2 AP Cultura

Tema 2. La especie humana; un producto de la cultura.

De Esquilo a Sócrates; de la religión a la virtud.

Vamos a trasladarnos 470 a. d. N. E. para reflexionar sobre lo que nos cuenta Esquilo en La Orestíada. Una trilogía de dramas donde nos presenta un modelo de vida, una forma de interpretar el mundo basado en la religión, en las antiguas formas religiosas que poblaron el mediterráneo antes de la aparición de las formas religiosas que aún hoy perduran. El primer drama de la tragedia es Agamenón. Agamenón es el rey de Micenas que vuelve a casa tras una guerra de 10 años; Clitemnestra, su esposa, después de tanto tiempo, comparte lecho con Egisto, su amante, y no le perdona, a Agamenón que haya sacrificado a su hija Ifigenia para conseguir vientos favorables, es más, quiere vengarse por ello. Clitemnestra y Egisto preparan un recibimiento especial a Agamenón que se inicia con vítores y acaba con su asesinato esa misma noche. Concluye el primer drama mostrando como la monarquía micénica, es algo imposible, la vida en este escenario es insostenible. La tragedia muestra la imposibilidad del mundo heroico, del modelo religioso, con sus reglas, sus pasiones, sus iras. Dejar las normas sociales en manos de las pasiones humanas es algo incompatible con el desarrollo de la sociedad, de la vida misma.

El drama recuerda la imposibilidad histórica de la lógica del mundo heroico, antiguo, prehelénico atravesadas por luchas, asesinatos, venganzas… (Ley del Talión.)

El segundo drama, Coeforas representa la venganza de Orestes, el hijo de Agamenón, azuzado por el dios Apolo (por la misma tradición religiosa) y por su hermana Electra, mata a Egisto y a la propia Clitemnestra –su madre-. La venganza llevada a cabo por su madre, Clitemnestra, arrastra a otra venganza aún mayor, como es matar a su madre. He aquí otra muestra de la imposibilidad de la lógica heroica. A causa de su crimen Orestes es perseguido por las Erinias. (Las furias, diosas de la locura representadas por unas mujeres vestidas de negro y con serpientes enrolladas en la cabeza que se alimentan de sangre humana- la muerte se lava con venganza, y la sangre con más sangre-.) En un momento de lucidez descubre la barbarie de sus actos y abandona la ciudad en busca de una respuesta a su conducta o un acto de comprensión, de perdón hacia la misma, pero ninguna ciudad le ofrece hospitalidad, por miedo a que contagie su locura. (La locura de la venganza, de la sin razón, de la pasión legitimada por los primeras religiones y personificada en los antiguos dioses.)

El último drama es Euménides, donde describe como Orestes llega en su huida a Atenas empujado por Apolo. Aparecen los coros atenienses, divididos en dos, uno de ellos valora los pros y otro los contras de dar hospitalidad de Orestes. Es un asunto que afecta a la comunidad y será juzgado por el tribunal del Areópago, (colina de Ares) que Atenea (Diosa Olímpica[1], protectora de Atenas) establece especialmente para la circunstancia, seleccionando entre los ciudadanos más dignos de Atenas a los jueces para el tribunal, pues en adelante dictaría sentencia en casos de crímenes, procediendo siempre con equidad. En el acta fundacional del tribunal del Areópago se constituye la democracia ateniense y lo hace, con la aceptación por parte de los ciudadanos de que la ley tiene caracteres divinos, expresa la voluntad de los dioses, pero en alianza con la voluntad de los hombres (cuando digo hombre quiero referirme a la humanidad en general, mujeres y hombres). De este modo se establecen los nuevos vínculos entre los dioses y los hombres.

Mientras tanto, las ancianas Erinas son invitadas por Atenea para que abandonen su ira y su ánimo de venganza y se conviertan en las protectoras de Atenas, en Euménides (benévolas) que procuran la paz y la prosperidad a Atenas. Atenea a cambio les ofrece eternos honores.

