Chorisia speciosa (palo borracho)

Nombre científico: Chorisia speciosa

El nombre del género (chorisia) esta dedicado al pintor germano-ruso Louis Choris (1795-1828), que participo como dibujante en las expediciones de exploración comandadas por el oficial de la marina imperial rusa Otto von Kotzwbue. El nombre específico (speciosa) significa "preciosa, hermosa".

Nombre común: palo borracho, árbol botella, árbol de la lana, algodonero. Samohú para los indios guaranis. Copadalick para los indios tobas. En la provincia Argentina de Salta se le denomina yucan

Familia: Bombacaceae.

Leyenda del palo borracho

Leyenda de los indios Tobas, de la región del Chaco (Norte de Argentina)

Recogido en "Leyendas argentinas en la voz y en la pluma de Inés Márquez", 1957. Museo Histórico Regional Ichoalay, Resistencia, Chaco

El Coptanoón, que había creado aquí abajo todo cuanto la Naturaleza ofrece se detuvo a contemplar a sus hijos – cuyos cuerpos había animado con chispas de luz – y antes de retirarse a su luminoso hábitat dejó servidores que los auxiliaran. Entre los seres que tenía a su servicio el Genio, poderoso y justiciero, había animales y plantas…, y entre éstas, un árbol cuyo oficio era procurar maternalmente que no faltase alimento a los tobas de las costas del Ipití (río Bermejo).

Este árbol tenía el tronco abultado, como si fuera un vientre grávido; y de sus entrañas, dicen que salía el germen de muchas vidas acuáticas, cuyo alimento cotidiano hacía fácil la existencia de los hombres. Cuando disminuía la pesca y ellos encontraban amenazadas de esterilidad las aguas del Ipití, realizaban en torno al árbol ventrudo, a quien comenzaron a llamar " la madre", ceremonias y rituales destinados a peticionar abundancia de peces. Y, " la madre" parecía escucharlos: su vientre se iba hinchando más y más, para luego agitar allá adentro sus entrañas,… y tras el misterio del abultamiento, la generosa respuesta se traducía en alimento abundante. Si los ruegos habían sido atendidos, las aguas – hasta entonces quietas – empezaban a moverse y a llenarse de peces que la madre gestara pródigamente en su seno. Este acontecimiento era celebrado durante semanas enteras, con danzas y canciones que ponían acentos de inspiración agradecida en ambas márgenes del Ipití.

Un día… ya había pasado el invierno, las tribus habían reñido… las aguas estaban quietas… y los peces se movían en la costa. Ya iban quedando pocos. Los tobas se acercaron a "la madre" y entonaron sus peticiones. Durante muchas noches, apenas salía el lucero, las notas angustiosas de un himno suplicaban: Era, era, era, gait… Pero el árbol parecía indiferente ¿es que estaba enojado? Y allá se perdían los ecos, tras el último ramaje: era, era, era, gait… La angustia iba en aumento… el hambre ya se sentía… ¿Es que "la madre" estaba enojada?

Y no faltó el ingrato que, preparó su arco… eligió una flecha fibrosa… flecha de guerra, con el huesito en la punta para que lastime y penetre hondo… y apuntó al vientre de "la madre" que ya empezaba a abultarse lentamente. Al traspasarlo, arrancó con el grito temeroso de la tribu, el trueno en que rugía la ira del Noón. Se enlutó el cielo, y… a lo lejos, un ruido extraño se sintió venir como amenaza justiciera…

Los tobas tuvieron miedo… vieron agitarse las aguas que parecían teñirse en sangre… y, el río empezó a crecer, a crecer, de un modo alarmante, como si persiguiera con su furia a los ingratos. Estos, ocultándose tras los bosques vecinos, se alejaban huyendo del castigo. Cuando el río pareció aplacarse y las aguas volvieron al cauce fueron en busca del árbol herido para pedirle que los perdonase. Lo encontraron con el vientre cubierto de gruesas espinas con las que parecía rechazarlos.

Las suplicas se repitieron una y otra vez… Iooo sañoa sañoa sañoa iooo sañoa sañoa sañé e sañoa e sañoa sañé". La madre" debe haberlos perdonado, porque dicen que en el Bermejo siempre hay pesca. Pero… eso sí, el ruido de la creciente que baja enfurecida todos los años, les recuerda ese episodio, mientras, las aguas teñidas de rojo de ese río, al que ahora llaman Inaté, les está mostrando el horrible castigo que trae el revelarse contra "la madre".

