Laberinto [Febrero 2023]

I (05.02.2023)

-¿Tenéis planes para hoy?

Una pregunta neutra, hasta amable, sugerente. Planes, interactuar. Algo placentero. Risas y endorfinas. Complicidad.

No acabar en urgencias psiquiátricas.

Como una máquina dañada que ha entrado en un modo de funcionamiento degradado, en una estrategia de la centralita de supervivencia y de autoprotección. Imagina que su mente es el cuadro de instrumentos de un coche o el panel de control de la Central Nuclear de Chernobyl en Abril de 1986. Hay un montón de luces de color rojo parpadeando y suenan alarmas estridentes, agudas agresivas. ¿Cómo puede detener el dolor sin dejar de ser? ¿Hay posibilidad de un SCRAM? Quizás pedir ayuda ha sido como apretar el botón que detiene el reactor, pero que, a la vez, implica consecuencias no previstas por un fallo de diseño de la central. Una explosión.

AZ5

Una taza de tila y un vaso con uvas por desayuno. Van a declarar su intestino como una zona catastrófica, como la ciudad de Prypiat en Abril de 1986. Hacer caca, dormir, no tener impulsividad autolítica. Igual es demasiado pedir.

Decidió salir a la calle. Era un día de invierno de luz bonita y temperatura fresca pero agradable. Decidió que no podía cambiar la realidad pero si crear su propia realidad. Cerró los ojos y, delante del teclado del ordenador, se puso a crear. A imaginar.

Despertó en una habitación distinta. En ella reinaba el mismo orden caótico que en su dormitorio, y también encontró a su compañero de vida naraja dormitando a su lado en la cama, pero se dio cuenta de que estaba en otro lugar. A través de la ventana, enorme, si, de suelo a techo, en lugar de un paisaje urbano, podía ver árboles. Olivos y almendros. Saltó de la cama. La puerta del dormitorio estaba cerrada. La abrió, y, al otro lado se topó con un pasillo largo y con muchas puertas que acababa en una escalera.  Una escalera con peldaños de cemento, como a medio hacer, e iluminada por una especie de lámparas como industriales, o de intemperie, una especie de media esfera abombada de cristal protegida por una rejilla. Descalzo bajó las escaleras despacio, con el gato pegado a sus tobillos. El frío del cemento áspero se mezclaba con la calidez del pelo del gato. En su interior, se mezclaba la sopresa y la incertudumbre de encontrarse en un lugar desconocido y las ganas de llorar infinitas, tan habituales como dolorosas.

Alcanzó la planta baja de la casa. Era un espacio amplio y diáfano. De techo alto. Parecía un taller o un garaje. Y estaba lleno de las máquinas que le gustaban. Distinguió al menos una decena de bicis: desde una vieja bicicleta de carretera de los 70 a una moderna "gravel",  con el cuadro plateado, de formas cuidadas y caprichosas, y cubiertas gruesas, al menos de 45 mm de grosor, con pequeños tacos y color aguamarina.

-Me apuesto mi paro a que es de titanio.

La escalera ocupaba un extremo del taller, que parecía dividido en cuatro partes. Cuatro cuadrantes. En el primero, bicis. En el segundo, lo que supuso que serían sus coches de uso diario: un Volkswagen Golf GTI de última generación, de color blanco y con unas vistosas llantas braid del mismo color. A su lado, una enorme furgoneta. Era una Volkswagen LT 35. No, era más moderna. Una Crafter.

En el tercer cuadrante, motos. Una preciosa KTM Freeride-e, eléctrica. Una vieja Vespa PX 125 de color amarillo. Y, a su lado ...

-Mierda, joder, es una moto del Dakar, es una KTM 450 Rallye Réplica.

Recorrió los pasos que le separaban de la moto, que descansaba sobre su caballete lateral. Blanca. Inmaculada. Como recién salida de la cadena de montaje. Se encaramó a su asiento, alto como un castillo, largo como una semana repleta de shutdown. Acarició los puños, la maneta de freno, la maneta de embrague, los distintos botones e interruptores del arranque, de los trips, del libro de ruta.

Desde su atalaya distinguió el cuarto cuadrante.

-¡Coches de carreras!

