¿POR QUÉ SE TIENE QUE ENTENDER MEJOR LA RELACIÓN ENTRE INVESTIGACIÓN MILITANTE Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES?

EN EL MUNDO DE LA AGROECOLOGÍA, ¿POR QUÉ SE TIENE QUE ENTENDER MEJOR LA RELACIÓN ENTRE INVESTIGACIÓN MILITANTE Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES?

Por: Julián Cortés

Ingeniero Mecánico, MSc Desarrollo e Innovación Rural

Candidato a doctor en Ciencias Sociales

Universidad de Wageningen de los Países Bajos

Miembro del comité de educación de Economías Sociales del Común, ECOMUN[1]

Correo: fjcortesu@yahoo.es

Resumen

Este ensayo profundiza en la relación entre Investigación Militante (IM) y organizaciones sociales agroecológicas. Este enfoque de investigación va en auge, y es necesario examinar las dificultades y aciertos de practicarlo. Presento un breve estado del arte de la IM, partiendo de las experiencias generales a las particulares en el caso de la agroecología, y ofrezco algunos aprendizajes a partir de mi propia práctica como investigador militante en el proceso de reincorporación de ex-insurgentes de las FARC-EP, en particular fomentando la agroecología como práctica fundamental para la autonomía de las comunidades.

Palabras clave:

Investigación militante, Agroecología, movimientos sociales

Introducción

La Investigación Militante (IM) ha tomado fuerza en diferentes disciplinas de las ciencias sociales. Si bien en el pasado—desde Carlos Marx y Federico Engels hasta Paulo Freire y Orlando Fals Borda—han existido experiencias de investigación social combinando el método científico con la transformación social, y a pesar de la crítica a la ‘desmovilización’ de los intelectuales (intelectuales en retirada), desarrollada por James Petras (1990), el escenario donde los científicos sociales asumen con mayor compromiso su quehacer investigativo parece estar de nuevo en auge. Esta vez, no para asumir posturas del marxismo ortodoxo que incluían la militancia en partidos comunistas, como en el siglo pasado, sino más bien, para asumir diversos roles con distintos niveles de compromiso en la multiplicidad de causas en las que el discurso antisistémico se ha visto diversificado. Entonces, feminismo, defensa del campesinado, lucha por la tierra y el territorio, movimiento juvenil, diversidad sexual, derechos reproductivos, autonomía, y para el caso que nos interesa, agroecología, son algunas de las luchas sociales que en su conjunto representan la lucha contemporánea antisistema.

Asumir una posición activista frente a estas luchas, implica que los investigadores militantes se posicionen no solamente como simples observadores etnográficos, sino también asumiendo diferentes roles como “facilitadores, constructores de redes, mediadores, acompañantes, productores de conocimiento, realizadores de medios independientes, o interlocutores” (Juris & Khasnabish, 2013[2]) Estas actividades conexas a la investigación se han incluido en términos como investigación activista (Hale, 2001; Urla & Helepololei, 2014; Juris & Khasnabish, 2013), investigación comprometida[3] (Nygreen, 2009 ) o investigación militante (Juris, 2007; Shukaitis & Graeber, 2007).

Este ensayo hace una reflexión sobre la importancia de la relación entre IM y los movimientos sociales en la agroecología, con el propósito de motivar mayores investigaciones en este campo, que permitan redefinir la importancia del compromiso de los investigadores con las luchas por la soberanía alimentaria, la autonomía y la defensa del territorio como paradigmas claves de la agroecología.

Justificación y antecedentes

De Marx (2004/1845) conocemos la famosa máxima de que “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, quizás siendo una de las primeras reflexiones teóricas en torno a la necesidad del quehacer comprometido del investigador social. Gramsci (1967) resaltaba la importancia de los “intelectuales orgánicos” como actores esenciales de cualquier proceso de transformación social sin los cuales esta no podría darse. Hale (2001) recuerda como el politólogo Donald Stokes, evocando al científico francés Louis Pasteur, posicionaba una nueva categoría “investigación básica orientada al uso” (use-oriented basic research), sin duda presentando una crítica oculta y sarcástica al academicismo tradicional en tanto “no es usable—o útil—”. Desde una visión anarquista, el antropólogo David Graeber (2004, 25) presenta la tarea del intelectual radical como:

…mirar a aquellos quienes están creando alternativas viables, tratar de representar lo que podrían ser las implicaciones de lo que ellos [activistas de los movimientos sociales] están haciendo y entonces ofrecer ideas, no como prescripciones sino como contribuciones, posibilidades—como regalos”[4].

