El Inicuo 9: El Vaticano Se Estremece

La plaga del sol fue en todo el mundo. Los estragos fueron inmensos. Las muertes fueron numerosas. Pero, a pesar del intenso calor, mucha gente se las arregló para sobrevivir. Los gobiernos invirtieron grandes sumas de dinero proveyendo albergues para los afectados.

Habiendo sufrido tan fuerte plaga, el estado Vaticano fue afectado por una rara enfermedad. El papa, postrado en cama, dicta una carta pastoral, a ser leída en todo el mundo. En parte, la carta decía:

- La ira de Dios está sobre el mundo. Aun los culpables no han sido castigados, y la humanidad sigue siendo afectada. En el estado Vaticano no hay lugar donde no haya dolor y lágrimas. Vamos a ser tan severos como Dios demanda para que estos, sus enemigos, reciban la retribución que merecen por su soberbia y su rebelión contra las leyes del cielo. Ya estamos cansados de tanta destrucción por culpa de unos pocos. Les doy mi bendición y les encomio para que cumplan el decreto de París al pie de la letra. Sé que una vez esto sea cumplido, la paz volverá al mundo.

En los cuarteles generales del Inicuo en Jerusalén, la noticia de la plaga en la sede papal hizo que este hiciera un viaje inmediato a Roma. Una vez en el aposento del papa, el falso Cristo le dijo:

- Esta plaga es una señal más de que Dios está airado con el mundo. Tú has sido una víctima inmolada. Etoy aquí para confortarte en esta angustia. Ves la necesidad de que se cumpla el decreto expedido. Es urgente que convoquemos a los tres grandes grupos religiosos. Si lo crees conveniente, hagámoslo aquí, en el Vaticano, dentro de cinco días.

El papa consintió y de inmediato se hicieron los preparativos. De parte del catolicismo, fue invitado un grupo de 30 cardenales escogidos por el papa; de los protestantes fueron invitados los presidentes de las principales denominaciones, incluyendo los pentecostales; del resto del mundo, fueron invitados dirigentes Judíos, Hindúes, Islámicos y de las organizaciones de la Nueva Era, Bahais, Espiritistas, Shintoístas y Confusionistas.

La gran reuinión ecuménica atrajo a miles de visitantes al Vaticano, muchos para enterarse de la condición del papa y los habitantes del pequeño estado. El gran salón, que había sido escenario de grandes concilios católicos, ahora recibe a la más grande delegación de religiosos. Entre las columnas de Bernini, sobre la silla de San Pedro, se sentó el falso Cristo.

La reunión comenzó con las palabras del Inicuo:

- Muy amados: De esta reunión depende que termine esta angustia que sufre el mundo. El pontífice romano está en cama, y con él, prácticamente toda la gente que vive y trabaja en esta sede mundial. Ya esto es lo peor que podría pasarle a este planeta. He decidido reunirme con ustedes, porque no podría verlos en sus respectivos países, pues el tiempo es corto.

A esto, el cardenal, secretario de estado del vaticano, se puso de pie y dijo:

- Mi señor: el papa quiere rendirle a usted sus respetos y a la vez, dar la bienvenida a esta sede apostólica, a todos los hermanos que vienen de diferentes confesiones cristianas y de otras religiones. Estando presente el Cristo bendito, quisiera antes que nada, hacer un llamado a todos en el nombre de Dios. Esto es, que aprobemos esto como una verdadera familia. Somos uno en Cristo.

- Sí, - dijo uno de los representantes del Islam, - Aquí tenemos al gran Imán, el Cristo del nuevo milenio. ¿Por qué estar separados, cuando contamos con la presencia de nuestro gran Señor?

- Es cierto, hermanos, - dijo uno de los pentecostales, - ¡Aba, shatta, kía, mansa! ¡El Espíritu Santo está aquí! ¡Gloria a Cristo! ¡Somos uno! ¡Uno en Cristo! ¡Urra, baca, sita, kendo, lama! ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!

