Dimensión desconocida* (2012 - 2018 >)

(1) La despedida

-Llegaremos en unos cinco minutos-

¿Cómo puede orientarse en medio de la niebla? Mireia observa hipotizada al piloto accionando los mandos de la nave. Se da cuenta de que apenas mira al exterior -una eternidad de niebla en todas direcciones- sino que se guía a través de los sistemas de navegación de la nave y sus instrumentos: pantallas de cristal líquido con mapas incomprensibles, relojes, diales. Intenta concentrarse en los movimientos del piloto: como acciona diversos mandos con sus manos y pies, con una precisión que se le antoja milimétrica. Intenta concentrarse en su trabajo: debe hablar con el responsable de la prisión y entregarle la documentación que tiene en su regazo, en ese momento, la custodia de los prisioneros será responsabilidad suya. Es la primera vez que hace ese viaje, normalmente su trabajo acaba mucho antes, al realizar la evaluación psicológica de los presos. Pero es una situación especial. Y no puede concentrarse en su trabajo. Está a punto de estallar. Se vuelve levemente en su asiento, con un gesto apenas perceptible. De todas formas, los arneses de seguridad que le sueldan al asiento tampoco le permiten demasiada libertad de movimientos. En la parte trasera de la nave, separados de la cabina por un panel de pástico semitransparente irrompible están los presos. Debería sentir asco por ellos, son delincuentes, son basura, pero no es verdad. Su mirada se cruza de nuevo con aquellos ojos verdes y siente una punzada en la tripa. Puede leer el miedo y incredulidad en sus ojos, como quien vive una pesadilla de la que no logra despertar. Le gustaría abrazarlo y consolarlo, pero eso no es posible, es incorrecto.

Suspira y aparta un mechón de cabello cobrizo y rizado que le oculta en parte el rostro. Su boca se tuerce en un gesto de desesperación. Tiene los labios finos y delicados. Entrecierra los ojos color miel, está cansada, apenas ha dormido nada. Intenta serenarse, aparentar profesionalidad, indiferencia. No mostrar ninguna emoción. No mostrar fragilidad. Su cuerpo es menudo y ágil, apenas alcanza el metro sesenta de estatura. No parece representar ninguna amenaza, sin embargo ha sido entrenada en defensa personal y en el bolsillo derecho de su mono lleva un diminuto aparato de ultrasonidos capaz de aturdir y dejar fuera de combate a un hombre adulto, en caso de verse amenazada, no dudaría en utilizarlo. Aunque no lo ha utilizado nunca.

La niebla parece despejarse un instante y alcanza a distinguir silueteado el paisaje que se abre bajo la nave: un bosque de coníferas, muy cerrado ¿Dónde van a aterrizar? El piloto ni se inmuta, sigue absorto en los mandos y en los sistemas de navegación. De repente, de la niebla emerge una pequeña plataforma de aterrizaje, en un diminuto claro del bosque, de hormigón gris, delimitada por luces de color ámbar. El piloto posa la nave con delicadeza en el centro de la plataforma, pero no detiene la unidad propulsora. Del bosque surge un grupo de sombras que avanza con rapidez hacia la nave: son soldados. Se adelanta. Abre la portezuela de la cabina y desciende a la plataforma de aterrizaje. Uno de los soldados se adelanta del resto y se dirige al ella, debe tratarse de un mando, mientras los demás rodean la nave formando un perímetro cerrado. Aunque intenta evitarlo, es imposible obviar que van armados y que les están apuntando.

-Llegan tarde ¿Tiene los papeles?-

-Lamento el retraso- aunque no lo lamenta- Por supuesto, aquí tiene la documentación-

Le tiende una gruesa carpeta de color naranja. El mando prácticamente se la arrebata de las manos.

-Supongo que estará todo-

Ella asiente, intentando aparentar firmeza. El mando se dirige a sus hombres, con voz atronadora.

-Vamos, cogedlos, que no tenemos todo el día-

Y antes de que pueda darse cuenta, han abierto la portezuela trasera de la nave, los han cogido, han vuelto a cerrar la puerta y se los han llevado. Han desaparecido en el bosque, como si nunca hubieran existido. Se queda un instante quieta, junto a la nave, respirando despacio, en medio del bosque, en medio de la niebla, escuchando el quejido ronco de la unidad propulsora de la nave, el aire acariciando los árboles, sintiendo el frío y la humedad de la niebla, sin acertar a comprender nada. Vuelve al interior de la nave y, en cuanto ha acabado de atarse los arneses, el piloto, con un gesto, le pregunta si pueden despegar. Asiente.

