El Inicuo 2: El Potente Angel

Por más de 150 años, la Iglesia Remanente ha estado predicando lo que llaman “El Mensaje del Tercer Ángel”, basado en Apocalipsis 14:6-12. Son realmente tres mensajes que forman un conjunto maravilloso de doctrinas liberadoras. Poco a poco, el mensaje fue arropando al mundo. Fue necesario denunciar lo que la profecía del Apocalipsis llama “Babilonia”, que no es otra cosa que el sistema falso de religión, dentro del cristianismo.

No sin resistencia, la iglesia Remanente ha cumplido su misión. En cada país del mundo se ha establecido con sus instituciones educativas y médicas, además de sus templos.

Ahora, mientras el fin se acerca, la Iglesia Remanente se apresta para dar el toque final a su mensaje. Apocalipsis 18 lo presenta como un potente ángel que llena la tierra con su gloria. Es el último intento de Dios, usando a su iglesia, para llamar a los que se hallan presos aun en la Babilonia mística. “Salid de ella, pueblo mío” (Apocalipsis 18:4), es el llamado de Dios a los que reconoce como su pueblo, pero que aun militan en las iglesias caídas. Antes que las siete postreras plagas caigan sobre la tierra sin mezcla de misericordia, el Remanente, lleno del poder del Espíritu Santo, ha de hacer la obra de rescatar a los presos en el error de Babilonia.

Satanás no se conformó con obrar mediante enemigos externos; dentro de la Iglesia Remanente surgieron personas pretendiendo tener nueva luz y yendo contra la iglesia establecida. Veamos un caso, sucedido en una de las iglesias más importantes de la capital. El ministro, un hombre venerable, de edad avanzada, curtido en las luchas del Evangelio, se encuentra con uno de los líderes de la iglesia, de nombre Pedro Juan Álvarez.

- Mire, pastor, con todo el respeto que usted se merece, creo que la dirección de la iglesia está mal, muy mal. Se han apartado de los principios básicos de la iglesia.

- Hermano Álvarez; no diga usted eso. Yo conozco la iglesia. Son ya más de 30 años trabajando y he sido testigo de muchas cosas irregulares, pero usted no está autorizado por la Palabra para denunciar a la iglesia. He visto como los pecadores son sacados de la iglesia mediante el zarandeo. Lo que no está bien será echado fuera. Contrario a edades pasadas, cuando Dios sacó a los suyos de las religiones caídas, ahora Dios saca de su iglesia lo que no sirve.

- No digo la iglesia, pastor, digo la dirección de la iglesia. Los dirigentes máximos han...

- No siga usted, hermano. He visto muchos que dijeron lo mismo y hoy están fuera de la iglesia. Si usted continúa alimentando esos pensamientos, corre el riesgo de quedar fuera. Mire, hermano, He sentido decirle que ya está a punto de descender la Lluvia Tardía. Es hora de consagrarse más, de depender más de Dios, de implorar su Espíritu.

- Pero es que el pastor Menéndez es...

- No mencione a los hermanos. Es hora de mirarnos a nosotros mismos. Somos malos por naturaleza. Sólo la gracia de Dios puede transformarnos para poder seguir en las pisadas del Maestro.

- Pastor, yo nada tengo que decir de usted que sea negativo. Al contrario, usted es un verdadero santo.

- Tampoco así, hermano, yo necesito de la gracia de Dios tanto como usted y cada uno de los hermanos. El enemigo contra quien tenemos que luchar está afuera, no dentro.

- Pero pastor, es que dentro de la iglesia también hay pecado.

- Lo sé hermano, ¿Y quien no peca?

- No me refiero a ser pecador por naturaleza, sino a los que pecan contra los mandamientos de Dios. Fíjese en los ancianos de la iglesia. Me refiro all hermano Jacinto, al hermano Paulino, a...

- No siga usted mencionando nombres, mi hermano. Por todos tenemos que orar.