Estamos en la Atenas de las reformas de Pericles –década del 460 a. d. N. E.– que dará paso al momento más esplendoroso de la democracia y de la filosofía griega, el período de la Ilustración griega, y de Sócrates. Es en este tiempo, cuando se produce el paso desde un modelo religioso de interpretación de la naturaleza y de la sociedad a un modelo humano, racional, de diálogo, democrático, de acuerdo entre los hombres, sobre la organización de la sociedad. Es en este momento cuando se consolida un instrumento de educación de la ciudadanía que consiste en acudir a las representaciones teatrales, trasformadas en el mecanismo público mediante el cual se produce la paideia -educación- social. En esas representaciones aprenden cuales son las acciones objeto de temor y compasión experimentando, de alguna manera, una purga de sus pasiones, -erinias, furias- y situándose en una conducta mesurada que garantiza la convivencia en la polis[2], el nuevo escenario público social velado por los dioses tutelares.)

La trilogía de las Oresteidas nos traslada hasta la Atenas del siglo V a. d. N. E., momento en que nace la democracia y se desarrolla, la Ilustración griega y con ella Sócrates.

La Ilustración griega describe el momento en que los sofistas –sabios- acceden a una posición que les permite educar a los ciudadanos. Para ellos la verdad recae en la discusión entre los hombres. Los disoi logoi o las antilogoi, (los discursos y los contradiscursos). El resultado de un acuerdo entre dos posiciones enfrentadas. Aquí la organización social se hace absolutamente humana. La soberanía es compartida, repartida entre los individuos de una sociedad. Destacan sofistas como Antístenes o Hipias que defienden el igualitarismo, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, niegan el derecho del esclavismo, tanto de griegos, como de bárbaros. O las ideas de Protágoras cuando plantea que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son porque son y de las que no son, porque no son. El hombre, desde el pensar es quien determina la sociedad y la naturaleza.

Sócrates va dotar de un nuevo significado a la virtud, y es que va a equiparar el sabio al virtuoso a través de lo que se conoce como el intelectualismo moral, defender la idea de que el conocimiento es la fuente de la que brota la moral. Saber y virtud se identifican. El saber, es condición suficiente para obrar correctamente, el hombre justo es el que conoce las leyes, por eso las cumple. Cuando actuamos mal, es porque desconocemos las leyes o el modo correcto de hacer las cosas. De ahí que Sócrates se atreva a decir que -el hombre, no es malo por naturaleza, sino simplemente, por ignorancia-. Nadie obra mal a sabiendas, el mal es siempre involuntario, producto de la ignorancia.

Uno de los argumentos en los que enraíza Sócrates su intelectualismo moral es en la vieja máxima de la sabiduría gnómica que afirma conócete a ti mismo. A través de esta máxima, podemos alcanzar la autoconciencia, reflexionar sobre el propio yo. ¿Quién resistiría saber que ha obrado mal a sabiendas? La conciencia, que es quien tiene la última palabra en cuestión de moral, (to daimonion, aquella especie de duende) no nos dejaría vivir con continuos remordimientos. Por tanto, el conocimiento, sería una garantía de obrar virtuosamente.

Algunos historiadores sitúan en Sócrates el origen de la cultura occidental. Lo cierto es que en este momento histórico, dos ejes que van a dibujar nuestra cultura se ponen en marcha. Uno es nuestra noción de virtud, posteriormente desarrollada por las religiones modernas y el otro el modo de organizar nuestras sociedades, a través del diálogo -al menos en estos últimos años-.

Definición de Cultura:

Llegado este punto, para proseguir con el desarrollo histórico, es necesario detenernos en la definición de la cultura. El significado del término cultura ha ido modificándose en cada época. En la antigua Roma, la lengua latina nos deja el término cultus, un derivado de la voz colere que significa cuidado del campo o del ganado. Al parecer en el siglo XIII, cultus designaba una parcela de tierra cultivada. Este concepto sirve así, para distinguir una parcela cultivada de otra en estado natural. Si trasladamos este esquema a la especie humana, podemos entender cultura como término que designa a la especie humana cultivada.

Volviendo a la antigua Roma, en el latín encontramos también un sinónimo de cultus, civis, ciudadano, que al principio designaba al habitante de la ciudad para distinguirlo del rura, habitante del campo; pero que pronto, la condición de civis se extiende a todos, tanto rurales como urbanitas, para excluir a los esclavos. Junto a civis, encontramos la civitas, la ciudad, caracterizada por un modo propio de proceder de acuerdo con unas normas y costumbres. Contiguo a ambos términos surge la civiltá, la civilización, que en el siglo XVII aludía a los hombres instruidos y educados, a los ilustrados del XVIII. Condorcet habla de la civilización como remedio para combatir la guerra, la esclavitud y la miseria.

