Palecek (Pulgarcito). El castillo de Praga

Alena Jezková. 77 leyendas de Praga

En la época medieval había una costumbre según la cual cada corte real tenía al menos un arlequín o bufón para hacer reír al rey y a todos los cortesanos. Los arlequines no eran tontos ni mucho menos; antes bien, al contrario, tenían que ser inteligentes, acertadores y desenvueltos en el hablar, elocuentes, expresivos y, naturalmente, tener mucho sentido del humor.

El rey Jorge de Podebrady también tenía un arlequín favorito que se llamaba Palecek, que significa El Pulgar, porque era de estatura baja. Palecek era alegre, justo y sentía mucha compasión por los pobres y desheredados de su reino. Por ello la gente lo quería, y por todo el país se contaban cuentos e historias sobre sus trucos e intervenciones.

Los cortesanos decían, sin embargo, que Palecek era orgulloso y que le gustaba demasiado la ropa nueva, pues muchas veces al año lo veían con faldón y abrigos nuevos. Y es verdad que estrenaba ropa de vez en cuando. Lo que no sabían los cortesanos es que sus calumnias, sus falacias, eran totalmente injustificadas, pues el origen de los cambios de ropaje era muy simple. Y era que cada vez que el rey recibía ropa nueva, Palecek buscaba a algún pobre, le regalaba su ropa y luego le pedía al rey. Así ocurrió una mañana.

—Rey, hermano, regálame una ropa nueva, pues la mía acabo de regalársela a Dios.

—Pero no me digas... ¿Dónde te encontraste con Dios? ¿Qué tal era? —se reía el rey.

—Es que da igual quién era. Era pobre y necesitaba ropa nueva. Además, Dios dice: “Lo que hagas al más pobre es como si me lo hicieras a mí.” Resulta, pues, que he regalado mi ropa a Dios.

El rey entendió que Palecek tenía razón, así que mandó confeccionar un ropaje nuevo para él, y lo seguía haciendo cada vez que el arlequín se lo pedía.

Los días en que el tiempo era bueno Palecek salía de la ciudad para pasear por las aldeas de los alrededores. La gente lo quería porque se comportaba como en su casa. Incluso en caso de necesidad hasta ayudaba con el trabajo. A la hora del almuerzo, Palecek se alejaba de las chozas pobres y entraba en la cocina de algún rico, donde también era bien recibido. Y jamás se iba sin nada. Aunque de vez en cuando algún ricachón intentara reprenderlo. Como aquel día.

—Hermano Palecek, quieres comer en mi casa pero no has hecho ningún trabajo por aquí. ¿Por qué no comes en casa de aquellos quienes han aprovechado el fruto de tu labor?

A lo que Palecek contestó:

—Créeme, hermano, cuando tú seas pobre, te ayudaré a ti, y cuando los pobres se vuelvan tan ricos como tú, entonces comeré en sus casas.

Un día había una visita de honor en la corte real y, por lo tanto, se hizo un banquete suntuoso. Palecek se sentó a la mesa muy atrás, cerca de la puerta, ya que allí se sentaban las personas menos ricas y menos aristocráticas. La servidumbre comenzó a repartir pescado en bandejas grandes, sirviéndoles los mejores lucios y luciopercas al rey y a los aristócratas de importancia. Sin embargo, a la mesa de atrás, a la que estaba cerca de la puerta, solo se llevaba pescado pequeño. Palecek no dijo nada. Cogió el pescado asado más pequeñito, lo puso cerca de su oreja y le preguntó:

—Oye, ¿no sabes algo de mi hermano, por casualidad?

Se quedó escuchando un rato, y al no recibir respuesta alguna devolvió el pescado a la bandeja y cogió otro. Y le hizo la misma pregunta. Y así siguió un buen rato. La gente que estaba sentada al lado se fijó en lo que el arlequín hacía. Unos reían, otros se extrañaban. Hasta que al rey alcanzó el rumor y llamó al arlequín. Palecek se acercó al rey, que parecía preocupado y con arrugas en la frente.

—¿Qué estás haciendo, Palecek? —preguntó el rey.

—Rey, hermano, la cosa es así. Hace tiempo yo tenía un hermano. Era pescador. Hace años se ahogó y nadie más ha sabido nada de él. Pues les estoy preguntado a esos pescados a ver si alguno de ellos sabe algo.

—¿Y te enteraste de algo? —preguntó el rey en espera de alguna travesura ingeniosa.

—¡Qué va, mi rey! Esos pescados en nuestra mesa dicen que son muy pequeños y jóvenes y, por lo tanto, no pueden saber nada, pero que sus hermanos aquí en tu mesa son mucho más grandes y deben saber mucho más. ¡Pues podrían decirme algo!

El rey comenzó a reírse y ordenó poner los pescados más grandes en la mesa cerca de la puerta.

Así era el arlequín Palecek. Era inteligente y sabio, y jugando y en serio le recordaba siempre al rey su misión de ser justo y sentir compasión con aquellos que han tenido la desgracia de no ser ricos. Y cuando Palecek falleció, dicen que el rey sentía tanta tristeza que muy pronto se fue tras él.


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