- Pero fíjese en la doctrina del santuario; ya ni se predica de eso.

- Pues parece que usted no está asistiendo a los cultos últimamente, pues por toda una semana, el pastor Miguel Torres predicó sobre ese tema.

- Eh... es que... estaba de viaje... usted sabe...

- ¿De viaje? Si lo vi en el supermercado el jueves pasado. Ese día fue uno de los más asistidos.

- Pues mire usted, pastor, ni me di cuenta de esa semana especial.

- Comprendo, hermano. De todo modos, le veré el sábado en el culto.

- Allá le veré.

Pero el pastor no volvió a ver al hermano disidente. Con un grupo numeroso dejó la iglesia, formando una nueva iglesia, la que llamó Grupo de Estudios Proféticos, cuya única misión era lograr romper la unidad y dispersar a los sabatistas. Enseñaban que la iglesia se había vuelto parte de Babilonia y que sus líderes habían contaminado la fe. Insistían en ser el remanente del remanente y que para salvarse, los hermanos tenían que unirse a su movimiento.

Como había grupos disidentes en otros países, este nuevo grupo se unió a ellos. Mediante periódicos, programas radiales y de televisión y concentraciones, estos nuevos sabatistas atacaban constantemente a la Iglesia Remanente. Fueron tiempos muy difíciles.

Aquel sábado fue realmente único. El templo estaba lleno de gente, a pesar de que un grupo considerable de miembros había dejado la fe, otros ocuparon sus lugares. Los testimonios llovían. La mayoría contaba cómo había llegado a la iglesia.

Pasadas las clases de la escuela bíblica, el director misionero dio la noticia del día:

- Hermanos: Acaba de anunciarse que la legislatura norteamericana ha aprobado la ley dominical. Por más de 150 años dijimos que esto iba a suceder. Ahora es una realidad. Es necesario que nos preparemos para salir de las ciudades grandes. Este templo seguirá con sus servicios regulares, pero es necesario que abandonen sus casas los que aun viven aquí. Cada uno de ustedes prepárese para hacer los arreglos de abandonar esta ciudad, pero no podemos dejar de predicar el mensaje final de Dios. Pronto caerán tremendas calamidades y desatres. Dios no quiere que perezcamos en ellas. Quiero que vean al pastor y los ancianos para ayudar a los que necesiten orientación al respecto.

La mayoría de los presentes, sobre todo los que habían recientemente entrado a la iglesia, sintió temor y asombro ante la declaración del director misionero. Fue necesario reunirse con ellos y explicarles con detenimeinto el significado profético de las palabras que escucharon. El pastor de la iglesia invitó a los que quisieran a tener otro culto despues del almuerzo.

Pasadas dos horas, el templo volvió a llenarse. Esta vez vinieron otras personas de la comunidad, traídas por los hermanos. El pastor explicó con lujo de detalles todo lo referente a las profecías que se estaban cumpliendo. Culminó diciendo:

- La marca de la bestia ha sido ya implantada en todo el mundo. Aunuqe hay ya muchos hermanos viviendo en los campos, ya llegó el momento de que todos tenemos que imitarlos y abandonar las ciudades grandes para estar más accesibles a la protección del Señor. Estas ciudades grandes están condenadas a rercibir desastres de todas clases. Ninguno de nosotros debemos ya vivir aquí. Debemos ir a las aldeas y campos, pero mientras tanto, aun queda mucha obra por hacer. Les recomiendo que vayan a sus casas. Una vez se ponga el sol, preparen lo que puedan para abandonar la ciudad. Hay varias fincas cerca de la ciudad donde viven ya muchos hermanos. Iremos allá, pero recuerden que tenemos que seguir predicando aquí. En la mañana, luego que nos acomodemos, les espero en la iglesia. Tenemos suficientes tratados para entregar. Hay todavía muchos sinceros que han de venir. Ya no tenemos espacio en el templo, pero los reuniremos en el campo, en la finca del hermano Reyes.