-¿Se encuentra bien?-

-Si, disculpe, no es nada, estoy bien.-

El piloto se ha dado cuenta de que estaba llorando aunque he intentado evitarlo. Pero la cabina de la nave es muy pequeña y es complicado no darse cuenta de que la persona que está sentada a tu derecha, casi codo con codo, está llorando. Ha bastando que finalizaran la maniobra de despegue, en la que ha estado permanentemente atento a los mandos y a los sistemas de navegación para que se diera cuenta de que estoy llorando.

Llorar es un signo de debilidad. Probablemente informe a mi supervisor nada más aterrizar. Me da igual. No soy dueña de mis propios sentimientos. No debería amarlo. Pero es lo que siento. Probablemente no vuelva a verlo nunca. Le he llevado a esta horrible prisión porque es mi trabajo. Es la primera persona a la que he querido nunca y no volveré a verle nunca. Apenas le conozco. Probablemente esté loco. Dice que viene de otro tiempo, de otro planeta, de una dimensión distinta. Eso no es posible. Pero está aquí. Estaba aquí. Ahora nada tiene sentido.

(2) Dejar de sentir

Quiere dormir, dejar de sentir, dejar de recordar, olvidar el dolor, dejar de sentir. Si alguien pudiera observarla de cerca –cosa que es imposible, porque no hay humanos en centeneras de metros a la redonda, por suerte- quizá le llamara la atención su piel pálida, su aspecto frágil, sus enormes ojos azules, bellos pero tristes y enrojecidos. Nada más. Pero tiene un don. Y a la vez una pesadilla. Puede leer lo que piensa la gente. Leer su mente, sus recuerdos. Si. Pero es doloroso. Recuerda haber leído, en libros prohibidos, que, los de su condición, en el pasado, lograban controlar su don mediante rituales, ejercicios de respiración, de concentración. Porque escuchar voces ajenas en su cabeza, sin control, es enloquecedor y duele. Duele. Pero ahora es distinto. Los rituales han caído en el olvido. Solo quedan ellos, ELLOS y sus drogas. Diminutas pastillas, pequeños vasos de plástico con un líquido azul de sabor empalagosamente dulzón. Y las voces se apagan. O, en los momentos realmente malos, La Nada Mas Absoluta. Dormir, dormir, un sueño pesado, artificial, durante muchas horas. Aquel es un momento realmente malo. Pero ese sueño artificial le imposibilita leer mentes durante un cierto tiempo, varios días. Y supone que ELLOS necesitan su don en poco tiempo. Pero no puede más.

Myriam, hecha un ovillo en un rincón, contempla el espacio que le rodea. La habitación, lo más parecido a un hogar que ha conocido. No tiene ventanas. Pareces blancas, suelo blanco, techo blanco, escasos muebles blancos. Apenas una cama, muy bajita, a ras de suelo, porque temen que se haga daño mientras duerme –frecuentemente tiene pesadillas y muchas veces ha despertado en el suelo- y sabe que es valiosa y no quieren que se haga daño. Sabe que observan su sufrimiento, sus lagrimas. Se acerca a la pantalla táctil que hay empotrada en una de las paredes. Un documental muy bonito, aunque algo aburrido: caballos corriendo por una playa al atardecer. Pulsa un icono en la parte superior derecha. Ayuda. Dormir. No ocurre nada. Bajo la pantalla hay una portezuela deslizante, por donde le suministran la comida y, en caso necesario, ese líquido azul que tanto desea.

-Por favor, me encuentro mal. Necesito dormir.-

Nada.

La habitación tiene dos puertas. Una está cerrada, conduce al exterior, a través de un laberinto de pasillos. Cuando la necesitan, alguien viene a buscarla -puede presentirlo desde cientos de metros-. Otras veces se limitan a abrir la puerta y una serie de luces en el suelo y paredes le guían hasta el lugar que ellos desean. Sabe que está en algún tipo de complejo subterráneo. Añora la luz del sol, el tacto de la hierba mojada bajo sus pies. La claridad del alba. El frío de la nieve. Allí todos los días son de la misma tonalidad. Salvo cuando tiene que … “trabajar”. Si nos ayudas, te ayudaremos. Haremos tu vida más amable -aunque igualmente insípida-. Si no nos ayudas, se acabaron las drogas. O igual te soltamos en algún lugar lleno-de-gente. Lleno de pensamientos sin control.