Va a ser en este siglo, cuando los conceptos de civilización y cultura inicien caminos diferentes. El término civilización se va a reservar para nombrar el desarrollo económico y tecnológico, lo material. En este sentido, Marx y Engels, en su Manifiesto del Partido Comunista (1848) entienden por civilización medios de subsistencia y ya en este siglo XX, Ferdinand Tönnies (1855-1936) y Alfred Weber (1868-1958) utilizan civilización, como el término que recoge los medios que posibilitan al hombre para actuar sobre la naturaleza.

El vocablo cultura pasa a usarse para referirse a lo espiritual, es decir, el cultivo de las facultades intelectuales. En el uso del término cultura cabía, todo lo relacionado con la filosofía, la ciencia, el arte, la religión… Además, se comienza a tildar a alguien de culto cuando ha desarrollado sus cualidades intelectuales y artísticas.

Sin embargo, hoy en día cultura ha asumido un sentido más social; cuando se habla de la cultura europea, se alude a los diversos aspectos de la vida en esa sociedad. Cultura como la totalidad de los actos humanos que practica una comunidad, ya sean económicos, artísticos, científicos, jurídicos, discursivos, comunicativos, sociales, religiosos… Toda práctica humana que traspase los límites de la naturaleza biológica es una actividad cultural.

Bien, hasta aquí la historia del concepto. Pero detrás de cada concepto, hay un contenido, un significado que se va construyendo, elaborando, entretejiendo en el seno de la sociedad con las aportaciones de sucesivas generaciones de hombres y que también tiene su propia secuencia histórica Vamos a detenernos en los aspectos filosóficos de esa evolución de la propia cultura. Hasta el siglo XVIII, de la mano de Kant, la cultura aparece vinculada a todo ejercicio y desarrollo de la razón humana y de sus logros y podemos ver un proceso lineal y acumulativo en su evolución. Sin embargo será a finales del XIX cuando la cultura misma se convierta en objeto de reflexión, cuando el hombre vuelva sus ojos hacia las formas de vida que ha desarrollado en la humanidad la Cultura Occidental.

Crítica de Nietzsche a la cultura occidental

Vamos a comenzar viendo la crítica que hace Nietzsche a los valores que hay acomodados en la cultura occidental y que iniciara Sócrates y la tradición religiosa judeocristiana.

Si antes de Sócrates virtud era el equivalente a la fuerza, con Sócrates, nos encontramos con que virtud supone una renuncia a los placeres, a las pasiones, a las ambiciones humanas. El ser humano pierde sus aspiraciones, y la cultura absorbe un ideal de vida descendente donde lo que invade todo es la impotencia, la negación de la voluntad de poder. Aquí aparece la tradición judeocristiana[3] que ofrece al hombre unos valores religiosos creados por el propio hombre, pero que, colocados por encima de él a través de las habilidades de la casta sacerdotal, hoy han imbuido toda la cultura y oprimen la vida de hombres y mujeres. Es la moral de esclavos, una moral contranaturaleza, que está fundada en el instinto de venganza contra la vida superior, que quiere igualar a todos, mientras la naturaleza nos ha hecho diferentes, que censura la excepción como algo contrario a la moral, que glorifica lo que hace soportable la vida a los pobres, a los enfermos, a los débiles, a los impotentes. Es una moral pasiva que encuentra los valores ante sí y se limita a seguirlos, predica la igualdad de todos los hombres, el amor al prójimo, niega los impulsos vitales, instintivos del hombre..., empujando hacia el nihilismo pasivo, la nada, la angustia.

Es el resentimiento el que genera estos nuevos valores, resentimiento que es propio de los sacerdotes, de los que están faltos de seguridad en sí mismos, en sus impulsos vitales y confían en la razón, en el juicio racional, o en una fuerza de orden superior que les asegure el valor de sus valores. Con esta moral, los fuertes acaban siendo vencidos por los débiles, lo gregario predomina. Han producido el último hombre, el gusano hombre, que ya solo sabe arrastrarse por la tierra.

Para cambiar esta corriente en la cultura, es necesaria la muerte de Dios (cultura), que dará paso a una nueva visión horrorosamente bella, una visión trágica de la vida, entendiendo esta expresión como afirmación de la vida terrenal, atravesada por un ideal de vida ascendente, por la vida rebosante, impulsiva. Donde la tarea de la moral es hacer feliz al hombre hay que dar primacía a la vida biológica, potenciar lo sensible e instintivo, pasional. Es la moral de los inmoralistas, es la moral de señores es la moral noble, que considera bueno todo lo que eleva al individuo, que nace de los estados del alma elevados, que supone un sí dicho a uno mismo. Buenos son el héroe y el guerrero. Se trata de una moral creadora, implantadora de valores, activa, propia del superhombre.

