Sitio del castillo Burgos

Las fuerzas aliadas se reunen en Arevalo

Salió lord Wellington de Madrid el 1.º de Setiembre, habiendo alcanzado con la toma de la capital dar aliento á los defensores de la patria, libertar várias provincias, y más que todo, producir en la Europa entera una impresion propicia en favor de la buena causa. Para añadir otras ventajas á las ya conseguidas, pensó en continuar la guerra sin dar descanso al enemigo, y mandó que en Arévalo se juntasen, en su mayor parte, las fuerzas aliadas.

(...)

Páginas más gloriosas, si bien deslustradas alguna vez, va ahora á desdoblar la historia, refiriendo las campañas sucesivas de lord Wellington, importantes y de pujanza para acabar de afianzar la libertad española. Recordará el lector que anunciamos en otro lugar haber salido aquel caudillo de Madrid el l.º de Setiembre con direccion á Arévalo, en dondehabia mandado reunir sus principales fuerzas. Le acompañaron en sus marchas las divisiones de su ejército 1.ª, 5.ª, 6.ª y 7.ª, quedando en Madrid y sus cercanías la tercera con la ligera y cuarta.

Al aproximarse los anglo-portugueses, evacuaron los enemigos á Valladolid, cuya ciudad habian ocupado de nuevo, entrando Clausel en Búrgos, ya de retirada, el 17 del propio Setiembre. No continuó éste mandando su gente largo tiempo, pues reuniéndosele luégo que salió de Búrgos el general Souham con 9.000 infantes del ejército del Norte, se encargó al último la direccion en jefe de toda esta fuerza.

Comienza el asedio del Castillo de Burgos

Habian proseguido su movimiento las tropas aliadas, y el 16 juntóseles el sexto ejército español entre los pueblos de Villanueva de las Carretas, Pampliega y Villazopeque. Capitaneábalo D. Francisco Javier Castaños, y habíase ocupado mucho en su organizacion y mejora el general jefe de estado mayor D. Pedro Agustin Jiron. Constaba su fuerza de unos 16.000 hombres, segun arriba indicamos.

Pisaron los aliados las calles de Búrgos el 18 de Setiembre, acogiéndolos el vecindario con las usuales aclamaciones, turbadas un instante por desmanes de algunos guerrilleros, que no tardó en reprimir D. Miguel de Álava. El 19 procedieron los aliados á embestir el castillo de Búrgos, circuido de obras y nuevas fortificaciones. Para ello colocaron una division á la izquierda de Alarzon, é hicieron que otras dos, con dos brigadas portuguesas, vadeasen este rio y se aproximasen á los fuertes, arrojando á los enemigos de unas flechas avanzadas. Situóse en el camino real lo demas del ejército para cubrir el ataque.

En la antigüedad era este castillo robusto, majestuoso, casi inaccesible;y fortalecióle en gran manera D. Enrique II, el de las mercedes; arruinándose los muros notablemente en la resistencia empeñada que dentro de él, y contra los Reyes Católicos, hizo la bandería que llevaba el nombre del Rey de Portugal. Mandóle, no obstante, reedificar la reina doña Isabel, y todavía se mantenia en pié, cuando por los años de 1736 un cohete tirado de la ciudad en una fiesta le prendió fuego, sin que nadie se moviese á apagar las llamas, cuya voracidad duró algunos días. Domina el castillo los puntos y cerros que se elevan en su derredor, excepto el de San Miguel, del que le divide una profunda quebrada, y en cuya cima habian construido los franceses un hornabeque muy espacioso. Los antiguos muros del castillo eran bastante sólidos para sostener cañones de grueso calibre, y en una de las principales torres levantaron los franceses una batería acasamatada. Dos líneas de reductos rodeaban la colina, dentro de las cuales quedaba encerrada la iglesia de la Blanca, edificio más bien embarazoso que propio para la defensa. Componíase la guarnicion de 2 á 3,000 hombres, y la mandaba el general Du Breton.

