Cosmovisión contemporánea

Introducción

La concepción mecanicista del cosmos estuvo vigente desde el siglo XVII hasta comienzos del siglo XX. Pero a comienzos del siglo XX diversos experimentos y problemas no resueltos pusieron en crisis el mecanicismo y desembocaron en la situación actual, en la que no existe una cosmovisión unificada de la realidad.

La razón de esta falta de unidad se debe a radicales diferencias entre las dos teorías que surgieron a comienzos del siglo XX:

Además de estas dos teorías, que rompen radicalmente con las ideas centrales del mecanicismo cartesiano y newtoniano, en el siglo XX ha surgido la teoría del caos, que sin poner en duda esas ideas centrales del mecanicismo, sí pone en duda nuestra capacidad de predecir el futuro en sistemas físicos reales. Los sistemas reales son significativamente más complejos que las simplificaciones habitualmente consideradas en los libros de texto.

La teoría de relatividad

Albert Einstein inició sus investigaciones que le conducirían a formular primero su teoría especial de relatividad (1905) y luego su teoría general de relatividad (1915) motivado por diversas discrepancias entre las teorías entonces vigentes y algunos resultados experimentales:

La teoría especial de relatividad parte de dos principios básicos:

¿Están los árboles en reposo? ¿Cuál es la velocidad del coche azul respecto del naranja? ¿Cuál es la velocidad de la luz respecto del coche azul? ¿Y respecto del naranja? Nuestra intuición no se corresponde con la experiencia.

Partiendo de tan simples principios, las consecuencias deducidas por Einstein revolucionaron para siempre la cosmovisión moderna y dieron paso a la cosmovisión contemporánea:

En un acelerador de partículas, éstas se mueven a gran velocidad con respecto a los observadores junto al acelerador: observan que su masa aumenta según lo hace su velocidad.

En las estrellas, sus átomos de hidrógeno se fusionan entre sí, perdiendo parte de su masa que se convierte en energía.

Estos resultados y muchos otros nos obligan a cambiar radicalmente nuestros conceptos de espacio, longitud, tiempo, duración, masa y energía. En la mecánica newtoniana, todos estos conceptos eran absolutos, es decir independientes de la situación de reposo o movimiento de quien los midiese con respecto del objeto medido. En la mecánica relativista son conceptos relativos, dependientes de la velocidad relativa entre quien mide y lo medido.

La mecánica cuántica

Los comienzos de la mecánica cuántica están ligados al descubrimiento de la estructura interna del átomo. Hasta comienzos del siglo XX, los átomos eran concebidos como pequeñísimas partículas sólidas. A partir del experimento de Rutherford (1911), se descubre que el átomo tiene una estructura formada por un núcleo y una nube de electrones que orbitan en torno a él. Aplicando las ecuaciones de Maxwell a esta estructura, el resultado es que los átomos serían inestables pues los electrones acabarían acercándose al núcleo hasta unirse a él.

Niels Bohr, el fundador de la mecánica cuántica, propuso que las ecuaciones de Maxwell no eran correctas en el interior del átomo y que los electrones se mantenían en órbitas estables entre las que podían "saltar" absorbiendo o emitiendo cantidades definidas (cuantos) de energía.

Comportamiento de un electrón orbitando el núcleo atómico según la mecánica clásica.

Modelo de átomo de Bohr: órbitas estables pero discontinuas, con "saltos cuánticos" entre ellas.

A partir de estas primeras ideas, el desarrollo de la mecánica cuántica ha ido explicando y haciendo predicciones acertadas sobre más y más fenómenos en el nivel atómico y sub-atómico. Las diferencias más importantes entre la mecánica clásica y la mecánica cuántica se resumen en la siguiente comparativa:

Mecánica clásica

Mecánica cuántica

El hecho de que los elementos últimos que constituyen la materia (p.ej. electrones) se comporten en ciertos experimentos como partículas y en otros como ondas quedó patente en el famoso experimento de la doble ranura:

Al igual que los efectos de la teoría de relatividad son inapreciables en la vida cotidiana debido al elevado valor de la velocidad de la luz (c) con respecto a las velocidades que observamos todos los días, los efectos de la mecánica cuántica (p. ej. el dualismo onda-partícula) sólo son apreciables a escala atómica debido al pequeñísimo valor de la constante de Plank (h) comparada con las cantidades de energía empleadas cotidianamente.