Nietzsche enaltece la figura del superhombre como creador de valores. Es el hombre que dicta valores, que posee una voluntad grande, que se marca una meta, que se aventura a trazar un nuevo proyecto siempre preñado de terrenalidad, de temporeidad. Es el genio capaz de imaginar nuevas formas de vida y de organización social, es el científico capaz de investigar y descubrir nuevas formas, allí donde los demás no ven nada. Es el librepensador, capaz de descubrir las incongruencias que habitan en la propia cultura.

Ortega y Gasset y su perspectiva sobre la cultura

Nuestro filósofos más internacional, va a tener visiones distintas sobre la cultura a lo largo de su vida. Y lo curioso, es que si como vimos al principio de la sesión, la cultura cuando surge se ofrece como libertad, como superación de una fase de hombre instintivo, representado por el concepto cultus y por el primer modelo heroico de interpretar la vida y la organización de las relaciones sociales; en Ortega y Gasset nos encontramos que enfrenta la libertad la cultura. Asume (al menos en el momento cumbre de su filosofía) la crítica de Nietzsche de que la cultura es como una losa que el hombre ha colocado sobre sí mismo y que hoy le oprime, le limita su libertad.

El Ortega de los primeros años, formado en las universidades alemanas de Leipzig, Marburgo bajo la influencia del neokantismo, va a convertirse pronto en un admirador de su cultura. Así nos dirá -España es el problema, Europa la solución-.

-Dentro de cada uno hay como dos hombres que viven en perfecta lucha: un hombre salvaje, voluntarioso, irreductible a regla y compás, una especie de gorila; y otro hombre, severo que busca pensar ideas exactas, cumplir acciones legales, sentir emociones de valor trascendente... ¡el hombre de la cultura!-.

Defenderá la primacía de las ideas y de las cosas sobre las personas; es decir la cultura está por encima de la vida y de la libertad.

Progresivamente va abandonado la admiración por la cultura alemana y desarrollando una mejor imagen de la cultura mediterránea, porque en ella tiene más cabida la libertad; así nos llega a decir:

...Solicito para el hombre mediterráneo cuyo representante más puro es el español un puesto en las galerías de los tipos culturales. El hombre español se caracteriza por su antipatía hacia todo lo trascendente; es un materialista extremo...

Hasta llegar al momento cumbre de su filosofía, que es el raciovitalismo, y que va a iniciar toda una corriente de seguidores en Europa. El raciovitalismo, supone que el conocimiento tiene un objeto que requiere expresamente su atención, como es la vida; el conocimiento es racional, pero está íntimamente arraigado en la vida. La razón pura del racionalismo debe de ceder su puesto a la razón vital del raciovitalismo ya que la razón es tan sólo una forma y una función de la vida y no puede nunca imponerse a la vida.

Ortega se da cuenta de que tras cada perspectiva hay una vida, que es irreductible, inalienable, por lo que va a conceder ahora primacía a la vida sobre la cultura y a la sociedad respecto al estado. La vida es interpretada en términos de creatividad, de vida ascendente. Es ahora cuando la influencia nietzscheana se hace más visible en la obra de Ortega.

Ortega hace un repaso de la evolución de la cultura, y se detiene en Sócrates y Platón y plantea que hicieron un descubrimiento admirable, el de la razón, pero a la vez iniciaron una tradición que arrastra un terrible olvido, que arrastra la cultura occidental, y es que la razón es una isla rodeada de irracionalidad por todas partes. Lo racional, limita con lo irracional, la vida, las emociones, las pasiones, los sentimientos, son instrumentos de la vida que no pueden ser arrinconados, y eso es precisamente lo que ha hecho la cultura europea.

Hoy vemos claramente qué fecundo fue un error, el de Sócrates y los siglos posteriores. La razón no puede suplantar a la vida (...) La razón es sólo una forma y función de la vida. La cultura es un instrumento biológico y nada más. Situada frente y contra la vida representa una subversión de la parte contra el todo. Urge reducirla a su aspecto y a su oficio. El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad (...). La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital. El Tema de Nuestro Tiempo.

