Metalenguaje (Diciembre 2018 >)

Una tarde más. Se desliza con agilidad por las calles de la ciudad, entre los coches. Al manillar de su bici, una vieja bicicleta de carretera convertida en singlespeed, con manillar de cuerno de cabra y pintada en un elegante color negro mate. El 50% de su mente se concentra en evitar todos los obstáculos que se cruzan a su paso (coches, motos, peatones, furgonetas, taxis, autobuses). El otro 50% analiza su estado de ánimo, sus emociones. Tras varios minutos de análisis llegó a la conclusión de que su estado actual era aceptable, incluso bueno y, desde ese momento, concentró el 75% de su mente en manejar su bici y el otro 25% quedó libre, a la espera de una nueva tarea.

Hasta que sintió que algo no estaba bien.

Dado que fue una percepción o emoción muy intensa, intrusiva, disruptiva, hasta dolorosa, juzgó que no era una buena idea continuar su camino. Buscó una acera despejada y salvó el bordillo con agilidad, tirando del manillar y, a la vez, elevando la rueda trasera con un preciso desplazamiento del peso de su cuerpo hacia delante. Detuvo la bici sobre la acera. ¿Qué es lo que no estaba bien?

Quizás escribir le ayudara a encontrar lo que no estaba bien. Por eso siempre llevaba un cuaderno y algunos bolígrafos en la mochila. Escribir. Desde hacía más años de los que podía recordar, escribir le ayudaba a poner orden en sus pensamientos. Por improvisado atril o mesa usó el manillar de su bici. Al principio le costó plasmar en palabras esa emoción o percepción. Debería existir otro tipo de lenguaje. Un lenguaje más allá del lenguaje. Con el que poder expresar cómo se sentía, de forma más fluida, más sencilla, que le supusiera menos esfuerzo. Un lenguaje con el que poder expresar si deseaba interactuar con otros seres humanos o prefería no ser molestada. Un lenguaje que, a la vez, permitiera que los humanos se ayudaran entre ellos.

Sintió una emoción desconcertante creciendo en su interior, subiendo desde la boca del estómago de forma imparable. Se le antojó que esos pensamientos, esos deseos, eran reales. Que le había sido concedido el don de percibir o intuir el estado de ánimo de otros seres humanos. Y que su misión en el mundo era utilizar ese don para ayudar a los demás. Para aliviar el dolor. Para aliviar el sufrimiento.

Sacudió la cabeza. Era una locura. Puso en palabras esos pensamientos tan irreales. Se los diría a la psiquiatra en la siguiente cita. Cuando acabó de escribir, guardó el cuaderno en la mochila y se dispuso a seguir su camino. Pero esa sensación continuaba anclada en la boca del estómago. Algo no estaba bien. Miró a su alrededor. Barrió el espacio que le rodeaba con todos sus sentidos. Pensó en los murciélagos. Se orientaban en la oscuridad mediante ultrasonidos. Quizás ella fuera capaz de percibir porciones de la realidad que pasaban desapercibidas.

Si. Vale. Pero ¿cómo no la había visto hasta ahora? Sobre la acera, a menos de 10 metros, una moto. Una moto grande, muy bonita. Una Ducati. ¿Por qué lo sabía, si a ella no le gustaban las motos? Muy fácil. Porque estaba escrito en el depósito. Caracteres blancos destacando sobre el rojo del tanque de gasolina. Recordó aquel antiguo compañero de piso que era un fanático de las motos. Y sus preferidas eran las Ducati. Incluso le regaló una mochila con el logotipo de la marca italiana. La misma mochila en la que acababa de guardar cuaderno y bolígrafo.

Sobre la moto, una chica. Una mujer. Juzgó que tendría al menos diez años más que ella. Bien entrada en la treintena. Aun así, muy atractiva. Le llamó la atención su pelo cobrizo. Sus ropas eran funcionales pero igualmente atractivas: cazadora de cuero negro, vaqueros azules, botines de piel negra. Su rostro era corriente pero hipnotizador. Se dio cuenta de que llevaba unos interminables segundos mirándola y que ella también se había dado cuenta. Empujando la bici por el manillar, llegó hasta ella.

-Hola.

-Hola ¿Por qué me miras tanto? ¿Te gusta la moto?

-¡Me encanta! ¡Es una Ducati! Me encantan las Ducati.

Laila le mostró la mochila con el logo de la marca italiana a la desconocida.

-Vaya. Que casualidad ...

-Pues si ...

-¿Te gustan las motos?

-Un poco. Aunque más las bicis.

Menuda obviedad. Iba en bici.

-Ya lo veo.

-La libertad que da ir en bici. El aire en la cara. Poder colarse por cualquier hueco. El equilibrio. Se que suena muy tópico, pero ir en bici hace mejores incluso los días más desastrosos.

-A mi me pasa lo mismo. Ir en moto siempre me pone de buen humor. Puedo tener un día de mierda pero todo se esfuma en cuanto me subo en mi moto.

Laila quiso prolongar la conversación. Su mirada advirtió pequeños detalles en la Ducati, como la tornillería de aluminio anodizado en diversos colores o la botella dorada del amortiguador trasero.

-Se nota que te gusta tu moto. Está muy cuidada. Los tornillos de colores. Y el amortiguador creo que no es el de serie. Me encanta el dorado.

-Gracias. Has acertado en todo. La moto no es nueva, pero le tengo mucho cariño y he intentado darle un toque personal. Los tornillos de colores o el amortiguador. Es un Öhlins. Es carísimo pero se nota la diferencia.

-Mi bici es mucho más sencilla, pero también tiene parte de mí. Partí de una bici de carretera y dejé a un lado todo lo que no fuera necesario para rodar. Sin marchas, con manillar cuerno de cabra. La pintura del cuadro no estaba en buen estado así que hice que la pintaran de negro mate.