Si bien muchos de los fenómenos estudiados por la mecánica cuántica no son observables en la vida diaria, pues suceden en el interior de los átomos y en las interacciones entre partículas sub-atómicas, algunos fenómenos cuánticos sí son claramente observables. Un ejemplo de fenómeno cuántico fácilmente observable es la radioactividad.

La desintegración radioactiva es un fenómeno que se produce en el núcleo de ciertos átomos: el núcleo expulsa parte de la materia que lo compone, que lo abandona a gran velocidad. Estas partículas expulsadas pueden romper gran cantidad de moléculas cercanas con las que interatuan antes de perder toda su energía. Si un ser vivo ingiere una cantidad apreciable de átomos radioactivos, puede morir por los daños que provocan esas partículas en sus tejidos según se van desintegrando los átomos radioactivos.

Desde que fue descubierta por Henri Becquerel en 1896, los físicos han estudiado la radioactividad intentando responder a preguntas como éstas:

La mecánica cuántica explica y predice con éxito la radioactividad. Por ejemplo, si tenemos 100 gramos de uranio (U-235) y esperamos aproximadamente 4.500.000.000 años (4.500 millones de años, aproximadamente la edad de la Tierra) tendremos sólo 50 gramos de uranio y los otros 50 serán de plomo (la desintegración de un átomo de uranio lo convierte en otro de plomo). La mecánica cuántica predice exactamente cuánto tiempo es necesario para que la mitad de un total de átomos radioactivos se desintegre (es el llamado periodo de semi-desintegración), pero no predice qué átomos exactamente serán los que se desintegren y cuáles quedarán intactos. En promedio, dos átomos de uranio pueden estar uno junto al otro, y pasados 4.500 millones de átomos, uno de ellos seguirá siendo uranio mientras que el otro será plomo. Pero es imposible saber cuál de ellos sufrirá la desintegración. Este es un conocimiento exacto pero incompleto: sabemos qué sucederá con un conjunto de átomos pero no sabemos qué sucederá con cada uno de ellos. 

Indeterminación

Esta falta de conocimiento está motivada porque los átomos no son una realidad determinista sino probabilista. Según la mecánica cuántica en claro contraste con la concepción mecanicista clásica de un físico y astrónomo como Pierre-Simon Laplace (1749-1827) los átomos no siguen leyes que determinan completamente su futuro, sino que siguen leyes que permiten varios futuros (como desintegrarse o no desintegrarse) si bien según probabilidades (proporciones) exactas y calculables.

Los físicos del siglo XIX y de comienzos del siglo XX no estaban satisfechos con este conocimiento parcial y esta concepción estadística de sus leyes. Estos físicos supusieron que las causas que provocaban la desintegración serían descubiertas en algún momento y así podrían predecir exactamente el comportamiento de cada átomo. Asumían que la desintegración radioactiva era un fenómeno determinístico y que conocidas las causas exactas, podrían predecir con exactitud los efectos. Las probabilidades actuales dejarían paso a predicciones exactas tan pronto conociésemos los valores exactos de las magnitudes de las que dependía la desintegración. Einstein fue el más famoso oponente a la mecánica cuántica por creer que tenía que ser posible la predicción exacta del futuro. Como resumen de su punto de vista, afirmó "Dios no juega a los dados".

Sin embargo, el desarrollo de la mecánica cuántica durante el siglo XX y XXI ha producido unos resultados muy diferentes a los esperados por esos físicos: los átomos son sistemas cuánticos cuyas propiedades no tienen valores definidos hasta que no se produce una interacción. En el caso de la desintegración radioactiva, ésta depende de las energías de los protones y neutrones del núcleo. Estas energías fluctúan constantemente pues protones y neutrones chocan incesantemente entre sí, y no habiendo valores exactamente definidos para ellas, las predicciones tienen que ser forzosamente probabilísticas. Intentar conocer las energías definidas de los componentes del núcleo requiere aplicar a su vez considerables energías, lo que lleva a la destrucción del núcleo que queremos estudiar. Por tanto, ante un átomo de uranio, un físico afirmará la probabilidad de su desintegración, pero no podrá ir más allá.

