Pétalos de luz (2003 - 2004 - 2018 - 2020 >)

I Dolor

Si fuera capaz de concentrarse, podría incluso ver el dolor. Una masa viscosa ascendiendo desde los dedos de su mano izquierda y también de la rodilla. Una masa viscosa y negra, gélida, que paralizaba sus músculos con su avance. Al final no podría asegurar de donde venía el dolor y todo su cuerpo aullaba en un quejido estremecedor.

Le sorprendía poder mantenerse aun sobre la moto, a cada instante temía acabar besando el suelo, pero no pasaba nada. Quizá la veterana F650 le conocía tanto que era capaz de adivinar su estado, de compartir su dolor y el cerebro electrónico que gobernaba el encendido era capaz de mantener la moto vertical sobre el asfalto y de trazar suavemente las curvas.

Intentaba concentrar la vista en la carretera y no fijarse en el hilito de sangre que se escapaba por el antebrazo izquierdo, escapando bajo el guante izquierdo, la mano prácticamente insensible por el dolor y la mente embotada también por el dolor, concentrado apenas en dar gas.

En medio de aquel mar de dolor, la certeza de estar vivo y “entero”. De haber escapado en el último instante a una muerte segura. Y le daba las gracias a su montura, que le había sacado de allí en un suspiro. Ellos tenían sus devastadores hechizos y él, su intuición y una vieja BMW. Le daba las gracias a su montura, y hablaba con ella en silencio, diciéndole que en cuanto estuviera recuperado le cambiaría el aceite y el filtro del aire, la lavaría de arriba abajo, le engrasaría la cadena, en fin, todas esas cosas que debía hacer de cuando en cuando pero siempre se le olvidaban o no tenía tiempo, pero buscaría un hueco y un poco de dinero. Quizás le regalara una cúpula más alta. Y se abrazaba a ella con fuerza, como al cuerpo de una amante, cuidando de no despertar todavía más el abismo de dolor de la rodilla izquierda y suspiraba, mientras murmuraba “sólo un poco más”.

II Esguince de rodilla

Al escuchar los pasos de la médico abrió los ojos. Estaba tendido en una camilla, con hielo en su maltrecha rodilla y los dedos entablillados. Los analgésicos comenzaban a hacer su efecto y el recuerdo del dolor era algo lejano. Una tormenta que se alejaba, aún con olor a tierra mojada y el fragor del trueno en su cabeza.

-La resonancia ha confirmado lo que sospechaba. Tienes un esguince bastante fuerte en la rodilla. Por suerte no hay ningún ligamento roto. De todas formas, el dolor tuvo que ser tremendo-

Aparto la sábana que cubría sus piernas y palpó de nuevo la rodilla. Después, la piel de la pierna derecha captó su atención. Era más bien moreno de piel, por eso destacaba tanto aquella piel blanquísima, desde la rodilla al tobillo. A través de los guantes de látex el tacto debía ser agradable, pero mucho más con las manos desnudas, estuvo a punto de sugerir a la médico que podía acariciarle la pierna sin guantes, pero en el último momento se arrepintió.

Y es que aquel trozo de piel blanca era un regalo, una caricia de pétalos de luz. Recordaba el dolor indescriptible y la certeza de que iba a perder la pierna o quizás la vida…

-¿Y dices que es de nacimiento?-

-Si. Siempre estuvo ahí-

-Vaya, es fascinante-

A todo el mundo le resultaba fascinante. De hecho, no descartaba acabar sus días en un laboratorio, sometido a numerosos estudios, no todos agradables.

Para volver a casa pidió un taxi. Con la rodilla vendada y varios dedos de la mano izquierda entablillados se le antojaba muy difícil condcir. La moto se quedó donde la dejó, en la puerta del hospital. Allí no molestaba. Además era un lugar bastante transitado, era difícil que algún "amigo de lo ajeno" la considerara un objetivo apetecible. Le tenía bastante cariño, era una buena moto, una especie de compañera fiel ... más que una máquina.

III Desamor

Al entrar en la oficina el ambiente se le antojó tremendamente cargado. La temperatura era agradable … pero algo en su interior le impulsaba a apresurarse. Algo andaba mal, pero no sabía el qué.

La respuesta llegó sin buscarla, cuando ya se estaba marchando, después de entregar el paquete. Una joven salió del baño. Sus ojos estaban enrojecidos y parecía tremendamente desgraciada.

De nuevo sobre la moto, esquivando coches en el pesado tráfico urbano, las piezas empezaron a encajar. La tristeza de aquella mujer no era natural. No le había pasado nada malo, no estaba deprimida. Era producto de un hechizo. Torpe, simple, descuidado, pero efectivo. Aquello le recordaba que las cosas no eran blancas o negras, buenas o malas, en sí mismas. Dependía de como las usaran los humanos y la magia no era diferente. Se enfadó mucho. El mago mediocre responsable de aquel hechizo podía haber destinado el mismo tiempo, los mismos esfuerzos en hacerla feliz, que despertara cada día con una sonrisa en los labios, escuchar el cascabeleo de su risa. Pero, por alguna razón que se le escapaba, había decidido encaminar esos esfuerzos hacia lo contrario.