Cansada de estar en la cama, se pone en pie y avanza con pasos vacilantes, midiendo sus -escasas- fuerzas y abre la otra puerta. Un baño también diminuto y sin ventanas. Retrete, lavabo, plato de ducha, un armario con algunos útiles de aseo y un espejo. Se sienta en el retrete y observa su reflejo en el espejo. En la antigüedad, dicen que algunos seres especiales podían predecir el futuro en un espejo. Pero ahora sólo le devuelve el reflejo de su rostro cansado, sus ojos azules y enrojecidos, el pelo rubio y muy corto. No quiere recordar, pero recuerda. Ha sido hoy o ayer, no puede precisarlo -el tiempo tiene poco sentido en aquel lugar-. Las horas parecían eternas desde entonces. La condujeron a alguna clase de edificio oficial para que leyera la mente de un … de alguien que había apareció en la ciudad, sin documentación, sin figurar en ningún registro, sin la pulsera de plástico con un código de barras que todos -incluido ella- portaba. En su caso era de un color especial, naranja, lo que denotaba su rareza y su don. El extraño estaba dormido, por lo que pudo leer en las mentes de los miembros de las fuerzas de seguridad que le habían capturado, al percatarse de que no tenía documentación, de sus ropas extrañas, por precaución le dejaron sin sentido, los dejaron sin sentido con aquel aparatido horrible de ultrasonidos -ha leído el dolor que provoca en otras mentes, en el momento de dormir, en el momento de despertar y le tiene miedo- y después los sedaron. Así puede trabajar con más calma. Se sienta junto a la camilla, en el suelo. Leer la mente de alguien que no está consciente requiere más concentración, pero a la vez proporciona más información. Los pensamientos superficiales no la perturban.

Está asustado y confuso. Parece o cree venir de otro mundo. No sabe como ha llegado allí ni lo que va a pasarle. Su terror es intenso y la aturde, desbarata por completo su frágil equilibrio interior. Porque no sólo lee las mentas, sino que siente lo que ellos sienten. Su desconcierto, su terror. Entremezclado con recuerdos de su mundo, su tierra: el olor a tierra mojada, los atardeceres, las caricias de su madre, las mañanas de sueño yendo a clase en enormes autobuses rojos. Un mundo distinto. Imperfecto, pero más amable que el suyo. Quizás haya un lugar para ella en ese mundo. Quizás pueda lograr a recuperar el control de su don.

Recuerda, recuerda y recuerda y duele. No puede más. Dormir. Dormir.

(3) Pesadilla

Ojalá fuera una pesadilla. Pero es real. No entiende que ha pasado. Una tarde de Septiembre como otra cualquiera. De vuelta a casa, en el metro. El tren acelera en el interior del túnel, próximo a su velocidad máxima. Durante un instante, se apagan las luces y nota una especie de vibración, un hormigueo en su cuerpo. Cuando vuelven a encenderse las luces del vagón, todo es diferente. El color de las paredes, de los asientos, ha cambiado. La gente que les rodea es distinta, sus ropas, parecen a la vez arcaicas y futuristas.

Bajaron en la siguiente estación sin acertar a comprender nada. ¿Qué había pasado? ¿Cómo en un instante habían pasado a estar entre las estaciones de Callao y Gran Vía, a un lugar a la vez extraño y familiar? El resto de los viajeros les mira. Aciertan a escuchar murmullos, comentarios. “No llevan pulsera”. Se alejan de ellos. Como si tuvieran la peste.

Antes de que pudieran darse cuenta llegaron aquellos policías o soldados con uniformes que tampoco reconocían. Sin preguntar, les rodearon y apuntaron con algún tipo de arma desconocida. Lo siguiente que recordaban era dolor, vértigo y perder el conocimiento.

Sin duda era una pesadilla. Pero no podían despertar.

(4) Dormir

No. No puede hacer eso. Pensamientos que se repiten una y otra vez en la mente de Mireia. No. Pero lo hace. Quiere volver a verlos. A verle. Quiere abrazarle y escuchar su respiración. Abrazarle. El contacto físico tan odiado y hasta perseguido, lo quiere, lo necesita. Entonces recordó a Myriam. La telépata. Quién leyó sus mentes. Por su cargo no le fue difícil volver a contactar con ella. Pero lo siguiente fue algo deliberado e irracional. La llevó a su casa. Porque la necesita.

Sabe que puede leer su mente. Se le antoja frágil y fuerte. Delgada, con el pelo rubio y muy corto y esos grandes ojos azules que se clavan en los suyos.

-Gracias. Puedo leer tu mente. Espero que no te importe. Ahora no puedo dejar de hacerlo. Estoy demasiado cansada. Espero que no te importe. Necesito ….-

-¿Qué puedo hacer por ti?-

-DORMIR-

Grita y su voz es estremecedora. Entonces Mireia rebusca en su bolso. Un frasco de policarbonato irrompible a su vez en el interior de una bolsa de plástico transparente. Un frasco que contiene ese preciado líquido azul que tanto desea Myriam.