El gato de Schrödinger

El físico Erwin Schrödinger (1887 - 1961) ideó un experimento mental para hacer patentes las consecuencias de la mecánica cuántica: en una estancia perfectamente cerrada (por ejemplo, en la cámara acorazada de un banco) se encuentra un gato y un mecanismo que liberará un gas letal dependiendo de que dicho mecanismo se dispare por la desintegración de un átomo radioactivo. Se ha colocado una mínima cantidad (un solo átomo) de una sustancia radioactiva que tiene la propiedad comprobada de que, en promedio, cada día la mitad de sus átomos se desintegra. El periodo de semi-desintegración medido en el laboratorio es de un día, pero como sucede con cualquier fenómeno probabilístico, pueden pasar varios días y no haber ninguna desintegración, y pueden suceder varias desintegraciones con pocas horas de diferencia. Es algo similar a decir que la probabilidad de escuchar una canción de Julio Iglesias en Radio Melodía es de una vez al día: puede haber días que no lo ponen, y otros que lo ponen varias veces. Después de escuchar Radio Melodía durante digamos 60 días, Julio Iglesias sonó 60 veces, de ahí el promedio de una vez al día.

La cámara acorazada con el mecanismo del gas letal y el átomo radioactivo se ha cerrado atrapando dentro a un gato. No se podrá abrir hasta pasadas 24 horas. Como el promedio de semi-desintegración es de un átomo cada día y hay un solo átomo radioactivo dentro del mecanismo, hay un 50% de probabilidades de que cuando abramos la cámara el gato siga vivo, y otro 50% de que ya esté muerto. Al abrir la cámara, encontraremos al gato vivo o muerto, según haya sucedido o no la desintegración. Pero mientras pasan las 24 horas, no podemos predecir el estado del gato, sólo podemos decir que está "entre la vida y la muerte", y ningún avance científico sobre la radioactividad nos va a despejar la duda.

El estado del gato depende de la desintegración de un solo átomo y este proceso es indeterminado.

Nuestra intuición nos dice que el gato o está vivo o está muerto en cada instante que pasa en la cámara. Quizá haya muerto al poco de cerrarse la cámara porque haya sucedido la desintegración nada más cerrarla. Quizá siga vivo cuando abramos la puerta si la desintegración aún no se ha producido. Nuestra intuición nos dice que con independencia de nuestro conocimiento de lo que pasa en la cámara, el gato está vivo o muerto en todo momento. Pero como el estado del animal depende del estado cuántico del átomo radioactivo, y éste no tiene un estado definido que pudiera predecir si se desintegrará en las próximas 24 horas, entonces tampoco el gato tiene un estado definido: si el átomo tiene una probabilidad del 50% de estar desintegrado o seguir íntegro, de igual modo el gato tiene el 50% de probabilidades de estar vivo o de estar muerto.

Para el sentido común clásico, este resultado es una paradoja: los gatos o están vivos o muertos, no están semi-vivos. Pero quizá nuestra intuición nos falla cuando tratamos de aplicarla a objetos del tamaño de un átomo.

Si la teoría física que consideramos correcta hoy (la mecánica cuántica) no nos permite ir más allá de predecir probabilidades, entonces decir que un gato está vivo (o muerto) sin tener datos es más una afirmación de fe (o un prejuicio heredado del sentido común) que una afirmación basada en hechos. Si fuese posible medir el estado del gato en todo momento sin perturbarlo, nuestra intuición sería correcta. Pero la cámara acorazada no deja extraer ninguna información. Sólo cuando la abrimos las probabilidades se concretan y podemos ver el resultado.

