J. Schiller, Berlín (Agosto 2020)

  1. Berlín. Alemania.

Espero a que el hangar quedara en completo silencio para decidirse a tocar. El piano estaba en un rincón, en medio de un caos aparente de herramientras y cajas de munición. Se movía en silencio, como una gata, con el fusil colgado del hombro y un candil en la mano izquierda, que le proporcionaba apenas la suficiente luz para no tropezar. Dejó el fusil en el suelo, con la culata sobre el piso de cemento y el cañón apoyado en una caja de madera. A su lado, dejó también el candil. Retiró con cuidado la lona verde oliva que cubría el piano. Por toda silla, se decidió a utilizar otra caja de madera. Levantó la tapa que protegía las teclas del piano despacio. ¿Qué podía tocar?

-Debussy ... Es perfecto para una noche como la de hoy.- Susurró.

-Suite Bergamasque ... Clair de Lune.

Apostaba a que no recordaría completa aquella pieza, pero al menos podría comenzar a tocarla. Comenzó a tocar. Sus dedos se movían hábiles acariciando las teclas. La música comenzó a llenar el hangar, su mente, su corazon.

Un leve sonido le sobresaltó. En un movimiento instintivo, se puso en pie, volcando la caja que le hacía de asiento. Cogió el fusil y montó el arma, metiendo una bala en la recámara, con un chasquido seco y metálico.

-¿Hay alguien ahí?

Por toda respuesta, un fogonazo en la oscuridad y el estruendo de un disparo. Se agachó hasta quedar con la rodilla derecha sobre el suelo, apoyó la culata del fusil en su hombro izquierdo y devolvió el fuego.


  1. Baja Alcarria. Cuenca. España

El crepitar del altavoz de la radio rompió el silencio del alba.

-Parece que hay un nuevo foco al oeste del foco principal, en la linde del monte ¿Me copias?

-Te copio alto y claro. Vamos a echar un vistazo. ¿Cuando llegarán los medios aéreos?

-En cuanto la visibilidad lo permita.

-Recibido. Cuando lleguemos al posible foco te informamos.

Víctor se frotó los ojos. Dejó el micrófono de la radio sobre el salpicadero del viejo Toyota Pick-up antes de salir del coche. Miró al resto de miembros del retén forestal y en sus ojos leyó el mismo cansancio y resignación que el reflejo de su rostro en el espejo retrovisor le había devuelto instantes antes.

-Puede que haya un nuevo foco.

-Vamos, no me jodas ¿otro foco?

-Si.

Víctor extendió un mapa sobre el capó del Toyota, mientras sus compañeros se colocaban en círculo en torno a él.

-Juraría que tiene que ser por aquí- Señaló con el índice de la mano izquierda una porción del terreno en el mapa.

-Donde el pajar hundido.

-No me jodas ¿Tan bien conoces el terreno?

-Como si fuera mi puta casa. Me juego mil duros a que es allí.

Víctor señaló a a tres de sus hombres.

-Tu, tu y tu, conmigo en el Toyota. Si es cosa de poco creo que podremos atajarlo. Toño, ¿Podría llegar allí el camión?

-Si es en el borde del monte si. Hay campos de cebada. Si es mas adentro del monte, sólo se puede entrar a pie.

-Esperemos que sea en el borde. Toño, conduces tu que dices que sabes donde es.

-Se donde es.

Después de avanzar cinco o seis kilómetros, alternando caminos, pistas de tierra y rastrojos, la columna de humo se hizo visible en el horizonte.

-Me cago en Dios, otro puto foco. ¿Dónde coño están los helicópteros?

Al mediodía, el nuevo foco estaba casi extinguido. Entonces se toparon con la furgoneta. Tras el pajar medio hundido, donde los campos de cebada se tornaban en una ladera cubierta de monte bajo, encinas, aliagas. Oculta por alpacas de paja. Una vieja Ford Transit de color blanco, con matrícula francesa.

-Llama por radio a la Guardia Civil. Esto no me gusta nada. Matrícula de Francia ...

-¿ETA por aquí? No lo creo.

