6 AP Razón-deseo

6. La razón o el deseo

El primer conflicto entre ambos, en el alma de Platón.

La razón y el deseo nos lo presenta la filosofía antigua como dos viejos enemigos irreconciliables que siempre han vivido juntos y siempre han estado pensando en separarse, en elegir caminos separados, pero que nunca se han decidido a hacerlo. Y esta contradicción entre ambos, ha sido padecida por los hombres y mujeres desde sus inicios. Platón trata de explicar esta realidad desde la imagen que construye del hombre. El hombre es un compuesto de alma y cuerpo, en el que el alma se presenta como lo positivo, como lo más elevado y más próximo a lo divino que tiene el hombre. Esta naturaleza especial del alma no puede pertenecer a este mundo sensible y cambiante, sino que tiene que ser de otro mundo; un mundo perfecto único y eterno, y por supuesto ser inmortal. "El hombre es su alma", "de todas cuantas cosas tiene el hombre, su alma es la más próxima a los dioses"; mientras el cuerpo es el aspecto negativo de esa unión, la "prisión material del alma".

El alma, nos la muestra Platón tripartita y encierra los distintos aspectos de la realidad sicológica del hombre: los apetitos, las pasiones y la razón. Nos los ofrece del siguiente modo.

“Sobre su modo de ser (del alma) se ha de decir lo siguiente. Describir cómo es, exigiría una exposición que en todos sus aspectos únicamente un Dios podría hacer totalmente, y que además sería larga. En cambio, decir a lo que se parece, implica una exposición al alcance de cualquier hombre y de menor extensión. Hablemos, pues, así. Sea su símil el de la conjunción de fuerzas que hay en un tronco de alados corceles y un auriga. Pues bien, en el caso de los dioses los caballos y los aurigas, todos son buenos y de buena raza, mientras que en el de los demás seres hay una mezcla. En el nuestro está en primer lugar el conductor que lleva las riendas de un tiro de dos caballos, y luego los caballos entre los que tiene uno bello, bueno, blanco y constituido de elementos de esta misma índole, y otro negro, que de naturaleza y raza es lo contrario de éste. De ahí que por necesidad sea difícil y adversa la conducción de nuestro carro.” Fedro. Platón.

El auriga, conductor en griego, es la razón, representa la parte racional del alma; es el puro pensar y por ella podemos alcanzar la contemplación suprasensible de la verdad (que según Platón reside en ese otro mundo que existe separado de éste). En el Timeo, nos dice Platón que está alojada en el cerebro y tiene por misión las operaciones superiores (intelectuales) del hombre, siendo de naturaleza inmortal. La virtud propia que ha de alcanzar es la prudencia y la sabiduría.

Los caballos representan sin embargo a las pasiones, entre las que distingue dos, que caracteriza de modo opuesto. Una parte del alma a la que él llama irascible, representada por el caballo bueno; es considerada la fuente de las pasiones nobles, que serían todas aquellas que engrandecen al individuo, que incrementan su autoestima, que lo hacen capaz de luchar por todo y de emprender grandes aventuras vitales. Su virtud propia, la que ha de tratar de alcanzar es la fortaleza, el valor. Está situada en el tórax y es inseparable del cuerpo, y por lo tanto muere con él. La última parte del alma, el alma concupiscible, es la sede de las pasiones innobles como el instinto de conservación y el sensual, apetitos groseros y bajas pasiones localizadas en el abdomen. Es mortal y le corresponde aspirar a la virtud de la templanza.

El paralelismo que pretende alcanzar Platón entre el funcionamiento del alma dentro del compuesto antropológico y el tiro de caballos se completa cuando nos dice que, el auriga se esfuerza en armonizar los movimientos de los caballos. El caballo blanco obedece con docilidad, pero el negro se rebela y se resiste a su dirección y es causa de que el alma caiga de su estado feliz (en el mundo perfecto) y sea castigada a encarnarse, tras beber las aguas del rio Leteo (que te hacen olvidar los recuerdos que has vivido) en un cuerpo terrenal en un cuerpo material y mortal (en este mundo sensible).

