delanaturalezadelascosas.lucrecio
De la naturaleza de las cosas.
"De rerum natura".
Poemas sobre el suicidio de Lucrecio
Tema III. Psicopatología descriptiva y fenomenología del suicidio.
http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=2618
El poema de Lucrecio nos ilustra sobre la conducta humana, el sufrimiento y el placer, la ausencia de prejuicios, la libertad y el suicidio.
"De la naturaleza de las cosas : poema en seis cantos" Lucrecio
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Extracto, y adaptación al estudio de la fenomenología.
De las escuelas filosóficas de la antigüedad, ninguna se acomodaba
mejor al espíritu de Lucrecio, o débil para la lucha, o desesperanzado del
triunfo, o vencido por grandes desventuras que el epicurismo, doctrina
triste y severa que preceptuaba la indiferencia para todas las agitaciones
mundanas, asilo para las almas tímidas, prudentes o desalentadas, a las
que ofrecía como remedio a sus pasiones y temores el quietismo y la vida
contemplativa de la naturaleza.
Esta tranquilidad, no exenta de egoísmo, la enaltece Lucrecio en los
siguientes versos:
Pero nada hay más grato que ser dueño
De los templos excelsos, guarnecidos
Por el saber tranquilo de los sabios,
Desde donde puedas distinguir a otros
Y ver cómo confusos se extravían
Y buscan el camino de la vida.
Vagabundos, debaten por nobleza,
Se disputan la palma del ingenio,
Y de noche y de día no sosiegan
Por oro amontonar y ser tiranos.
¡Oh míseros humanos pensamientos!
¡Oh pechos ciegos! ¡Entre qué tinieblas
Y a qué peligros exponéis la vida
Tan rápida, tan tenue! ¿Por ventura
No oís el grito de naturaleza,
Que alejando del cuerpo los dolores,
De grata sensación el alma cerca,
Librándola de miedo y de cuidado?
Lucrecio ha encontrado para sí, en el seno del epicurismo, la paz que
pide para su patria y la que desea para su íntimo amigo Memmio, a quien
dedica el poema. Su ánimo sólo se apasiona para cantar esta paz firme y
constante y enaltecer al fundador de la doctrina filosófica que se la ha
dado.
- II -
Los sitios retirados del Pierio
Recorro, por ninguna planta hollados;
Me es gustoso llegar a íntegras fuentes,
Y agotarlas del todo; y me da gusto,
Cortando nuevas flores, rodearme
Las sienes con guirnaldas brilladoras,
Con que no hayan ceñido la cabeza
De vate alguno las divinas musas:
Primero porque enseño cosas grandes
Y trato de romper los fuertes nudos
De la superstición agobiadora;
Después, porque tratando las materias
De suyo obscuras con piería gracia,
Hago versos tan claros: ni me aparto
De la razón en esto, a la manera
Que cuando intenta el médico a los niños
Dar el ajenjo ingrato, se prepara
Untándoles los bordes de la copa
Con dulce y pura miel, para que pasen
Sus inocentes labios engañados
El amargo brebaje del ajenjo,
Y la salud les torne aqueste engaño
Y dé vigor y fuerza al débil cuerpo;
Así yo ahora, pareciendo austera
Y nueva y repugnante esta doctrina
Al común de los hombres, exponerte
Quise nuestro sistema con canciones
Suaves de las Musas, y endulzarle
Con el rico sabor de poesía:
¡Si por fortuna sujetar pudiera
Tu alma de este modo con enlabios
Armónicos, en tanto que penetras
El misterio profundo de las cosas
Y en tal estudio el ánimo engrandeces!
Pues la naturaleza de los dioses
Debe gozar por sí con paz profunda
De la inmortalidad; muy apartados
De los tumultos de la vida humana,
Sin dolor, sin peligro, enriquecidos
Por sí mismos, en nada dependientes
De nosotros; ni acciones virtuosas
Ni el enojo y la cólera les mueven.
