Vínculo (Marzo 2019)

Levantó la vista. Estaba sentada en la parte trasera de un viejo Nissan pick-up, en la portezuela que delimitaba el final de la caja de carga. Balanceaba sus piernas, que no llegaban a tocar el suelo. La luz todavía era clara y ligera, impropia del verano. El cielo, de un azul suave, sin rastro de nube alguna, presagiaba otro día de calor metálico y denso. Un destello brilló en la inmensidad del cielo: el fuselaje de un avión. Eva suspiró. Bajo la mirada, hasta su regazo, donde sus manos descansaban entrelazadas. Levantó la mirada y contempló el paisaje que le rodeaba: un mar de campos de cereal y olivos. Salpicado por pequeños cerros de jaras y romeros. Perdida en aquel laberinto de campos de labor y caminos de grava y tierra, ella.

A salvo.

Pero debía volver. El familiar vértigo en la tripa y el temblor de sus manos se lo con confirmó. Bajó al suelo, cerró la portezuela abatible con toda la suavidad de la que fue capaz y rodeó el coche. Abrió la puerta del conductor.

Debía volver.

Giro la llave de contacto. El veterano propulsor diésel se puso en marcha con pereza, al segundo intento. Debía cambiar la batería. Pensó que para el vetusto todo terreno japonés todavía era posible encontrar repuestos, pero para ella, para su mente y su cuerpo, no había piezas se recambio. Inició la marcha, de nuevo con las lágrimas pugnando por escapar de sus ojos. Lágrimas llamando a la puerta del lacrimal. Se mordió con fuerza el labio inferior, hasta casi hacerse sangre. La grava golpea los pasos de rueda del coche mientras avanzan a velocidad endiablada. Las emociones golpean así mismo el alma de Eva.

Pero quizás si pudiera ser reparada, curada, al menos, aliviado su dolor.

El recuerdo de Marina regresó de nuevo, implacable, nítido, doloroso. El primer beso. La primera vez que sintió la calidez y olor dulce de su cuerpo entre sus brazos. A la sombra del inmenso silo del Servicio Nacional del Trigo. Un gigante de hormigón y color crema que se levantaba desafiante junto a la estación del tren, impasible al paso del tiempo y al paso de los recuerdos y de los sentimientos. Un instante después Eva rechazó su contacto, asustada. Eso no estaba bien. Besar a una mujer. Amar a una mujer. Se dio la vuelta y Marina le abrazó por detrás, a traición. Su barbilla encontró acomodo en el hombro derecho de ella. Sus manos acariciaron su cintura, sus caderas. Siento su aliento cálido en el cuello. Tembló de miedo y de deseo. Las manos de Marina continuaron el sendero de caricias. El vientre. Después, los pechos de Eva. Nunca nadie le había acariciado así, con esa mezcla de ternura y de deseo.

Quiere volver a verla. Debe volver a verla. Recuerda su llamada. El tren llegará a las diez de la mañana. La sola idea de volver a encontrarse con ella hace que sus manos tiemblen y deba aferrarse con más fuerza al volante del Nissan para disimular ese temblor. Hay tiempo de sobra para que esté antes de las diez en la estación. Levanta el pie del acelerador e intenta conducir con la mayor suavidad de la que es capaz.

A las nueve y media aparca el Nissan delante de la estación. El edificio es viejo y pequeño. Necesita de atención e inversión, al igual que la línea de ferrocarril que les une con la capital. Bordeando el edificio llega hasta el andén. La hierba agostada todavía se percibe entre las juntas y grietas del piso del andén. Busca un rincón a la sombra de un almacén ahora sin uso.

El tren llegó con retraso. Un dinosaurio diésel renqueante. Apenas unos pocos viajeros se apearon en el andén. Otras pocas personas les esperaban. Eva contempló el intercambio de besos y conversaciones desde un extremo del andén. No veía a Marina. Hasta que distinguió su silueta emergiendo de una de las puertas del tren. Por todo equipaje, una pesada mochila. Marina esquivó al resto de la gente, sus conversaciones y saludos. Con pasos rápidos, cruzó el andén en dirección al lugar donde se encontraba Eva. Como si hubiera presentido su presencia.

-Te quiero- Le dijo a Eva al oído mientras se fundían en un abrazo

-Yo también te quiero-

Marina se volvió un instante. Intuyó las miradas de desaprobación de los lugareños en su espalda. Después, busco los labios de Eva y le besó con el cariño y deseo que ninguna palabra podía decir.