Desde este momento la única pretensión del alma es volver a recuperar sus alas para retornar a ese mundo suprasensible, al mundo de las ideas. Cuando el auriga, cuando el alma racional es capaz de dirigir a los caballos; es decir cuando de nuevo las pasiones se pliegan a la razón, el alma estará poniendo rumbo de nuevo a su lugar natural, lo divino, la eternidad. Nos presenta la necesidad de controlar las tendencias instintivas del cuerpo, dirigirnos hacia el bien, la belleza y la sabiduría. Cuando Platón encomienda al hombre la tarea moral de “purificar el alma”, le está imponiendo un alejamiento de los sentidos y el acercamiento a lo inteligible.

Siddhartha; el deseo es la causa del sufrimiento.

De un modo paralelo, en el mismo momento histórico, el siglo V a. d. N. E. está naciendo en la India, de la mano de Siddhartha el budismo quien va a enfrentarse también al deseo por ser la causa del sufrimiento cuando nos habla de las cuatro nobles verdades. Veámoslo.

1. La noble Verdad del sufrimiento (dukkha-ariya-sacca). Buddha dijo lo siguiente en el primer discurso con relación a la primera verdad:

Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Sufrimiento. El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, asociarse con lo que no se quiere es sufrimiento, separarse de lo que se quiere es sufrimiento, no alcanzar lo que se desea es sufrimiento. En breve, los cinco agregados de la adherencia son sufrimiento.

2. La noble verdad del origen del sufrimiento (dukkha-samudaya-ariya-sacca). La segunda noble verdad es el deseo. Esto es lo que Buddha dice en el primer discurso:

Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Origen del Sufrimiento. Es el deseo que produce nuevos renacimientos, que acompañado con placer y pasión encuentra siempre nuevo deleite, ahora aquí, ahora allí. Es decir, el deseo por los placeres sensuales, el deseo por la existencia y el deseo por la no existencia.

3. La noble verdad de la Cesación del sufrimiento (dukkha-nirodha-ariya-sacca). La cesación del sufrimiento es la erradicación de las impurezas mentales. Sólo cuando uno ha erradicado las impurezas de la mente uno ha puesto fin al sufrimiento. Buddha dice lo siguiente:

Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad de la Cesación del Sufrimiento. Es la total extinción y cesación de ese mismo deseo, su abandono, su descarte, liberarse del mismo, su no dependencia.

4. La noble verdad del sendero que conduce a la Cesación del sufrimiento (dukkha-nirodha-gamini-patipadaariya-sacca). La cuarta noble verdad también se denomina el Camino medio (majjhima patipada) u óctuplo noble sendero. El óctuplo noble sendero es la práctica que uno debe seguir para alcanzar la cesación del sufrimiento. Es óctuplo porque posee ocho componentes. Buddha dice lo siguiente:

Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Sendero que conduce a la Cesación del Sufrimiento. Simplemente este Óctuplo Noble Sendero; es decir, Recto Entendimiento, Recto Pensamiento, Recto Lenguaje, Recta Acción, Recta Vida, Recto Esfuerzo, Recta Atención Completa y Recta Concentración.

Al final de este camino medio nos aguarda el nirvana. Parece haber un fuerte parentesco entre Siddhartha y Platón en este sentido condena del deseo como fuente de perturbación que ha de ser combatida de un mismo modo; en unos casos por el recto entendimiento y en otros con el control de la razón sobre las pasiones.

Los estoicos y su apathía

La finalidad de la filosofía estoica es el saber vivir y su ética nos invita a vivir de acuerdo con la naturaleza. El hombre para conseguir la felicidad ha de seguir la corriente del mundo, vivir de acuerdo con la naturaleza. Para ello ha de partir del conocimiento de todo el universo y de su ordenamiento. Vivir de acuerdo con la naturaleza, es vivir de acuerdo con la razón, es decir realizar el deber, que no es sino vivir en armonía con el todo. La virtud se nos presenta como la disposición permanente a vivir de acuerdo con la razón y el deber, incorporarnos al logos estamos pues ante la exigencia de la apathía, de una vida sin emociones, carente de deseo, vacía de pasiones.