............Serán materia de mi canto
La mansión celestial, sus moradores;
De qué principios la naturaleza
Forma todos los seres; cómo crecen,
Cómo los alimenta y los deshace
Después de haber perdido su existencia;
Los elementos que en mi obra llamo
La materia y los cuerpos genitales,
Y las semillas, los primeros cuerpos,
Porque todas las cosas nacen de ellas.
No es el entusiasmo por el descubrimiento de verdades científicas lo que inspira a Lucrecio; es el entusiasmo por haber vencido las supersticiones del paganismo. Oigamos lo que de Epicuro dice:
El valor extremado de su alma
Se irrita más y más con la codicia
De romper el primero los recintos
Y de Natura las ferradas puertas,
La fuerza vigorosa de su ingenio
Triunfa y se lanza más allá los muros
Inflamados del mundo, y con su mente
Corrió la inmensidad, pues victorioso
Nos dice cuáles cosas nacer pueden,
Cuáles no pueden, cómo cada cuerpo
Es limitado por su misma esencia:
Por lo que el fanatismo envilecido
A su voz es hallado con desprecio.
¡Nos iguala a los dioses la victoria!
Bien se ve que no es la física de Demócrito, tomada por Epicuro como
arma de combate contra la perniciosa influencia de la religión pagana en
las costumbres públicas y privadas, sino la victoria contra esta
influencia, el triunfo de ideas y sentimientos irreligiosos lo que a
juicio de Lucrecio iguala a los hombres con los dioses.
- IV -
Asunto capital del libro tercero del poema La Naturaleza es el gran
problema de la vida futura.
Lucrecio expone en él todos los argumentos de
los antiguos materialistas para demostrar que no hay más vida que la de
este mundo; que en ella encuentran los actos humanos premio o castigo, y
por tanto suprime y niega en absoluto el infierno, combatiendo el
instintivo temor a la muerte, que es, según dice, un bien, porque conduce
al eterno reposo, a la perfecta tranquilidad, y nos libra de las
penalidades de este mundo.
La fe y el entusiasmo con que predican los
espiritualistas la esperanza en una vida futura, vida que para el justo es
de perpetua dicha, la emplea Lucrecio, en sostener que siendo el alma
material como el cuerpo, con él perece, y que el destino del hombre se
cumple en la tierra.
Téngase en cuenta, para juzgar este famoso libro tercero, arsenal de
donde sacaron sus argumentos los materialistas del siglo XVIII, cuáles
eran las ideas predominantes en la antigüedad acerca del alma y de la vida
futura.
Excepción hecha de las doctrinas de Pitágoras y de Platón, las
escuelas filosóficas y las religiones de la antigüedad proclamaban el
principio de la materialidad del alma, y a lo más concedían que fuese de
materia incorruptible. Lucrecio, pues, acepta una doctrina generalmente
admitida, y deduce de ella la consecuencia lógica de que el alma perece
con el cuerpo, y el ser humano se extingue en este mundo como todos los
demás seres, obedeciendo a la ley universal de la transformación de la
materia.
La idea de la vida futura en la antigüedad era vaga y confusa, y para
los filósofos romanos resultaba una especie de privilegio en favor de las
clases ilustradas. En éstas ningún crédito tenía el infierno del paganismo
pintado por los poetas de acuerdo con una religión interesada en mantener
las supersticiones populares, y Cicerón y Séneca censuran a los epicúreos
por perder el tiempo en combatir lo que nadie defendía.