Si cada día repetimos el experimento en las mismas condiciones, aproximadamente la mitad de las veces nos encontraremos el gato vivo y la otra mitad muerto. La desintegración atómica es un fenómeno indeterminado (indeterminismo metafísico). Consecuentemente, nuestra capacidad de predecir el estado futuro del gato esta limitada (indeterminismo epistemológico).

Otro ejemplo que trata de hacernos entender el carácter indeterminado de la naturaleza es el lanzamiento de una moneda. ¿Es posible predecir si saldrá cara o cruz? Si conocemos todos los datos relevantes del lanzamiento, si además podemos seguir con una cámara de alta velocidad su vuelo, podremos en principio predecir el resultado. Podríamos incluso decir que la moneda pasa por distintos estados de cara y cruz según gira en el aire.

Pero si la moneda fuese de dimensiones atómicas, y sus magnitudes iniciales (aceleración, masa, etc.) sólo tuviesen valores aproximados y además al intentar seguirla en vuelo cambiásemos esos valores o incluso destruyéramos la moneda, entonces acaso nos convenceríamos de que la moneda durante el vuelo está en un estado intermedio: está parcialmente en cara y parcialmente en cruz, con una probabilidad del 50% para cada estado, y que sólo cuando interacciona con otro objeto (con el suelo, por ejemplo) la moneda toma finalmente uno de esos dos estados.

La mecánica cuántica modifica la cosmovisión clásica en uno de sus aspectos centrales: su determinismo. Para Descartes y Newton, la realidad está determinada (determinismo metafísico) y la ciencia permite a los hombres predecir el futuro (determinismo epistemológico). Pero para la física cuántica, los elementos últimos de la realidad (átomos y partículas sub-atómicas) siguen comportamientos indeterminados (indeterminismo metafísico) y la ciencia que los estudia (la mecánica cuántica) sólo puede predecirlos (conocerlos) hasta cierto grado (con cierta probabilidad): indeterminismo epistemológico.

La teoría del caos

Mientras que en la primera mitad del siglo XX la teoría de relatividad primero y la mecánica cuántica después pusieron en duda la imagen del universo heredada de Descartes y Newton, en la segunda mitad del siglo XX una tercera teoría (o grupo de teorías) ha venido a reforzar la crisis de la cosmovisión clásica. La llamada teoría del caos surge al intentar estudiar, desde la física clásica, sistemas ordinarios pero de cierta complejidad. No se trata de estudiar el comportamiento de la materia a velocidades cercanas a la de la luz ni de estudiar átomos y partículas sub-atómicas, sino de estudiar la evolución del tiempo atmosférico, el movimiento de un fluido en una tubería, las órbitas de sistemas planetarios complejos como los de Júpiter o Saturno (con decenas de satélites cada uno) la formación de atascos en las carreteras o las fluctuaciones de las bolsas de valores.

En estos casos y en muchos otros, las ecuaciones fundamentales son bien conocidas, las condiciones iniciales pueden también conocerse con razonable precisión, pero las predicciones son extraordinariamente difíciles de hacer. Apenas una ligerísima variación en las condiciones iniciales provoca drásticos cambios en los efectos resultantes. Un sistema físico donde esto puede observarse fácilmente es el péndulo.

Galileo encontró la ecuación que relaciona el tiempo de oscilación de un péndulo simple (lo que se llama su periodo, T) con la longitud del péndulo (L). Curiosamente, otros factores como la masa suspendida en el extremo o la fuerza del primer impulso no son relevantes para el periodo:

El tiempo de cada oscilación (T) es proporcional a la longitud (L), del péndulo. El resto de factores de los que depende son constantes: el número pi (π) y la gravedad terrestre (g). La masa del péndulo es irrelevante.

Conocida L, podemos conocer el tiempo (T) de cada oscilación, y pequeños cambios en L provocan pequeños cambios en T. Esta propiedad permite hacer con éxito experimentos como este que se hace en laboratorios escolares. No es necesario emplear una gran precisión: pequeños defectos de construcción o de ejecución no provocan cambios drásticos en los resultados.

