La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad


Ofrecimiento de la voluntad humana a la Reina Celestial




29° día

El limbo, expectación, victoria sobre la muerte.  

La Resurrección

"Solemne Consagración de mi voluntad a mi Mamá celestial"


Oración 

a la Reina del Cielo

 para cada día del mes

Para hacer la oración, leída:


Oración 

a la Reina del Cielo

 para cada día del mes



Reina Inmaculada, celestial Madre mía, vengo sobre tus rodillas maternas para abandonarme como tu querida hija en tus brazos, para pedirte con los suspiros más ardientes en este mes consagrado a ti, la gracia más grande: “Que me admitas a vivir en el reino de la Divina Voluntad.” 

Mamá santa, Tú que eres la Reina de este reino, admíteme como hija tuya a vivir en él, a fin de que no esté más desierto sino poblado de tus hijos. Por eso Soberana Reina, a ti me confío, a fin de que guíes mis pasos en el reino del Querer Divino, y estrechada a tu mano materna guiarás todo mi ser para que haga vida perenne en la Divina Voluntad. Tú me harás de Mamá, y como a mi Mamá te entrego mi voluntad, para que me la cambies por la Divina Voluntad y así pueda estar segura de no salir de su reino. Por eso te ruego que me ilumines para hacerme comprender qué significa Voluntad de Dios. 

Ave María 


Florecita del mes: 

En la mañana, al medio día y en la tarde, es decir, tres veces al día, iré sobre las rodillas de nuestra Mamá celestial a decirle: “Mamá mía, te amo, y Tú ámame y dale un sorbo de Voluntad de Dios a mi alma, y dame tu bendición para que pueda hacer todas mis acciones bajo tu mirada materna. 

La Virgen nos dice:


"...Que tú escuches mis lecciones todas de Cielo y aprendas a vivir de Voluntad Divina!"


29° día 

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Para recibir su Visita Celestial, con el texto:


La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad


29° día


El limbo, expectación, victoria sobre la muerte.  

La Resurrección


 

El alma a su Madre Reina

Mamá traspasada, tu pequeña hija, sabiéndote sola sin el  amado  Bien  Jesús, quiere estarse estrechada a ti para hacerte compañía en tu amarguísima desolación. Sin Jesús todas las cosas se cambian en  dolor para  ti. El recuerdo  de sus penas desgarradoras, el dulce sonido de su voz que todavía resuena en   tu oído, la fascinante mirada del querido Jesús, ahora dulce, ahora triste, ahora llena de lágrimas, pero que siempre te raptaban tu materno corazón, y ahora   no tenerlos más contigo son espadas que traspasan, que pasan de lado a lado   tu traspasado corazón.

Mamá desolada, tu querida hija quiere por cada pena darte un alivio, una compasión. Más bien, quisiera ser Jesús para poderte dar todo el amor, todos  los consuelos, alivios y compasiones que te habría dado el mismo Jesús en este tu estado de amarga desolación. El dulce Jesús me ha dado a ti como hija, por eso ponme en su puesto en tu materno corazón, y yo seré toda de mi Mamá, te enjugaré las lágrimas y te haré siempre compañía.

 

 

Lección de la Reina y Madre desolada

Hija queridísima, gracias por tu compañía, pero si quieres que tu compañía me sea dulce y querida y portadora de alivio a mi traspasado corazón, quiero encontrar en ti la Voluntad Divina obrante, dominante y que no ceda a tu voluntad ni siquiera un respiro de vida. Entonces sí, te cambiaré con mi Hijo Jesús, porque estando su Voluntad en ti, en Ella sentiré a Jesús en tu corazón, y

¡oh! cómo seré feliz de encontrar en ti el primer fruto de sus penas y de su muerte. Si encuentro en mi hija a mi amado Jesús, mis penas se cambiarán en alegrías y mis dolores en conquistas.

Ahora escúchame hija de mis dolores. En cuanto mi querido Hijo expiró, bajó al limbo como triunfador y portador de gloria y de felicidad, en aquella cárcel donde se encontraban todos los patriarcas y profetas, el primer padre Adán, el querido san José y mis santos padres, y todos aquellos que en virtud de los méritos previstos del futuro Redentor se habían salvado. Yo era inseparable de mi Hijo, y ni siquiera la muerte me lo podía quitar, por eso, en medio de mis dolores lo seguí al limbo y fui espectadora de la fiesta, de los agradecimientos que toda aquella gran turba de gente dio a mi Hijo, porque había sufrido tanto y porque su primer paso había sido hacia ellos para beatificarlos, y llevarlos con Él a la gloria celestial. Así que, en cuanto murió comenzaron las conquistas, la gloria para Jesús y para todos aquellos que lo amaban. Esto querida hija es símbolo de que en cuanto la criatura hace morir   su voluntad con la unión de la Voluntad Divina, comienzan las conquistas en el orden divino, la gloria, la alegría, incluso en medio a los  más  grandes  dolores. Por tanto, en vista de que los ojos de mi alma siguieron a mi Hijo,   jamás lo perdí de vista, tampoco en los tres días que estuvo  sepultado;  Yo sentía tal ansia de verlo resucitado que iba repitiendo en mi ímpetu de amor: “Resucita gloria mía, resucita vida mía” Mis deseos  eran  ardientes,  mis  suspiros de fuego, hasta hacerme sentir consumir.