La congregació a una gritó

- ¡Amén! ¡Gloria a Dios!

- Muy sonreído, el falso Mesías levantó las manos y pronunció una bendición a todos. Luego tomó la palabra el nuncio apostólico de Italia:

- Queridos hermanos: Yo soñé con esto. Yo sabía que habría de venir. Es la única forma en que podemos vencer a nuestro enemigo. Bien sabemos que el concilio de París tomó una decisión importante. Pero hoy nos damos cuenta que el tiempo apremia. Ya pronto llega la fecha del decreto. Tenemos que hacer esto bien planificado, porque el enemigo no es fácil de vencer. He recibido noticias de varias partes del mundo que esta gente está bien protegida. Han visto soldados muy armados defendiéndolos. Tampoco nos imagi-nábamos que iban a estar armados, pues siempre se cantaron como pacificadores. Ustedes saben que ellos siempre se decían objetores por conciencia cuando eran enlistados en los ejércitos. ¿De dónde sacaron esas armas? Eso quiere decir que tienen aliados poderosos. Yo diría muy poderosos.

- Pero nosotros, - apuntó el nuncio papal de los Estados Unidos, - tenemos la presencia de Cristo. Con él la victoria es segura. Un día después del decreto, no quedará ni siquiera uno de estos enemigos de la justicia y la verdad.

- Bien, - añadió uno de los representantes del hinduismo,- me siento más que seguro, pues el supremo Avatar es omnipotente. Con él a nuestro lado, la victoria es segura.

- Me alegra mucho, - dijo el secretario de estado, - que todos estén de igual ánimo. El informe que he recibido es que no hay país del mundo en el cual no haya algunos de esta secta de sabatistas. Es increíble que en África hayan más de cinco millones y que en las islas del Pacífico hayan islas enteras que son de ellos. Esto hace que tengamos que usar aviones de combate para aniquilarlos. En América Latina ellos han crecido mucho también. Los gobernantes han hecho mucho para salvaguardar la verdadera fe, pero aun así, esta gente ha convencido a millones. No será tan fácil, hermanos, pero tenemos que diseñar una buena estrategia para poder hacer esto rápido.

El falso Cristo volvió a tomar la palabra:

- Mis asistentes servirán de consejeros a todos. Ellos saben muy bien como lidiar con esta gente.

- ¡Bravo! ¡Bravo!, - fue el clamor de todos.

La asamblea se dividió en grupos, para sí poder trabajar más en armonía y permitir a todos dar sus ideas para afrontar la lucha que les esperaba. Los principales líderes religiosos indicaron que influen-ciarían con los gobernantes para que los apoyaran en la cruzada contra los sabatistas.

La asamblea se extendió por unas 4 horas. Todos se despidieron con un plan bien trazado.

Al día siguiente, el mundo entero estaba siendo testigo de grandes avivamientos religiosos. Todos, tanto cristianos como Judíos, árabes e hindúes, los de la Nueva Era y todas las religiones orientales, organizaronn grandes concentraciones donde se realizaban milagros a granel. El mundo entero parecía muy feliz de como iban las cosas. Grandes predicadores se dirigían a las congregaciones en amplios estadios, teatros y en las plazas. De forma fogosa, indicaban al pueblo que pronto habrían de acabar con los disidentes y que esa era la voluntad de Dios.

El odio al Remanente crecía. Nadie sentía la mínima piedad para los condenados a muerte. En los campos de concentración y en las cárceles, los hijos de Dios sufrieron mucho, pues les negaban alimentos y proferían de continuo amenazas contra ellos. Pero Dios siempre obró a favor de su pueblo perseguido y maltratado. Muchos guardas de las cárceles les proveían de alimentos, sin que las autoridades se dieran cuenta.

Así paso casi un mes. Todo parecía indicar que el fin de los sabatistas era inminente.