La Alqueria en 1880

La Alquería en 1880

Los poetas tardo románticos Antonia Díaz y José Lamarque crearon en Dos Hermanas un jardín, un paraíso en latierra, un espacio mágico, como refugio donde desarrollar su vida personal y su actividad artística. Aquí se reunían con sus amigos, intelectuales y artistas sevillanos y extranjeros del último tercio del siglo XIX en animadas tertulias literarias. En este frondoso jardín, en torno a un evocador palacio de estilo neomudejar, situaron caprichosas y exóticas construcciones (un torreón almenado, grutas, ninféos, una montaña artificial con una pagoda, una ría navegable con puentes, faro, monóptero y cascada); además distribuyeron fuentes, estatúas de personajes mitológicos, esculturas de filósofos y poetas clásicos y bustos de descubridores hispanos. También edificaron un espacio para que anidaran los pájaros, un invernadero para plantas exóticas y un museo de Ciencias Naturales. El jardín se completaba con una zona boscosa de pino carrasco y lentisco al norte, un extenso huerto con cítricos al sur, y diferentes edificaciones para el servicio (cocheras y casa del guarda). A la entrada de la finca situaron un monumento del siglo XVII, recuperado por José Lamarque: “la Cruz de los Caballeros”.

En el presente artículo se recopilan diferentes textos de autores que conocieron la Alquería del Pilar, y que sorprendidos y admirados por subelleza, decidieron dejar por escrito la descripción de los jardines, y la impresión que estos provocaron en su espíritu. Los dos primeros textos son de sendos amigos y contertulios de los propietarios de la Alquería: José Cascales Muñoz y José de Velilla. El último es un extracto del texto que se publicó en la Revista de Feria del año 1988. Su autor, Antonio Prieto, era hijo de una niñera que trabajó con la familia Lamarque desde1882. En este artículo es donde se describen los jardines y los edificios de la Alquería de forma más precisa.

José Cascales Muñoz (1866-1934) sociólogo, escritor, periodista e historiador de la generación del 98, describe así la Alquería del Pilar, residencia de Antonia Díaz Fernández de Lamarque:

"…una mansión tan deliciosa que sólo es comparable a uno de aquellos vergeles que los califas de damasco regalaban a sus vates favoritos. Cuando yo visité aquellos extensos jardines, en cuyo centro se levanta artístico palacio, me creía transportado a la Isla encantada, donde Armida detuvo enamorada al valiente Reinaldo, y seguramente les ocurrirá lo mismo a cuantos hayan leído la inmortal obra de Tasso y contemplen aquel sitio en el que la señora de Lamarque ha escrito sus mejores libros…” [1]Otros testimonios de escritores de la misma época, asiduos visitantes de la Alquería, hablan de ella como "un lugar de ensueño: una especie de castillo rodeado de exuberantes y cuidados jardines, en los que crece amplia gama de árboles y flores, una cascada y una ría navegable, grutas con estalactitas artificiales, un laberinto vegetal, invernaderos con plantas venidas del trópico y una especie de museo de historia natural, con ejemplares de diferentes especies” [2].

El dramaturgo y poeta sevillano José de Velilla (1847-1904) describe los jardines y nombra algunas sus especies vegetales:

“… la casa, que asemeja antiguo castillo, se levanta, con sus torres almenadas, entre arboledas y jardines, al fin del paseo que a ella conduce, bordeado por erguidos álamos que cimbrea el viento con un manso susurro: los naranjos en primavera, esmaltan el verde color de sus hojas con el blanco del azahar, rico en olores, y en otoño con el rojizo de sus refrescantes y apetecibles fruto: más lejos el umbroso pinar resguarda de los ardores de estío, y rústico asiento rodea el tronco de un olivo centenario que ha quedado solo entre los pinos… Las flores que cría el terreno medran por todas partes al aire libre, y las begonias, las nejalias y otras plantas, que parecen de terciopelo al tacto y a la vista, desterradas de los climas tropicales, viven en la prisión de los invernaderos…

Los álamos con la movible bóveda de sus hojas verdes y plateadas nos protegían contra los activos rayos del sol; los pájaros , en numerosos y nunca perseguidos bandos, nos daban la bienvenida con sus gorjeos; las flores y los naranjos cubiertos de azahar embalsamaban el aire tibio; reflejábase la luz solar en las perezosas aguas de la ría, y los peces, asomando a la superficie, se agolpaban hacia el embarcadero, desde el cual una mano amiga solía regalarles con el pan desmijado que era para ellos alimento sabrosísimo. [3]