Pero basta complicar ligeramente el péndulo simple y construir un péndulo doble para tener un sistema mecánico en el que muy pequeños cambios en las condiciones iniciales dan lugar a grandes cambios según avanza el tiempo.

Esta es la conclusión clave de la teoría del caos: en gran cantidad de sistemas físicos reales (y no idealizaciones o simplificaciones como las que frecuentemente encontramos en libros de texto), la evolución temporal del sistema es muy dependiente de las condiciones iniciales. Pequeñas variaciones al inicio dan como resultado grandes variaciones al final. Esta conclusión no es contraria a la visión determinista del universo: si las condiciones fuesen exactamente iguales, los efectos también lo serían. Es sólo que en la práctica (no en la teoría) es extraordinariamente difícil que las condiciones sean exactamente iguales.

La teoría del caos no niega el determinismo: el pasado determina el futuro y a iguales condiciones iniciales iguales efectos finales. Pero en la práctica, las condiciones nunca son exactamente iguales y cada caso difiere, aunque sea en aspectos minúsculos, del resto de casos. En la visión clásica, se consideraba que esas minúsculas diferencias no tendrían grandes consecuencias en los resultados finales, pero la experimentación ha demostrado que esto no es así. Minúsculas diferencias en las magnitudes iniciales provocan grandes variaciones en las magnitudes finales. En consecuencia, nuestra capacidad de predecir el futuro está gravemente limitada por nuestra incapacidad práctica de controlar esas pequeñas diferencias.

Conclusiones

Tanto la teoría de relatividad como la mecánica cuántica y la teoría del caos vienen a menoscabar la validez de la cosmovisión moderna fraguada en el siglo XVII y vigente hasta comienzos del siglo XX. Cada una de ellas pone en cuestión alguno de los pilares fundamentales de esa concepción del universo. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido con la cosmovisión antigua, que fue sustituida por la moderna, no sucede lo mismo con la crisis de la visión moderna.

Cada una de estas tres teorías tiene una particular visión de la realidad, pero son concepciones distintas que no producen una única cosmovisión:

¿Determinismo? ¿Predecibilidad?

Al revisar la cuestión del determinismo o indeterminismo de la realidad y también nuestra capacidad de predecirla, vemos como las distintas teorías contemporáneas ofrecen distintas respuestas: 

Determinismo + Predecibilidad: Teoría de la relatividad. Al igual que la cosmovisión moderna, asume que la realidad está determinada y que las leyes científicas pueden predecirla con exactitud.

Determinismo + Impredecibilidad: Teoría del caos. No pone en duda que la realidad está determinada: iguales condiciones iniciales producen iguales condiciones finales. Pero pone límites a nuestra capacidad práctica de medir y calcular: los sistemas no lineales son complejos e impredecibles a medio y largo plazo.

Indeterminismo + Predecibilidad: Mecánica cuántica, aplicada a un conjunto formado por muchos atómos o partículas subatómicas. Las leyes físicas permiten predecir con exactitud el comportamiento estadístico del conjunto.

Indeterminismo + Impredecibilidad: Mecánica cuántica, aplicada a objetos atómicos y subatómicos individuales. Las leyes físicas permiten conocer sus probabilidades exactamente, pero no permiten predecir cada resultado individual, sólo resultados colectivos.

Fragmentación

La cosmovisión contemporánea es una cosmovisión fragmentada: tres visiones distintas según pensemos en estrellas y galaxias, en átomos y electrones (individualmente o en conjunto) o en sistemas complejos con muchos objetos interactuando entre sí no linealmente

Además, estas tres concepciones del universo se solapan e interfieren entre sí:

De forma que en la escala intermedia, en la escala de la vida cotidiana, las tres teorías son aplicables. Ello hace que no tengamos una cosmovisión única y que la física actual busque con ahínco la unificación de la teoría de relatividad con la mecánica cuántica.

Este carácter fragmentario de la cosmovisión contemporánea se refleja en la diversidad de respuestas a la pregunta metafísica original ¿qué existe como realidad fundamental y qué explica la naturaleza?