Un precioso Peugeot 208 Rallye 4 con especificaciones de tierra. Y, a su lado, otra máquina diseñada para recorrer desiertos: un Seat Toledo Marathon.

Un pequeño maullido le sobresaltó. Bajó de la moto, cogió en brazos al gato y, con mucho cuidado, volvió a encaramarse sobre el asiento de la moto. Dejó al gato en la punta del sillín, junto a los tapones de los depósitos delanteros de gasolina. El gatazo atigrado naranja común europeo se quedó con las patitas bajo su tripa, pegado a sus muslos, con los ojos entrecerrados y ronroneando.

Cerró los ojos de nuevo y nada de eso existía. Notó de nuevo el peso de las lágrimas en los ojos, el dolor en la espalda, las ganas de hacer caca, el frío en los pies, porque no llevaba calcetines, pero si zapatillas. Su compañero de vida naranja seguía dormitando en la cama, al lado del pequeño escritorio lleno de cosas, y él seguía escribiendo en el ordenador, con un teclado que se le antojaba demasiado ruidoso y demasiado duro. Pocos seres humanos pensarían/sentirían eso. Un teclado era un teclado.

Pensó que no todo estaba perdido, que tenía fuerzas, no muchas, y había alternativas para seguir adelante. Y que si la pena le volvía a superar, tenía, además de psicoterapia y medicación, una capacidad infinita de soñar. Siempre podría volver a ese lugar soñado que no existía.

Volvió a cerrar los ojos y, cuando los abrió, estaba sentado en un asiento de carreras, vestido como un piloto de verdad, con mono ignífugo, botines, guantes y casco integral. A través del parabrisas podía ver lo que se le antojó una especie de circuito de dirt track. Un óvalo de tierra. Buscó, el interruptor de contacto, encendió la bomba de combustible y pulsó el botón de arranque. Con un bramido, el pequeño motor de 3 ciindros turbo cobró vida. Espero un minuto o dos a que cogiera temperatura. En la pantalla a color que había tras el volante podía ver como distintos parámetros del motor iban cambiando a medida que el motor alcanzaba su temperatura de trabajo. Pisó el embrague y tiró de la palanca de cambios hacia atrás. Con un chasquido seco y sonoro y una pequeña sacudida, la caja de cambios secuencial de cinco relaciones le confirmó que había engranado  la primera velocidad. La pantalla se lo confirmó, con un enorme número 1.

"En la salida no hay que ponerse nerviosos, hasta que no se ponga el semáforo en verde, todos con el embrague apretado, la marcha metida y dándole gas. Pero dándole gas bien ¿eh? Para que no se os ahogue a la moto, haced patinad el embrague dos o tres veces, hasta que noteis que ... uuuuuuu uuuuuu la moto sube de vueltas. Entonces, fuera embrague y gas."

Consiguió poner en movimiento el 208 Rally 4 sin que se calara el motor. Mientras avanzaba despacio por una de las rectas del óvalo, se dió cuenta de que alguien ocupaba el asiento del copiloto. Giró la cabeza y distinguió un rostro familiar. A través de los interfonos le llegó su voz preciosa a los oídos.

-¡Muy bien!

Abrió de nuevo los ojos y nada de eso existía. Pero, en su refugio, tenía libros, música, revistas, diminutos coches de juguete, relatos, un compañero de vida naranja, unos pocos amigos, el soporte de su familia y la ayuda de dos profesionales de la salud mental muy cálidas. Recordó la consulta del día anterior y comprendió cuanto había avanzado.

Siempre puedo más de lo que creo.

Su yo niño o joven adulto estaría orgulloso de él y su yo adulto maduro está orgulloso de sí mismo. Y en sus labios se dibuja una sonrisa, una sonrisa sutil pero franca, serena y siente una marea imparable, pero delicada, de calma, de emoción, de arroz con leche y nata y chocolate, capaz de compensar las horas de insomnio, los shutdown y meltdown, las ideaciones,  el cansancio y la saturación sensorial.

Piensa que si su mente fuera una película, un documental, de fondo sonaría Jean Michel Jarre, Mike Oldfield y The Durutty Column. Without mercy. En un vinilo. Si.