-Mejor no arriesgarse

La curiosidad mató al gato. Una de las puertas traseras de la furgoneta estaba entreabierta. Abrirla del todo y ver que había dentro fue una tentación demasiado difícil de evitar. En el interior, lo que ninguno de los miembros del retén forestal esperaba encontrar.

Un piano.

Un piano vertical, de color marrón intenso, cubierto de polvo pero, aparentemente intacto.

-J. Schiller, Berlín. Debe ser la marca ...

-Ni idea, no entiendo de pianos. Pero debe costar muchísimo.

Víctor se atrevió a levantar la tapa que protegía las teclas y apretar una de ellas. Una nota muy aguda rasgó el aire. Se le antojó más poderosa que el estruendo de los rotores de los helicópteros que se alejaban.


  1. La Haya. Paises Bajos.

-Mamá, hemos encontrado el piano. Tu piano.

-¿Estás segura?

-Creo que ésta vez es verdad. La Europol me acaba de mandar un fax con fotos. Es idéntico.

-Y ¿Dónde está?

-En España. En Madrid.

-He de ir allí.

-Mamá. no es sensato que hagas un viaje tan largo. Estoy usando todos mis contactos, confío que en un par de días el piano pueda estar aquí, en La Haya.

-Dos días es demasiado tiempo. Te quiero. Hablamos luego.

-Pero mamá ...

Colgó el teléfono. Inspiró antes de marcar un número de sobra conocido.

-Buenos días. Hace mucho tiempo que no hablábamos.

-Demasiado. Un año, quizás más.

-Me temo que tu llamada no es pura cortesía. ¿Me equivoco?

-Tu intuición no ha cambiado un ápice. Necesito un favor. He de volar a Madrid lo antes posible.

-Esperaba que fuera algo más complicado. Pediré a mi secretaria que te consiga un billete en el primer vuelo a Madrid.

-Creo que no me has entendido, o no me he explicado. Necesito un avión. He de transportar algo muy valioso y querido a La Haya. En Bosnia me dijiste que me debías una.

-Dalo por hecho. ¿Que tamaño tiene eso que hemos de transportar?

-Es un piano. Mi piano. Por fin.


4. Espacio aéreo de Madrid. España.

Erika acercó su boca a la oreja de Koen.

-¿Cómo vas a cobrarte éste favor?

En el interior del espacio destinado a la carga del Aeritalia G222 de la Fuerza Aérea Italiana el ruido era ensordecedor. Los únicos pasajeros, Koen y Erika ocupaban transportines contiguos, anclados al fuselaje de la aeronave.

-No has cambiado un ápice. Siempre tan directa.

-A mi edad, es difícil cambiar. Movilizar un avión de transporte en menos de 12 horas, que no pertenece a la flota de las Naciones Unidas y, además, vacío, tiene un coste importante. Habrás tenido que pedir algunos favores, que tendrás que devolver.

-Digamos que es un razonamiento cercano a la realidad.

-¿Qué quieres de mí?

-Que vuelvas a las Naciones Unidas.

-Eso no puede ser. Soy consecuente con mis decisiones. ¿Qué otra cosa quieres de mí?

-Que toques el piano.

-¿Sólo eso? En cuanto tomemos tierra tocaré algo para ti. Espero que mi piano no esté dañado ...

-Me encantará oírte. Pero, una base militar no es el mejor lugar para tocar el piano.

-¿Y, que lugar sería el más adecuado?

-Jerusalén.

-Koen, júrame que tú no tienes nada que ver en el robo de mi piano.

-¿Tan retorcido me crees?

-Casi.

-Hay un concierto de la ONU pasado mañana en Jerusalén. Era casi perfecto.

-¿Era?

-Faltaba algo. Faltabas tu. Desde que se comenzó a organizar el concierto, me hubiera encantado que tú tocaras.

-¿Por qué no me lo pediste?

-Porque, al ser organizado por la ONU, temí que te negaras.

De la cabina de mando del avión emergió una silueta uniformada. Se acercó a ellos.

-Aterrizaremos en 15 minutos.

Una vez se hubo marchado, Erika y Koen continuaron la conversación.

