La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad


Ofrecimiento de la voluntad humana a la Reina Celestial




23° día

Una estrella nueva con su dulce centellear llama a los magos a adorar a Jesús.  La epifanía

"Solemne Consagración de mi voluntad a mi Mamá celestial"


Oración 

a la Reina del Cielo

 para cada día del mes

Para hacer la oración, leída:


Oración 

a la Reina del Cielo

 para cada día del mes



Reina Inmaculada, celestial Madre mía, vengo sobre tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija en tus brazos, para pedirte con los suspiros más ardientes en este mes consagrado a ti, la gracia más grande: “Que me admitas a vivir en el reino de la Divina Voluntad.” 

Mamá santa, Tú que eres la Reina de este reino, admíteme como hija tuya a vivir en él, a fin de que no esté más desierto sino poblado de tus hijos. Por eso Soberana Reina, a ti me confío, a fin de que guíes mis pasos en el reino del Querer Divino, y estrechada a tu mano materna guiarás todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a mi Mamá te entrego mi voluntad, para que me la cambies por la Divina Voluntad y así pueda estar segura de no salir de su reino. Por eso te ruego que me ilumines para hacerme comprender qué significa Voluntad de Dios. 

Ave María 


Florecita del mes: 

En la mañana, al medio día y en la tarde, es decir, tres veces al día, iré sobre las rodillas de nuestra Mamá celestial a decirle: “Mamá mía, te amo, y Tú ámame y dale un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma, y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna. 

La Virgen nos dice:


"...Que tú escuches mis lecciones todas de Cielo y aprendas a vivir de Voluntad Divina!"


23° día 

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Para recibir su Visita Celestial, con el texto:


La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad


23° día


Una estrella nueva con su dulce centellear llama a los magos a adorar a Jesús.  La epifanía



 

El alma a su Madre celestial

Heme aquí de nuevo Mamá santa sobre tus  rodillas  maternas,  el  dulce niño que estrechas en tu seno y tu belleza raptora me encadenan de modo que no puedo alejarme de ti, pero hoy tu aspecto es más bello aún, me parece que  el dolor de la circuncisión te ha vuelto más bella, tu dulce mirada ve a lo lejos para ver si llegan personas queridas, porque sientes la inquietud de  querer hacer conocer a Jesús. Yo no me apartaré de tus rodillas, para que también yo escuche tus bellas lecciones, para que pueda conocerlo y amarlo más.

 

 

Lección de la Reina del Cielo

Hija queridísima, tienes razón de que me ves más bella, tú debes saber que cuando vi circuncidado a mi Hijo y manar sangre de la herida, Yo amé aquella sangre, aquella herida, y quedé doblemente Madre: Madre de mi Hijo y Madre de su sangre y de su crudo dolor, así que adquirí ante la Divinidad doble derecho de maternidad, doble derecho de gracias para Mí y para todo el  género humano, he aquí por qué me ves más bella.

Hija mía, cómo es bello hacer el bien, sufrir en paz por amor de Aquél que nos ha creado, esto ata la Divinidad a la criatura y le da tanto de gracias y de amor, hasta ahogarla. Este amor y gracias no saben estar ociosos, sino quieren correr, darse a todos para hacer conocer a Aquél que tanto ha dado. Por esto sentía la necesidad de hacer conocer a mi Hijo.

Ahora hija mía bendita, la Divinidad, que no sabe negar nada a quien la ama, hace surgir bajo el cielo azul una nueva estrella más bella y luminosa, y con su luz va en busca de adoradores para decir con su mudo centellear a todo el mundo: “Ha nacido Aquél que ha venido a salvaros, vengan a adorarlo y a conocerlo como vuestro Salvador.” Pero, oh ingratitud humana, entre tantos, sólo tres personajes pusieron atención, y sin tener en cuenta los sacrificios se pusieron en camino para seguir la estrella. Y así como una estrella guiaba en el camino a sus personas, así mis oraciones, mi amor, mis suspiros, mis gracias, -porque quería hacer conocer al celestial niño, el esperado de todos los siglos,- como tantas estrellas descendían en sus corazones, iluminaban sus mentes, guiaban su interior, de modo que sentían que sin conocerlo todavía, amaban a Aquél que buscaban, y aceleraban el paso para llegar y ver a Aquél que tanto amaban.