Escriben Marta Palenque e Isabel Román en su biografía sobre Antonia Díaz, lo que cuenta Antonio Prieto Granados, hijo de una niñera que trabajó con los Lamarque desde 1882 cuidando a sus sobrinos: “…Antonia se había ocupado de diseñar los edificios y los jardines, cuya construcción supervisó personalmente. La calle de acceso, situada frente al Palacio de Alperiz y la carretera de de Alcalá, estaba flanqueada por altos cipreses. Cerca de la entrada se erguía la “Cruz de los Caballeros”de 1645, que había sido trasladada por Lamarque desde Tablada en 1876. Los extensos y magníficos jardines estaban adornados con fuentes y surtidores, escalinatas con mosaicos, y estatuas que iban formando glorietas y paseos y acogieron una rica variedad de árboles y flores. Se levantaron varios espacios: la casa principal, un pequeño edificio dedicado a pequeño museo de “Historia Natural”…, la casa del capataz y las cocheras…. En un kiosco de estilo mudéjar, ya desaparecido, que estaba encima de la gruta artificial solía escribir Antonia…” [4]

Continúa describiendo Antonio Prieto Granados los jardines y los edificios de la Alquería del Pilar, en un artículo publicado en la Revista de Feria del año 1988: “…Ella fue la que trazó y dirigió todos los trabajos arquitectónicos de la finca y de los jardines, pues, según decían era muy entendida en arquitectura y dibujo. El trabajo de jardinería lo llevó a cabo un jardinero francés que enseño y dirigió la plantación de plantas y árboles que llegaron la mayoría desde Francia y Bélgica, pues en dicha época no existía ningún jardinero para llevar a cabo dicha labor. No recuerdo con exactitud el nombre de aquel jardinero, aunque quiero recordar que era Vilmorin Adrieu o Forestier”.Sobre la ayuda y asesoramiento que recibió Antonia para diseñar los jardines, cabe aclarar que debió ser de la casa parisina Vilmorin-Andreux fundada en 1742, que se dedicaba a importar y exportar especies vegetales y a la plantación de jardines. No pudo haber colaborado Jean-Claude Nicolas Forestier (1861-1930), como se ha visto escrito algunas veces, pues cuando se hicieron, este arquitecto y paisajista francés, contaba con sólo 11 años. Sí podría haber visitado los jardines de la Alquería en alguna de sus estancias en Sevilla, ya que eran muy valorados por los intelectuales sevillanos de la época, con los que Forestier, sin duda, se relacionó.

“La casa principal contaba entonces con tres entradas, la de servicio, la entrada principal, que es la que mira a mediodía, y la puerta trasera.

Delante de la fachada principal existía una glorieta con cuatro círculos bordeados de palmeras, de las cuales aún viven algunas; existía también un templete de unos 3,5 metros con el busto de Cristóbal Colón, y por delante del círculo de palmeras, estatuas más pequeñas con los medios bustos de todos los personajes que intervinieron en el descubrimiento de América.Delante de la puerta trasera, justo frente a la puerta principal, después de una escalinata de mosaicos con leones a los lados, existía una fuente con surtidores y estatua central, rodeada de guardilla de boje fino (planta). A continuación se subía otra escalinata de mosaicos, al final de la cual se encontraba un paseo nominado de los ciclamores, pues estaba bordeado de clicames, que es un árbol que posee una bellísimas flores que le florecen en el tronco y las ramas principales, y de varios postes con estatuas representando los principales filósofos griegos de tamaño natural; dicho paseo remataba en un círculo con la estatua del segador en el centro (hoy mutilado) y alrededor varias figuras de escritores de la literatura clásica.”

Además, y por su alrededor, la vivienda contaba con numerosos jardines en los cuales abundaban los arcos de rosales de enredaderas, yedras, etc., así como árboles florales como eran magnolios, jacarandas, paraísos, etc. Existieron también unos pinos,…, que medían de uno a un metro y medio de diámetro y se le contabilizaron por las corrientes de savia 270 años y algunos más.

Recuerdo también unos eucaliptus gigantes, y en especial a uno de ellos que le llamaban “el de la mano”; su tronco era semejante a la muñeca a continuación de la cual se anchaba como el metacarpo de la mano, aplastado y como de una anchura de dos unos dos metros del cual salían dos guías hacia arriba semejantes a dos dedos. Otro de esos gigantísimos eucaliptos se encontró situado, hasta el año 1960, entre el pozo que suministraba el agua a la ría y un poco más avanzado de la altura del faro, y para que se imaginen mejor su altura, les contaré que, cuando fue cortado, al caer hundió medio tejado de la casa del capataz, hoy Columbicultura, el edificio más antiguo de todos, incluso que el de los señores de Ibarra.

Justo encima de la gruta (hoy tapiada) que se encuentra al lado del bar existió un kiosco árabe donde solía escribir doña Antonia Díaz. Y dentro de dicha gruta se hallaban colocadas varias peceras.