Además, los cuadros de desolación y de miseria que para condenados y
justos ofrecía el paganismo en la vida futura, más bien eran causa de
terror que de esperanza en la divina justicia, y difícilmente podían
aceptarse como base de moral pública y privada. Los tipos fabulosos que
expían sus maldades en el Averno, no resultan víctimas de la justicia,
sino de la venganza de los dioses, vencidos en su intento de lucha contra
las divinidades. La especie de inmortalidad admitida por algunos filósofos
para los hombres célebres no llegaba al vulgo, privado de premio o castigo
en la vida futura, que para él era eterna y obscura noche de miserias y
sufrimientos. Así se comprende que Lucrecio estime esta vida futura causa
de espanto, y diga
Con toda violencia extirparemos
De raíz aquel miedo de Aqueronte
Que en su origen la humana vida turba.
La Naturaleza, pues, censura a los hombres el temor a la muerte en
los siguientes versos, que contienen toda la moral del libro tercero:
Si de repente, en fin, la voz alzara
Naturaleza, y estas reprensiones
A cualquier de nosotros dirigiera;
«¿Por qué ¡oh mortal! te desesperas tanto?
¿Por qué te das a llanto desmedido?
¿Por qué gimes y lloras tú la muerte?
Si la pasada vida te fue grata,
Si como en vaso agujereado y roto
No fueron derramados tus placeres,
E ingrata pereció tu vida entera,
¿Por qué no te retiras de la vida
Cual de la mesa el convidado, ahíto;
¡Oh necio! y tomas el seguro puerto
Con ánimo tranquilo? Si, al contrario,
Has dejado escapar todos los bienes
Que se te han ofrecido, y si la vida
Te sirve de disgusto, ¿por qué anhelas
Multiplicar los infelices días
Que en igual desplacer serán pasados?
¿Por qué no pones término a tus penas
Y a tu vida más bien? Pues yo no puedo
Inventar nuevos modos de deleite
Por más esfuerzos que haga: siempre ofrezco
Unos mismos placeres: si tu cuerpo
No se halla aún marchito con los años
Ni tus ajados miembros se consumen,
Verás, no obstante, los objetos mismos,
Aun cuando en tu vivir salgas triunfante
De los futuros siglos, y aunque nunca
A tu vida la muerte sujetare.»
¿Qué responder a la naturaleza,
Si no que es justo el pleito que nos pone
Y es clara la verdad de sus palabras?
Mas si sumido alguno en la miseria
Al pie de su sepulcro se lamenta,
¿No será su clamor mucho más justo
Y nos reprenderá con voz robusta?
«Vete de aquí, insensato, con tus llantos;
No me importunes más con tus quejidos»:
A este otro, empero, que los años rinden,
Que en sus últimos días aún se queja:
«¡Insaciable, dirá, tú, que has gozado
De todos los placeres de la vida,
Aún te arrastras en ella! Consumido
En los deseos del placer ausente,
Despreciaste el actual, y así tu vida,
Se deslizó imperfecta y disgustada,
Y sin pensarlo se paró la muerte
En tu misma cabeza, antes que lleno
Y satisfecho de la vida puedas
Retirarte: la hora es ya llegada:
Deja tú mis presentes; no son propios
De la edad tuya: deja resignado
Que gocen otros, como es ley forzosa.»
Con razón, a mi ver, reprendería,
Y con razón se lo echaría en cara,
Porque a la juventud el puesto cede
La vejez ahuyentada, y es preciso
Que unos seres con otros es reparen:
Ninguna cosa cae en el abismo
Ni en el Tártaro negro: es necesario
Que esta generación propague otra;
Muy pronto pasarán amontonados,
Y en pos de ti caminarán: los seres
Desaparecerán ahora existentes,
Como aquéllos que hubiesen precedido.
Siempre nacen los seres unos de otros,
Y a nadie en propiedad se da la vida;
El uso de ella es concede a todos.
Después de proclamar con tanta energía la ley de la renovación
universal en virtud de la cual la muerte es indispensable para crear
nuevos seres, Lucrecio procura borrar de la mente de sus conciudadanos la
idea de una segunda vida que, cual la presentaba el paganismo, más servía
de terror que de consuelo.
