en las ciudades. En Barcelona Metrópolis Mediterránea BMM Cuaderno Central N° 45. URL: http://www.bcn.es/publicacions/bmm/45/cs_qc5.htm
[18] Bauman, Z. citado por Álvaro, D. Los conceptos de “comunidad” y “sociedad” de Ferdinand Tönnies. En papeles del CEIC # 52, marzo 2010.
[19] Cfr. Communio et Progressio, Instrucción Pastoral sobre los Medios de Comunicación Social, de la Pontificia Comisión para los Medios de Comunicación Social . N° 8.
[20] Cfr.Ibidem, N° 8.
[21] Cfr.Ibidem, N° 10.
[22] Cfr. Ibidem, N° 10.
[23] Cfr. Ibidem, N° 11.
[24] Juan Pablo II. El rápido desarrollo, Carta Apostólica, 2005, N° 5.
[25] Ibidem, N° 11.
[26] Cfr. Cortés, C. El communicare eclesial: camino de comunión. Ponencia en el 1° Encuentro Continental de Comunicadores Católicos, DECOS-CELAM y OCIC-AL, UCLAP y UNDA-AL. Diciembre de 1998. Disponible en el URL: http://www.iscmrc.org/spanish/cortes.html
[27] Cfr. Alonso, S., cmf. Misterio de Koinonía. Comunión interpersonal. 2007. En el URL: http://www.ciudadredonda.org/articulo/misterio-de-koinonia-comunion-interpersonal
[28] Juan Pablo II. El rápido desarrollo. Carta Apostólica, 2005, N° 13.