El Inicuo 8: Cuando El Sol Calienta Más

Pasadas dos semanas de la distribución del decreto, se comenzó a sentir un fuerte calor en todos los países. En su sede en Jerusalén, el falso Cristo se halla reunido con sus principales ayudantes. Dijo uno de ellos:

- Esto es irresistible. La temperatura sigue en aumento.

- No se preocupen por ello, - dijo el falso Mesías, - esto hará que la gente se afirme más en la decisión del concilio de París. Ha llegado el momento de que nuestro reino se haga estable. ¡Al fin reinaré sobre la tierra! ¡El mundo será mío completamente! ¡Nadie podrá resistir a mi autoridad! He esperado tanto por este momento.

La plaga en el sol fue la peor. En Canadá y los estados del norte de los Estados Unidos, así como los estados europeos y la gran Rusia, así como los países más al sur de América del Sur y Australia, recibieron grandes descargas de agua, debido a glaciares derretidos. Hubo ciudades y areas que fueron inundadas. La Florida cambió la forma de su contorno, pues gran parte quedó sepultada por las aguas. Islas pequeñas desaparecieron en Japón, el Pacífico, el area del Mar Egeo y el Caribe.

La peor parte fue en el arera ecuatorial. El calor fue tan intenso, que hubo fuegos que arrasaron bosques y las casas aledañas. Los aires acondicionados no bastaban para aminorar el calor intenso.

Los científicos dijeron que la capa de ozono se había ampliado grandemente, causando el tremendo calor. Mucha gente murió por esta plaga. Los sembrados quedaron chamuscados, causando falta de alimentos.

En los montes y lugares apartados, los sabatistas también sufrieron el grande calor, pero las arboledas y riachuelos aplacaron el mal y ninguno pereció. Un gran grupo de ellos, cerca de la cordillera de los Andes, se hallan conversando sobre los últimos acontecimientos:

- Hermanos, - dijo un anciano pastor, - estamos muy cerca de la venida gloriosa de Jesús. Esta es la cuarta plaga. Aun quedan tres para que termine el tiempo de angustia. Ya el número de los que se han de salvar está completo. Aquí, en los Andes, ya somos más de tres millones. Pero ha llegado el tiempo de escudriñar nuestros corazones. ¿Estamos realmente listos para ser trasladados al cielo, a convivir con los santos ángeles de Dios?

- Pastor, - dijo un joven, - ¿qué tenemos que hacer? Hemos dejado todo por el Maestro. Estamos aquí, alejados del mundo.

- Sí, hermano, hemos dejado todo, pero, ¿sabemos lo que es ver cara a cara al Salvador?

El sentimiento era general. ¿Quién podrá estar firme ante la presencia de Cristo? Hubo un intenso espíritu de oración, de entrega, de introspección. Algunos llegaban al punto de lloro y lamento. No era duda; no era incertidumbre; sino una certeza de la cercanía del momento culminante y ansiaban la preparación ideal para presentarse ante Dios. No tenían pecados inconfesos. Se habían preparado en el fragor de la batalla contra el pecado. Habían compartido con el mundo el precioso mensaje. Fueron rudamente perseguidos por su fe. Ahora se encontraban condenados a muerte y solos en los campos.

Pero la mano del Todopoderoso no los abandonaría en manos de sus enemigos. Sus ángeles velaban constantemente por el pueblo Remanente. Dios era su refugio en medio de la tempestad. Las rocas eran sus santuarios y el Cielo recibía sus plegarias angustiosas.

Como nunca antes, los sabatistas comprendieron que bastaba la gracia de Dios. Que sus vestiduras permanecían tan blancas como en el día que creyeron y aceptaron la salvación que Cristo les ofrecía.

La plaga en el sol aminoró un poco. El mundo impío acentuó su odio al Remanente. Esperaban ansiosos que llegara el día que el decreto anunciaba para exterminar a los hijos de Dios.