El enemigo de esta ética de la apathía es el pathos, la pasión que surge como desviación de la recta razón y de la armonía de la naturaleza. Puede ser debida a una falsa opinión, a un error de juicio. La actitud ante la pasión, es la de adueñarse de uno mismo, recuperar la serenidad intelectual, volver a la ataraxia, la imperturbabilidad. La apatía, llega a ser entendida en sentido extremo. (“El sabio no permitirá que nazcan pasiones en su corazón o las aniquilará en el preciso momento en que nazcan”) La rectitud del logos impide que pasiones como la piedad o la misericordia les conmuevan.

Se dibuja aquí la figura del sabio, aquel que vive según la razón y está libre de las pasiones, ello supone incrementar el logos y alejarse del vicio. Este sabio estoico, únicamente utiliza el bien y el mal referido a la moralidad, de tal manera que, todo lo relativo al cuerpo, sea o no perjudicial, es considerado indiferente. Es un ideal tan alto que se presenta como inalcanzable, por lo que los estoicos elaboran una serie de conductas convenientes, que serían aquellas que se llevan a cabo conforme a la naturaleza. El perfil de un estoico es el de aquel que acepta su destino y que ante las pasiones y los placeres muestra una actitud de abstinencia.

Epicuro el apasionado

Aires nuevos parece introducir Epicuro de Samos en el siglo VI-III a. d. N. E. sobre este tema. Sus primeros pasos los da confiando en los sentidos, en la sensación, en la pasión, en el dolor y en el placer como las primeras evidencias que tenemos de la

realidad. El dolor y el placer se trasforman así en criterios de verdad. Todo lo que produce placer es bueno, nos lleva hacia el bien, y todo lo que produce dolor nos empuja al mal, con ciertos matices, como veremos a continuación.

El epicureísmo considera al placer aquello que va a guiar y a orientar todo el comportamiento humano. Lo único que importa es el placer o, lo que es lo mismo, la “ausencia de todo dolor”. El placer es el bien primario, connatural a nosotros. Hemos de buscar lo que nos cause placer y evitar lo que nos produzca dolor.

Epicúreo, acostumbra a decirse del que goza de los placeres, pero teniendo en cuenta que el verdadero placer es la aponía y la ataraxia.

“Cuando afirmamos que el placer es un bien…aludimos a la ausencia de dolor en el cuerpo, (aponía) a la ausencia de perturbación en el alma (ataraxia)”. “Ni las libaciones ni los festejos, ni el gozar de muchachos y de mujeres, ni el comer y brindar en un mesa opulenta es el origen de la vida feliz”.

Del estoico se dice que aguanta sin quejarse, y en este sentido los epicúreos también son estoicos pues distinguían entre: placeres naturales y necesarios, aquellos que se encuentran estrechamente ligados con la conservación del individuo, y que eliminan los dolores del cuerpo (comer cuando se tiene hambre…). El placer consiste en la eliminación del dolor, una vez que ha desaparecido el hambre, seguir comiendo no incrementa más el placer. Deja fuera el deseo y el placer sexual, por alterar la estabilidad del alma. Placeres naturales pero no necesarios, serían variaciones en cuanto a calidad de los placeres naturales, (comer exquisiteces, vestir con lujos). Y finalmente placeres no naturales y no necesarios, donde se colocan los placeres vanos, como la riqueza, el poder y el honor. Los placeres que llevan al bien son los del primer tipo, pues nos permiten la autarquía, y en bastarnos a nosotros mismos reside la mayor riqueza y felicidad. Los dos últimos nos arrastran hacia la pérdida del equilibrio del alma y nos enredan en la búsqueda de más placer, lo que los convierte en dolorosos.

Añadía Epicuro una apreciación que conviene recoger, y es que hay veces en las que el dolor nos lleva al placer y es conveniente aceptar el dolor por la recompensa del placer que le sigue. En el fondo este apasionado, también colocaba a las pasiones sometidas a la virtud de la prudencia, hija adoptiva de la razón.

Creo que es conveniente abandonar la idea de exponer otros posicionamientos del mundo antiguo sobre el tema puesto que nos llevan a reincidir en argumentaciones similares. Quizá sea más provechoso acercarnos a nuestro tiempo, y delimitar algunas variaciones en la forma de ver las relaciones de esta pareja.

