Moral y religión
La teoría del mandato divino
No existe una única moral sino muchas morales. Las sociedades humanas, tan pronto entran en contacto unas con otras, son conscientes de la diversidad de normas morales, de las distintas maneras de entender nuestras obligaciones para con nuestros semejantes y de qué es lo que vale la pena lograr (lo bueno) en nuestra vida. Ante la diversidad de opiniones morales, surgen preguntas como:
¿Son nuestras normas y valores morales mejores que los de otras sociedades?
¿Cómo ha surgido la moral? ¿Es creada por los hombres? ¿Cambia con los tiempos?
Otra cuestión que surge al vivir en grandes sociedades de millones de individuos es ¿por qué debemos cumplir las normas morales? En sociedades pequeñas de decenas o cientos de personas (bandas, aldeas), las obligaciones morales se refieren a personas que conocemos por su nombre y con las nos relacionamos cotidianamente. Los lazos afectivos y la presión directa del grupo nos impulsan a cumplir con la moral de nuestra sociedad. Pero cuando las sociedades crecen, nuestras obligaciones morales se extienden a personas que no conocemos ni nosotros mismos ni nuestro grupo más cercano. Surgen así preguntas como:
¿Por qué debo cumplir las normas morales que afectan a desconocidos?
¿Merecen otros el mismo respeto y cuidado que merecen mi familia y amigos?
Todas estas preguntas (y algunas otras) son respondidas desde un primer momento si aceptamos que:
Nuestras normas morales no son fruto de nuestra inteligencia o nuestros acuerdos, sino de la inteligencia divina.
Los dioses son más sabios y buenos que los hombres, y sus normas son por tanto las mejores normas morales imaginables.
Los dioses (uno o varios) nos han comunicado las normas morales que debemos seguir.
Estos dioses tienen interés en que cumplamos sus normas: además de comunicárnoslas, seremos premiados o castigados según cumplamos o incumplamos esas normas.
Estos cuatro puntos resumen la teoría del mandato divino: las normas morales son mandamientos que los dioses nos imponen a los humanos. Nosotros no hemos jugado ningún papel en la creación de esas normas: nuestro papel se limita a elegir si obedecerlas o desobedecerlas.
Críticas a la teoría del mandato divino
La teoría del mandato divino sigue siendo hoy en día la explicación más aceptada de la moralidad. Para una mayoría de personas, sin el soporte divino no es posible sostener la moral, menos aún cumplirla. Si dios (o los dioses) no existieran, todo estaría permitido.
Sin embargo, no es difícil encontrar deficiencias a esta teoría:
Hay muchos dioses, ¿a cuál escuchar? ¿a cuál obedecer? La cuestión inicial ¿qué normas morales son las mejores? se ha transformado en otra: ¿qué dioses son los mejores?
¿Existen los dioses? ¿Todos ellos? ¿O sólo algunos? ¿Cómo podemos convencernos de la existencia de unos y de la inexistencia de otros?
Las sociedades cambian, y de forma muy profunda en los últimos siglos o incluso decenios. Las ciencias nos ofrecen nuevas posibilidades (donación de órganos, terapias genéticas) y hoy enfrentamos graves riesgos (cambio climático, agotamiento de recursos).Pero los mandatos divinos son eternos e inmutables y con frecuencia no contienen respuestas a las nuevas preguntas.
¿Podemos adaptar los mandamientos a nuevas situaciones? ¿O debemos vivir igual a como lo hacían los primeros fieles? Si optamos por la adaptación, ¿cómo hacerla? ¿quién puede hacerla? ¿son posibles varias adaptaciones?
Sociedades con distintas morales interactúan y en ocasiones cooperan. La convivencia requiere un mínimo acuerdo en temas morales. Pero si la moralidad depende de la fe que cada uno tengamos en nuestros dioses, ¿es posible el acuerdo entre personas de distinta fe?
En su obra titulada Eutifrón, Platón expone una crítica a la teoría del mandato divino. Su crítica, inspirada en las enseñanzas de su maestro Sócrates, acaso fuese ya planteada por el propio Sócrates y fuese una de las razones que llevasen a su enjuiciamiento y posterior condena a muerte.
La crítica aparece formulada en forma de dilema:
O bien algo es moralmente bueno porque es mandado por los dioses (y si no lo mandasen, no sería bueno).
O bien los dioses mandan lo moralmente bueno porque es bueno (y lo es aunque ellos no lo mandasen).
