El Inicuo 5: Invasion Extraterrestre

En la ciudad de Washington, en el mediodía, miles de personas estaban asustadas, pues veían muchas naves en forma de platillos que surcaban el espacio. Los autos se detuvieron y cundía el pánico por todas partes. Los platívolos hacen un ruido extraño, no muy fuerte, pero todos lo perciben. El mayor de los discos comienza a bajar lentamente, mientras los otros quedaron detenidos en el cielo. Un rayo muy potente sale del centro y el aparato sigue bajando, quedando suspendido en el aire como a cuatro metros en medio de la gran avenida, mientras luces anaranjadas voltean a su alrededor.

El gentío grita de pánico, mientras aparecen reporteros de varias televisoras y periódicos. Todos miran asustados al centro de la nave, mientras se podían ver a extraños seres bajando. No eran como se creía, bajos, delgados y grises, sino altos, corpulentos, hermosos, vistiendo ropas muy finas y brillantes. Según van bajando, se posan a los lados en perfecta formación. Son como doscientos. Finalmente baja otro. Este es muy hermoso, muy alto, de barba y cabellos blancos y relucientes. Parecía tener un halo de luz a su alrededor. Se adelanta y levantando las manos, dijo:

- ¡No temáis! ¡Vengo a bendecirles!

El gentío se calma y de pronto, casi al unísono, grita:

- ¡Es Cristo! ¡Cristo! ¡Cristo! ¡Cristo! ¡Cristo ha venido!

De las otras naves bajan cientos de otros seres vestidos de blanco. Se mantienen en el aire, rodeando al supuesto Cristo, cantando y alabando a su líder. El espectáculo es increíble y mantuvo a toda la gente en silencio y reverencia.

El extraño ser se adelanta a la multitud, seguido de sus hombres. Comienza a estrechar las manos de muchos. La gente levanta sus manos y trata de acercarse al que creían que era Jesús de Nazareth.

Con paso lento, seguido de la inmensa multitud, el personaje se dirige a la Casa Blanca, donde le aguarda el presidente con un grupo numeroso de miembros de su gabinete y legisladores. Los periodistas no se cansan de tomar fotografías y vídeos de todo lo que está pasando.

El presidente saluda a aquel ser a quien ya para todos es el Cristo. También es saludado por el resto de los presentes. El director de prensa de la Casa Blanca se dirige al público:

- Señoras y señores: Hoy hemos sido testigos del acontecimiento más grande de la historia. Hoy Jesús se ha dignado visitarnos. Queremos darle la bienvenida. En medio de el terror que vive el mundo, cuando terribles males azotan a la humanidad. Dios está en medio de nosotros. Escuchemos sus palabras.

El pueblo apalude delirantemente, mientras el extraño se pone en pie y dice:

- Mis hijos amados: He venido a vosotros, porque sé de vuestro dolor. Mi corazón sufre con vosotros. Pero pronto cesarán los males. El amor triunfará sobre el dolor. Todo el planeta será beneficiado por mi presencia. La tierra será llena de alabanza. Les bendigo a todos. Ovejas mías, soy vuestro pastor.

Se oyen aplausos y alabanzas, mientras el extraño levanta de nuevo las manos, saludando a todos.

- He enviado mis ángeles muchas veces con mensajes de amor de mi parte. Sé también del esfuerzo de algunos para hacer mi voluntad. Sé que esta gran nación ha realizado una gran obra al exaltar mi ley. Mi bendición va para los legisladores que han hecho lo que hace mucho tiempo debió haberse hecho: exaltar mi día de descanso. La ley que el presidente ha firmado pone en alto mi nombre. Ya he notado que todos los países de esta mi tierra, han aprobado esta ley.

“También sé que hay detractores de mi ley. Los que se han burlado de mis palabras. Son aquellos que han destacado otro día de reposo: el viejo día que ya yo he anualdo, para traer el día de la luz, el día que conmemora mi resurección; el día que he bendecido y que mis representantes en este planeta han honrado. Pero la obra de mis enemigos ha hecho que mi día sea pisoteado. Es importante que haya solidaridad entre todos, ¡unidad! ¡Sí! ¡Unidad! ¡Que no haya nadie en el mundo que desprecie mi santo mandamiento!”

Las palabras del supuesto Cristo fueron aceptadas por la multitud. Pronto el mundo entero estaba consciente de que Dios les había visitado.

La visita del personaje misterioso en Israel fue increíble. Una gran ceremonia se verificó junto a la Puerta Dorada de la muralla antigua de Jerusalén. El pretendido Mesías habría de abrir por vez primera la milenaria puerta. Fue un momento espectacular. La prensa mundial hizo galas de su ingenio al presentar el acontecimiento.

Ante la inmensa concurrencia, el pseudo Mesías habló así:

- Mis muy queridos hijos: Cuando le dije a Abraham que su simiente sería como la arena del amar, esto sería cumplido cuando el mundo entero comprenda que soy el Mesías, el santo de Israel. Ustedes, pueblo de Israel, son la raíz de esta gran familia. He venido a decirles que siempre los he considerado mi pueblo; que al fin tendrán la paz que merecen; que son uno con el pueblo cristiano que hoy me ha reconocido como el único Mesías, Salvador de toda la humanidad.

El primer ministro de la nación israelita tomó la palabra:

- Pueblo de Israel, ¡al fin hemos tenido el privilegio de recibir a nuestro Mesías! Al fin la esperanza milenial se cumple. ¡Ah, Israel! ¡Cuanto hubieran dado nuestro padres de ver lo que hoy vemos! ¡Aquí está nuestro Mesías! ¡Loor, alabanza y gloria a nuestro Dios!