Spinoza va despertando las pasiones

Spinoza en su Ethica more geometrico demonstrata nos ofrece una teoría de las pasiones hasta cierto punto realista e inspiradora. En su proposición III.6 Spinoza sostiene: “Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”. Todo lo que existe contiene dentro de sí una fuerza que lo lleva a perseverar en ese estado. Esta ley del conatus es general para toda la naturaleza, desde un átomo a una galaxia; algunos la comparan con la ley de la inercia en física.

Es algo así como la voluntad de supervivencia en el mundo existente, no solo los seres vivos. Esta “perseverancia en su ser” se muestra en los diferentes entes de diferentes maneras: en los animales es voluntad de supervivencia, en el hombre alcance la dimensión sicológica que la palabra esfuerzo, impulso, pulsión, deseo conlleva.

En el escolio de la proposición III.9 explica que ese conatus en el alma se llama voluntad y cuando está en el alma y en el cuerpo se llama apetito. El apetito es, por lo tanto, la esencia del hombre entendido como conjunto de alma y de cuerpo. En este contexto Spinoza introduce su famosa cita:

“nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos”.

Esta idea de que primero es el impulso de pervivencia y en última

instancia de conveniencia, el juicio moral fue, y es aún hoy, criticada como falacia naturalista. Supone colocar el deseo por delante de la razón, afirma que “el deseo es la esencia del hombre” y eso en un autor racionalista como es nuestro amigo judío, no era bien acogido por sus camaradas. Todo acto humano ya sea un pensamiento o una acción tiene como fundamento este ímpetu de pervivir por lo que es perfectamente comprensible que el apetecer, este impulso hacia la perseveración en el ser, fundamente algo tan abstracto como la moral, política o religión...

Spinoza, exhibe la superación de Platón, aquel viejo racionalista, cuando abandona el desprecio de nuestro cuerpo; cuando afirma en su proposición X, Una idea que excluya la existencia de nuestro cuerpo no puede darse en nuestra alma”. Es más, reivindica la existencia de unas pasiones primarias, que dependen directamente de ese esfuerzo de perseverar en su ser del que hablaba antes. Así define el deseo en III. 9 como el apetito acompañado de la conciencia del mismo; es decir la toma de conciencia de que estamos dotados de ese impetus, de esa fuerza.

Añade Spinoza la existencia de dos pasiones primarias más: la alegría, “una pasión por la que el alma pasa a una mayor perfección”; y la tristeza, “una pasión por la que el alma pasa a una menor perfección”. Cuando esa voluntad (deseo) de perseverar en el ser del hombre se ve frustrada, aparece la tristeza que produce dolor y melancolía; cuando dicho deseo se ve realizado, aparece la alegría que se trasforma en placer y regocijo. Sobre estas pasiones primarias, se asientan el amor y el odio. Cuando experimentamos alegría y esa idea se asocia a una causa sentimos amor hacia esa causa, todo lo contrario pasa con el odio. El objeto amado es aquel objeto que nos permite perseverar e incrementar nuestra esencia, esa es la razón de nuestro amor: la alegría.

De esta imagen del amor (quizá algo ingenua) podemos deducir que amamos lo que nos alegra, lo que nos conviene; que es el amor, el camino que nos conduce a nosotros mismos, a la perseverancia en nuestra esencia.

Freud Trasforma el deseo en pulsiones

En el sicoanálisis, la pulsión es la energía síquica profunda que dirige la acción hacia

un fin, descargándose al conseguirlo. Sigmund Freud estableció que la pulsión es la tensión corporal que tiende hacia distintos objetos y que se descarga al acceder a ellos, aunque de manera momentánea, ya que la pulsión nunca se satisface completamente. La pulsión, empuja hacia algo variable, dinámico, no tiene un objeto predeterminado, sino que, está definida por la experiencia del sujeto, tanto su vida interior como su contexto exterior. La diferencia entre la pulsión y el instinto radica en que el último es congénito, heredable. El instinto caracteriza a los animales no racionales que persiguen objetivos inmutables para su satisfacción: reproducción, marca y defensa del territorio... La pulsión, en cambio está vinculada a fuerzas que derivan de las tensiones somáticas y síquicas del ser humano, con diferentes fuentes y formas de manifestación.