Para Lucrecio, los suplicios del infierno
pagano son representaciones simbólicas de las pasiones humanas que en este
mundo encuentran su castigo. Nuestras pasiones y nuestros vicios en ellas
mismas llevan la pena, y el infierno lo tenemos en nuestra propia
conciencia. Prescindiendo de las conclusiones del poeta contra la vida
futura, la idea de que el castigo es inseparable de la falta tiene un
profundo sentido moral, y de ella y del consejo para consolar a los
temerosos de la muerte, de que recuerden que ningún hombre, por grande que
haya sido, dejó de cumplir esta ley de la naturaleza, se han valido no
pocos insignes moralistas, que no pueden ser tachados de materialistas ni
de panteístas.
Para apartar de la imaginación el miedo a la muerte, y tan
entusiasmado con la esperanza de llegar a la nada, como a otros entusiasma
la idea de la inmortalidad, recomienda Lucrecio a los que temen el fin de
su vida el estudio de la naturaleza, que nos enseña de donde venimos y a
dónde vamos, produciendo en el ánimo el convencimiento del destino humano,
con el cual pueden y deben afrontarse serenamente las adversidades de esta
vida pasajera.
Ni el vulgo de los epicúreos, ni aun las personas distinguidas de la
secta, amaban con tanta vehemencia pensar a toda hora en las tristes
últimas consecuencias de la doctrina epicúrea; pero Lucrecio era un
sectario convencido, incapaz de retroceder ante ningún resultado, por
desolador que fuese.
- V -
Lejos de ser fatalista, afirma Lucrecio de un modo resuelto la
libertad humana, y en esta afirmación se fundan los principios de moral
que hallamos, no formando un cuerpo de doctrina, sino diseminados en el
poema.
Condena, pues, el desbordamiento de las pasiones, tan contrario a la
salud del cuerpo y tranquilidad del espíritu a que debe aspirar todo buen
epicúreo, y entre las que merecen su agria censura descuellan en primer
término la ambición y el amor.
Nada tan opuesto a la impasibilidad a que debe aspirar el sabio,
según Epicuro, como los impulsos de la ambición, la vida agitada de la
política, la lucha constante y desapoderada por arrebatar el poder público
a quien lo ejerce; por defenderlo, una vez conquistado. Lucrecio tenía a
la vista las sangrientas consecuencias de estas luchas, pues vivió en el
período más turbulento de la república romana, y sus anatemas contra los
ambiciosos tienen la viveza y la vehemencia que sólo puede inspirar a un
alma apasionada el horror del mal presente, el tristísimo espectáculo de
ver a la patria desgarrada por sus propios hijos. Como los estoicos más
severos condena Lucrecio el inmoderado deseo de riquezas, de honores, de
fama, que turba la paz de los hombres y de los pueblos.
La misma energía con que describe los estragos de la ambición la
emplea Lucrecio en pintar los del amor, como si al convencimiento del
filósofo uniera la triste experiencia del que ha sido víctima de ambas
pasiones.