Más adelante, Donna Haraway (1988) realiza una reflexión anti-positivista en torno a la posicionalidad de los investigadores frente a su objeto de estudio, cuestionando aquel paradigma obsoleto de neutralidad e independencia de la ciencia, y explicando que las reflexiones de los científicos sociales están mediadas por los lentes que usamos y por el nivel de involucramiento que tenemos con el objeto de estudio. Santos (2011b, 21), por su parte, define el rol del investigador comprometido en los movimientos sociales como “un trabajo de retaguardia, de facilitación, de acompañamiento a los movimientos sociales, es decir, la teoría no está instigando a la práctica, sino que aprende con la práctica”

Trabajos más recientes dan cuenta de diversas experiencias de IM que plantean ya algunas conclusiones respecto a su práctica. Así Urla & Helepololei (2014: 437) reflexionan sobre las dificultades encontradas al realizar etnografías detalladas de “la resistencia” en donde frecuentemente existen procesos de “cooptación y contradicción” e incluso resistencia a contar detalles, lo que dificulta a los investigadores activistas producir historias; y reflexionan sobre el compromiso dual que tienen los académicos, por un lado con su trabajo y la necesidad de producir (artículos, informes, clases, etc) y por el otro, generar impactos relevantes en las comunidades con las que están comprometidos. Shukaitis & Graeber (2007) recopilan diversas experiencias de trabajos realizados por investigadores militantes realizando descripciones de genealogías de la resistencia, circuitos de luchas, comunidades en resistencia, y educación y ética. En general, la IM comparte el sentir de la Investigación Acción Participativa, (IAP) en tanto ejercicio comprometido del investigador social orientado a acompañar e impactar de una manera positiva a las comunidades.

En cuanto a procesos de IM en la agroecología, en Latinoamérica se encuentran algunas experiencias académicas que pretenden emplear “metodologías y enfoques epistemológicos que permitan transformar este potencial normativo de la ciencia, para ponerlo al servicio del pensamiento crítico y la emancipación” (López-García & Cuéllar-Padilla, 2018a:7). Méndez et al. (2013) identifican los primeros “huecos epistemológicos” que existen en la ciencia agroecológica que han venido desconociendo la contribución de otras formas de saber fuera del paradigma de la ciencia occidental; enfatizan en la necesidad de vincular procesos de investigación participativa para la construcción de conocimiento en agroecología; y reconocen la actual transición que se ha venido dando a través del empleo de enfoques transdisciplinares y participativos. Padilla & Guzmán (2018) caracterizan el enfoque activista de las investigaciones en el campo de la agroecología como un elemento que ha existido desde sus orígenes.

En IM, es importante recordar la pregunta que se hacen Bell & Bellon (2018), ¿hasta qué punto una teoría agroecológica en el terreno de los “abstracto” se distancia de lo real, precisamente por varias formas de privilegio que la ciencia—en este caso occidental—determina y que los científicos experimentan? Es evidente que aún persisten esas formas de privilegio en la academia, e incluso formas de dominación, o enfoques “top-down”, que no permiten que investigadores militantes tengan un contacto horizontal con las organizaciones sociales y sean considerados como “un militante más”. Por tanto, surge la necesidad de preguntarse sobre la relación entre investigadores militantes y los movimientos sociales agroecológicos.