Freud a finales del siglo XIX desarrolló la noción de pulsión, tratando de explicar las

conductas humanas que no se limitan a lo meramente instintivo sino que lo superan y hasta lo contradicen. Distinguió varios momentos de la pulsión, como la fuente (el origen que radica en lo somático), el esfuerzo o drang (la tensión que se traduce en la pulsión), la meta (en estado pasivo o activo) y el objeto (que disminuye temporalmente la tensión).

Al principio concibe Freud en el ser humano la pulsión sexual y la de conservación del yo, pero más adelante va a distinguir entre Eros o pulsión de vida y Thanatos o pulsión de muerte. La pulsión de vida consiste en la conservación de las unidades vitales existentes y en la constitución de unidades más amplias. El organismo individual aspira a mantener su unidad y su existencia. Dentro de esta pulsión se encuentran la pulsión sexual (constitución de unidades vitales más complejas) y la pulsión del yo (conservación de las unidades simples).

En cuanto a su contraparte, la pulsión de Thanatos tiende a la reducción completa de las tensiones, o sea, tendencia a la destrucción de las unidades vitales, a la nivelación de las tensiones y al retorno al estado inorgánico, considerado como el estado de reposo absoluto. Las pulsiones se dirigen primariamente hacia el interior, tendiendo a la autodestrucción (pulsión de destrucción), y en un segundo momento se dirigirían hacia el exterior (pulsión agresiva). La agresividad es concebida como la tendencia evidenciada en conductas reales o fantasmáticas dirigidas a dañar a otro, a destruirlo. El principio que rige directamente esta pulsión es el de Nirvana, reducción de las tensiones a cero.

De estas ideas lanzados por Freud, nos surge esta pregunta: ¿cómo se explica que en la historia de la cultura, la destrucción de la vida humana y animal ha progresado, en medios y fines, junto con el progreso de la civilización?, ¿cómo es posible que la crueldad y el odio que hoy son actualizados a través de mediaciones materiales cada vez más refinadas, cada vez más invisibles y cada vez más espantosas, (como por ejemplo en la exterminación científica de los hombres), han aumentado a la par con la posibilidad de eliminar esta opresión, a través por ejemplo, en los avances de la salud, de la educación, el acceso cada vez más masivo a producciones artísticas...?

Pero si hasta ahora hemos visto el deseo en Freud, ¿cómo lo relacionamos con la razón?, ¿qué relación establece entre ellos? para explicarlo tenemos que acercarnos su interpretación de la vida síquica humana que pasa por el siguiente triángulo, a veces amoroso, a veces cruel.

Los tres vértices del triángulo los ocupan el Ello, el Yo y el Superyo. El Ello está ubicado en el inconsciente y contiene toda la información genética que hemos heredado, maneja las pulsiones del hombre imponiendo siempre una necesidad de satisfacerlas con el fin de obtener placer. Es la sede de la pulsión de Thanatos, que conduce la energía síquica a la desorganización, a la destrucción de aquél objeto con el que la vincule. Así como de la pulsión del Eros que promueve la organización, la conservación y la unión. El Ello es la raíz de la conducta y del pensamiento en los humanos y su única razón de existir es para aminorar la carga emocional producida por los deseos o pulsaciones primarios. Se mueve según el principio del placer e ignora las llamadas de principio de la realidad.

El tercer vértice es el Superyo, se desarrolla a partir de la cultura adquirida después de nacer, está formado por las experiencias, la educación y la influencia moral externa. Al superyó lo constituyen dos partes: el ideal del yo, la propia imagen idealizada formada por comportamientos que aprueban y premian los demás y; la conciencia moral, caracterizada por la autocrítica, la autovaloración y la autolimitación. El superyó se va desarrollando paralelo al proceso de enculturación, conforme se van desarrollando la conciencia moral y el ideal del yo; conforme se van aprobando, reprimiendo o rechazando las acciones, y conductas del sujeto. Es el vértice de la personalidad encargado de limitar al ello, su misión es que la imagen propia sea valorada y respetada para poder convivir con el mundo real; de acuerdo con la teoría freudiana, los sicópatas tienen trastornado el superyó, pues es el superyó el que se encarga de la interrelación personal, de la convivencia real y de las cuestiones morales o auto limitantes.