-¿Cuál es tu respuesta?

-Si el piano está en condiciones, tocaré.

-Hasta donde yo sé, está intacto.

-Pero habrá que afinarlo, al menos.

Koen consultó su reloj.

-El afinador ya debe haber llegado a Barajas, en un avión más cómodo que éste.

-¿Ya no te gusta viajar como un paracaidista? ¿Te sientes más cómodo en tu despacho que en la bodega de un avión?

-Tocado y hundido.

El G222 viró hasta quedar alineado con la cabecera de la pista 27 del Aeródromo de Cuatro Vientos.

-¿Por qué en un aeropuerto tan pequeño? ¿Por qué no el la base de Getafe, o en Torrejón?

-Digamos que, al no ser una operación estrictamente oficial, no quiero llamar a atención más de lo necesario.

-Osea, que nadie nos espera.

-Casi nadie.

-Perfecto. Así no nos recibirán de forma desagradable.

-¿Desagradable?

-Con fuego antiaéreo, por ejemplo.

-No estamos en una zona de guerra.

-El fuego enemigo me preocupa. O me preocupaba. El fuego amigo me aterra.

-Por eso es mejor pasar inadvertidos. Dentro de lo posible.

-Dentro de lo posible.


5. Aeródromo de Cuarto Vientos. Madrid. España.

-Al verte de nuevo vestida de uniforme, mi primer pensamiento ha sido buscarte un arma y munición.

Erika miró a los ojos a Koen.

-Supongo que todavía se usar un arma. Aunque hace más de diez años que no disparo, si esa es tu pregunta. No pensaba estar fuera de casa mas que unas pocas horas, así que no he traído ropa. Prefiero reservar mi vestido para el concierto. Me han buscado un uniforme de mi talla, lo que te agradezco. A pesar de todo ...

- ¿.... Todavía te sientes cómoda de uniforme?

-Así es. Me dijiste que casi nadie nos esperaba.

Estaban en la puerta de un enorme hangar. A su alrededor, no menos de una decena de Cascos Azules se afanaban en llenar la bodega del Aeritalia G222 con ayuda humanitaria, que reposaba sobre la plataforma del aeródromo, apenas a unos metros de ellos.

-Como bien supones, hay que optimizar el espacio disponible en la bodega.

-Un avión entero para un simple piano no era eficiente.

-No es un simple piano. Es tu piano.

-Y ¿cómo llevarás de vuelta mi piano a La Haya?

-En otro avión. Uno más pequeño.

-No tienes idea de cómo vas a hacerlo.

-Falta ultimar algunos detalles.

Interrumpió su conversación el afinador, que salió a su encuentro desde el interior del hangar.

-A falta de unos últimos ajustes antes del concierto, ya está listo. Es una obra de arte. Y, por suerte, no había sufrído daño alguno.

-Parece increíble. Apareció dentro de una furgoneta como a 200 kilómetros de aquí, junto a un pajar- Apuntó Koen.

-¿Podría tocar antes de que lo carguen en el avión?

-Por supuesto.

En el interior del hangar, rodeado de helicópteros y pequeñas avionetas, estaba el piano. A falta de banqueta, utilizó un pequeño carrito para herramientas con ruedas para sentarse.

Erika miró a Koen.

-¿Qué quieres que toque?

-Es tu piano. No es justo que yo lo decida.

-Está bien ... Erik Satie. Gnossienne número 1.

Sus dedos se movían ágiles sobre las teclas del piano, de su piano. El familiar tacto, la respuesta, de cada una de las teclas, imposible de igualar por ningún moderno teclado electrónico.

Y el hangar se llenó de música y también su corazón.

Cuando llegó al final de la pieza, sus ojos brillaban, húmedos de lágrimas y llenos de alegría. Se dio cuenta de que, entorno al piano, los Cascos Azules que, momentos antes se ocupaban de cargar la bodega del avión, se habían situado formando un círculo. Pudo leer emoción en sus rostros. Koen empezó a aplaudir y el resto le imitó.

-Sois el mejor público que he tenido en años- susurró Erika, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.