-Sólo ...-

-... un tapón. Lo sé. ¡Quiero despertar! ¡Quiero dormir pero despertar!-

Prácticamente le arrebata la bolsa que contiene el frasco. Y lee su mente, y descubre donde está el dormitorio. Y recorre los metros que le separan de esa estancia lo más rápido que puede. Se sienta en la cama, abre la bolsa, abre el frasco, solo un tapón. Llena el tapón con el liquido y se lo bebe de un sorbo. Tapa el frasco. Lo mete en la bolsa. Levanta la vista. Sus mirada se topa con los ojos de Mireia.

-Gracias. Puedes abrazarme mientras duermo, si quieres. Nadie me ha abrazado en años-

Se tumba en la cama, medio de lado, medio boca abajo y, por fin, puede dormir. Dormir.

(5) El piloto

-Pero ¿qué coño haces aquí? ¿A que has venido? Por tu puta culpa me expulsaron del ejercito. Por tu puta evaluación sólo encontré trabajo … ¡de basurero! Un piloto de caza en una puta nave portarresiduos.-

A cada palabra, su voz es cada vez más alta. Levanta el puño derecho en actitud amenazante. Al lado de aquella mole musculosa de cerca de metro noventa de estatura Mireia parece diminuta. Instintivamente retrocede, hasta que su trasero se topa con una de las pareces del pasillo. Se encoge y cierra los ojos, esperando el primer golpe …

Pero no ocurre nada. Abre los ojos. Aquel tipo, en un alarde de autocontrol que no esperaba de él, ha dejado de gritar y le tiende la mano en un gesto amigable.

-Al final … solo hacías tu trabajo. Y no fuiste especialmente dura. Me podías haber mandado a la cárcel perfectamente. Sólo hacías tu trabajo. Y ahora, cinco años después, vienes a la puerta de mi casa. ¿Qué es lo que quieres?-

-¿Cómo sabe que quiero algo?-

-No soy tonto … Alguien como tu … en éste barrio, en éste edificio … no encaja. O vienes a joderme todavía más (y no en la forma que a mi me gustaría, porque estás bastante buena) o quieres algo de mi.-

-Me lo tomaré como un piropo. Tienes razón. Quiero algo de ti. Aunque no tengo derecho ...-

(6) Un rincón (El piloto parte 2)

-Tendrás un plan-

-¿Un plan?-

-Si, un plan. No pretenderás llegar a la prisión, dar las buenas tardes y llevarte a los presos así porque si.-

-Yo ....-

-Así que no tienes un plan. Da igual. Déjalo de mi cuenta. No es fácil, pero puede hacerse.

-No tengo un plan, pero tengo a alguien que creo puede ayudarnos.-

-¿Un contacto en la prisión?-

-No. Una telépata.-

-¡Una telépata! No sé cómo has conseguido tener acceso a una telépata, pero es estupendo. Nos puede proporcionar información muy valiosa. Dónde están los presos, protocolos de seguridad ...-

-¿Cómo nos va a dar esa clase de datos?-

-Es una telépata. Puede leer mentes. No digo más. De todas maneras … por lo valiosa que es … supongo que ya habrán echado en falta …-

-¡Tuve cuidado de no ser vista!- Protestó Mireia.

-No lo dudo. ¿Dónde la tienes? ¿No estará en tu casa?-

-Ehhh. Si.-

-Es el primer lugar dónde la buscarán, si creen que tú puedes tener algo que ver en su desaparición-

Myriam despierta de un sueño extraño, pesado y profundo, artificial, pero a la vez agradable, reparador. Despierta y apenas siente nada. Conserva sus cinco sentidos operativos, pero su capacidad de leer mentes se le antoja adormecida. Y los recuerdos y emociones ajenos, tan nítidos como dolorosos, no existen. Le inunda una paz tan intensa que sus ojos se humedecen de alegría. Se estira en la cama, una cama distinta que no le es familiar hasta que por fin se decide a abrir los ojos. Recuerda vagamente dónde se encuentra.

Libre.

Su estómago protesta. ¿Cuántas horas habrá dormido? Muchas. Las suficientes. Presiente que no hay nadie en casa. Se mueve en silencio, descalza, como una gata. Descubrir cada habitación sin leer en la mente de otra persona o sin recordar lo leído en la mente de otra persona sobre el lugar donde se encuentra en ese momento, es a la vez una experiencia nueva y preciosa.