Dicho con otras palabras:
¿Es algo bueno por el simple hecho de que lo mandan los dioses?
¿O es algo bueno por otros motivos (o por sí mismo) y los dioses se limitan a reconocerlo como bueno y a mandarlo?
Si elegimos la primera alternativa del dilema, la que afirma que algo es bueno porque así lo mandan los dioses, la bondad y la maldad, la obligación moral y la justicia dependen en última instancia de un acto divino: nada sería bueno o justo si Dios (o los dioses) no lo hubiese mandado. La moralidad queda reducida o disuelta en una decisión que alguien ha tomado y que nos es impuesta. La única respuesta a las preguntas ¿por qué es esto bueno, o justo, o lo correcto? es: porque Dios (los dioses) lo manda. ¿Y por qué lo manda? Porque quiere y puede.
Si elegimos la segunda alternativa del dilema, la que afirma que los dioses mandan aquello que es bueno, entonces la voluntad de los dioses es algo secundario: los dioses son meros transmisores de lo bueno y lo justo, pero qué sea bueno o justo no lo deciden ellos. No mandan lo que se les antoja, sino que están sujetos a mandar aquello que saben que es bueno. Los dioses son meros intermediarios entre nosotros y la bondad, la justicia o la obligación moral. La justificación de estos valores no reside en que lo manden los dioses sino en alguna otra parte que habrá que investigar.
En ninguna de las dos alternativas tenemos respuesta satisfactoria a nuestras preguntas iniciales acerca de nuestra moral:
O bien la respuesta reside en la voluntad (¿arbitraria? ¿insondable?) de los dioses (uno o varios) que sólo podemos acatar pero difícilmente comprender,
O bien la respuesta reside en algo más allá de nuestro Dios (o de nuestros dioses) y que debemos tratar de conocer.
La Filosofía forma parte del pensamiento racional; no se rinde a aceptar sin comprender e intenta entender las razones por las que clasificamos las acciones en buenas o malas, justas o injustas. Así pues, es necesario seguir filosofando... y hay distintas teorías éticas que tratan la cuestión.
Nietzsche
Friedrich Nietzsche (Lützen, Alemania 1844 - Weimar, Alemania, 1900) ha sido uno de los filósofos más originales:
Confrontó con el resto de la Historia de la Filosofía.
Rechazó la Filosofía junto con el resto de la cultura occidental, ya que consideró decadentes todos los valores culturales de nuestra era.
Quiso dar la impresión de que su visión del mundo procedía de una especie de revelación inmediata, no solía justificar sus propuestas filosóficas, su discurso fue solemne, airado y ácido.
Afirmó de forma dogmática, frecuentemente omitiendo razones y aclaraciones a sus doctrinas, sin perseguir una organización sistemática de sus escritos.
Crítica a la moral cristiana
Nietzsche encara frontalmente el problema del origen de nuestras valoraciones y normas morales. El desarrollo de la Filosofía, de la Ciencia y de la cultura occidental en general han hecho más y más difícil aceptar la teoría del mandato divino. Nietzsche resume su rechazo con su frase Dios ha muerto. Como antes Sócrates y Platón, encuentra insatisfactorio basar la moral en la religión, y critica esta opción desde un enfoque y con unos argumentos plenamente originales.
Es habitual resaltar la diversidad moral notando la variedad de opiniones morales en culturas diferentes: lo que es bueno y obligado aquí no lo es allá. En la Grecia clásica en la que diferentes ciudades tienen distintas leyes y normas morales, Sócrates y los sofistas han de dar alguna respuesta a la diversidad de opiniones morales que observan. El enfoque de Nietzsche no insiste tanto en la diversidad que podemos observar en distintas culturas en un mismo momento, sino en los cambios que se han producido en las opiniones morales a lo largo de la historia. Más concretamente, Nietzsche encuentra tres momentos en la historia de las ideas morales:
La moral de los señores, de los nobles: es la moral de lo bueno y lo malo. Es bueno todo aquello que favorece la vida (la buena vida) y la dominación (el poder sobre otros): el poder y la fuerza, la victoria y la venganza, los placeres sensoriales y la riqueza, el honor y la gloria de los héroes, de los campeones, de los mejores. Es malo todo aquello que nos hace débiles, que nos acerca a la muerte: la debilidad, la enfermedad, la cobardía y la resignación, la pobreza, la privación de los placeres, la derrota, el deshonor y el desprecio. Esta es la moral que Nietzsche ve ensalzada en los grandes poemas épicos de Homero.