El raciovitalismo pretende ser un punto medio: examina el valor de la razón, pero reconoce también sus raíces irracionales y pone la razón al servicio de la vida.

Ortega y Gasset y la reproducción de la cultura.

De Ortega, nos interesa otra cuestión, como es el modo en que se produce el mecanismo de enculturación dentro de la sociedad. Para ello nos descubre el proceso encargado de conservar la cultura un rasgo específico de la humanidad, que Ortega define como la realidad radical de la vida del hombre y es que somos herederos, es decir, a cada generación sus predecesores le han trasmitido una considerable hacienda, compuesta de ideas y de creencias acumulados durante milenios. Esta herencia, consta al mismo tiempo de aciertos y errores del pasado.

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El hombre está sujeto a la cultura de cada época, es un hombre que se da en una comunidad humana o sociedad. Para comprender el proceso histórico, recurre a la división pormenorizada de las generaciones. La generación sería algo así como la molécula de la historia, la unidad molecular en que la historia se divide. Se puede definir por el hecho de ser una sensibilidad vital a los problemas de la realidad; puesto que, los miembros de una generación, vienen al mundo dotados de ciertos caracteres típicos, hay unas notas comunes entre todos los miembros de una misma generación. Esto es debido, a que participa de una herencia común, de un mismo depósito cultural. Ello hace que cada miembro de la generación viva los mismos presupuestos teóricos. Es lo que Ortega llamará las convicciones de una generación.

En un mismo plano histórico, nos encontramos conviviendo tres generaciones, coexisten hombres y mujeres que comulgan con diferentes ideas y creencias entre sí, que poseen una aculturación diferente. Esta convivencia permite que pueda haber innovaciones o retrocesos en la historia.

Toda generación conlleva un cambio en la cultura, en la perspectiva que el hombre tiene sobre su mundo, cuando produce mutaciones casi imperceptibles, Ortega habla de cambios larvados propios de épocas de acumulación cultural, en las que se vive una cierta solidaridad generacional, presidida por la generación de más edad que impone su visión del mundo. Corresponden a un momento histórico en el que la cultura apenas si evoluciona, simplemente se conserva, donde el hombre parece haber alcanzado sus metas, parece haber logrado y saciado sus deseos y carece de inquietudes.

Sin embargo, hay generaciones que producen un cambio radical, en las que hay una beligerancia generacional, donde los cánones impuestos por la generación de mayor edad, son barridos por la juventud, el conjunto de ideas y creencias que les ofrece la tradición no se adecúa a sus expectativas, a su modo de enfrentarse a la vida y deciden romper, dilapidar el capital cultural que se les deja en herencia y construir otro engendrando una cultura renovada. Estaríamos ante lo que Ortega llama cambio revolucionario que afecta a las convicciones más profundas de la cultura. Son generaciones que han recuperado el deseo que le da sentido a la vida –dirá Ortega. Cuando esto sucede, estamos en una crisis cultural e histórica de la que se sale, o bien por barbarización, convirtiendo a la acción en la guía, o bien buceando y reinterpretando un momento del pasado cultural remoto.

Nuestra cultura es pues heredera de 2.500 años de historia, de épocas de crisis y acumulativas, y nosotros somos esencialmente seres culturales.

Culturas globales

Hoy en día, sociólogos, antropólogos, filósofos, se han lanzado a analizar los fenómenos vinculados con la cultura y la globalización y son capaces de mostrarnos las trasformaciones que la globalización ha llevado a cabo en nuestra cada vez más multicultural sociedad. Vivimos en una progresiva homogeneización cultural producida por la globalización. Hasta hoy estamos en condiciones de señalar las transformaciones culturales impulsadas por los procesos de globalización: el distanciamiento entre tiempo y espacio, la desterritorialización de la producción cultural, el reforzamiento de las identidades locales, el surgimiento de culturas globales y la hibridación.

Distanciamiento entre tiempo y espacio.

Hasta antes del siglo XIX cada lugar tenía su hora específica, determinada por la salida y puesta del sol. Los acontecimientos en el tiempo estaban íntimamente vinculados por su relación con un espacio determinado. Todavía en el siglo XIX asistimos a una lucha incesante entre el tiempo de la gran ciudad y los tiempos locales, regionales, que se resisten a regirse por la racionalidad moderna. Y no es sino hasta principios de nuestro siglo que se consolida este proceso en el que el tiempo, representación social por excelencia, se adecúa a las exigencias de una civilización urbano-industrial, con la homogeneización de los calendarios y de los horarios entre regiones. Es justamente la separación entre tiempo y espacio la condición que permite ser simultáneamente locales y globales.