Así lo hicieron. En la mañana del primer día de la semana, había una multitud casi incontable en el llano de la finca. Los testimonios fueron por decenas y la predicación de uno de los laicos fue llena de poder. El pueblo estaba conmovido.

El culto siguió hasta la puesta del sol. Cantaron el himno y oraron. Luego todos fueron a sus casa a prepararse para el abandono de la ciudad.

Por la mañana, los sabatistas se enteraron de que el templo principal de la ciudad había sido incendiado hasta los cimientos. Los bomberos indicaron que el incendio se debió a combustible regado en el sótano de la iglesia. El acto causó gran pena en los hermanos, pero creyeron que esto confirmaba lo dicho el día antes en la predicación. El tiempo del “Fuerte Pregón” había comenzado. El “refrigerio” del Espíritu Santo había sido derramado sin medida sobre los creyentes. Hubo muchos de los de la ciudad que, conmovidos por la quema del templo de los sabatistas, siguieron a los hermanos. Algunos permitieron que se dieran culto en sus casas, formándose cientos de lugares de culto y oración.

Muchos enfermos fueron sanados y grandes prodigios fueron realizados por los hermanos llenos del poder de Dios. En las plazas y las calles podían verse a niños predicando, algunos hasta de tres y cuatro años. La gente se maravillaba de sus palabras.

Hubo quienes trataron de interrumpir los cultos, pero las gentes se les enfrentaron, impidiéndolos. Las iglesias que forman la Babilonia apocalíptica hicieron grandes concentraciones para menguar la asistencia a los cultos de los sabatistas, pero todo fue inútil, pues cientos y cientos más se unían al Remanente. Finalmente, muchos fueron acusados ante las autoridades y fueron apresados. Como no cabían en las cárceles, fueron hechos campos de concentración en varios lugares en las afueras de la ciudad. Lo que no pudieron hacer las autoridades carcelarias fue impedir que los sabatistas dejaran de predicar. En las cárceles y campos de concentración se organizaron iglesias y los cantos se podían oír desde lejos.

Aunque los sabatistas vivían en los campos, hacían incursiones en la ciudad para predicar el mensaje de Dios. Las gentes, muchos de ellos, tenían hambre de la Palabra y se gozaban escuchando a aquella gente que era menospreciada por los gobiernos y los líderes eclesiásticos y perseguida por las autoridades policiales.

Los que habían abandonado la fe y se unieron a grupos disidentes notaron el poder que acompañaba a los sabatistas y algunos volvieron al seno de la iglesia. Los más orgullosos no quisieron volver, sino que se unieron a otras iglesias, aquellas que más habían resisitido al mensaje final de Dios. Denunciaron las estreategias de evangelización de los sabatistas y los lugares donde se encontraban. Hubo algunos que se preguntaban por qué ellos no recibieron el refrigerio, pero vieron ya muy tarde, que habían contristado al Espíritu Santo. Aunque quisieron volver a su iglesia, no pudieron. Sintieron que estaban perdidos sin oportunidad para reconciliarse con Dios.

Los desastres no se hicieron esperar. Un terremoto destruyó una gran parte de la ciudad, así como en los suburbios del este. Los muertos sumaron más de dos mil y los damnificados cerca de diez mil. La devastación en la ciudad fue tal, que el gobierno declaró zona de emergencia en la capital. Como si eso fuera poco, una de las factorías de la ciudad se incendió, causando pérdidas millonarias. Una escuela del centro de la capital explotó sin saberse las causas. Muchos estudiantes y maestros fueron muertos y la destrucción fue desastrosa. También una epidemia azotó varias poblaciones.

En el centro de gobierno de la ciudad se reunieron el presidente y su gabinete constitucional. El motivo de la reunión era discutir como hacer frente a las grandes catástrofes que habían estado sucediendo en el país. El primer ministro dijo:

- Es muy extraño lo que está sucediendo en el país. Y lo peor de todo es que lo mismo está sucediendo en casi todos los países del mundo.