«Lucrecio, dice Mr. Martha en su libro antes citado, nos presenta las
miserias y vergüenzas del amor en corto número de versos que condensan
cuanto sobre este asunto han podido decir, como tristemente cierto, los
moralistas antiguos y modernos. Me atrevo a asegurar que en ninguna
literatura se encontrará un cuadro que en su breve y enérgica sencillez
sea más perfecto, de un sentimiento más intenso y de frases más profundas
y trascendentales. Para comprenderlo bien es preciso figurarse cuáles eran
los sentimientos antiguos y romanos; el desdén a la mujer, el desprecio a
cuanto llamamos galantería, la indignación cívica contra el lujo y las
modas extranjeras griegas u orientales, el respeto a la fortuna paterna,
que no se debía malgastar en locuras, y a la dignidad del ciudadano, quien
debía dedicarse a viriles ocupaciones; todos estos sentimientos los
expresan en rápidas y enérgicas frases los siguientes versos»:
Agrega a los tormentos que padecen
Sus fuerzas agotadas y perdidas,
Una vida pasada en servidumbre,
La hacienda destruida, muchas deudas,
Abandonadas las obligaciones,
Y vacilante la opinión perdida:
Perfumes y calzado primoroso
De Scion que sus plantas hermosea;
Y en el oro se engastan esmeraldas
Mayores y de verde más subido,
Y se usan en continuos ejercicios
De la Venus las telas exquisitas,
Que en su sudor se quedan empapadas;
Y el caudal bien ganado por sus padres
En cintas y en adornos es gastado:
Lo emplean otras veces en vestidos
De Malta y de Scio: le disipan
En menaje, en convites, en excesos,
En juegos, en perfumes, en coronas,
En las guirnaldas, pero inútilmente;
Porque en el manantial de los placeres
Una cierta amargura sobresalta,
Que molesta y angustia entonces mismo;
Bien porque acaso arguye la conciencia
De una vida holgazana y desidiosa
Pasada en ramerías; o bien sea
Que una palabra equívoca tirada
Por el objeto amado, como flecha,
Traspasa el corazón apasionado
Y toma en él fomento como fuego;
O bien celoso observa en sus miradas
Distracción hacia él mirando a otro,
O ve en su cara risa mofadora.
No censura Lucrecio los excesos de la pasión amorosa a nombre de la
virtud, sino por lo que perturban la tranquilidad del espíritu, y de aquí
que recomiende como remedio una prudente inconstancia.
Tampoco comprende e n sus anatemas el amor puro y constante,
el amor en el matrimonio, que
para el poeta es el origen del primer contrato social.
- VI -
El mérito de Lucrecio en la parte científica de su poema didáctico
consiste en haber sido uno de los primeros romanos que se ocuparon de la
ciencia en forma especulativa; pero en el fondo, todo el sistema físico
que expone es el de Epicuro, parafraseándolo para hacerlo más
comprensible.
No son menos notables los conocimientos fisiológicos que Lucrecio
demuestra en su poema, y también muy dignos de atención sus
presentimientos acerca de la formación del mundo, de los animales
antidiluvianos y de las especies que han desaparecido, enunciando la lucha
por la existencia, fundamento de la teoría de la selección natural de
Darwin.
La historia del universo y del hombre está expuesta en el quinto
libro del poema, entremezclada con los grandes problemas de la física, de
la religión y de la moral, que trata el autor con un atrevimiento y una
confianza en su acierto verdaderamente admirables. En la parte física
sigue con docilidad los preceptos de su maestro. Respecto a la primitiva
vida del hombre en el mundo y al principio de la civilización y de las
sociedades, sus ideas son más originales, si bien en cuanto a la
organización social, civil y política, a la aparición del poder público y
al origen de la propiedad, se limita a generalizar la primitiva historia
de Roma, aplicándola a la humanidad entera.
Domina en todo el poema La Naturaleza un sentimiento de tristeza que
nace de la índole de la filosofía epicúrea. La apatía, la indiferencia,
consideradas como base de una vida tranquila y feliz, apaga todas las
actividades del espíritu; y si a esto se añade la creencia de Lucrecio en
el próximo fin del mundo, compréndase, que estas ideas de desolación y
muerte, sin esperanza alguna en mejor vida futura, den un tinte sombrío a
la inspiración del gran poeta para quien el mundo, formado por casuales
contactos de átomos, y la humanidad víctima constante de sus pasiones,
están cercanos a desaparecer, confundidos en la ciega, continua y
tumultuosa agitación de los átomos.
De la naturaleza de las cosas : poema en seis cantos
de Tito Lucrecio Caro ; traducido por D. José Marchena
Ver tambien: La terapia del deseo. Teoría y práctica de la ética helenista.
De Martha C. Nussbaum. Edit. Paidós.
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