La idea de una red de comunicación tiende a privilegiar la instantaneidad en detrimento de los tiempos locales. La modernidad del sistema-mundo en que vivimos, se fundamenta sobre la noción de ubicuidad, haciendo que partes distantes del sistema puedan hablar entre sí.

Desterritorialización.

Por primera vez en la historia la mayor parte de los bienes y mensajes que se reciben en cada nación no se han producido en su propio territorio, no surgen de relaciones peculiares de producción, ni llevan en ellos signos exclusivos que los vinculen a la comunidad nacional, sino otras marcas que más bien indican su pertenencia a un sistema desterritorializado. La desterritorialización de la cultura se ve agudizada por el crecimiento exponencial de la migración internacional así como por la existencia de múltiples culturas que se reproducen –de manera permanente– lejos de sus lugares de origen.

La circulación más fluida de los capitales culturales empuja hacia la mezcla –a escala global– de productos de diferentes medios culturales, incrementa las vías de comunicación entre las fronteras, desmantelando viejas formas de marginación y dominación, propiciando el surgimiento de nuevos canales de democratización y multiplicidad cultural.

La desterritorialización conlleva el debilitamiento de los Estados–nación, proceso al que han contribuido paralelamente las presiones neoliberales que pugnan por la disminución de las áreas de responsabilidad del Estado y la creciente participación de los sectores privados en los diferentes ámbitos de la vida social, política y económica.

Resurgimiento de las identidades locales.

Aunado al debilitamiento de los Estados-nación, surge un fenómeno al que algunos han calificado como reterritorialización; se trata del reforzamiento de las identidades locales. Reivindican el reconocimiento de sus orígenes históricos y la especificidad de su inserción en la sociedad nacional. Es punto de partida para comprender por qué ciertos grupos reivindican derechos colectivos, autonomía en sus diversas expresiones y significados, o autodeterminación y establecimiento de un Estado propio.

Consecuencia del debilitamiento del Estado-nación, presenciamos también el surgimiento de diferentes formas de adscripción como la radicalización religiosas, que vemos en los fundamentalismos y la revolución islámica o en las efervescencias racistas.

Nacimiento de culturas globales.

Consolidación de una cultura global. La globalización encuentra su sustento también en diversos procesos de homogeneización cultural. La sociedad de consumo es una de sus expresiones. Sin esta modernidad-objeto que impregna los aeropuertos, las calles comerciales, los supermercados, los muebles de las oficinas y las casas, difícilmente una cultura mundializada tendría oportunidad de florecer. Podemos encontrar grupos de personas que, habitando lugares diferentes, comparten ciertas visiones del mundo, necesidades de consumo, disponibilidades cotidianas y estéticas. Estamos ante el advenimiento de un mundo en el cual las necesidades y los deseos se encontrarán enteramente homogeneizados de manera que a un mundo global corresponderá una cultura global única e imperativa,

La homogeneización cultural se puede apreciar diferencialmente según los circuitos de desarrollo cultural que analicemos:

a) redes de comunicación masiva (radio, cine, televisión, video, internet);

b) circuitos restringidos de información y comunicación destinados a quienes toman decisiones (comunicación por satélite, fax, móviles y computadoras);

c) cultura histórico territorial (patrimonio histórico, artes clásicas y cultura popular tradicional).

La existencia de la cultura nacional depende de las transformaciones que sufran estos tres circuitos. Hay aún se prefiere hablar de culturas globales, en lugar de una sola cultura global.

Hibridación.

Se habla de hibridación como el proceso por el cual lo internacional se funde implacablemente con lo local en medio de un proceso de diferenciación y de segmentación social.

[1] En el mundo antiguo griego existieron los dioses de la creación, (Gea, Urano, Caos acompañados de los titanes, que rigieron el mundo heroico y los dioses olímpicos, tutelares, protectores (Zeus, Atenea, Afrodita, Ares, Apolo…) que rigieron el mundo de la Grecia clásica.

[2] En estas fechas se data el paso de las aldeas a las ciudades, las polis.

[3] Ya Maquiavelo (XV-XVI) había denunciado el papel de la religión como instrumento para el dominio y la opresión del pueblo.