Introduciendo algunos aprendizajes

La importancia de indagar sobre la relación entre investigadores militantes y organizaciones sociales en el campo de la agroecología parte de mi necesidad personal. Con el comité de educación de ECOMUN nos hemos puesto el reto de poner como elemento esencial de la reincorporación de ex-insurgentes de las FARC-EP la autosuficiencia alimentaria, desarrollando internamente un fuerte debate en torno a la dificultad de generar ingresos a través de proyectos agropecuarios de producción extensiva orientados al mercado (como el café, ganadería, cacao, entre otros), los cuales han sido mostrados por instituciones públicas y por cooperación internacional, como la “panacea” para la reincorporación. Contrario a esto, los sistemas agroecológicos parecen brindar una alternativa realista al actual estado de abandono de la reincorporación[5], en tanto promueve la autonomía de las comunidades, la soberanía alimentaria y la defensa del territorio. Sin embargo, a pesar nuestra militancia y actividad permanente como miembros de este comité en ECOMUN, no se han encontrado las condiciones necesarias para fortalecer este enfoque en las comunidades de reincorporados.

Así pues, la reflexión del comité empieza por pensarse como parte de esa construcción colectiva de una organización que ha pasado de dejar las armas a convertirse en una organización política legal, y que, al hacer esa transición debe romper ciertas inercias y paradigmas fomentados generalmente desde las dirigencias, mientras que, la actitud de los miembros del comité merece también una reestructuración de las llamadas formas convencionales de hacer ciencia y pedagogía.

A partir de las dificultades observadas al practicar IM, hemos identificado algunos aprendizajes que podrían mostrar la relevancia de la pregunta de este ensayo:

  1. El acceso y la construcción de confianza con las organizaciones sociales pasa necesariamente por el trabajo palmo a palmo con las comunidades. Es decir, no se puede construir confianza con el ejercicio simple de la observación académica, (por más que esta sea de carácter militante) sino se ejercen ciertas tareas prácticas y necesarias dentro del movimiento. Estas tareas van desde actividades comunicativas, talleres, realización de encuentros, hasta coger el azadón y trabajar la tierra o ponerse el overol y trabajar en un proyecto productivo.

  2. Las dinámicas internas de los movimientos sociales afectan el desarrollo de las tareas de IM. Una cosa es el escenario planeado desde el escritorio como propuesta de investigación, que incluye objetivos, agendas y cronogramas, y otra cosa es en la práctica como las dinámicas de las organizaciones sociales terminan modificando—e incluso dando al traste—con lo que el investigador planifica. Entonces hay una contradicción no resuelta entre las prácticas tradicionales exigidas por los centros de investigación y fuentes de financiamiento, y lo que realmente se puede dar al trabajar con movimientos sociales donde existen como diría Santos (2011b) otras productividades, otras temporalidades, que no se asimilan a las convencionales de la ciencia occidental.

  3. Hay un error bastante repetido entre académicos (incluyendo militantes) al pensar y esperar que todo cuanto estos digan va a ser creído y tomado como verdad por la organización social. Esto es en parte debido a la percepción de que el académico es infalible por tener títulos académicos y a el ego de algunos alimentado por el mundo intelectual. Aunado a esto, algunos académicos, al no saberse comportar ante las gentes del común—precisamente porque el mundo académico ofrece poca formación en este ámbito—no permiten un acercamiento horizontal ni construir la empatía necesaria para entablar una confianza mínima con la organización social.

  4. En algunas organizaciones sociales persisten prejuicios (en algunos casos bastante bien fundados) contra los intelectuales debido a la percepción, entre algunos cuadros dirigentes, que relaciona a los académicos militantes con posibles competidores de su poder. En ese orden de ideas, el investigador convencional no representaría ningún peligro para los poderes—y micro poderes—enclaustrados por décadas en las organizaciones sociales, mientras que aquel que tiene conocimiento, y que además es militante, podría eventualmente ganarse determinadas posiciones que no gustan a los viejos cuadros.

  5. Otra manifestación de este prejuicio a los intelectuales en las organizaciones sociales—la mayoría de las veces con militancias de gentes con dificultades económicas, que no tuvieron la posibilidad de acceder a la educación y que han vivido por muchos años en condiciones de exclusión—es la percepción (real) de que los intelectuales son privilegiados. Y ese privilegio se percibe como un elemento más de la lucha de clases tan incorporada en el imaginario de buena parte de la militancia de estas organizaciones. No es raro que los investigadores militantes sean percibidos como esa “élite” que tanto odian las bases. Aun a pesar del origen popular de muchos intelectuales, pareciera que los títulos académicos también los gradúan de “élite privilegiada” ante la militancia de base.

