Kamov Ka-52 «Аллигатор» (Marzo 2024)

El disco solar se alzaba una vez más sobre aquella maraña de azoteas, tejados, antenas, parábolas, rascacielos y estatuas. El cielo era límpido y de un azul tenue y delicado, la luz que precede a la primavera, la luz suave del invierno que ya no lo es. Madrid. Amor y odio. Una amalgama de calles, avenidas, hormigón, acero, cristal, personas, coches y ruido.

Pero no aquella mañana.

El silencio dolía. Una vez más.

Las calles estaban desiertas, sin vida, sin coches, sin autobuses, sin personas, sin furgonetas de reparto.

Cualquier asomo de vida era invisible desde el aire.

El rumor leve de los rotores coaxiales de un helicóptero de combate Kamov Ka-52 «Аллигатор», volando a menos de cien pies de suelo, comenzó a estucharse desde la lejanía y poco a poco fue aumentando de tono, hasta hacerse atronador. El helicóptero ralentizó su marcha, de unos 170 nudos, hasta quedar suspendido en el aire, en estacionario, sobre la Plaza del Callao. Descendió suavemente hasta posar las ruedas del tren de aterrizaje sobre el suelo de la plaza.

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.

La copiloto recordó ese pasaje del génesis antes de descender de la carlinga del aparato. Una vez en tierra, cerró la portezuela derecha en "alas de gaviota" y se alejó unos pasos del helicóptero antes de hacer un gesto afirmativo al piloto. El piloto le respondió mostrando el pulgar de su mano izquierda señalando al cielo de ese azul tan infinito y suave. Pudo ver como en sus labios se dibujaba una palabra antes de que el helicóptero despegara  y quedara oculto tras los edificios.

SUERTE.