El más dulce de los despertares (Abril 2019 >)

1. Contacto

-Sabes que no me debes nada. Lo sabes ¿Verdad?

-El pasado no se puede cambiar. Estoy orgullosa de lo que fui pero también de lo que soy. Muy orgullosa. Sabes que no me debes nada, pero necesito tu ayuda.

Una madeja. A veces se le antojaba que su vida, que cada vida era una enorme madeja de lana, tejida y a la vez enredada por una mezcla de azar, destino, desastre y libre albedrío. El comienzo de aquel enredo fue un SMS.

Necesito hablar contigo cuando antes.

Unos pocos caracteres en aquella pequeña pantalla de cristal líquido. Primero la obligación, luego la devoción. Cuando leyó el mensaje de texto estaba a punto de iniciar su turno. Los pájaros de metal requerían de sus cuidados. Como un ave que hace una pausa en mitad de una migración.

Un avión. Y otro más. Una hora. Otra hora. Así hasta el final de su jornada. Todavía le fascinaban los despegues. Desde un rincón de la rampa, siempre que tenía un instante de respiro, contemplaba aquellas moles de metal dejando el suelo.

Positive climb.

El vacío.

Era demasiado pequeño. No va a acordarse de nada.

Mentira. Lo recordaba cada día.

Antes de volver a casa, a punto de montarse en su vieja Vespa Primavera, Miguel decidió llamarla.

-¿Paula?

-¿Miguel? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos.

-¿Cómo va todo? ¿Cómo está Esther?

-No has perdido un ápice de intuición. Sabes que no me debes nada. Lo sabes ¿Verdad?

-Eso no es cierto del todo.

-Tu habrías hecho lo mismo por mi.

-Por supuesto.

-El pasado no se puede cambiar. Estoy orgullosa de lo que fui pero también de lo que soy. Muy orgullosa. Sabes que no me debes nada, pero necesito tu ayuda.

-Será un placer. Y un honor.

-Todavía no te he dicho lo que quiero pedirte.

-Intuición. Tu misma lo has dicho.

-No quiero hablar de esto por teléfono. Es demasiado frío.

-Las máquinas no dan abrazos.

-Echo de menos tus abrazos.

-Y yo los tuyos.

-Ven a pasar el fin de semana a casa. Siempre será la tuya.

-Allí estaré.

-Te quiero.

-Y yo a tí.

Exhaló lentamente el aire que contenían sus pulmones al tiempo que pulsaba el botón de "colgar". Guardó el móvil en su el interior de su mochila negra. Sobre el asiento de la Vespa, donde lo había dejado unos momentos antes, el casco integral y los guantes. El simple hecho de ponerse el casco, abrocharlo, enfundarse los guantes, se le antojó infinitamente complicado. Sus manos temblaban de forma casi imperceptible. En su interior, las emociones bullían. Con una leve patada sobre el pedal de arranque el veterano propulsor de la Vespa se puso en marcha. Volver a casa. Como un avión que regresa a su hangar y reposa hasta el día siguiente.

Las máquinas no dan abrazos.

2. Mínimos

El trayecto, aunque posible, era demasiado pesado y largo para su vieja Vespa. Ideal en los alrededores de la ciudad, pero lenta en carretera. La respuesta estaba delante de sus ojos:

Volar.

Por una vez pisaba el aeropuerto como un simple pasajero. Sin uniforme. Intercambió saludos y sonrisas cada vez que se cruzaba con un compañero. La espera se le antojó inmediata y eterna.

Los abrazos.

Cuando quiso darse cuenta estaba en las tripas de la ballena, en las tripas de aquel pájaro de metal. Sentado en el interior del Airbus A320. Se dejó llevar, aunque su mente repasaba de forma inconsciente los procedimientos previos al despegue. Estaba en buenas manos.

El vuelo lo pasó escuchando música. En el pequeño walkman sonaba Fleetwood Mac.

When you build your house

Then please call me home

Allí siempre se sentiría como en su casa. Junto a Paula. Y a su hija Esther. ¿Cuánto tiempo hacía que no las veía? Suspiró. Quizás 5 años o más.

Recordó la ultima vez que habían estado los tres juntos. Esther se puso a su lado, de puntillas.

-Te llego al hombro.

-Y pensar que un día te tuve en brazos y eras pequeña, un bollito dulce y pequeño.

-¿Me tuviste en brazos cuando era un bebé?

Miguel asintió.

-Entonces ¿cuántos años tienes?

-Demasiados. Bueno, demasiados no. El doble que tu. No. Demonios. Casi el triple.

-No pareces tan viejo.

-Mira, ya tengo canas. En el pelo y en la barba.

-Te envidio.

-¿Por qué? ¿Quieres ser mayor?

-Porque conoces a mi madre antes incluso de que yo hubiera nacido.

-Paula es algo así como una segunda madre para mí.

-Entonces ¿somos una especie de hermanos?

-De sangre, no.

-La sangre no se elige. Otro tipo de vínculos si se pueden elegir.

-No parece que tengas trece años.

-¿Tu pensabas así con mi edad?

-Ya no lo recuerdo.

-Mentira.

Approaching minimums.

Mínimos. El suelo se dibujaba tentadoramente cerca, pero todavía quedaba aterrizar. Alinear el avión con el eje de la pista. Seguir la senda de planeo. Siempre hay un punto de no retorno, en el que escoger si seguir adelante con la maniobra o llevar de nuevo los motores a potencia de despegue y frustrar.

Cuando los mandos vibran y las alarmas suenan, braman, en cabina y en la mente.

No aquella vez. Verde, azul, tierra, mar, el puerto. Llovía. Un motivo más para no recorrer varios cientos de kilómetros en moto. Al menos llevaba un abrigo impermeable. Naranja, con franjas reflectantes. Uno de los que usaba en la rampa. Deformación profesional.

Para salir del aeropuerto se sirvió primero de un autobús y después del topo. Un gusano metálico sobre raíles. Después de algunas estaciones, en frente de la estación, bajo la lluvia, guarecida con un paraguas aguamarina, apoyada en su Opel Corsa verde azulado, casi del mismo color que el paraguas, ella:

Paula.

3. Gear up

Una vez en el coche, lejos de miradas y los oídos indiscretos, Miguel se atrevió a preguntarle.

-¿Qué es eso tan urgente que no podías contarme por teléfono?