En la cocina encuentra comida. Comida de verdad. Y no el menú insípido de cada día en su ¿carcel? De nuevo la alegría y el alivio se derraman en su interior. Pero son emociones agradables, placenteras, que no duelen.

Sintió algo. Escuchó algo. La cerradura electrónica de la puerta que da acceso a aquella vivienda desbloqueándose. No ha presentido a los humanos que, sin duda, estarán al otro lado de la puerta. Eso le aterra y alivia a la vez. Tímidamente recorre los metros que le separan de la puerta, hasta toparse con ellos. Mireia, su salvadora, y un hombre al que no conoce. Es alto, mucho. Y musculoso. Su mirada es a la vez cortante y cálida. Despliega sus sentidos. Cuesta. Como caminar por el barro. Recuerdos inconexos. Imágenes entrecortadas. Lucha. Victoria. Derrota. Alegría. Complicidad. Compañerismo. Dolor. Miedo. Vértigo.

En unos pocos segundos, sin el más preciso de sus sentidos operativo al cien por cien ha de decidir su puede confiar en aquel desconocido. Mira en su interior y decide que si. Que es de confianza. Recorre los pasos que le separan de él lo más rápido que puede y le abraza. Él le abraza también, sorprendido y a la vez encantado.

-Os ayudaré. Pero no sé si podré ser útil. Todo es nuevo. Y tengo mucho miedo.-

-Ten. Vístete. Tal y como vas vestida llamarías mucho la atención. Creo que te valdrá, aunque quizás te esté un poco grande.-

Myriam toma la bolsa que le tiende el soldado y vuelve sobre sus pasos en dirección al baño. Se da cuenta de que va vestida de la misma manera que en aquel horrible lugar, con una especie de pijama blanco, como de hospital. Poco a poco va recuperando sus sentidos, su sentido y, mientras se aleja, escucha pensar al soldado “no me importaría verte desnuda” y se sonroja y alegra a la vez, porque nunca ha pensado que pudiera resultarle atractiva a nadie.

La ropa no le desagrada. Por lo que ha podido leer en la mente del soldado, o, mejor dicho, ex-soldado, ex-piloto de cazas espaciales, es la que utilizan en su trabajo actual. Piloto de naves portarresiduos. Es robusta y funcional. En tonos azul marino y naranja, con multitud de bolsillos y franjas reflectantes. El piloto parece un tipo inteligente. Como acertar en la talla del calzado era lo más difícil, ha traido dos pares de zapatos y dos pares de calcetines. La talla más pequeña, junto con dos pares de calcetines, logran que el calzado se ajuste a sus diminutos pies con la suficiente firmeza para permitirle caminar con comodidad. Los botines son curiosos. De un material robusto, pero a la vez flexible. La suela es resistente, pero delgada. “Los mandos de la nave requieren buen tacto en los pies”, piensa.

Deja el pijama en el suelo del baño, en un rincón. Un recuerdo de su vida anterior. Como un cambio de piel. Como una crisálida que sale de su capullo y se transforma en algo a la vez igual y a la vez diferente y con un aspecto distinto.

Le están esperando. Percibe cierta inquietud y prisa en sus pensamientos, se apresura.

-Estás preciosa-

-Gracias-

No recuerda la última vez que un hombre le dedicó un piropo. Dejan atrás la vivienda de Mireia. Sigue sus pasos con la agilidad y silencio casi felina que le caracteriza. Las muchas horas de sueño y la comida-de-verdad le han bastado para recuperar parte de su energía perdida. Se deja llevar mansamente. Llegan a la azotea del edificio, donde hay un lugar destinado al aterrizaje de naves. Allí reposa la pequeña nave portarresiduos. Nunca ha volado en una nave semejante a esa.

-¿Te gusta volar?-

-Creo que no tanto como a ti. He volado poco. Sólo cuando era preciso que me desplazara a algún lugar.-

-Te gustará. No todos los días tienes el placer de volar con uno de los mejores pilotos del planeta.-

Myriam esboza una media sonrisa y se acomoda en el interior de la cabina de la nave. Es pequeña, pero cómoda. La mayor parte del espacio de la nave está destinado al transporte de residuos. Pero en la cabina caben el piloto y dos pasajeros. Myriam se sienta en el asiento central, entre el Piloto y Mireia. Deja que el piloto le abroche los arneses. Lo hace con rapidez, habilidad y, a la vez, con una delicadeza que le sorprende. Después nota cómo su rostro y sus pensamientos cambian. Cambian de color, si, podría decir que cambian de color. Se concentra en lo que tiene que hacer. Pone en marcha el propulsor de la nave y hace el chequeo de todos los parámetros necesarios antes de despegar. El despegue es suave y vertical. Una vez ha concluido la maniobra, el piloto levanta un instante la mirada de los mandos, de las pantallas de navegación y le sonríe.