La moral de los esclavos, de la masa: la moral de lo bueno y lo malvado. Es bueno todo aquello que favorece la vida (eterna), la salvación de nuestra alma: la sumisión a Dios y a la autoridad, la debilidad, renunciar (en este mundo) a la victoria y a la venganza, rechazar los placeres de los sentidos, las riquezas terrenales, no competir y aceptar la derrota de antemano, poner la otra mejilla y no esperar alabanzas ni honores. Por el contrario, los malvados son los que se rebelan contra Dios, los que buscan ejercer su propia autoridad y no someterse ante nadie, los soberbios, los que carecen de humildad y luchan por ser los mejores, lograr la riqueza y disfrutar de (esta) vida. Esta es la moral que Nietzsche ver representada en los mandamientos de las religiones organizadas, y en particular en el cristianismo.
La moral del superhombre, del artista: una moral más allá del bien y del mal. Tras el abandono de la religión organizada (la muerte de Dios), se abandona también la moral de esclavos y su lugar lo ha de ocupar una nueva moral. Esta nueva moral rechaza totalmente a la moral de esclavos y se acerca a la de los señores, aunque con diferencias importantes.
En su visión histórica de la sociedad, la cultura y la moralidad, Nietzsche considera que estas tres morales se suceden una a otra a lo largo de la Historia. La moral del superhombre está llamada a sustituir a la actual (en vida de Nietzsche) moral de esclavos:
Moral de señores > > > Moral de esclavos > > > Moral de superhombres
Una aportación de Nietzsche es sugerir cuáles son los motivos de estos cambios de moral:
El cambio de una moral de señores a otra de esclavos está motivada por el resentimiento. Los vencidos, los esclavos, tratan de luchar contra quienes los han vencido (los "señores"), pero siendo débiles y sin posibilidad de victoria con las armas, emplean una nueva arma: la moral. Y así difunden nuevas ideas morales que ensalzan todo aquello que los vencidos se ven obligados a soportar. Una nueva moral que demoniza (considera malvado) todo aquello que sus enemigos, sus conquistadores, disfrutan y consideran bueno. La moral de los esclavos es una perfecta inversión de la anterior moral de los señores: lo que para éstos es bueno, para aquellos es malvado, lo que para los señores es malo, ahora es bueno.
Bueno para los señores > > inversión de los valores > > Malvado para los esclavos
Malo para los señores > > inversión de los valores > > Bueno para los esclavos
El cambio de una moral de esclavos a una moral de superhombres está motivado por el nihilismo. El desarrollo de la Filosofía, de la Ciencia, de los ideales ilustrados y de los recientes (para Nietzsche) ideales del socialismo utópico ha desembocado en el abandono de la religión como fundamento de nuestras ideas morales. El abandono de la teoría del mandato divino impulsa al ser humano en una de dos direcciones:
Nihilismo negativo. Negación de toda moral, de todo valor permanente a nuestros actos. Como escribió su contemporáneo Dostoyevski (1821-1891) Si Dios ha muerto, todo está permitido.
Nihilismo positivo. Afirmación de una nueva moral que supere el resentimiento y conecte al ser humano con sus más íntimos deseos y necesidades.
La moral nietzscheana
La vertiente crítica del pensamiento de Nietzsche ha aportado nuevas razones para rechazar la teoría del mandato divino:
El origen de la moral (cristiana) se encuentra en motivos muy terrenales: el resentimiento tras la derrota y el deseo de venganza.
Los preceptos de la moral de esclavos son perjudiciales para quienes los siguen, pues son contrarios a sus necesidades y deseos. Es una moral opuesta a la biología y la psicología humanas.
Abandonada la moral de esclavos y descartado un nihilismo negativo que no propone nada y cae en la resignación pasiva y desesperanzada, ¿cuál es la aportación positiva de Nietzsche? ¿Cuál es la moral del superhombre? Aunque Nietzsche no responde con precisión, Nietzsche bosqueja las líneas generales de su propuesta moral:
Afirmación de la vida. La moral debe estar en armonía con los deseos e impulsos vitales, debe favorecerlos en lugar de reprimirlos. La voluntad (de vivir según nuestras propias reglas) está por encima de la inteligencia. La inteligencia debe estar al servicio de la voluntad (y no al revés). La moralidad del superhombre debe surgir de su propia voluntad (y no de la de otros).