¿Que ella los perdonó? ¡No cabe duda! La prueba está en que las flores del palo borracho, como algunos dieron en llamarlo después, son cada vez más hermosas. ¿Por qué entonces la coraza de espinas? Dirán algunos que "la madre" lo perdona todo; pero el justiciero no perdona que se ultraje a una criatura tan digna de respeto y veneración. Un hombre arrojó la flecha… y el Genio supo dónde poner las espinas.

Todavía ahora, en las noches de luna llena, cuando la crecida arremete en salirse de madre… los tobas cantan en la lejanía de los bosques: eiooo sañoa, eiooo sañoa, e sañoa e sañoa sañé

Para saber más sobre los indios Tobas, su historia reciente y su situación actual pincha en este enlace: http://argentina.indymedia.org/news/2003/04/101871.php

Mujer pegada a la tierra

Esta leyenda fue recogida en la región del río Picalmaya. Esta corriente de agua nace en la cordillera oriental del altiplano boliviano y desemboca en el río Paraguay, frontera natural entre Argentina y Paraguay. Ha sido extraída del libro "El mito, la leyenda y el hombre- Usos y costumbres del folklore" autor: Felíx Molina-Tellez. Edit Claridad. Buenos Aires. 1947.

En los tiempos en que la luna bañaba su precioso disco en las aguas de los grandes ríos aprisionados en la floresta, existía una tribu de indios cuyos hombres eran de un valor extraordinario y sus mujeres de mágica hermosura. Una de ellas sobresalía de todas por su exquisita bondad que se unía a sus nobles condiciones para completar un digno marco de atracción y de alabanzas. Muchos guerreros ambicionaban llevarla a su tienda por compañera, y muchas estrellas fueron testigos de las rondas y canciones que le prodigaban al son de instrumentales de sonoros acordes. La joven india, que había rendido las pruebas que se exigían a las mujeres de su tribu llegadas a la pubertad, tenía su elegido en uno de los indios de su pueblo. Era un esbelto guerrero, que en más de una ocasión había puesto a prueba su coraje. El amor los fue uniendo hasta que quiso la fatalidad, que la tribu se trabara en lucha con otras enemigas. Partió el amante con sus compañeros, no sin antes solicitar de los labios de la amada la fidelidad, que guardaría durante su ausencia. Ella le prometió un amor eterno, y juró sobre los huesos de sus abuelos, que no uniría su cuerpo a otro, que no fuera el que había elegido, y amado con extraño frenesí. Su espera sería eterna, hasta que las sombras la arrojaran en medio de la noche, y la muerte le diera el sosiego a su espíritu dolorido.

Transcurrieron muchas lunas sin que los guerreros ofrecieran noticias. Cuando la convicción de la muerte se extendió por la tribu, la india, desposeída de su bien amado por el triste designio, escuchó indiferente palabras de amor de bizarros hombres del pueblo. A ninguno hizo caso, porque en su corazón se había abierto una herida profunda causada por el dolor, y que no se restañaría por largo tiempo.

Desesperada, se hundió en la selva para dejarse morir en ella. Poco tiempo resistió el peso de la vida su físico debilitado. Una mañana, a la llegada de la primavera, los indios que se dirigían a cazar, la encontraron muerta entre los matorrales. Decidieron llevarla hasta el pueblo; pero, en el momento de cargarla sobre una parihuela, notaron que sus brazos se alargaban en forma de ramas y que su cuerpo se redondeaba tomando la forma de un árbol de extraña configuración. Su cabeza se dobló hacia adelante, sobre el tronco, y de los dedos empezaron a brotar flores blancas de gran hermosura. Los indios retornaron impresionados a su tribu, y allí contaron lo que habían visto. Sólo algunos días después se animaron a volver al lugar donde se hallaba la india muerta, convertida en árbol. Al llegar comprobaron que las flores se habían teñido de un ligero color rosado, y que ya no había quedado ningún vestigio de humanidad. El árbol se levantaba seguro sobre su robusto, tronco y su ramaje florecido se desparramaba en su graciosa copa.

Dice la leyenda que las flores blancas son los suspiros de amor y las lágrimas de la india que se tiñen de rosa por la sangre derramada en el campo de batalla, y que las raíces del árbol absorben de la tierra para llevarla a las corolas.

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