La intérprete (2011- 2023)

1

Un edificio anónimo del centro de la ciudad. Antiguo, con retorcidas escaleras, peldaños de madera desgastados. Llegó hasta el cuarto piso y se detuvo ante una de las puertas. Sacó un trozo de papel doblado varias veces del bolsillo trasero de sus pantalones, donde tenía escrito la dirección. No le gustaría equivocarse. Se acercó a la puerta, lentamente, sin atreverse a pulsar el timbre. La luz de la escalera se apagó. Quedó en penumbra, escuchando retazos de conversaciones y sonidos cotidianos que le llegaban de otras viviendas y el rumor apagado del tráfico en la calle.

Escuchó un sonido sordo y metálico, de descorrer cerrojos. Dio un paso atrás. La puerta se abrió y una bocanada de luz cálida iluminó el rellano.

-Pasa, por favor-

Le llamó la atención su voz, cálida y acariciadora. Se le antojaba modulada para transmitir calma y confianza. Ojos marrones y sonrisa franca y luminosa. Pelo cobrizo. Algo más alta que él. De su ropa le llamó la atención la bata blanca, quizás, le sorprendió o le desagradó o ambas cosas. Sintió que ella, de alguna manera, lo había percibido.

-Me llamo Lidia y voy a ser tu intérprete.-

Le tendió la mano, de piel blanca y en apariencia delicada y dedos largos. En un gesto casi automático, la estrechó. Resultaba cálida y a la vez firme.

-Sígueme, por favor-

Comenzó a caminar por el pasillo. Tras una leve vacilación él la siguió. El suelo era de madera, como la escalera, y las paredes blancas y asépticas. Dejaron atrás varias puertas antes de que ella se decidiera a abrir una y le invitara a pasar. Una sala ni grande ni pequeña. A través de un ventanal oculto tras estores se filtraba algo de luz de la tarde. Paredes blancas y desnudas. Apenas unos pocos muebles: un escritorio con una silla a cada lado, un sofá, nada más.

Le invitó a sentarse en una de las sillas y ella ocupó la que estaba al otro lado del escritorio.

-¿Estás nervioso?-

-Un poco-

-La primera vez es normal. ¿Quieres algo de beber? ¿Una infusión? Te sentará bien y te ayudará a relajarte-

Asintió. Ella salió de la habitación y volvió al rato con dos tazas humeantes. Le tendió una. Bebió apenas un sorbo, con cuidado, estaba caliente y dulce. Dejó la taza en el escritorio y clavó sus ojos en los suyos.

-¿Me va a leer la mente?-

-Si. Pero no tienes por que preocuparte. No veré nada que no quieras mostrarme. Tienes un gran potencial, una imaginación enorme, pero no puedes expresarla. Yo me encargaré de poner tu imaginación en palabras. Ese es mi trabajo- y durante una fracción de segundo, una sombra negra cruzó su rostro.

-Puedes sentarte o tumbarte en el sofá. Intenta relajarte. No es doloroso, ni siquiera te darás cuenta. Sólo concéntrate en lo que llevas semanas imaginando.-

Asintió y se dirigió al sofá. Primero se sentó tímidamente, para después tumbarse echo un ovillo. Se incorporó para quitarse los zapatos, que dejó en el suelo, junto al sofá y volvió a tumbarse. Ella fue hasta la mesa y cogió un cuaderno grande de tapas duras, un par de lápices y una goma de borrar. Acercó una de las sillas al sofá y se sentó junto a él. Escuchaba su respiración pausada y los ruidos lejanos de la ciudad tras los cristales. Al principio todo era oscuridad en su mente. Poco a poco comenzó a percibir destellos distantes, brillantes, blancos, azulados. Destellos de mil colores que se estremecían con un latido rítmico. Abrió el cuaderno y comenzó a escribir. Palabras, frases inconexas. También algunos pequeños dibujos, sólo esbozos. Continuó escribiendo durante casi una hora. Entonces decidió que tenía suficiente para comenzar. Acompañó al chico hasta la puerta. Después volvió a la misma habitación. Se tumbó en el sofá, con el cuaderno apretado contra el pecho y se quedó dormida.