Hija mía queridísima, mi corazón de Madre se regocijaba por la fidelidad, correspondencia y sacrificio de estos reyes magos, por venir a conocer y adorar  a mi Hijo. Pero no te puedo esconder un secreto doloroso mío, entre tantos, apenas tres, y en la historia de los siglos, cuántas veces no se me repite este dolor e ingratitud humana; yo y mi Hijo no hacemos otra cosa que hacer surgir estrellas, una más bella que la otra para llamar: alguna  a  conocer  a  su  Creador, otra a la santidad, otra a resurgir del pecado, quién al heroísmo de un sacrificio, ¿pero quieres saber tú cuáles son estas estrellas? Un encuentro doloroso es una estrella, una verdad que se conoce es una estrella, un amor no correspondido por otras criaturas es una estrella, un revés, una pena, un desengaño, una fortuna inesperada, son tantas estrellas que hacen luz en las mentes de las criaturas, que acariciándolas quieren hacerlas encontrar al celestial infante, que sufre de amor, y aterido por el frío quiere un refugio en  sus corazones para hacerse conocer y amar. Pero, ay de Mí, yo que lo tengo en mis brazos espero en vano que las estrellas me traigan a las criaturas para ponerlo en sus corazones, y mi maternidad viene restringida, obstaculizada; y mientras soy Madre de Jesús, me es impedido hacer de Madre a todos, porque no están a mi alrededor, no buscan a Jesús; las estrella se esconden y ellas quedan en la Jerusalén del mundo, sin Jesús. ¡Qué dolor hija mía, qué dolor! Se requiere correspondencia, fidelidad, sacrificio para seguir las estrellas, y  si  surge el Sol de la Divina Voluntad en el alma, qué atención no se requiere, de otra manera se queda en la oscuridad del querer humano.

Ahora hija mía, los santos reyes magos, en cuanto entraron en Jerusalén perdieron la estrella, pero a pesar de esto no cesaron de buscar a Jesús. En cuanto llegaron fuera de la ciudad, la estrella reapareció y los condujo festivos   a la gruta de Belén. Yo los recibí con amor de Madre, y el querido niño los miró con tanto amor y majestad, haciendo transparentar  de  su  pequeña  Humanidad su Divinidad, por lo cual, inclinándose, se arrodillaron a sus pies adorando y contemplando aquella celestial belleza, lo reconocieron por verdadero Dios y estaban raptados, extasiados en gozarlo, tanto  que  el  celestial niño debió retirar su Divinidad en su Humanidad, de otra manera se habrían quedado ahí, sin poderse apartar de sus pies divinos. En cuanto se recuperaron del éxtasis donde ofrecieron el oro de sus almas, el incienso de su creencia y adoración, la mirra de todo su ser y de cualquier sacrificio que  hubiera querido, agregaron el ofrecimiento y regalos externos, símbolo de sus actos internos: Oro, incienso y mirra. Pero mi amor de Madre no estaba contento aún, quise poner en sus brazos al dulce niño, y ¡oh! con cuánto amor  lo besaron, lo estrecharon a su pecho, sentían en ellos el paraíso  anticipado. Con esto mi Hijo ataba a todas las naciones gentiles al conocimiento del verdadero Dios y ponía a todos en común los bienes de la  Redención,  el  retorno de la fe a todos los pueblos; se constituía Rey de los dominantes, y con las armas de su amor, de sus penas y de sus lágrimas, dominando sobre  todo llamaba el reino de su Voluntad sobre la tierra. Y Yo, tu Mamá, quise ser la primera apóstol, los instruí, les conté la historia de mi  Hijo,  su  amor  ardiente, les recomendé que lo hicieran conocer a todos, y tomado el primer puesto de Madre y Reina de todos los apóstoles, los bendije, los hice bendecir por el querido niño, y felices y con lágrimas volvieron a sus regiones. Yo no los dejé, sino que con afecto materno los acompañé, y para corresponderles les hacía sentir a Jesús en sus corazones; ¡cómo estaban contentos!  Tú  debes  saber que sólo me siento verdadera Madre cuando veo que mi Hijo tiene el dominio, la posesión, y forma su perenne morada en los corazones que lo buscan y aman.

Ahora una palabrita para ti hija mía, si quieres que te haga de verdadera Madre, hazme poner a Jesús en tu corazón, lo harás feliz con tu amor, lo alimentarás con el alimento de su Voluntad, porque Él no toma otro alimento, me lo vestirás con la santidad de tus obras, Yo vendré a tu corazón y haré crecer de nuevo junto contigo a mi querido Hijo, y haré a ti y a Él el oficio de Madre; así sentiré las puras alegrías de mi fecundidad materna. Tú debes saber que lo que no comienza de Jesús que está dentro del corazón, aunque sean las obras más bellas externas, no pueden jamás agradarme, porque están vacías de la Vida de mi querido Hijo.


El alma a su Madre celestial

Mamá santa, cómo debo agradecerte que quieres poner al celestial niño en mi corazón, cómo estoy contenta por ello, ¡ah! te ruego que me escondas bajo tu manto, a fin de que no vea nada más que al niño que está en mi corazón, y formando de todo mi ser un solo acto de amor de Voluntad Divina, lo haga crecer tanto, hasta llenarme toda de Jesús, y a quedar de mí sólo el velo que lo esconda.

 

 

Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces a besar al celestial pequeño y le darás el oro de tu voluntad, el incienso de tus adoraciones, la  mirra de tus penas, y me pedirás que lo encierre en tu corazón.

 

Jaculatoria: Mamá celestial, enciérrame en el muro de  la  Divina  Voluntad, para alimentar a mi querido Jesús

Canción Reina Inmaculada

Tomado de la oración para todos los días  del libro 

"La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad" 

Continuamos en el Estudio, para el Ejercicio en Tu Voluntad


Imágenes de apoyo

Para la 23° Lección

Para ir al índice de las 31 Visitas Celestiales:  

Consagración a la Divina Voluntad