Creación personal, individual de valores morales. De modo análogo a como el artista crea obras únicas y originales, el nuevo hombre elige sus valores supremos y las normas por las cuales se rige. El superhombre no sigue a la masa, su moral es individual e individualista. La actitud ante la vida y la sociedad del artista, el héroe o el genio es un modelo a seguir.
Aceptación del determinismo. Nietzsche rechaza la libertad de la voluntad como un concepto superado por el conocimiento de las fuerzas que dirigen a nuestras vidas. La voluntad no elige tras un análisis racional de nuestras opciones, sino que nos mueve siguiendo los impulsos vitales que buscan nuestra supervivencia y la realización de nuestros deseos. Nietzsche reemplaza el concepto de libertad de la voluntad con el de voluntad de poder.
Aceptación del eterno retorno. De forma un tanto hiperbólica, Nietzsche refuerza su negación de la libertad humana y aceptación del determinismo con la teoría del eterno retorno: en un universo eterno, antes o después todas las posibilidades se producirán y los acontecimientos actuales se repetirán una y otra vez. Y si se repetirán en el futuro, de igual modo debemos concluir que ya se han producido en el pasado. Pero si nuestras decisiones se producen inexorablemente (determinismo) y se repetirán cíclicamente (eterno retorno) ¿para qué decidir? ¿para qué esforzarse en crear nuestros propios valores y vivir de acuerdo a ellos?
Amor fati : abrazar el propio destino. Nietzsche retoma la antigua doctrina estoica que afirma que la auténtica libertad del hombre sabio consiste en conocer y aceptar las leyes inexorables del destino. No tratar de luchar contra el destino sino abrazarlo como lo más deseado.
Sartre
Jean Paul Sartre (París, 1905 - 1980) ha sido uno de los más influyentes filósofos del siglo XX. Escribió tanto literatura (novelas y obras de teatro) como ensayo filosófico. Su filosofía está influida por algunos de los más grandes pensadores del siglo XIX, Nietzsche y Marx, así como por algunos de los más importantes pensadores de la primera mitad del siglo XX.
Su filosofía, llamada "existencialismo" pone el acento en el individuo concreto y en su libertad para convertirse en un ser humano auténtico.
Libertad, responsabilidad y angustia
Tradicionalmente, los filósofos que han pensado el ser humano han tratado de hallar la respuesta a preguntas como las siguientes:
¿Qué es el ser humano?
¿Quién soy yo?
¿Qué características me definen? ¿Qué otras características son accesorias?
Buscando cuál es la esencia humana, filósofos como Aristóteles han considerado la razón y la sociabilidad las características humanas esenciales. Sartre parte de una característica definitoria del ser humano: su libertad. A diferencia de otros seres vivos, los seres humanos podemos elegir el modo en que viven su vida. Los seres humanos somos libres y por tanto nuestra vida no está trazada de antemano. A diferencia de Nietzsche, partidario del determinismo universal al que considera incompatible con la libertad, Sartre afirma la radical libertad humana.
Pero si los seres humanos no tenemos nuestra vida trazada, no tiene mucho sentido preguntarnos qué somos (cuál es nuestra esencia) sin antes haber contestado a otras preguntas:
¿Cuáles son mis circunstancias, mis condicionantes y mis limitaciones? Las personas somos libres, pero eso no nos hace omnipotentes. Podemos elegir dentro de un rango de posibilidades que viene acotado por nuestras circunstancias particulares: cuándo y dónde nacemos, quiénes son nuestros padres y cómo es nuestra sociedad.
¿Qué elecciones he hecho hasta ahora? Dependiendo de mi trayectoria vital así seré un tipo de persona u otra. Nuestras elecciones nos van haciendo lo que somos. Y podemos ser muchas cosas, algunas mejores que otras. La importancia de las consecuencias de nuestras elecciones nos pone en alerta sobre la responsabilidad de nuestras elecciones y el riesgo de elegir mal.
Uno de los aspectos más importantes de la libertad es la libertad de elegir nuestra propia moral, nuestros valores y normas morales. La libertad individual lleva aparejada la responsabilidad por nuestras elecciones. Somos responsables ante nosotros mismos (responsabilidad personal) y ante los demás (responsabilidad social) de cumplir o incumplir la moral que hemos elegido. Y la posibilidad real de equivocar nuestras elecciones hace surgir en nosotros el sentimiento de angustia.