Otro edificio, (hoy bar) entonces llamado de “Historia Natural”, contaba con cuatro compartimentos… Uno dedicado a aves y animales… En la segunda sala se recogían toda clase de muestra de minerales. En la tercera sala objetos y armas antiguas…. La cuarta sala estaba dedicada a conchas, caracolas de mares y océanos y piezas muy primitivas….

Otro de los edificios, hoy desaparecido, fue uno destinado a cuadras, cocheras, granero y pajar, así como para vivienda del cochero y cuidadores de las bestias. Este edificio se encontraba en la parte más alta de la finca (hoy aparcamiento), al lado se encontraba un almacén de aceitunas construido de madera con el techo de zinc. Los pilones del cocedero eran de medias tinajas de barro empotradas en mamposterías.

Las aves en la Alquería eran intocables, y eran siempre cuidadas con mucho esmero. En tiempos de J. Lamarque existía al lado de las cuadras y de las cocheras un montículo rodeado de pitas, yucas y cactus, sobre el cual se hallaba edificada una caseta rústica de unos 4 m2, a la que se subía por un pasillo estrecho en forma de caracol, a la que se denominó “la caseta de las cigüeñas”. En ella vivía una cigüeña domesticada….En la glorieta arriba mencionada se colocaron unos comederos en alto donde se les echaba grano a los pájaros que en el parque abundaban, y casi todos ellos domésticos; quiero decir, que no huían del hombre. Estos pájaros eran de especies conocidas por: gorrión, jilgueros, chamarices, correlubias, chachapines, miros, ruiseñores y pájaros de entrada”.[5]

La descripción de los jardines no quedaría completa sin hacer una relación de las especies vegetales que poblaban estos jardines. El listado que se presenta a continuación está basado en las especies que se pueden observar actualmente y las que se nombran en las descripciones que figuran más arriba. La lista es incompleta, faltan las especies vegetales que se guardaban en invernadero y que solo se sacaban cuando el tiempo era el adecuado, y otras que por diversos motivos se hayan perdido. Por su nombre común, serían las siguientes:

Especies arbóreas: morera, casuarina, pino carrasco, eucalipto, árbol del amor, árbol de fuego, almez, paraíso, palmera datilera, jacaranda, ciprés, olivo, álamo blanco, magnolio, sauce, árbol de la pimienta, acacia de Japón y varias especies y variedades de cítricos(naranjos dulces, de sangre amargos, mandarinos).

Loa arbustos y trepadoras estaban representado por las siguientes especies: lentisco, altea, bambú japonés, bambú divino, boj, arbusto de las mariposas, rosas de diferentes tipos, rosa de Alejandría, jazmín, mirto, laurel, adelfa, yedra, esparraguera fina, evónimo, mioporo, júpiter, pitósporo, junípero, pita, yuca y chumbera.

Leyendo las descripciones de las personas que conocieron los jardines, y haciendo un análisis comparativo de los diseños jardineros que aún se conservan, con los que se construyeron en Europa desde finales del siglo XVIII de estilo romántico y neoclásico, podemos interpretar que el jardín ideado por Antonia Díaz y su esposo, José Lamarque, era un espacio lleno de simbolismo, en el que los poetas reflejaron sus creencias religiosas, sus gustos e influencias literarias, plasmando de forma sensible e inteligente, por medio de la simbología de las plantas, los dibujos de los trazados de los caminos y los parterres, los puntos focales, las estatuas, los caprichos, edificios y estructuras constructivas, e incluso la orientación geográfica de estos elementos, todo su mundo interior y su ideología.

El jardín de La Alquería de Dos Hermanas es un jardín literario, lleno de poesía, de alegorías y referencias a la obra literaria de sus propietarios, al orden de dios, y a la religión; al pasado heroico de la patria y a la mitología clásica; a la noche, a lo tenebroso, a la tristeza, al mar, a las tierras lejanas; al amor, a la fertilidad y a la naturaleza.

Salvador Zanón

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[1] Sevilla intelectual. Sus escritores y artistas contemporáneos. 1986, 67.

[2] Los límites de la escritura femenina: Vida y Obra literaria de Antonia Díaz de Lamarque". Marta Palenque e Isabel Román. Editado en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

[3] Homenaje y recuerdo a la Excma. Sra. Dª Antonia Díaz de Lamarque, juicio crítico incluido en Poesías líricas de Antonia Díaz de Lamarque, 1893, 83-84 y 85

[4] Antonia Díaz de Lamarque, una escritora sevillana del ochocientos. Marta Palenque e Isabel Román Ayuntamiento de Sevilla, ICAS. 2007,66.

[5] Mis recuerdos de la Alquería (1882-1947). Antonio Prieto Granados. Revista de Feria y Fiestas (Dos Hermanas). 1988, 83-85.

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