2

Algunos cabellos cobrizos escapan de la capucha, acariciando su rostro. El brillo de la pantalla del portátil ilumina su cara y sus ojos. En penumbra, en el interior de un coche. Es de noche y la niebla cae poco a poco con un abrazo húmedo y gélido. Pero ella no lo percibe, no lo siente. Su mente vaga a años luz de allí, hilvanando lugares, conversaciones, palabras, sensaciones prestadas. Sus dedos recorren veloces el teclado del diminuto portátil que tiene en las rodillas. No quiere que ningún detalle, por pequeño que sea, se le pase por alto. Escribe y escribe sin parar. Dibuja cúpulas de mil colores que cubren extraños edificios en un planeta lejano. Cúpulas multicolores que destacan entre las dunas del desierto. Una pequeña nave espacial monoplaza sobrevuela la ciudad en misión de vigilancia. Sus dedos dibujan el casco con visor espejado del piloto y los sistemas de navegación de la nave.

No es el lugar más cómodo, desde luego. Pero la necesidad de escribir le había asaltado y debía escribir. Afortunadamente ahora sólo era esa necesidad, y no una algarabía de voces en su cabeza. Ya no eran voces, sino colores, imágenes, palabras. Algo más amable, menos enloquecedor. Recordó el Pasado Oscuro y su estómago se encogió levemente.. En el asiento del copiloto, un cuaderno grande, de tapas duras. Palabras, frases inconexas, bocetos. Con trazos rápidos y fuertes. Apresuradamente. Así empezaba todo. El ordenador resultaba demasiado lento para esos primeros momentos. Más tarde, cuando se encontraba más tranquila, releía sus notas y comenzaba a escribir. A veces la necesidad de escribir la sorprendía en los lugares más insospechados.

Tal y como había llegado, la inspiración cesó. Por el momento, tenía suficiente. Se aseguró de guardar los cambios en el documento antes de apagar el ordenador. Después lo guardó en un compartimento acolchado de un bolso-bandolera. También guardó el cuaderno en el mismo bolso y los dejó en el lugar que ocuparían los pies del copiloto. Giró la llave de contacto y arrancó el coche. ¿Dónde estaba? Un polígono industrial en las afueras de la ciudad. Volver a casa, en la noche. Estaba cansada. Intentó mantener la concentración en la carretera, en las formas irreales de los otros coches avanzando entre la niebla. Como en un sueño. Debía tener cuidado, olvidar el cansancio. Por un momento se preguntó qué era lo real, si aquello que tenía delante de sus ojos o los relatos que hilvanaba casi a diario. Y de nuevo recordó el Pasado Oscuro.

Regresó a la ciudad. Al mundo real. A aquel hormiguero de humanos. Hay algo de ruido en su cabeza, pero no voces. A veces le llegan imágenes fugaces a la mente, como un relámpago, como un destello en la oscuridad, una bocanada amarga de miedo subiendo desde la tripa. Regresó a la ciudad, a las pequeñas preocupaciones como para encontrar sitio donde aparcar cerca de su diminuto piso del centro. Al final, cansada de dar vueltas, agotada después de un día entero escribiendo recuerdos y sueños ajenos, dejó el coche sobre la acera, donde no estorbaba mucho. Cogió el bolso. Se abrochó la cremallera del abrigo y así, con el rostro parcialmente oculto, comenzó a caminar por aquella maraña de calles estrechas, sin rumbo. Estaba cansada, agotada, pero no quería volver a casa todavía. Caminar entre la gente, casi sin verla, en la oscuridad de la noche, rota por luces blancas, dolorosas, cegadoras. No quería volver a casa. Encender el ordenador y enviar aquellos retazos de sueños ajenos a quienes no deberían leerlos. A quien habían sacado las voces de su cabeza. Recordó, como en un destello, la letra de una vieja canción ….

¿Quién manipula las esperanzas en beneficio propio?