La angustia está relacionada con la emoción del miedo, pero a diferencia de éste, no se origina ante un peligro o una amenaza reales, concretas, presentes ante nuestros ojos. La angustia se origina ante la posibilidad del fracaso, ante un peligro aún no real pero posible. La angustia es una sensación desagradable con la que nos encontramos al anticipar las malas consecuencias de nuestras elecciones.
Todos los animales pueden sentir miedo, pero sólo los seres humanos pueden sentir angustia; sólo nosotros elegimos nuestra vida y anticipamos las posibles malas consecuencias que para nuestro proyecto de vida pueden tener nuestras elecciones libres.
Autenticidad y mala fe
La experiencia de la angustia nos pone tras la pista de que hay buenas y malas elecciones. Si todas las elecciones fuesen igual de aceptables, si cualquiera de los caminos que se abren ante nosotros fuese igual de bueno, no sentiríamos la angustia de poder fracasar. Una manera muy tentadora de evitar la angustia es renunciar a la libertad y a su responsabilidad asociada: si no somos libres para elegir, no somos responsables y por tanto no sentiremos angustia sobre el futuro. Sartre llama mala fe a esta manera de liberarnos de nuestra responsabilidad y analiza varias maneras en las que la mala fe puede desarrollarse:
Una primera manera de renunciar a la libertad es afirmar sencillamente que no somos libres. Las circunstancias de nuestra vida son las responsables últimas de nuestra vida y de las decisiones que vamos tomando.
Una variante de la anterior es poner nuestra libertad al servicio de otros. En lugar de tomar nuestras propias decisiones por nuestros propios motivos, renunciamos a ellos y en su lugar adoptamos los motivos, intereses y elecciones de otros.
Una tercera forma de la mala fe consiste en renunciar a hacer ninguna elección de importancia, a vivir en el presente inmediato limitando nuestras elecciones a detalles menores pero sin comprometernos con nada ni nadie. Si no intentamos nada con todas nuestras fuerzas, no sentiremos la angustia de poder fallar.
Frente a la opción de la mala fe, la alternativa es comprometer nuestra libertad en un proyecto, este compromiso marca la diferencia entre la mala fe y la autenticidad. Cada persona tiene la opción de ser auténtica o de escapar a la responsabilidad con alguna forma de mala fe. La diferencia crucial entre una y otra alternativa es el resultado que produce en la persona: sólo la persona que elige el camino de la autenticidad está en el camino de construirse como un individuo, un ser único y comprometido con sus decisiones. Por el contrario, quien renuncia a su libertad renuncia a su individualidad. Será uno más en la sociedad, su personalidad estará disuelta en la masa social.
La autenticidad se relaciona con el compromiso, la libre elección y la asunción de responsabilidades. Pero ¿con qué comprometerse? ¿qué elegir? Ser auténtico es más un estilo que una propuesta sustantiva. Debemos afrontar nuestra libertad, crear nuestra propia moral y elegir nuestro proyecto de vida, pero ¿son todas las elecciones igualmente defendibles? ¿Son todas las morales igualmente válidas con tal de que sean auténticas?
Sartre no ofrece una respuesta definida a estas preguntas. Habiendo afirmado que la libertad sólo puede ejercerse en cada situación concreta, difícilmente podría ofrecer una propuesta moral que fuese válida para todas las personas, una respuesta para todas las circunstancias. Sin embargo, sí ofrece algunos principios generales que en su opinión deben guiar nuestras elecciones morales:
Universalidad. Sea lo que sea que elijamos, debemos hacerlo como si nuestra elección fuese tomada por toda la humanidad. Este principio es bastante similar al imperativo categórico de Kant: sólo son moralmente defendibles aquellas elecciones que no buscan aprovecharse de los demás, al contrario, desean que hagan lo mismo que nosotros.
Máxima libertad. La libertad es la característica más valiosa de los seres humanos, y por ello nuestras mejores elecciones son aquellas que favorecen nuestra libertad y la de quienes nos rodean.
Cada individuo, atendiendo a sus particulares circunstancias personales y sociales, debe interpretar de la mejor manera posible estos dos principios. Su elección será tanto más correcta moralmente cuando más logre llevarlos a la práctica. Sartre especula que la aplicación general de ambos principios llevará a creación de una sociedad igualitaria en la que no existirá la explotación de unas personas a manos de otras y en la que todos podamos ejercer nuestra libertad al máximo de nuestras posibilidades.