Prisionero del viento (2013)

La aeronave aterrizó bajo la tenue luz del atardecer.  Los pasajeros la observaban desde los bajos de un edificio cercano o lo que quedaba de él. La nave se les antojaba una lágrima de metal plateado, flotando ingrávida como un diente de león en el aire. En su fusejale todo era curvo y brillante: metal pulipentado o cristales espejados. Por improvisado lugar de aterrizaje, apenas un círculo dibujado con pintura amarilla. El paisaje era desolador: hasta donde alcazaba la vista, edificios en ruinas, escombros y calles bloqueadas por barricadas.

Una vez en el suelo, la piloto se quitó el casco. Abrió las portezuelas de la nave, bajó de ella . Detenidamente, recorrió la superficie de la nave, con sus ojos marrones y con sus manos enguantadas. Juguetea con un pañuelo gris que lleva en torno a su cuello. Del mismo color que el mono, los guantes y las botas de vuelo. Una vez se hubo asegurado de que la nave estaba en perfecto estado, recorrió los escasos metros de asfalto agrietado que le separaban del lugar donde esperaban sus pasajeros.

-Por favor, vayan hacia la nave-

Entre hombres y mujeres de diversas edades, seis personas. Prácticamente la capacidad máxima de su pequeña nave. Parecían aliviados de su llegada y enseguida se pusieron en marcha hacia la nave. ¿Todos? Sentado en el suelo, con la espalda recostada contra un pilar de hormigón, un muchacho. La mirada perdida en el vacío, como si ella no existiera. Se agachó a su lado, tratando de captar su atención. Distinguió unos ojos verdes, una mirada triste y temerosa.

-¿Es la primera vez que vuelas?-

Asintió con la cabeza.

-Tranquilo, no pasará nada-

Le ayudó a levantarse y se encaminaron hacia la nave. Advirtió que el espacio antaño destinado al copiloto, a la derecha del asiento del piloto, de su asiento, estaba libre.

-Has tenido suerte, el mejor asiento aun está libre. El que tiene mejores vistas-

Eso no pareció alegrarle, ni mucho menos tranquilizarle. Mientras ocupaba su lugar pensó que quizás la visión del vacío le asustara todavía más. Se abrochó el arnés de seguridad y cerró las puertas de la nave. Comprobó que el resto de pasajeros también se habían abrochado los arneses. Todos, si. Todos, salvo el chico. Temblaba y tenía los ojos inundados en lágrimas.

-Tranquilo, tranquilo-

Le acarició el hombro. Se quitó el pañuelo del cuello y lo usó para secar las lágrimas. Con delicadeza, le abrochó el arnés.

-Así estarás más cómodo-

-Toma, te lo regalo- Dejó el pañuelo en su regazo y le hizo cosquillas en la palma de la mano derecha y el pareció sonreír.

-¿Ves? He conseguido sacarte una sonrisa-

Le sonríe mientras se coloca el casco.

Acaricia los mandos y se concentra en el procedimiento de despegue. Comprueba dos veces cada indicador, todo parece estar en orden. Después, esa sensación. No saber dónde terminaba su cuerpo y dónde comenzaba la nave. Y volar, volar. En brazos del viento. Mira los instrumentos de navegación. También al radar. Apenas hay tráfico aéreo, si. Pero tampoco hay ningún control sobre las pocas aeronaves que surcan el aire, por eso hay que andar con mil ojos, para evitar algún tipo de incidente. También está atenta a los detectores de amenazas. No es una zona particularmente conflictiva y, una vez en el aire, se mantiene en una altura de seguridad. Pero cualquier precaución es poca ….

Por suerte el vuelo es tranquilo. Aunque un poco cansado. Una vez en la relativa seguridad del suelo, el chico le devuelve una leve sonrisa.

-No ha sido tan terrible ¿verdad?-

-Me ha gustado mucho … - dice con voz apenas audible.

Años después volvieron a encontrarse.

-Eh, piloto, ¿no te acuerdas de mí?

Eva negó con la cabeza.

-Hace diez años me llevaste en tu nave. Y conseguiste sacarme una sonrisa. Ahora yo también soy piloto.