4. Cascamorras II

Continua D. Antonio así con su historia:

Es su veste la propia de algún polichinela que va en vistosa representación de la ciudad episcopal llevará consigo un alegre bufón que jugará con los niños y las gentes de humor que desde Guadix le seguían un buen trecho por despedir a la vistosa caravana.

Quizá en lo único que desde hace siglos siguen en per­fecto acuerdo todos los habitantes de Baza es en ir a es­perar a Cascamorras. No hay unanimidad más absoluta, por acuerdo tácito, entre gente de diversa casta, condi­ción, ideología o edad. La mayoría de los años se hacen romerías hasta la Venta del Baúl (límite de la jurisdicción de Baza), y para las mismas se aparejan toda clase de vehículos y cabalgaduras a la guisa de las romerías anda­luzas.

Cuando muchos años no ha sido o no es así el recibi­miento, las mujeres se agolpan en los balcones y en las calles por donde ha de pasar el Cascamorras al entrar en la ciudad. Muchos hombres se estacionan también en las vías del tránsito, porque llevan de la mano a sus hijos menores o no les permiten sus dolencias ir detrás del bufón.

Es costumbre muy tradicional en los rapaces y mozal­betes alejarse mucho del pueblo desde muy de mañana para esperar a los de Guadix. Todos preparan sus merien­das, y habrá el indispensable melón o la fresca sandia. Las patuleas de zagalillos de la escuela son los primeros en perderse hacia el camino real, y todos visten (ricos y pobres) la peor ropa; calzando alpargatas para mejor correr.

Las camarillas de adolescentes, los grupos de jayanes campesinos y las tertulias de los elegantes se confunden; que siendo todos nacidos en Baza, todos llevan el mismo camino y las mismas intenciones.

La razón de jugar con el bufón de la caravana hace que todos los que por su edad o salud pueden manejar bien las piernas, lleguen hasta el cerro de San Pedro Már­tir, que es el lugar en donde dispara la comitiva sus primeros cohetes para anunciar la entrada en Baza. Ello da ocasión a que se echen a vuelo todas las campanas de los templos y se repiquen las esquilas de todas las ermitas y conventos.

La graciosa chiquillería, que tanto alborota, es la primera que asoma por Baza en buena delantera al Casca­morras, con la cara empolvada y el traje bastante roto, en vana ostentación de haber corrido más de la cuenta y de haber andado muy cerca de sus manos... Y en su veloz carrera, son los rapaces los primeros que van profiriendo insultos de toda laya al Cascamorras, sin que él los oiga ni se dé por aludido en toda su caminata.

Los insultos son de lo más soez que puede pronunciar­se ante persona alguna.

Corren después los zagalones y corren más cerca aún los hombretones fornidos. Tanto se le acercan y tanto le, acosan, que el Cascamorras lucha, valiéndose de la clava que maneja para dar sus golpes y librarse del acoso o castigar con dureza a los que llegan hasta el alcance de la misma. Todos corren y el Cascamorras—mientras le dejan los asaltantes—más que ninguno. Úrgele mucho atravesar presto la ciudad en logro de soportar el menor daño. El intento de los que le esperan es embadurnarle el rostro con algún mejunje de grasa y almagre, darle puñadas, arras­trarle, y en ocasiones, arrojarlo a la fuente de “los Caños Dorados”, que es a propósito por su longitud y está junto a la calle por donde baja el de Guadix.

Y en el duro juego de un solo hombre contra muchos cientos de criaturas, discurre su paso por la ciudad. Y aun­que le acompañan los municipales, es ficticia la “garan­tía”, salvo el caso de que extremasen su agresión. Si en un mal tropiezo o en un desgraciado resbalón, cae al suelo, nadie le molesta, y todos quedan a la espera de que el ini­cie su juego al levantarse. Si en alguna ocasión alguien le ha roto un hueso por un golpe desgraciado, Io ha sentido el pueblo en masa; pero, mal que le pese, Cascamorras ha de seguir su camino atravesando las calles hasta llegar a la puerta del templo en donde está la Santísima Virgen, que, como en un derecho de asilo dado antiguamente al que delinquía, el pórtico de la iglesia le pone a salvo de mayores briegas.

Allí los guardias municipales le recogen la porra y en­tonces todos los insultos y todos los golpes se truecan en frases de cariño y en abrazos muy expresivos. Está enton­ces repleta de gente la ancha plaza de la Merced. Están todos los frailes en los balcones del convento, y están todos los arrapiezos a la puerta de la iglesia esperando que la abran los religiosos. Toma el Cascamorras la bandera de su cofradía y, seguido de cuantos caben en el templo, entra con ella a postrarse ante la bendita imagen, y allí la tremola sobre la multitud también postrada y en una excla­mación constante de agasajo a la Virgen de la Piedad, va sintiendo sobre sus cabezas la caricia del palón bendito que se tiende sobre ella.

En recuerdo a la aparición de la imagen, van los co­frades con el botarga a la parroquia de San Juan Bautista, por dejar en la ventana de la puerta principal su estandar­te y tornarse a la Merced con candelas, que recuerdan el culto del primer día a la Virgen aparecida.

Como hace en Guadix, va Cascamorras con su estan­darte y los cofrades por toda la ciudad el 7 de septiembre postulando para su fiesta. Cuando suenan cohetes y sale el bufón de las casas, juntase los chicos en torno del mis­mo y, arrodillados, le piden juegue la bandera como tie­ne por costumbre.

El día de la Virgen de la Piedad o, mejor dicho, el día de la Piedad, es día muy señalado entre las gentes campesinas para múltiples operaciones de tratos y pagos, arrendamientos de pastos, etc., y es día también del co­mienzo de la feria grande, llamada también de la Piedad y la cual se mantiene, como se dice en Baza, hasta el de la otava.

La función religiosa por la mañana en la iglesia de la Merced presídenla autoridades y representaciones de Gua­dix y de Baza. En la procesión de aquella tarde, va Cas­camorras con su estandarte entre las filas y van con todos los fieles, muy devotos, y por ser el día primero de la fe­ria, todos los gitanos y las gitanas de la comarca, adorna­dos con sus trajes de fiesta rumbosa y seguidos de la prole, y muy fervorosos con velas encendidas, en súplica de que la güena Virgen les dé güena feria. Pasada esta fiesta, jamás va un gitano de Baza en las procesiones.