La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad


Ofrecimiento de la voluntad humana a la Reina Celestial




28° día

Suena la hora del dolor.  La Pasión.  Un Deicidio.  Llanto de toda la naturaleza

"Solemne Consagración de mi voluntad a mi Mamá celestial"


Oración 

a la Reina del Cielo

 para cada día del mes

Para hacer la oración, leída:


Oración 

a la Reina del Cielo

 para cada día del mes



Reina Inmaculada, celestial Madre mía, vengo sobre tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija en tus brazos, para pedirte con los suspiros más ardientes en este mes consagrado a ti, la gracia más grande: “Que me admitas a vivir en el reino de la Divina Voluntad.” 

Mamá santa, Tú que eres la Reina de este reino, admíteme como hija tuya a vivir en él, a fin de que no esté más desierto sino poblado de tus hijos. Por eso Soberana Reina, a ti me confío, a fin de que guíes mis pasos en el reino del Querer Divino, y estrechada a tu mano materna guiarás todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a mi Mamá te entrego mi voluntad, para que me la cambies por la Divina Voluntad y así pueda estar segura de no salir de su reino. Por eso te ruego que me ilumines para hacerme comprender qué significa Voluntad de Dios. 

Ave María 


Florecita del mes: 

En la mañana, al medio día y en la tarde, es decir, tres veces al día, iré sobre las rodillas de nuestra Mamá celestial a decirle: “Mamá mía, te amo, y Tú ámame y dale un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma, y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna. 

La Virgen nos dice:


"...Que tú escuches mis lecciones todas de Cielo y aprendas a vivir de Voluntad Divina!"


28° día 

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Para recibir su Visita Celestial, con el texto:


La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad


28° día


Suena la hora del dolor.  La Pasión.  Un Deicidio.  Llanto de toda la naturaleza

 


El alma a su Madre dolorosa

Mi querida Madre dolorosa, hoy más que nunca siento la irresistible necesidad de estarme junto a ti. No, no me apartaré de tu lado, para ser espectadora de tus acerbos dolores y pedirte como hija, la gracia de  que  pongas en mí tus dolores y los de tu Hijo Jesús, e incluso su misma muerte, a fin de que su muerte y tus dolores me den la gracia de hacerme morir continuamente a mi voluntad, y sobre de ella hacerme resurgir la Vida de la Divina Voluntad.

 

 


Lección de la Reina de los dolores

Hija queridísima, no me niegues tu compañía en tantas amarguras  mías.    La Divinidad ya ha decretado el último día de mi Hijo acá abajo. Ya un apóstol lo ha traicionado, poniéndolo en las manos de los Judíos para hacerlo morir. Ya mi querido Hijo, dando en exceso de amor y no queriendo dejar a sus hijos, que con tanto  amor vino  a buscar sobre la tierra, se queda en  el sacramento  de la Eucaristía, a fin de que cualquiera que lo quiera lo pueda poseer. Así que   la Vida de mi Hijo está por terminar y por emprender el vuelo a su Patria celestial. ¡Ah hija querida! El Fiat Divino me lo dio, y Yo en el Fiat Divino le  recibí, y ahora en el mismo Fiat hago la entrega. Se me desgarra el corazón, mares inmensos de dolores me inundan, siento que la vida se me va por el espasmo atroz, pero nada podía negar al Fiat Divino, por el  contrario,  me  sentía dispuesta a sacrificarlo con mis mismas manos si Él lo hubiera querido. La fuerza del Querer Divino es omnipotente, y Yo sentía tal fortaleza en virtud del Él, que me habría contentado con morir antes que negar nada a la Divina Voluntad.

Ahora hija mía escúchame, mi materno corazón está ahogado de penas, el solo  pensar que debe morir mi Hijo, mi Dios, mi vida, es más que muerte para  tu Mamá, sin embargo sé que debo vivir. ¡Qué tormento! Que desgarros profundos se forman en mi corazón, que con espadas afiladas me lo traspasan de lado a lado, sin embargo hija querida, me duele el decirlo, pero debo decírtelo, en estas penas y desgarros profundos, y en las penas de mi amado Hijo estaba tu alma, tu voluntad humana, que no haciéndose dominar por la de Dios, Nosotros la cubríamos de penas, la embalsamábamos, la fortalecíamos con nuestras penas, a fin de que se dispusiera a recibir la Vida de la Divina Voluntad.

¡Ah! si el Fiat Divino no me hubiera sostenido y no continuara su curso de  los mares infinitos de luz, de alegría, de felicidad, al lado de los mares de mis acerbos dolores, Yo habría muerto tantas veces por cuantas penas sufrió mi querido Hijo. ¡Oh! cómo me sentí destrozar cuando la última vez lo vi pálido,  con una tristeza de muerte sobre el rostro, y con voz temblorosa como si quisiera sollozar, me dijo: “¡Mamá, adiós! Bendice a tu Hijo, y dame la obediencia de morir. El mío y tu Fiat Divino me hicieron concebir, el mío y tu  Fiat Divino me deben hacer morir. Rápido ¡oh! Mamá querida, pronuncia tu Fiat y dime: “Te bendigo y te doy la obediencia de morir  crucificado, así lo quiere el eterno Querer, así quiero también Yo.”

