En el espejo

José Martínez Ruiz, Azorín. Cavilar y contar

La tertulia del café Belgrado, en la calle Alcalá, la formábamos seis u ocho amigos. Allí estaba el general Garmellas, un redactor de Horizonte, un catedrático del instituto Juan de Valdés, el dueño de los almacenes Cosmos, de la calle de Carretas, el juez vigésimo quinto de Madrid, Paco Garrido, etc. Dejo para nombrarlo aparte al doctor Miralles. El doctor Miralles no era en realidad doctor. Había seguido como aficionado tres o cuatro cursos de medicina. Su pasión era la anatomía. Estaba al tanto de las novedades terapéuticas. Alguna vez recetaba a los amigos en las indisposiciones leves. Solía asistir también a las operaciones realizadas en clínicas de cirujanos amigos.

Durante una temporada tuve el capricho de visitar los pisos desalquilados. Hacía con ello ejercicio físico y me complacía en meditaciones sentimentales. Los pisos desalquilados son ámbitos que descansan. Han sido henchidos del afán humano -esperanzas, decepciones, dolores, alegrías- y ahora esperan volver a su florescencia emocional. Unas veces me acompañaban los porteros y otras me daban las llaves y subía yo solo. Estaba visitando una mañana un piso alquilado. No era grande. Poco a poco iba recorriendo sus estancias. Llegué a un cuartito interior que daba a un patio. Enfrente había una ventana por la que se veía un espejo. La casa de enfrente correspondía a otra calle. En el espejo se reflejaba la imagen de un lavabo. En un reloj de la vecindad daban las once. Y en este momento apareció en el espejo la figura de un hombre. Era el doctor Miralles. Lo estaba viendo yo tal como era. Llevaba un traje azul a rayas. La corbata era de color de amaranto. El doctor Miralles, con gesto lento, un poco sofocado, se lavaba las manos en el lavabo. Las manos las tenía enfundadas en unos guantes de goma. En el espejo se reflejaban todos los movimientos del doctor. Acabó el doctor Miralles de lavarse las manos, sin quitarse los guantes, y desapareció.

Por la tarde, en la tertulia de Belgrado, al llegar el juez, Paco Garrido, dijo:

—He tenido esta mañana un telegrama del doctor Miralles. Me telegrafiaba desde Alcalá de Henares y me pedía una recomendación para el juez de esa ciudad. He telegrafiado al juez, y horas más tarde el juez me telegrafiaba también y me decía que había tenido mucho gusto en complacer a nuestro amigo.

—¿A qué hora le ha telegrafiado a usted el doctor Miralles? -he preguntado yo a Garrido.

—A las once. Aquí tiene usted el telegrama.

La tertulia de Belgrado era agradable, entre otras cosas, porque nunca se hablaba en ella de lo que por casualidad supiéramos los contertulios unos de otros. Al día siguiente se descubrió el crimen de la calle de Romerales. La víctima era un viejo usurero muy conocido en todo Madrid. La casa en que se había cometido el crimen era la misma que yo estuve observando desde la ventana del patio. El cuartito con el lavabo pertenecía a esa casa. El crimen comenzó a interesar a las gentes. Se había realizado en condiciones excepcionales de misterio. Nadie en la casa sabía nada. Ni el portero había visto entrar a nadie en la casa, ni había visto tampoco salir a nadie. Los periódicos publicaban extensas informaciones. Le había tocado instruir el sumario a nuestro contertulio el juez Paco Garrido. La constancia, la escrupulosidad y la clarividencia que el juez ponía en su trabajo eran verdaderamente admirables. Pero no se descubría el más leve indicio de quién fuese el autor del crimen.

