En el regazo del viento (Marzo 2013 > Noviembre 2018)

Sentado en el suelo, con la espalda apoyada en un pilar de hormigón, los ojos entrecerrados, Mario sintió desbordarse el miedo en su interior a cada minuto. Una tempestad devastadora, un huracán de diminutos pedazos de hielo arañando su tripa. Desde que tuvo uso de razón, siempre había soñado con vivir en la capital del imperio, aquella ciudad maravillosa, todavía intacta a pesar de la guerra. Ahora, con trece años, su sueño se cumplía. ¿Por qué sentía tanto miedo?

La aeronave aterrizó bajo la tenue luz del atardecer. Los pasajeros la observaban desde los bajos de un edificio cercano, o lo que quedaba de él. La nave se les antojaba una lágrima de metal plateado, flotando ingrávida como un diente de león en el aire. En su fuselaje todo era curvo y brillante: metal pulimentado o cristales espejados. Por improvisado lugar de aterrizaje, apenas un círculo dibujado con pintura amarilla. El paisaje era desolador: hasta donde alcazaba la vista, edificios en ruinas, escombros y calles bloqueadas por barricadas.

Una vez en el suelo, la piloto se quitó el casco. Abrió las portezuelas de la nave, bajó de ella. Detenidamente, recorrió la superficie de la nave, con sus ojos marrones y con sus manos enguantadas. Juguetea con un pañuelo gris que lleva en torno a su cuello. Del mismo color que el mono, los guantes y las botas de vuelo. Una vez se hubo asegurado de que la nave estaba en perfecto estado, recorrió los escasos metros de asfalto agrietado que le separaban del lugar donde esperaban sus pasajeros.

-Por favor, vayan hacia la nave.

Entre hombres y mujeres de diversas edades, seis personas. Prácticamente la capacidad máxima de su pequeña nave. Parecían aliviados de su llegada y enseguida se pusieron en marcha hacia la nave. ¿Todos? Sentado en el suelo, con la espalda recostada contra un pilar de hormigón, un muchacho. La mirada perdida en el vacío, como si ella no existiera. Se agachó a su lado, tratando de captar su atención. Distinguió unos ojos verdes, una mirada triste y temerosa.

-¿Es la primera vez que vuelas?

Asintió con la cabeza.

-Tranquilo, no pasará nada.

Le ayudó a levantarse y se encaminaron hacia la nave. Advirtió que el espacio antaño destinado al copiloto, a la derecha del asiento, estaba libre.

-Has tenido suerte, el mejor asiento aún está libre. El que tiene mejores vistas-

Eso no pareció alegrarle, ni mucho menos tranquilizarle. Mientras ocupaba su lugar pensó que quizás la visión del vacío le asustara todavía más. Se abrochó el arnés de seguridad y cerró las puertas de la nave. Comprobó que el resto de pasajeros también se habían abrochado los arneses. Todos, salvo el chico. Temblaba y tenía los ojos inundados en lágrimas.

-Tranquilo, tranquilo.

Le acarició el hombro. Se quitó el pañuelo del cuello y lo usó para secar las lágrimas. Con delicadeza, le abrochó el arnés.

-Así estarás más cómodo.

-Toma, te lo regalo- Dejó el pañuelo en su regazo y le hizo cosquillas en la palma de la mano derecha y el pareció sonreír.

-¿Ves? He conseguido sacarte una sonrisa-

Ella le mira sonreír mientras se coloca el casco. Lograr hablerle calmado un poco le llena de paz mientras acaricia los mandos y se concentra en el procedimiento de despegue. Comprueba dos veces cada indicador, todo parece estar en orden. Después, esa sensación placentera e hipnotizadora. No saber dónde terminaba su cuerpo y dónde comenzaba la nave. Volar en el regazo del viento. La cabina les aisla del rugido feroz del viento. Pero no elimina la sensación de vertigo perfecto de volar. La nave acaricia y corta con fiereza jirones de nubes lechosas. Se concentra en volar. Su atención se reparte entre el exterior, los instrumentos de navegción y el rádar. Apenas hay tráfico aéreo. Pero tampoco hay ningún control sobre las pocas aeronaves que surcan el aire. Ha de volar con precisión absoluta. El caos en tierra contamina el aire. Por eso el vuelo, aunque tranquilo, se le antoja agotador.

Una vez en la seguridad del suelo, su mirada se cruza con la de Mario. Él le devuelve una leve sonrisa.

-No ha sido tan terrible ¿verdad?

-Me ha gustado mucho … - dice con voz apenas audible.

Una sonrisa capaz de borrar el cansancio. Sólo por aquella sonrisa, merece la pena volar.