  6. Proponer estrategias en diversos campos sin ponerlas en práctica no es muy bien recibido por las organizaciones sociales. Si de algo ha sido útil la metodología campesino a campesino (CaC) es precisamente su capacidad de difundir conocimientos y prácticas que han sido activamente implementadas por los mediadores pedagógicos como un proceso de una “pedagogía campesina emergente” (McCune & Rosset, 2019). La perspicacia tradicional del campesino, naturalizada por comprobar si una semilla es viable o no, solo hasta que la ve crecer, siempre lo lleva a decirse así mismo “hasta no ver no creer”. Así las cosas, profetizar desde la academia, aun a pesar de ser militante, sin llevar a la práctica pareciera no estar dando frutos, especialmente en aquellos conocimientos donde demostrar “que sí funciona” parece ser relevante para las organizaciones sociales.

CONCLUSIÓN

Muchos de estos aprendizajes podrían ser considerados por los propios investigadores militantes, otros por la organización social que los acoge, y otros de manera conjunta. En todo caso, es relevante re-pensarse la relación de estos con las organizaciones sociales desde un punto epistemológico y replantear un marco ético que permita una relación más efectiva Investigador-organización social. Para esto, a manera de conclusión, se brindan algunas preguntas que podrían ser consideradas para ayudar en esta tarea en futuras investigaciones:

¿Cómo la IM afecta a los movimientos sociales agroecológicos?

¿Cómo los movimientos sociales agroecológicos afectan la IM?

¿Cómo los militantes de los movimientos sociales perciben la “ayuda” de los investigadores que pretenden hacer IM?

¿Cómo se retroalimentan, en la práctica, los procesos IM desde las comunidades?

¿Cuáles son las dificultades de hacer IM en procesos sociales agroecológicos?

¿Que metodologías se podrían implementar para acercar a campesinos con investigadores militantes?

REFERENCIAS

Adam Gary Lewis (2012). Ethics, Activism and the Anti-Colonial: Social Movement Research as Resistance, Social Movement Studies, 11:2, 227-240, DOI: 10.1080/14742837.2012.664903

Bell, M. M., & Bellon, S. (2018). Generalization without universalization: Towards an agroecology theory. Agroecology and Sustainable Food Systems, 42(6), 605-611.

Graeber, D. (2004). Fragments of an anarchist anthropology. Prickly paradigm press. Chicago.

Gramsci, A., & Vega, A. G. (1967). La formación de los intelectuales. México: Grijalbo

Hale, C. R. (2001). What is activist research. Social Science Research Council, 2(1-2), 13-15.

Juris, J. S., & Khasnabish, A. (2013). Insurgent encounters: Transnational activism, ethnography, and the political. Duke University Press.

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López-García, D., & Cuéllar-Padilla, M. (2018a). Introducción: Investigación activista y participativa en agroecología. Agroecología, 13(1), 7-10.

López-García, D., & Cuéllar-Padilla, M. (2018b). Algunas reflexiones acerca del debate sobre la investigación activista y la investigación participativa en Agroecología. Agroecología, 13(1), 99-105.

Marx, K. (2004). Tesis sobre Feuerbach. El Cid Editor. (1845)

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Santos, B., (2011b), "Epistemologías del Sur", Utopía y Praxis Latinoamericana, 16, Nº 54 (July-Sept.) 17-39

Shukaitis & Graeber, D. (2007). Constituent imagination: militant investigations, collective theorization. AK Press

Urla, J., & Helepololei, J. (2014). The ethnography of resistance then and now: On thickness and activist engagement in the twenty-first century. History and anthropology, 25(4), 431-451.

[1] ECOMUN es la cooperativa creada por los ex-insurgentes de las FARC-EP en Colombia como estrategia de su reincorporación social y económica.

[2] Traducción propia

[3] Engaged research

[4] Traducción propia

[5] Este abandono tiene mucho que ver con la falta de voluntad política del gobierno actual de Iván Duque, de implementar lo acordado en el año 2016 entre la guerrilla FARC-EP y el gobierno colombiano. Entre otros elementos, se encuentra la negación de entrega de tierras para los proyectos productivos, déficit en la atención en salud y en educación y en general la falta de condiciones para una efectiva comercialización de los productos de los reincorporados.