Las avenidas de los árboles mutilados

Las avenidas de los árboles mutilados

Jesús J. Cuenca Rodríguez

Al hilo de esa moda de cambiar la nomenclatura de algunas calles, surgida de los enfrentamientos banales que suelen entablar los grupos sociales (por un ideal, un hecho, un personaje, un objeto, o cualquier otro motivo), con eco a nivel estatal, se me ocurre que se podrían renombrar algunas de las calles y avenidas de Dos Hermanas haciendo alusión a lo primero que se le pasa a uno por la mente cuando observa los árboles que las “ornamentan”.

Caminando por algunas de ellas, la única palabra que, machaconamente, vuelve una y otra vez a mi mente es, mutilados. “Avenida de los árboles mutilados”, no sería un mal nombre. Además, este adjetivo, mutilados, no sólo muestra una realidad evidente, sino que sintetiza el valor que concedemos a esos elementos biológicos que ponen en las aceras, con el objetivo de ornamentar las calles y aportar algo de sombra sobre no se sabe exactamente qué: los transeúntes, los aparcamientos, los edificios colindantes o la calzada, ya no tanto por el recorrido de la sombra que proyectan a lo largo del día, sino por lo reducido de la misma. Un valor mutilado, sesgado por el desconocimiento del papel que juegan los árboles, en particular, y lo que se denomina, el “verde urbano”, en general, en el marco de nuestras ciudades y pueblos. Desconocimiento que es compartido tanto por la ciudadanía, en general, como por quienes, se supone, gestionan nuestro patrimonio verde, en particular.

Resulta bochornoso, patético y desalentador el aspecto que muestran los plátanos de muchas calles, con ejemplares terciados una y otra vez, hasta quedar reducidos a simples troncos con tres o cuatro ramas retorcidas.

¿Qué sucede si calzando un 43 intentamos meternos un zapato del 35? Evidentemente, resultará imposible meter el pie en ese zapato tan pequeño. Pues con los plátanos y las aceras estrechas, con edificios próximos, sucede lo mismo, que no caben. A no ser que los responsables de la plantación no supieran que los árboles que plantaron allí eran plátanos, árboles de un porte muy considerable, que necesitan amplios espacios para desarrollar sus frondosas copas, no se entienden los motivos que les indujeron a seleccionar esa especie. Pudiera ser que, sabiéndolo, pretendieran mantener las copas confinadas en esos espacios reducidos, aplicando técnicas de mantenimiento estructural de las copas, formando pantallas o “cabezas de gato”, por ejemplo. Estas técnicas son muy utilizadas para mantener, digamos, a raya, las copas de los plátanos con unos objetivos previamente determinados y sin exponer la salud de los ejemplares. Sin embargo, obviamente, este no es el caso.

Cuando las copas de los plátanos empiezan a estorbar, se tercian; y sin llevar a cabo una selección sobre los chupones que salen posteriormente, se les deja crecer. Cuando las copas vuelven a suponer un problema, se vuelven a eliminar todas las ramas y, de nuevo, otro terciado. Y así, sucesivamente. Actualmente, después de la última campaña de poda, la mayoría de los ejemplares muestran tres terciados, presentando el aspecto de un “tridente”, con un tronco rematado por tres o cuatro (y hasta 7) ramas que suelen compartir un mismo punto de inserción. En el peor de los casos, lo único que ha quedado tras la poda ha sido un simple tronco, que semeja los viejos postes de teléfono. Y no son pocos los ejemplares que muestran este aspecto, en varias calles.

Pero el aspecto resultante tras la poda no es el mayor daño que se le infringe al árbol. El valor estético queda en un segundo plano cuando las sucesivas intervenciones van debilitando poco a poco su salud. El volumen de la copa de un árbol guarda relación directa con el volumen de sus raíces: a mayor copa mayor masa radicular, y viceversa. Si tenemos en cuenta que el árbol obtiene los nutrientes minerales a través de sus raíces y capta la energía que necesita a través de sus hojas, flaco favor le hacemos con ese tipo de podas. Y si, además, tenemos en cuenta que las raíces constituyen los elementos de fijación, el debilitamiento que se produce con las “mutilaciones” de copa deriva hacia la generación de ejemplares inestables, que se caen o se van secando poco a poco. Tampoco hay que olvidar, que los cortes y desgarros son la vía de entrada de múltiples patógenos que contribuyen a debilitar aún más la salud de los árboles.

No menos importante que la integridad biológica del árbol es la cuestión crematística relacionada con el ejercicio reiterado (y poco eficiente) de plantaciones, mantenimientos y sustituciones de especies de árboles que no se adecúan al lugar de plantación, para no conseguir nunca un plantío de árboles sanos y con fisonomías acorde al lugar que ocupan. Asimismo, también se debería considerar el valor real del ejemplar en el momento de ser eliminado, hecho que sólo se tiene en cuenta en contadas ocasiones. Aunque en el caso de los plátanos de las calles de Dos Hermanas, el valor de los ejemplares ha quedado mermado hasta quedar reducido a la nada, en algunos casos.

El valor económico de un ejemplar de, por ejemplo, roble australiano, de 30 años de edad, que ha vivido formando parte de una alineación, no es el mismo que cuando lo plantaron con 5-7 años. Es por ello, que, si se pierde ese ejemplar, no sólo hay que añadir al coste total los conceptos anteriormente citados, sino también ese valor económico. El tiempo, al igual que ocurre con los monumentos históricos, aumenta el valor de los árboles, siempre y cuando se les haya dejado crecer libremente o con las mínimas intervenciones. De hecho, decenas de ejemplares de diversas especies, o conjunto de ellos, son reconocidos como monumentos naturales, en España.

Aunque haya hecho mayor hincapié en los plátanos, el mismo trato indiscriminado e incongruente reciben también otras especies, como ficus, melios, olmos, árboles de las mariposas o árboles de Júpiter. Estos dos últimos, son podados a destiempo en muchas ocasiones, dañando notablemente, o impidiendo, su floración durante la temporada.

Como decía José Elías Bonells, quien fuera Jefe de la Sección de Jardinería del Ayuntamiento de Sevilla y un referente en la gestión del arbolado urbano, en un artículo publicado en 2003: “La gestión del arbolado urbano debe inscribirse en los nuevos conceptos del cuidado y mantenimiento de los árboles según los principios de la biología arbórea, ciencia basada en el crecimiento, defensa y eventualmente muerte de los árboles, adoptando una serie de medidas que garanticen a largo plazo y bajo óptimas condiciones la supervivencia de estos vegetales.

Ya va siendo hora que las prácticas tradicionales sean contestadas con argumentos prácticos de arboricultura moderna, no más mutilaciones de árboles, no más plantaciones inadecuadas, no más intentar obtener árboles pequeños de árboles de gran desarrollo, plantemos con espacios subterráneos y aéreos suficientes, con amplitud para el desarrollo final del árbol, utilizando la biodiversidad, defendamos el árbol dentro del mundo mineralizado que estamos construyendo, nuestras ciudades”.

Si de por sí es escasa la sombra que disfrutamos los vecinos de Dos Hermanas, al transitar por muchas de sus calles y avenidas, parece que este verano tendremos que sacar la sombrilla para sustituir la que nos ofrecían los árboles de las alineaciones.