-¿Ves? Es pan comido-

Nunca ha volado así. Cuando le han llevado de un lugar a otro para leer mentes, siempre ha sido en otro tipo de nave. Sin ventanas. Un habitáculo acolchado con varios asientos y arneses, y siempre con otra persona a su cargo, vigilandola. Ahora es distinto. A través de las lunas frontales y laterales de la nave puede ver la ciudad alejarse lentamente, cada vez mas pequeña bajo sus pies. Siente un leve vértigo. La nave sigue ascendiendo, hasta rozar las nubes, hasta perderse en las nubes. Entonces el piloto deja de ascender y avanza hacia delante. La pequeña nave toma velocidad con pereza. Aun así nota la aceleración en el estómago. Pero es casi agradable. Por el contrario a Mireia el vuelo no le resulta nada placentero. Está nerviosa y aquella nave le recuerda a otra nave y a alguien a quien hecha de menos y percibe en ella un sentimiento a la vez inusual y precioso.

Amor.

Amor creciendo en su interior. Amor ¿Cómo será amar? Ya se le ha olvidado. No le han enseñado a amar. Sólo a leer mentes. ¿Cómo será amar? ¿Y el sexo? ¿Cómo será el sexo? Teóricamente está prohibido, salvo con fines reproductivos. Incluso con ese fin a muchos humanos les resulta profundamente desagradable, por lo que la mayoría de humanos son concebidos por fecundación artificial. Pero toda prohibición puede ser violada. ¿Cómo será el tacto piel con piel? Hace años que nadie la toca con las manos desnudas. Hace años que no toca a nadie con las manos desnudas. El personal que, en raras ocasiones, se ocupa de ella, siempre lleva guantes. Tocar la piel de un telépata con las manos desnudas no está bien visto. Podría jurar que, aunque fuera socialmente aceptable, tampoco la tocarían. Unos pocos, como Mireia, se esfuerzan en ser agradables con ella, o, al menos, en ser lo menos desagradables posible. O aquella otra mujer. Personal sanitario. Médico o enfermera. Aquella vez que se sintió realmente mal y mandaron a alguien para que la asistiera. Recuerda la dulzura y suavidad de sus gestos, de sus palabras. Guantes de látex y mascarilla. Por precaución. Pero la dulzura saltaba esas barreras físicas. Otros, simplemente le tratan como una herramienta. Algo que utilizar para un fin. Olvidan que esta viva y que siente y que sólo vivir y sentir lo que piensan los demás le duele. Una idea cruza veloz su mente. Mireia está cerca de ella, la cabina es pequeña, aunque cómoda. Sus manos quedan al alcance de las suyas. Sus manos desnudas. Entrelazadas. Percibe tensión, nervios, miedo. Un impulso irresistible le lleva a tomar una de las manos de Mireia entre las suyas. Al notar el contacto ella se asusta, se pone rígida, toma aire de golpe y su rostro se crispa en una mueca de sorpresa y asco.

-No tengas miedo, todo va a salir bien-

-¿Cómo lo sabes?-

-No lo sé. No puedo ver el futuro. Pero lo deseo. Tu me has ayudado. Yo te intentaré ayudar. Estas nerviosa y pensé que podría animarte-

-Gracias-

Las nubes.

Avanzan a una velocidad que no es capaz de precisar, aunque se le antoja elevada. Para el piloto es demasiado lento. Para Mireia, estremecedoramente rápido. Entre nubes. Dentro de las nubes. Jirones a veces blancos, a veces grisáceos rozan la nave. Una nada eterna blanca y gris. Es una sensación extraña y desconocida (todo lo que vive se le antoja así, extraño, desconocido, lleno de incertidumbre) pero, a la vez, le transmite calma.

-Ya llegamos-

La nave reduce su impulso hacia delante y se queda quieta en medio de esa nada de nubes y empieza a descender. El piloto mira a sus instrumentos, pero de vez en cuando también al exterior. Pronto abandonan las nubes y la ciudad vuelve a emerger bajo sus pies. No sabe dónde está, pero el piloto sí. Un área de aterrizaje marcada con un círculo de pintura amarilla se dibuja poco a poco entre la niebla bajo sus pies. La nave se posa suavemente.