- Creo saber la causa, - dijo el representante de la iglesia católica, - Dios está airado por causa de la profanación de su día.

- Pero es que todos están obedeciendo el mandato. Las iglesias están llenas los domingos.

- Eso es verdad sólo en parte, señor ministro, pues hay un pueblo que es diferente, que no sólo quiebra la ley, sino que se pasa enseñando contra el domingo por todos los rincones del país. Las iglesias nuestras no están tan llenas, pues cientos, yo diría miles, se están uniendo a estos sabatistas fanáticos.

- ¿Y qué cree usted que puede hacerse al respecto?

- Hay que quitar el anatema. Al menos, sean vigilados y que se les obligue a dejar esa práctica.

- ¿Y si no obedecen?

- Que caiga sobre ellos el peso de la ley.

- Si los demás están de acuerdo, hagamos una cruzada en todo los rincones del país y los que desobedezcan serán encarcelados.

- Pero señor ministro, - dijo el jefe de la policía - ya las cárceles están repletas y los campos de concentración también.

- ¡Pues hagámoslos mayores! ¡Nadie puede burlarse así de la ley y quedar impune!

Queda aprobado el plan para reforzar la presión contra los sabatistas. Predicar en público les será prohibido. A pesar de eso, ningún hijo de Dios se amedrentó. Por doquiera se veían a hombres, mujeres y niños predicando y realizando sanidades. Miles se convertían. Las playas, ríos y quebradas fueron escenarios de bautismos en masa. Nada podían hacer las autoridades, pues por cada sabatista encarcelado, había diez que se unían al pueblo de Dios.

Aun ministros y sacerdotes religiosos se unían a la fe. Nada les era más precioso que el conocimiento maravilloso del mensaje de Dios. Esto airó sobremanera a los líderes religiosos. En vano trataban de retener sus feligreses. Las gentes iban en masa a escuchar a los predicadores sabatistas, que cual el Elías, enfrentaban sin temor a los profetas de Baal.

Las noticias que llegaban de todas partes del mundo era el avance sin paralelo de los sabatistas. Se reportaban bautismos en masa en países islámicos. En la católica Polonia podía verse grandes multitudes escuchando a los predicadores sabatistas. Los gobiernos trataban de detener a los mensajeros, pero fue en vano. Aparecían predicadores de entre la gente que menos se imaginaban. En los mercados, en las calles, en los edificios de gobierno y en las mezquitas, cientos de hombres y mujeres se daban a la tarea de proclamar el mensaje de Dios. Era un mensaje de urgencia: Pronto caerán las siete postreras plagas y sólo el conocimiento y aceptación del mensaje final de Dios podría liberarlos de los flagelos que azotarán al planeta.

En países como España, que la obra de Dios ha sido por tanto tiempo estorbada, podían verse a miles de predicadores, Biblia en mano, hablar a las multitudes las Palabras del Señor. La gente veía como los enfermos eran sanados y la elocuencia de los que hablaban, y se unían a ellos, sin importarle las consecuencias. Guardias civiles armados trataban en vano de esparcir a las gentes, pero estas se les enfrentaban valientemente. Era tal la multitud, que las autoridades no podían hacer nada contra ellos.

En los países dominados por el Islam fue donde más se destacaron los sabatistas. Miles de predicadores hacían milagros. Enfermos eran sanados instantáneamente. De forma extraña para los policías, los hijos de Dios eran liberados de las cárceles y seguían su obra de predicación. Muchos contaban como eran librados por ángeles de Dios. Aunque también algunos fueron matados por su fe. Pero estos asesinatos servían para que otros reconocieran el poder del mensaje y se convirtieran al Dios Vivo.