Pero debe hacerlo. No le gusta pero debe hacerlo. Busca las llaves en el bolsillo derecho del abrigo. El tacto del metal frío de las llaves le trajo recuerdos lejanos y dolorosos. Se estremeció todo su cuerpo. No. Ahora no. Respira. Todo está bien. Todo está bien.

No es verdad.

Franquea la primera puerta, metálica, que da acceso al portal. Trepa por las escaleras con peldaños madera, lentamente, midiendo sus fuerzas. En silencio, como un gato, sus pasos se deslizan por los peldaños desgastados.

Las llaves tiemblan en su mano derecha. Acertar con el ojo de la cerradura le cuesta un triunfo. Abrir la puerta, otro, pero no es culpa suya. Es grande, pesada, de madera gruesa, y con el frio y la humedad se hincha, encajándose contra el marco.

-Vamos, maldita sea ...-

Empuja con fuerza, con fiereza. Con un chirrido la pesada hoja de madera por fin se abre. Accede al interior, cálido y oscuro y cierra la puerta tras de si. Cierra la cerradura, una vuelta, dos vueltas. Quiere dormir, refugiarse bajo sábanas y mantas, ahogar sus pensamientos con el sueño. Pero antes ha de hacer algo. Si siquiera quitarse el abrigo, se sienta ante un escritorio. Enciende un flexo. Saca el portátil del bolso. Sus manos tiemblan mientras despliega la pantalla, cuando pulsa el pequeño botón que lo pone en marcha. Accede a aquella página web. Una web que pocos conocen. Mientras introduce el usuario y la contraseña, no puede evitar mirar a la pequeña cámara integrada en el marco de la pantalla. Le están observando. Se aseguran de que es ella. Adjunta el documento. En su interior se mezclan el alivio y el asco. Es repugnante. Sólo una ladrona de sueños. Se siente sucia y cobarde. Tras asegurarse de que el documento ha sido adjuntado de forma correcta y completa, apaga el ordenador. Tiene hambre pero no granas de comer. Quiere dormir. Las lágrimas pugnan por brotar de sus ojos. 

Alarga el brazo izquierdo, pulsa el interruptor circular. La luz desaparece. La oscuridad se suma a su oscuridad interior. Se quita, primero el abrigo, después la chaqueta de punto, más tarde una camiseta azul cielo, continúa con las botas de caña baja y color chocolate. Por último, los pantalones. La ropa y los zapatos se amontonan en el suelo entorno a la silla. Se siente ridícula, en sujetador y bragas, sentada en una silla, en la oscuridad del salón de aquel piso. Llamarlo hogar se le antoja una quimera. Las lágrimas corren por sus mejillas hasta llegar a la boca, más allá de la boca, más abajo de la boca.

Tiembla. Tirita. Debe ir a la cama. Recuerda el suave tacto de las sábanas y la calidez de edredón nórdico.

Le viene, insolente, inoportuno, un recuerdo nítido, vívido, inconexo.

Nuestros intérpretes harán tangibles todos los sueños, ideas, emociones que bullen en su cabeza. Realice nuestro test de forma totalmente gratuita y le pondremos en contacto con el intérprete que sea más compatible con usted.

Lidia rompe a reír. Una carcajada estremecedora.

-De forma gratuita. Algo a cambio de nada.

Habla en susurros. Quizás la esté escuchando.

-Mentira. MENTIRA. MENTIRA.

Pierde el equilibrio y cae de la silla. A gatas, se arrastra en la oscuridad hasta el dormitorio. Se desliza bajo el edredón nórdico. Le incomoda el sujetador, con un hábil movimiento desabrocha el cierre de la espalda y se lo quita. En ese preciso instante otro recuerdo vívido le asalta.

Podemos enseñarte a controlar tu don, tu capacidad. Para que esas voces sólo resuenen en tu cabeza cuando tu quieras. Para que no vuelvan a asustarte. Para que recuperes el control de tu vida.

-¿QUÉ VIDA?

Al lado de la cama hay una mesilla, sobre ella, un blister y una botella de agua. Con manos temblorosas, extrae tres pastillas y se las traga con la ayuda de un sorbo de agua. Tres. Serán suficientes. Quizás.

Dormir.

Dormir.

DORMIR.