-Vamos. Ahora hay que darse un poco de prisa-

El área de aterrizaje está en la azotea de algún tipo de edificio. Myriam se pregunta cómo se baja de allí, porque no ve ninguna puerta, ninguna escapera. Por toda respuesta, el piloto baja de la nave, y se arrodilla en un extremo de la azotea. Le ve manipular una especie de teclado y, como por arte de magia, una sección del suelo se desplaza, dejando a la vista unas escaleras. Mireia baja tímidamente de la nave y Myriam le sigue.

-Es por aquí-

El interior está tenuemente iluminado. Descienden varios tramos de escaleras, hasta que el piloto les invita a pasar a través de una puerta metálica de color gris.

-¿Este lugar es seguro?-

-Nada es seguro al 100%, pero es el último lugar donde buscarían a nadie-

-¿De verdad?-

-Puedes estar tranquila. Lo he utilizado decenas de veces y nadie nos ha molestado-

-¿Utilizado?-

-Ya sabes …-

Myriam ha asistido entre divertida y curiosa a la conversación y por fin se decide a intervenir.

-Para tener sexo con mujeres. Para … follar-

-A veces olvido que sabes todo lo que pienso-

-No todo. Sólo lo suficiente-

Mireia parece horrorizada. Myriam siente su incomodidad y su vergüenza. Pero es un buen día, un día como nunca en mucho tiempo y lo que siente y lee, no duele.

-No es el lugar más cómodo del mundo pero puedes pasar bastante tiempo aquí. Hay luz, agua, calefacción, un baño, una cama, una cocina, comida …-

-Es perfecto. Gracias.-

-No hay por que darlas-

El piloto se dirige a Mireia.

-Debemos irnos. Puede que nos echen en falta, a los dos. Volveremos para traerle algo de ropa y ver que está bien-

Desaparecen por las escaleras. Myriam se queda sola. El lugar es muy amplio a la vez que espartano. Industrial. Con cautela, despliega sus sentidos.

Nadie.

Recorre una habitación tras otra. La mayoría están completamente vacías, salvo tres. Una se ha acondicionado como dormitorio. Otra, como cocina. Y, por último, un baño.

En un extremo del dormitorio algo llama su atención. Es un piano. Un piano de verdad. No un teclado electrónico. Un piano de los de antes. Una obra de arte. Se sienta ante él. Levanta la tapa que protege las teclas. Recuerda que le enseñaron a tocar el piano. Si. No está segura. ¿De quién es el recuerdo? ¿Propio o de alguna de las cientos de personas cuyas mentes ha leído?

Sus dedos acarician las teclas hasta que por fin se decide a tocar. Una melodía agridulce. Y la música llena el edificio y llena su mente. Y la alegría se desborda poco a poco en su interior, una marea dulce a la vez que imparable.

(7) Un plan

-No tengas miedo. Todo va a salir bien.

-¿Lo crees, lo deseas o lo repites para aumentar tu confianza?

-El miedo es lógico en una situación como ésta, pero no ayuda en nada. Impide pensar con claridad, impide reaccionar con rapidez.

-Sé lo que es el miedo. Lo he leído miles de veces en otras mentes y lo he sentido muchas veces más en mi interior.

-Se me olvida que puedes leer mi mente. Es ...

-¿Desconcertante? ¿Da miedo? Si te resulta violento, no lo haré. Si pudiera, habría pedido permiso cada vez que me pidieron leer las mentes de los demás. Pero no podía. Tampoco me pidieron permiso a mí para convertirme en una simple herramienta.

-Yo también fui una herramienta. Un soldado. Y obedecí órdenes. Entiendo lo que quieres decir. Al menos yo me alisté por mi propia voluntad. Igual tú no tuviste otra opción.

-No la tuve. A mí me obligaron. Ni elegí tener la capacidad de leer mentes ni elegí usarla cada día. Pero tú no tienes la culpa. Eres amable conmigo. Gracias.

-Nunca me habían dado las gracias por ser amable. Me han felicitado después de una misión, incluso después de follar, pero no por ser amable. Gracias a ti.

-De nada. Estoy acostumbrada a percibir aspectos de otras personas de los que ni siquiera ellas mismas son conscientes.

-Si estás preparada, vamos allá. En 10 minutos aterrizaremos en la prisión. Es la primera toma de contacto. No hay que salvar a nadie ni salvar el mundo hoy. Sólo obtener la mayor información posible.

-Entendido. Mantendré mis sentidos alerta. Todos.