En Madrid, la capital de España, hubo un juicio contra uno de los sabatistas. Aunque permitieron a mucha gente asistir al juicio, ningún sabatista pudo entrar. El juez se sentó y comenzó el juicio. El acusado era un joven laico de una de las iglesias de Madrid. Este se hallaba sereno mientras aguardaba ser interrogado.

El juez pidió que se presentaran a los abogados del reo, pero nadie se levantó. El fiscal dijo al juez:

- Su señoría: el acusado no tiene abogado ni ha permitido uno de los de asistencia legal. Creo que sería lo más correcto que el juicio se posponga para la próxima semana.

- No, dijo enérgicamente el juez, - el juicio seguirá con o sin abogado.

- Pero señoría...

- Nada, señor fiscal. Comience su interrogatorio.

El fiscal, visiblemente malhumorado, se acercó a la silla del acusado. Hubo un corto silencio. Finalmente, luego de las preguntas de rigor, el fiscal comenzó su interrogatorio.

- Bien, - dijo el fiscal, - usted sabe que en este país la Iglesia Católica es la religión del estado, y que el rey ha sido benevolente con los protestantes, permitiendo que establezcan templos y prediquen su mensaje. Pero ustedes, los sabatistas, se han ido por la tangente. Han estado en rebelión contra la ley dominical, la cual está vigente en esta nación y en todo el mundo. ¿Qué tiene usted que decir?

El joven miró fijamente al fiscal y dijo, con voz enérgica:

- Señor, agradezco a su majestad el rey Juan Carlos, el haber concedido a los que no somos católicos, tener alguna libertad para hablar al pueblo. Por años nuestra iglesia ha sido perseguida en este país. Hemos tenido que funcionar prácticamente en el clandestinaje. Pero aun así, miles de españoles han respondido al llamado de Dios.

- Joven, no le he pedido que nos dé detalles de lo que pasa con su iglesia. Sencillamente le he preguntado sobre la ley dominical.

El juez interrumpió:

- Señor fiscal: deje que el joven diga lo que tenga que decir, ya que no tiene abogado que le represente.

- Gracias, su señoría, - dijo el joven, - pero usted quizás no sabe que sí tengo un abogado.

- ¿De veras? Pues preséntemelo.

- Mi abogado, señor juez, es Jesucristo.

- Esto es una falta de respeto al tribunal, - dijo el fiscal lleno de ira.

- No, déjelo, - dijo el juez, - me interesa saber lo que él tiene que decir.

- Gracias una vez más por su condescendencia, señor juez. Cuando a Pedro y otros discípulos se les prohibió predicar el Evangelio en Jerusalén, él les dijo: “Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres”. Hoy estoy ante este tribunal para dar razón de mi fe.

El juez miraba atentamente al joven mientras se expresaba de una forma tan cortés y demostrando tanta sabiduría. El joven continuó:

- Creo en la santidad del día de descanso de Dios, pero ese día no es el domingo, sino el sábado.

- ¿Para qué seguir escuchando esto, señoría?, - dijo el fiscal, levan-tándose de su silla y agitando su mano derecha.

- Señor fiscal, - dijo el juez en voz alta, - este es mi tribunal y aquí se hace lo que yo diga. Siéntese, señor fiscal. Joven, prosiga con su testimonio.

- Gracias, su señoría. Es importante que nos preguntemos: ¿por qué, si la Biblia presenta tan claramente el sábado, es aceptado universalmente el domingo, a pesar de su origen pagano?

En este momento del testimonio del joven sabatista, el juez le preguntó:

- ¿Qué es eso de que el domingo es pagano? Los cristianos lo guardan celebrando la resurrección del Señor. ¿O es que usted cree que la resurreción fue en el sábado?

- No, señoría, ¿cómo negar que fue el primer día de la semana en que nuestro Salvador salió victorioso de su tumba? La Biblia es muy clara al respecto. Pero lo que la Biblia no dice es que por esa o cualquiera otra razón, se debió abandonar el sábado del cuarto mandamiento de la sacrosanta ley de Dios.