Pensó en desbaratar el hechizo, pero aquello escapaba a sus (modestas) posibilidades. En el remoto caso que lo consiguiera sería agotador en el mas estricto sentido de la palabra, le llevaría varios días recuperarse. Además, sería como escribir en letras enormes y luminosas "he estado aquí". El generador del hechizo se daría cuenta y empezaría a sospechar de todos, incluido de él. Podría convertirse en el blanco de su ira. Y, por economía de esfuerzos, hacer daño era más fácil. La capacidad de hacer daño se multiplicaba con la ira. Un mago lo suficientemente experto podría canalizar esa energía a voluntad, pero no era el caso.

Se acordó de Rosa. De su sabiduría. De todas las cosas que le había enseñado y usaba a diario, inadvertidamente, casi como andar o hablar, y que le mantenían alejado de muchos peligros y de muchos desastres que de otro modo no podría percibir. Ella sabría que hacer, de forma sutil y elegante. Pero era inútil pensar en ella, porque estaba muerta.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y en el siguiente semáforo en rojo levantó la pantalla del casco y trató de secarlos con sus dedos enguantados. Recordó lo que Rosa le había enseñado “es más facil odiar que amar, requiere menos esfuerzo. Es más facil destruir que crear”.

Simple economía de esfuerzos. Aquel mago mediocre, quizás habría intentado que aquella mujer se enamorara de él a través de la magia. Pero no lo logró y como venganza intentó hacerla infeliz... Eso era más sencillo ...  “por eso hay tantos magos mediocres empeñados en hacer daño”

IV Dulce

-¿Cómo quieres ser llamada?

El ser de luz levanto la vista del suelo en el que estaba sentada, envuelta en una manta de cuadros blancos y negros. El azul de su pelo destacaba con su piel blanca y sus enormes ojos verdes. Mordisqueaba una tableta de chocolate con leche. 

-Está muy dulce.

-¿El qué? ¿El chocolate?

-¿Se llama chocolate? Creo que es la primera vez que lo pruebo. Me encanta.

-¿Nunca habías comido chocolate con leche?

-¿Tan raro te parece? Desconozco muchas cosas de éste mundo, igual que tú desconoces muchas más del mío.

-No era un reproche. Pero ya se cómo voy a llamarte. Dulce.

-¿Dulce es un nombre de mujer?

-Si, lo es.

-Me gusta Dulce.

El ser de luz, ahora llamado Dulce, rompió a reir. Adrián sonrió.

-Me encanta verte reír.

-Si supieras de qué me río, me tendrías miedo. Como antes. Como todo el mundo. ¿Sabes que en mi mundo había caminos especiales para nosotras? Nos veneraban. Creaban altares en los cruces, pero, a la vez, el mero hecho de cruzarse con una de nosotras les aterraba. Me acostumbré a caminar campo a través.

-Aquí nadie sabe quién eres ni lo que eres.

-Tú lo sabes.

-Yo no soy nadie. Además, estoy loco, nadie me creería.

-No pareces un loco.

-En tu mundo.

V Despertar

Podía escuchar la voz de Rosa en su mente.

-"Te has descuidado. Mucho. Pero tu error todavía puede ser enmendado. ¿Qué has aprendido de todo esto?"

-Que no me puedo fiar de nadie y que he de cuidar de mí mismo.

Pero Rosa estaba muerta y aquella conversación insonora sólo eran pensamientos desmadejados en su mente, que pugnaba por buscar la claridad en medio de la confusión producida por antipsicóticos y benzodiazepinas.

-No me queda más remedio que darte el alta. No estoy del todo segura de que sea la decisión más adecuada. Pero no tengo datos objetivos que me indiquen lo contrario.

Miré a la psiquiatra tratando que mi rostro reflejara una expresión neutral. Intentando convencerla de que sus palabras no me alteraban en absoluto, aunque no fuera verdad... Aunque quizás si me indignara mi actuación fuera más creíble. Pero me sentía harto de aquello, cansado, débil, por lo que me decidí por la ley de mínimo esfuerzo: no hacer nada, mientras ella continuaba hablando

-Siempre me has pedido, me has exigido sinceridad. Esta vez lo soy: te digo lo que pienso. Eres muy listo. Escoges cada una de tus palabras para que coincidan con lo que queremos oír. Pero creo que no estas del todo bien y eso me preocupa.

-Se equivoca. Me encuentro muy bien. Creo que jamás me había sentido mejor. Nunca podré olvidar lo bien que me han tratado aquí, especialmente tú.

-No trates de halagarme. Se que algo te preocupa, te asusta. Si me lo contaras quizás pudiera ayudarte.

Permanecí en silencio un instante.

Claro que hay algo que me preocupa pero no puedo decírselo a (casi) nadie y a ti aún menos porque eres mi psiquiatra. Estoy cansado, CANSADO de todo esto. Ahora tengo que volver al mundo real: limpiar mi piso, comprar comida, buscar trabajo.... y no me siento capaz de ello sabiendo que todo puede acabarse en un solo instante. Mis reflejos están adormecidos por la inactividad y los medicamentos. Soy tan vulnerable como una tortuga panzarriba.

-No hace falta que contestes ahora.

Me tendió un papel.

-Aquí tienes el alta. Te ruego que sigas tomando tu medicación y que al menor síntoma de recaída vengas a mi consulta.

En mi mente escuché a un grupo de jugadores de rugby grandes como armarios gritando LOS COJONES. Las pastillas iban a acabar en la taza del váter en cuanto saliera de allí.

-Te agradezco que te preocupes tanto por mí, pero tranquilízate, estoy bien.