-Por lo demás será fácil. Entramos, recogemos los residuos y nos vamos. Es fácil. Dejamos los contenedores autopropulsados vacíos que llevamos en la nave en la prisión y nos llevamos los contenedores llenos. Tenemos autorización, la documentación en regla. No va a pasar nada, si no nos ponemos nerviosos. La guardia de la prisión huele el miedo, por así decirlo. Están acostumbrados a sospechar de todo y de todos. Pero te repito que no tiene por qué pasar nada.

-De acuerdo. Creo que recordaré como funcionan los contenedores, como hacer que se muevan hacia donde yo quiero.

-Y si no te acuerdas me lo preguntas ¿Vale? Nadie nace sabiendo. Son casi autónomos. Llevan unos sensores en la parte de abajo, en la panza, que siguen unas líneas negras que hay a lo largo del suelo de la base.

-Lo recuedo. Es sólo que ... Nunca he hecho algo así.

-Lo se. Es tu primera misión real, por así decirlo. Te diré lo que me dijeron la primera vez que entre en combate: sigue al jefe de escuadrón y mantén la calma y los ojos abiertos.

-Lo intentaré.

-Se que puedes hacerlo. Me hubiera gustado tener a alguien como tú en mi escuadrón.

Myriam murmuró "gracias" de forma apenas audible. Se sonrojó. El piloto le imponía. Pero a la vez le proporcionaba una extraña sensación de seguridad y confianza.

-Markus, no sé cómo podré agradecerte lo que estás haciendo por nosotros.

-Ya lo haces. Me has llamado por mi nombre. No suelen llamarme así. Me llaman el Piloto o el basurero. Y me gusta recordar que soy un ser humano y que tengo nombre.

(8) Jeannine

-¿Qué te pasa Myriam? ¿Te encuentras bien?

-Creo que si. He tenido una pesadilla horrible.

Myriam giró su cuerpo sobre la cama hasta que su cara quedó a pocos centímetros del rostro de Markus. Aun en la penumbra adivinaba sus facciones duras, pero también atractivas.

-No estoy preparada para tener sexo contigo. Todavía no.

-Se me olvida que sabes todo lo que pienso.

-No todo. Sólo lo suficiente.

-Así que has tenido una pesadilla. Gritabas en sueños. Quizás no debí llevarte a la cárcel. Hablabas de guardias y de alambradas. Supongo que has soñado con la cárcel.

Myiriam permaneció en silencio unos instantes, mirando a Markus. Sus ojos de un azul claro se le antojaron hermosos. Se esforzó en recordar el sueño. Le resultaba demasiado nítido. Doloroso.

-¿Has matado a alguien?

Markus apretó los labios.

-¿A que viene esa pregunta?

-¿Lo has hecho?

-Si. No es que esté orgulloso. Hice lo que se esperaba de mi. Era mi trabajo.

-Y ¿te han herido?

-Si. Incluso un piloto extraordinario como yo, no es invulnerable.

-A mi también me han herido.

-Me temo que de otro modo.

-No puedes leer mi mente, pero tu intuición es correcta.

-¿Tienes miedo de que te vuelvan a hacer daño?

-Mucho.

-Me gustaría poder jurarte que nada malo te pasará a mi lado. Pero no puedo prometerte eso.

-Lo entiendo. Agradezco tu sinceridad.

-Intenta volver a dormirte.

Myriam se giró de nuevo en la cama, dando la espalda a Markus. Él la abrazó con ternura.

-Me encantan los abrazos-Murmuró Myriam.

El sueño le pudo. La pesadilla regresó.

-¡Vamos, coño! ¡No te quedes ahí parada! ¡A correr!

Jeannine comenzó a correr a través del campo, en dirección a la alambrada que se adivinaba unos cientos de metros más allá. En el límite de la pradera de hierba, donde comenzaba el bosque, la malla metálica coronada de alambre de espino brillaba bajo la luz de la mañana.

A los pocos metros Jeannine volvió la cabeza. Myriam seguía donde la dejó unos instantes antes. En cuclillas sobre la hierba, junto al cuerpo inerte del guardia. Incapaz de moverse.

-¿No me has oído? ¡Me cago en la puta! ¡Corre de una vez!

No voy a ir a buscarla. Que haga lo que le salga del coño.

En unas cuantas zancadas más alcanzó la alambrada. Distinguió dos siluetas con ropas grises al otro lado, ocultas entre los árboles. Una de ellas se adelantó y abrió una especie de pequeña puerta en la malla metálica. Habían cortado el alambre. Jeannine se apresuró a cruzar la puerta improvisada.

*el relato nació en 1996, en el otoño (octubre) de 1996, entonces en papel, entonces se llamaba La hermandad del sable. Entonces yo tenía 16 años. Ay. A mi yo de 1996 le hubiera gustado leer esto.