El segundo vértice sería el Yo, el mediador entre la realidad y los deseos del Ello. Su función es cumplir los deseos del Ello pero de forma acorde con el principio de realidad, utilizando razonamientos realistas que le permitan vivir en el mundo real y respetando en lo posible al Superyó. El Yo cambia de acuerdo con la edad o con las peticiones del Ello. Aunque su razón es complacer de forma realista las demandas del Ello, no está subordinado a él, así como tampoco lo está del Superyó, es independiente de ambos, es la parte ejecutora de la personalidad, la que lleva a cabo las acciones es parecido a la conciencia en que indica a la mente como actuar y el posible resultado de las acciones, y en su caso también es quien frena la conducta para evitar ceder a la propia libidinosidad (principio del placer). El Yo es el que vigila todas las acciones de la persona, desde las mínimas hasta las grandes, guía a la persona sobre qué camino llevar. Muchas funciones cognitivas son definidas como parte del yo, tales como la memoria, la diferenciación de la realidad, la defensa síquica y el procesamiento de la información adquirida. El Yo regula los requerimientos del Ello, del Superyó y de la realidad; el Yo no es completamente consciente ya que el mecanismo de defensa yoico trabaja de forma inconsciente.

Con este esquema de nuevo tenemos la repetición del esquema platónico, los deseos atrapados en las manos de auriga, ahora llamado Yo.

José Antonio Marina y sus tres deseos

José Antonio Marina nos ofrece una de las últimas miradas que desde la filosofía se han lanzado sobre los deseos. Concluye que todos los deseos que tenemos se derivan de estos tres fundamentales a los que llama: el deseo de bienestar personal, el de relacionarse con los demás y el que lleva a ampliar las posibilidades de la acción individual. Vincula estos deseos con el desarrollo de la inteligencia creadora y sobre todo con el logro de la felicidad. La felicidad es la armoniosa satisfacción de nuestros tres grandes deseos. - ¿Sólo 3?, yo tengo 300. - Sí, pero se pueden agrupar en tres categorías.

El primer deseo es el placer, queremos pasarlo bien. Pero eso no es todo, y eso nos complica la vida. Necesitamos además un segundo deseo, que es la vinculación afectiva. Somos seres sociales, y necesitamos establecer lazos afectivos con otros, con otras personas, lazos de cuidado, de amor, de colaboración, de reconocimiento, - ¿Y con eso es suficiente? - Pues tampoco es suficiente. Porque tenemos otro tercer deseo que es la necesidad de ampliar nuestras posibilidades. Somos seres inquietos, exploradores, curiosos y necesitamos sentir que lo que hacemos vale para algo. Necesitamos crear, necesitamos sentir que progresamos (aquí es donde tiene cabida la autorrealización personal).

Cuando el niño nace, nace con el primer gran deseo, pasarlo bien, y vemos como se divierte, como ríe, y nos contagia su risa a la vez que le procuramos un ambiente donde la risa tenga cabida. Nace con su segundo gran deseo, mantener una urdimbre afectiva con sus padres, que progresivamente se extiende a la familia próxima, a continuación a los amigos y finalmente con la comunidad. A los 2 años y medio, todos los niños, en todo el mundo, dicen una frase que es tan importante, que nos retrata de tal manera, como especie, que debíamos esforzarnos en repetirla, sea cual sea nuestra edad. El niño dice: - Mamá, mira lo que hago. - ¿Qué ha pedido ese niño?, un caramelo, un juguete? No, no. El niño ha pedido una cosa maravillosa, el reconocimiento de sus logros. Esto es: estoy progresando, y quiero que lo veas.

Y como tenemos esa necesidad. Cada vez que claudicamos en la necesidad de crear, cada vez que nos encerramos en la rutina, o en la resignación, o en el empantanamiento del día a día, nos sentimos muy deshechos. El estimular por lo tanto, la inteligencia creadora, no es sólo necesario para las sociedades, sino también para las personas.

Bibliografía

http://www.definición.de

http://www.buenastareas.com/ensayos/Las-Pulsiones-Segun-Freud/184684.html.

Marina; José Antonio: Las arquitecturas del deseo. 2009; Anagrama. Barcelona.