El autor había realizado una obra perfecta en cuanto a crímenes. El tiempo pasaba. Se iba agotando el tema y los periódicos tenían acerbas censuras1 para la Policía y el juez. Paco Garrido, con la fatiga de tan enorme trabajo, se mostraba irritable y exasperado. En la tertulia del café solíamos comentar las particularidades del crimen. Semejaba un día que habíase logrado una pista. El interés de la opinión se reavivaba. Poco a poco se iba viendo que la pista descubierta era falsa. Había, por lo tanto, que empezar otra vez. El doctor Miralles, como los demás contertulios, daba sus opiniones sobre los aspectos diversos del crimen. No había alterado su vida. No dejaba de concurrir asiduamente a la tertulia. Su palabra y su gesto eran, como siempre, reposados. Al cabo de un mes el asunto estaba casi olvidado. De pronto se hizo una detención importante y el crimen recobró actualidad. Pero también esta vez la Policía y el juez habían recorrido un camino falso. Todas las tardes, al entrar Paco Garrido, procurábamos hablar animadamente de los incidentes del crimen. Como veíamos a Paco Garrido ensimismado, preocupadísimo, no queríamos con nuestro silencio aumentar la preocupación de nuestro amigo. Al despedirnos una tarde, el juez, en presencia de todos, me dijo:

—Voy a realizar esta tarde una nueva inspección en la casa del crimen. ¿Quiere usted, Antonio, acompañarme?

—Con mucho gusto, querido Garrido —contesté.

Nos pusimos en marcha hacia el Juzgado. De allí nos trasladamos a la calle de Romerales. El piso que visitamos era reducido y estaba amueblado sumariamente2. Había sido atraída a este piso, con engaño amoroso, la víctima del crimen. En tanto el juez realizaba la inspección, yo fui recorriendo todos los aposentos. Sobre un velador había una botella de coñac y dos copas a medio vaciar. Se había respetado escrupulosamente el estado del cuarto el momento de ser descubierto el crimen. En el cuarto del espejo estuve un momento. Abrí el grifo del agua y estuve lavándome las manos tal como hizo la figura que yo vi reflejada en el espejo. Desde la ventana opuesta imaginaba yo que me estaba contemplando otro ciudadano, que también, como yo, tenía el capricho de visitar los cuartos desalquilados3. El reloj que yo había oído volvió a sonar. Iba a ser yo la víctima, no de un crimen, sino de una alucinación, cuando me llamó el juez dando una gran voz. No sé qué particularidad extraña había descubierto. Conversamos sobre ello un instante y vimos que no tenía trascendencia4 ninguna. Lo que yo encontré sí era curioso. En el suelo, en el mismo cuarto en que el crimen había sido cometido, al pie de una cama deshecha, en cuya almohada había un largo cabello rubio, encontré un botón. Lo recogí sin que el juez lo advirtiera. Al llegar a la tertulia de Belgrado observé al doctor Miralles. El doctor Miralles se sentaba junto a mí. Vi que en su chaleco faltaba un botón. Los botones eran idénticos al que yo había recogido en la casa del crimen.

—¡Ya se conoce, doctor —dije—, que vive usted en una pensión y no tiene quien le cuide! ¡Es usted un desastrado! Le falta un botón en el chaleco y yo voy a dárselo. Aquí lo tiene usted.

El doctor Miralles tomó el botón. En aquel momento se sentaba en la tertulia el juez. El doctor Miralles, con el botón en la mano, exclamó dirigiéndose al juez:

—¡Paco, ya ha aparecido el autor del crimen!

—¿Quién es el autor del crimen?

—El autor del crimen soy yo. Y aquí tiene usted la prueba. Antonio ha estado con usted en la casa del crimen. En la casa ha encontrado este botón. Y precisamente este botón es el que me falta a mí.

Sin poder contener todo su reconcentrado despecho, el despecho de tantos días, el juez profirió:

—¡Es decir, que me ve usted hostilizado, combatido, zarandeado, pateado por todos los periódicos y viene usted a poner encima una bromita! ¡No hay derecho, querido doctor! ¡Bromas no! Le tolero a usted todo lo que quiera, menos que venga usted a darme un pescozón encima de los palizones que me están dando.

Ocho días después, el doctor Miralles nos invitaba a todos a un almuerzo. Había sido nombrado para un cargo importante para una empresa industrial de San Francisco de California. A la comida asistió también el director de la empresa, Samuel Prestley, de paso en Madrid. La comida transcurrió animada y cordialísima. Tres días más tarde el doctor embarcaba en Gibraltar.


------

(1) acerbas censuras.............................. Juicios o críticas crueles.

(2) amueblado sumariamente........... Con pocos muebles.

(3) cuartos desalquilados.................... Habitaciones que se alquilan pero que en ese momentos están sin alquilar.

(4) trascendencia ninguna................... Sin importancia para lo que se investiga.