Hija mía, que tormento a mi corazón traspasado, sin embargo debía decirlo, porque en Nosotros no existían penas forzadas, sino todas voluntarias. Por eso ambos nos bendijimos y dándonos aquella mirada que no sabe separarse más del objeto amado, mi querido Hijo, la dulce vida mía, partió, y Yo, tu Mamá doliente, lo dejé, pero el ojo de mi alma no lo perdió jamás de vista. Lo seguí en el huerto, en su tremenda agonía, y ¡oh, cómo me sangró el corazón al verlo abandonado por todos, hasta de sus más fieles y queridos apóstoles!

Hija mía, el abandono de las personas queridas es uno de los dolores más grandes para un corazón humano en las horas tormentosas de la vida, especialmente para mi Hijo, que tanto los había amado y beneficiado, y estaba en acto de dar la vida por aquellos mismos que lo habían abandonado en las horas extremas de su Vida, mejor dicho habían huido, ¡qué dolor! ¡qué dolor! Y Yo, al verlo agonizar, sudar sangre, agonizaba junto y lo sostenía en mis brazos maternos. Yo era inseparable de mi Hijo, sus penas se  reflejaban  en  mi  corazón derretido por el dolor y por el amor, y Yo las sentía más que si fueran mías. Así lo seguí toda la noche. No hubo pena ni acusación que le hicieron que no resonara en mi corazón. Pero al alba, no pudiendo más, acompañada por el discípulo Juan, por Magdalena y por otras pías mujeres, lo quise seguir paso a paso, de un tribunal al otro, aun corporalmente.

Hija mía queridísima, Yo oía el estruendo de los golpes que llovían sobre el cuerpo desnudo de mi Hijo, oía las burlas, las risas satánicas y los golpes que  le daban sobre la cabeza en el momento de coronarlo de espinas. Lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo, desfigurado  e  irreconocible, sentí ensordecer con  el “crucifícalo”, “crucifícalo”, lo vi ponerse la cruz sobre sus espaldas, agotado, atormentado, y Yo, no pudiendo resistir aceleré el paso para darle el último abrazo y enjugarle el rostro todo bañado de sangre. ¡Pero qué! Para Nosotros  no  había piedad, los crueles soldados lo arrancan de mi lado con las cuerdas y  lo hacen caer. Hija querida, qué pena desgarradora el no poder socorrer en tantas penas a mi querido Hijo, por eso cada pena abría un mar de dolor en mi traspasado corazón. Finalmente lo seguí al Calvario, donde en medio de penas inauditas y espasmos horribles fue crucificado y levantado en la cruz, y sólo entonces me fue concedido quedarme a los pies de la cruz, para recibir de sus labios agonizantes el don de todos mis hijos y el derecho y sello de mi maternidad sobre todas las criaturas. Y poco después,  entre  espasmos inauditos expiró. Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador. Lloró el sol, obscureciéndose y retirándose horrorizado de la faz de la tierra. Lloró la tierra con un fuerte temblor, desgarrándose en varios puntos por el dolor de la muerte de su Creador. Todos lloraron, las sepulturas abriéndose, los muertos resucitando, y también el velo del templo  lloró  de dolor rompiéndose. Todos perdieron el ánimo y sintieron terror y espanto. Hija mía, y tu Mamá está petrificada por el dolor, esperándolo en mis brazos para ponerlo en el sepulcro.

Ahora escúchame, en mi intenso dolor quiero hablarte con las penas de mi Hijo de los graves males de tu voluntad humana. Míralo en mis  brazos  dolientes, cómo está desfigurado, es el verdadero retrato de los males que el querer humano hace a las pobres criaturas, y mi querido Hijo  quiso  sufrir  tantas penas para levantar nuevamente esta voluntad caída en lo  bajo  de  todas las miserias, y en cada pena de Jesús y en cada dolor mío la llamaban a resurgir en la Voluntad Divina. Fue tanto nuestro amor, que para poner  al seguro esta voluntad humana la llenamos de nuestras penas, hasta ahogarla,  y la encerramos dentro de los mares inmensos de mis dolores y de los de mi amado Hijo. Por eso, en este día de dolores para tu Madre dolorosa, y todo por ti, dame por correspondencia en mis manos tu voluntad, para que la encierre en las llagas sangrantes de Jesús, como la más bella victoria de su pasión y muerte, y como triunfo de mis acerbísimos dolores.

 

 


El alma

Mamá dolorosa, tus palabras me hieren el corazón y me siento morir al oír que ha sido mi voluntad rebelde la que os ha hecho sufrir tanto. Por eso te ruego que la encierres en las llagas de Jesús, para vivir de sus penas y de tus acerbos dolores.

 

 


Florecita: Hoy para honrarme besarás las llagas de Jesús diciendo cinco actos de amor, rogándome que mis dolores sellen tu voluntad en la abertura de su sagrado costado.

 

Jaculatoria: Las llagas de Jesús y los dolores de mi Mamá, me  den  la gracia de hacer resurgir mi voluntad en la Voluntad de Dios.

Canción Reina Inmaculada

Tomado de la oración para todos los días  del libro 

"La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad" 

Continuamos en el Estudio, para el Ejercicio en Tu Voluntad


Imágenes de apoyo

Para la 28° Lección

Para ir al índice de las 31 Visitas Celestiales:  

Consagración a la Divina Voluntad