El juez nuevamente preguntó al joven:

- ¿Está usted seguro de lo que dice? El cuarto mandamiento el que dice que honremos a los padres.

- Pero señor juez, esto es en el catecismo, la Biblia es diferente.

- ¿Va usted a decirme que la ley del catecismo es diferente a la Biblia? Eso yo lo quiero ver. Señor secretario: vaya a mi oficina y tráigame la Bibla que está sobre mi escritorio.

El secretario salió. Había una solemnidad increíble. Sólo se oía un leve murmullo. El secretario trajo el ejemplar de una gran Biblia y el juez dijo al joven:

- A ver, dígame donde están los diez mandamientos.

El joven sabatista le dijo:

- En el capítulo 20 del libro de Éxodo, segundo libro de la Biblia.

El juez buscó afanosamente en las páginas hasta que dio con el pasaje. Lo miró atentamente y dijo:

- No veo nada anormal. Es lo mismo que dice el catecismo.

- Mire bien señor juez. El primer mandamiento del catecismo es “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Así no dice la Biblia.

- Es verdad, pero no es muy diferente.

- Bueno, mire ahora el segundo.

- Sí, dice “No tomarás el nombre de Yahvé tu Dios en vano.”

- Señoría, ese es el tercer mandamiento. El segundo es el que comienza diciendo: No harás para ti imágenes...

- Si, ya veo. Es que la iglesia unió eso al primer mandamiento.

- Ese es el problema, señor juez, al anexar eso al mandamiento primero, se quedaron con sólo nueve mandamientos. Pero se las arreglaron dividiendo en dos el último. Mire usted, el último mandamiento dice: “No codiciarás la casa de tu prójimo ni codiciarás su mujer ni nada de tu prójimo.” Lo partieron en: “No desear la mujer de tu prójimo y No codiciar los bienes ajenos.”

- Eso que usted dice suena extraño, pero es la verdad.

- Pero mire usted el cuarto mandamiento en su Biblia, que es el tercereo en el catecismo.

- Dice: “Acuérdate de santificar el día del sábado...”

- Ese es el mandamiento que salió de la boca de Dios y que Él mismo escribió con su dedo en la tabla de piedra.

- Entonces hemos sido engañados por tanto tiempo.

El juez cerró la Biblia y dijo al joven que siguiera con su testimonio.

- Para nosotros, que seguimos la Biblia, no podemos hacer caso a mandamientos de hombres. Por eso es que guardamos como santo el séptimo día. Por eso estamos en contra de la ley dominical, pues está en abierta contradicción con la ley de Dios.

- Bien, joven, entiendo su posición, pero los grandes teólogos están de acuerdo que el día fue cambiado por la introducción del Nuevo Pacto.

- Señor juez: Si leemos el Nuevo Pacto en Jermías 31, veremos que no hay tal cosa como un cambio en la ley, sino que Dios, por su Espíritu, la graba en nuestros corazones. Dios no cambia. Los teólogos cambian, los hombres cambian, pero dice Santiago apóstol que en “Dios no hay mudanza ni sombra de variación”. Por defender esa ley santa estoy hoy aquí delante de usted. Le agradezco que me haya permitido hablar ante este tribunal. Que Dios le bendiga.

El juez quedó en silencio por uno segundos. Miró otra vez al joven y dijo:

- Gracias por su testimonio. Lo felicito por su valentía de hablar aquí. Puede irse con los suyos. Este tribunal no encuentra causa alguna para condenar a esta persona, cuyo único delito es presentar al mundo lo que cree que es la verdad. No creo que sea peligroso para la sociedad.

El fiscal quedó en silencio, sentado junto a su escritorio, mientras el juez sale y la gente desaloja la sala.