Los aplausos y loores son grandes. Judíos de todas las esferas religiosas y turistas extranjeros agitan sus manos y gritan con frenesí. Es un recibimiento increíble.

Notando que habían muchos islámicos en la inmensa concurrencia, el falso Mesías vuelve a hablar:

- ¡Hijos de Israel! ¡Mi pueblo! Hoy quiero expresarles que aquí están sus hermanos, los descendientes de Ismael. Ellos son también hijos de Abraham, por lo tanto hijos de la promesa. He venido por ellos también. Hoy cesan las luchas entre hermanos. Mi deseo es que estén todos unidos: judíos, islámicos y cristianos. Tengo sólo un pueblo y son todos ustedes. Además, tengo otros pueblos que se unirán a ustedes para hacer la gran familia de Dios. Aquí no hay diferencia alguna. Todos son uno en mí.

El público alabó al gran impostor, mientras él sonreía y los saludaba con ámbas manos. Luego caminó por las calles de Jerusalén seguido de sus súbditos. Al notar varios enfermos a los lados de la calle, se detiene y pone sobre ellos las manos, sanando de inmediato. El pueblo no puede contener su alegría y lo aclama:

- ¡Dios nos ha visitado! ¡Gloria al Mesías de Israel!

La televisión y la prensa escrita hicieron grandes reportajes sobre lo acontecido en la nación de Israel. El mundo cada vez más se convencía de que aquel extraño era realmente el Cristo.

Al día siguiente, el Inicuo estuvo de visita en la Universidad de Israel en Jerusalén. En el gran salón de actividades, el falso Mesías se sentó con los estudiantes y maestros. Muchas preguntas le fueron hechas y a todas respondió con sabiduría. Hasta que un estudiante judío le preguntó:

- ¿Por qué no se te recibió la primera vez que viniste hacen dos mil años?

El falso Mesías quedó en silencio por vez primera. Su semblante pareció dudar antes de contestar. Luego de unos segundos, respondió:

- El pueblo de Israel no estaba listo. Pensaban que yo iba a luchar contra los romanos, pero no fue así. Yo permití que se me maltratara para que pudieran reconocer mi humildad. Pero a su tiempo, usé otros pueblos para castigar a Roma.

Uno de los, profesores, doctor en paleontología, preguntó:

- ¿Qué nos tienes que decir sobre la creación? ¿Cuando ocurrió? Nosotros decimos que fue hacen seis mil años, mientras los científicos ateos aseguran que son muchos millones de años.

- No se preocupen, mis hijos, ustedes tienen la razón. Hoy entramos en el séptimo milenio, donde la paz reinará en todo el planeta.

Los estudiantes y profesores aplaudieron. Un estudiante, con trazas de judío ortodoxo, le hizo una pregunta difícil:

- ¿Por qué permitiste la muerte de seis millones de judíos en la segunda guerra mundial? ¿Dónde estabas cuando los hijos de Israel padecían tanta persecución de parte de los gentiles?

Sonriendo, pero sin ocultar su enfado, el Inicuo contestó:

- Yo sufrí con mi pueblo. Fueron momentos muy difíciles. Pero esto provocó el apoyo mundial a Israel. El mundo entero pudo ver la crueldad de aquel hombre, Hitler, y hoy Israel es respetado en todo el mundo y aquella persecución tan cruel es repudiada.

Otras preguntas surgieron y para todas, el pseudo Mesías tuvo respuestas que complacieron a su audiencia. Finalmente, entre loas y aplausos salió del lugar con su hueste.

En Nueva Delhi, el recibimiento fue sin precedentes. Sanó a miles de hindúes y habló ante el parlamento. Lo mismo sucedió en Japón, en Turquía y otras naciones árabes. A estos les indicaba que, como hijos de Abraham, eran parte de la nación de Dios. Nadie osaba oponerse a este personaje que realizaba tantos milagros y hablaba con voz tan apacible y proyectaba una sensibilidad asombrosa ante las multitudes.

En un domingo de mañana se realizó la esperada reunión con el obispo de Roma. La plaza de San Pedro está más llena que nunca. En toda Roma es algo increíble. El tránsito vehicular se detiene y todos corren para ver, aunque sea de lejos, al extraño personaje junto al papa.

En la puerta de la basílica, desde donde el papa acostumbraba presentarse ante el pueblo en ocasiones especiales, el obispo se presenta con el falso Mesías.

- ¡Pueblo cristiano:, - dijo el papa, - hoy es el día más feliz de mi pontificado! ¡Hoy puedo ver con mis ojos y palpar con mis manos al que ha sido nuestro Salvador y guía! Desde que él le concedió a Pedro las llaves del reino, la iglesia ha estado obrando en favor de la causa de Dios. ¡Hoy nuestras esperanzas son cumplidas! ¡Aquí está tu Salvador, pueblo de Dios! ¡Gloria a su nombre!

Las alabanzas al pseudo Cristo retumban en las paredes del Vaticano y se pueden escuchar a gran distancia:

- ¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido! ¡Gloria! ¡Gloria! ¡Gloria!

Un gran coro cantó una alabanza, mientras el papa y el falso Cristo se abrazan. Ante la gran masa humana, el falso Mesías levanta sus manos y se eleva sobre el balcón de la basílica. Luego baja lentamente mientras el público aplaude delirante.

A la puerta de la basílica se hallaban muchos enfermos, unos en camillas y otros en sillas de rueda. El extraño se acerca a ellos y los sana. El gentío se acerca para tocar aunque fuera la túnica blanca del autoproclamado salvador del mundo.