Ahora, en estas ansias vi que mi querido Hijo, acompañado de aquella gran turba de gente salió del limbo triunfante y se la llevó al sepulcro. Era el amanecer del tercer día, y así como toda la naturaleza lo lloró, así ahora se alegraba tanto, que el sol anticipó su curso para  estar  presente  en  el  momento en que mi Hijo resucitaba. Pero, ¡oh! maravilla, antes de resucitar  hizo ver a aquella turba de gente su santísima Humanidad sangrante, llagada, desfigurada, cómo había quedado reducida por amor de ellos y  de  todos.  Todos se conmovieron y admiraron los excesos de amor y el gran portento de la Redención.

Ahora hija mía, ¡oh! cómo te quisiera presente en el acto en que resucitó mi Hijo, Él era todo majestad, su Divinidad unida a su alma manaba mares de   luz y de belleza encantadora, de llenar Cielo y tierra, y como triunfador, haciendo uso de su poder, ordenó a su muerta Humanidad que recibiera de nuevo su alma y que resucitara triunfante y gloriosa a la vida inmortal. ¡Qué  acto tan solemne! Mi querido Jesús triunfaba sobre la muerte diciendo: “Muerte, tu no serás más muerte, sino vida.” Con este acto de triunfo ponía el sello de que era Hombre y Dios, y con su  Resurrección  confirmaba  el  Evangelio, los milagros, la vida de los sacramentos y toda la vida de la Iglesia, y no sólo esto, sino que daba el triunfo sobre la voluntad humana debilitada y   casi extinta en el verdadero bien, de hacer triunfar sobre ellas la Vida  del  Querer Divino, que debía llevar a las criaturas la plenitud de la santidad y de todos los bienes, y al mismo tiempo arrojaba, en virtud de su Resurrección, el germen en los cuerpos de resurgir a la gloria imperecedera. Hija mía, la Resurrección de mi Hijo encierra todo, dice todo, confirma todo y  es  el acto más solemne que Él hizo por amor de las criaturas.

Ahora escúchame hija mía, te quiero hablar como Mamá que ama mucho a su hija. Quiero decirte qué significa hacer la Voluntad Divina y vivir de Ella y el ejemplo te lo damos mi Hijo y Yo. Nuestra vida estuvo rociada de penas, de pobreza, de humillaciones, hasta ver morir de penas a mi amado Hijo, pero en todo esto corría la Voluntad Divina. Ella era la vida de nuestras penas, y  Nosotros nos sentíamos triunfantes y conquistadores, de cambiar la misma muerte en vida. Tan es así, que al ver el gran bien, voluntariamente nos ofrecíamos a sufrir, porque estando en Nosotros la Divina Voluntad ninguno  se podía imponer sobre Ella ni sobre Nosotros. El sufrir estaba  en  nuestro  poder y lo llamábamos como alimento y triunfo de la Redención, para poder llevar el bien a todo el mundo entero.

Ahora hija querida, si tu vida, tus penas tuvieran por centro de vida la Divina Voluntad, está cierta que el dulce Jesús se servirá de ti y de tus penas para dar ayuda, luz, gracia a todo el universo. Por eso ánimo, la Divina Voluntad sabe hacer cosas grandes donde Ella reina, y en todas las circunstancias mírate en Mí y en tu dulce Jesús y camina adelante.

 

 

El alma

Mamá santa, si Tú me ayudas me tendrás bajo tu manto defendida, haciéndome de celestial centinela, yo estoy segura que todas mis penas las convertiré en Voluntad de Dios, y te seguiré paso a paso en las vías interminables del Fiat Supremo, porque sé que tu amor fascinante de Madre, tu potencia, vencerán mi voluntad, y la tendrás en tu poder y me la cambiarás por la Divina Voluntad. Por eso Mamá mía, a ti me confío y en tus brazos me abandono.



Florecita: Hoy para honrarme dirás siete veces: “No mi voluntad, sino la tuya se haga.” Ofreciéndome mis dolores para pedirme la gracia que tú hagas siempre la Divina Voluntad.

 

Jaculatoria: Mamá mía, por la Resurrección de tu Hijo, hazme resurgir en la Voluntad de Dios.

Canción Reina Inmaculada

Tomado de la oración para todos los días  del libro 

"La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad" 

Continuamos en el Estudio, para el Ejercicio en Tu Voluntad


Imágenes de apoyo

Para la 29° Lección

Para ir al índice de las 31 Visitas Celestiales:  

Consagración a la Divina Voluntad