Afuera, muchos rodearon al joven sabatista y le hacían muchas preguntas. Finalmente, el joven se fue con los suyos que le aguardaban frente a la corte y a ellos se juntaron muchos de los que le oyeron con su testimonio ante el juez.

El regocijo de los sabatistas fue grande al recibir al joven. Comprendieron que el Espíritu santo lo asistió mientras testificaba ante el juez.

Por la noche, algunos de los sabatistas se asustaron al ver a un grupo que se acercaba. Alguien del grupo dijo:

- No teman, soy yo, el juez.

En efecto, ante los asombrados sabatistas, el juez estaba allí con varios amigos y familiares. Les dijo que ya por algún tiempo estaba preocupado por la persecución contra los sabatistas y que al escuchar el testimonio del joven terminó por aceptar el mensaje y con él muchos de sus familiares y amigos. El gozo aumentó entre los del Remanente, los que recibieron a los nuevos conversos con gran solemnidad, reconociendo el cumplimiento de las profecías que hablan de las conversiones de los últimos días.

De aquí en adelante, la obra en España adelantó mucho, siendo ya varios miles los creyentes que se unían al Remanente. En todo el mundo las cosas eran similares. Ya nadie sentía miedo de confesar su fe.

Pero la persecución contra el Remanente no se hizo esperar. En el estado de Chiapas, de la República Mexicana, uno de los lugares donde más se ha destacado la obra de los sabatistas, en una mañana de sábado, cuando la iglesia estaba llena de asistentes al culto sabático, un grupo de la ciudad, encabezado por el sacerdote católico, irrumpió en la sala, con palos y otras armas. El grupo era de más de doscientos y atacaron a los indefensos sabatistas, hiriendo a varios y haciendo huir al resto.

No satisfechos con su obra, tomaron a dos de los heridos y los arrastraron al poblado. En medio de la plaza, los ataron a postes y les prendieron fuego. Muchas de las gentes, asombradas por la barbarie, decidieron unirse a los sabatistas. El cura, lleno de ira, gritó:

- ¡Ustedes, los que se han alejado, no escaparán a nuestras manos! ¡Vamos a ver quién saldrá en su defensa!

Otro grupo se alejó, uniéndose a los primeros. El sacerdote, viendo menguar su grupo, dijo para sí:

- ¿Qué diablos tiene esta gente que tantos le siguen?

Así como en México, la persecusción se pudo ver en todos los países del mundo, aun en los Estados Unidos de Norteamérica, quienes tanto se jactaban de su democracia y defensa de los derechos civiles. Un sentimiento neo puritano se apoderó de la nación y la persecución contra la Iglesia Remanente fue tan ruda como en los países latinoamericanos. Aunque algunos de los sabatistas murieron por su fe, esto ayudó a que otros cientos aceptaran la verdad del sábado.

También la obra de Satanás estuvo activa durante este tiempo. Los platos voladores, que tanto él usó para engañar a los hombres, ahora aparecen en muchos países. Sus tripulantes dicen venir en el nombre de Jesús para salvar a la humanidad. Ya nadie ponía en dudas su existencia y la vida extraterrestre. Poco sabía la humanidad del ardid satánico que por tanto tiempo tuvo éxito y que ahora se presentaba más convincente ante los ojos del mundo.

También las apariciones marianas, que desde tantos años han sido el arma más eficaz en las manos de Roma, surgen en varios países. Eran tan evidentes que aun los más incrédulos las aceptaban. Mensajes muy dulces eran dados por los demonios pretendiendo ser la madre del Salvador. Grandes milagros eran producidos por estos entes demoníacos. El pueblo quedaba enbelesado ante los mensajes de los videntes manipulados por los agentes del diablo.

La gloria del mensaje final de Dios, dado por la Iglesia Remanente, duró sólo unos meses. Entre el alborozo de los creyentes y la ira de los malignos, la obra final de Dios culminó. El último sermón fue predicado. El último canto fue entonado. La última oración fue realizada. La última alma fue salvada.