Fiados los ingleses en su valor y en los defectos que notaron en la construccion de las obras, resolvieron tomarlas por asalto unas tras otras, empezando por el hornabeque de San Miguel, enseñoreador de todas ellas. Consiguieron apoderarse de esto recinto en la noche del 19 al 20 de Setiembre, si bien á costa de sangre, y con la desventura de no haber podido impedir la escapada furtiva de la guarnicion francesa, que se acogió al castillo, cuyas murallas pensaron los aliados acometer inmediatamente, casi seguros de coronar luégo con sus armas hasta las almenas

más elevadas.

Wellington al mando de los ejércitos españoles

Pero frustrándoseles sus esperanzas, dásenos vagar para que refiramos lo que ocurrió con motivo de una medida tomada por las Córtes en este tiempo, que, aunque motejada de algunos, fué en la nacion universalmente aplaudida. Queremos hablar del mando en jefe de los ejércitos españoles conferido á lord Wellington. Vimos en un libro anterior la resistencia de las Córtes en acceder á los deseos de aquel general, que por el conducto de su hermano sir Enrique Wellesley habia pedido el mando de las provincias españolas limítrofes de Portugal. Pareció entónces prematuro el paso por la sazon en que se dió, y por no concurrir todavía en la persona del lord Wellington condiciones suficientes que coloreasen la oportunidad de la medida. Mas orlada ahora la frente de aquel caudillo con los laureles de Salamanca, y con los que le proporcionaron las inmediatas y felices resultas de tan venturosa jornada, habian cambiado las circunstancias; juzgando muchos que era llegado el tiempo de poner bajo la mano firme, vigorosa y acreditada de lord Wellington, duque de Ciudad-Rodrigo, la direccion de todos los ejércitos españoles; mayormente cuando se hallaba ya á la cabeza de las tropas británicas y portuguesas, convertidas por sus victorias en principal centro de las operaciones activas y regulares de la guerra. Tomó cuerpo el pensamiento, que rodaba por la mente de hombres de peso, entre varios diputados, áun de aquellos que ántes habian esquivado la medida, y que siempre se mostraban hoscos á intervenciones extrañas en los asuntos internos.

El diputadopor Astúrias don Andres Ángel de la Vega, afecto á estrechar la alianza inglesa, apareció como primer apoyador de la idea, ya por las felices consecuencias que esperaba resultarian para la guerra, ya por estar persuadido de que cualquiera mudanza política en España, intrincada selva de intereses opuestos, necesitaba para ser sólida de un arrimo extraño, no teniéndole dentro; y que éste debia buscarse en Inglaterra, cuya amistad no comprometia la independencia nacional, como sucedia entónces con Francia, sujeta á un soberano que no soñaba sino en continuas invasiones y atrevidas conquistas. Al D. Andres Ángel agregáronsele D. Francisco Ciscar, D. Agustin de Argüelles, D. José María Calatrava, el Conde de Toreno, D. Fernando Navarro, D. José Mejía, D. Francisco Golfin, D. Juan María Herrera y D. Francisco Martinez de Tejada. Juntos todos éstos examinaron la cuestion con reserva y detenidamente; decidiendo al cabo formalizar la propuesta ante las Córtes, en la inteligencia de que se verificase en sesion secreta, para evitar, si aquélla fuese desechada, el desaire notorio que de ello se seguiria á lord Wellington, y tambien la publicidad de cualquiera expresion

disonante que pudiera soltarse en el debate y ofender al general aliado, con quien entónces, más que nunca, tenía cuenta mantener buena y sincera correspondencia. No ignoró el ministro inglés nada de lo que se trataba: dió su asenso y áun suministró apuntes acerca de los términos en que convendria extender la gracia; mas sin provocar su concesion ni acelerarla, por vivo que fuese su deseo de verla realizada. Encargóse D. Francisco Císcar, diputado por Valencia, de presentar la proposicion por escrito, firmada por los vocales ya expresados. No encontró la medida en las Córtes resistencia notable, preparado ya el terreno.

Hubo con todo quien la rechazase, en particular varios diputados de Cataluña, y entre ellos D. Jaime Creux, más adelante arzobispo de Tarragona, é individuo en 1822 de la que se apellidó Regencia de Urgel. Nació principalmente esta oposicion del temor de que se diesen ensanches en lo venidero al comercio británico en perjuicio de las fábricas y artefactos de aquel principado, en cuya conservacion se muestran siempre tan celosos sus naturales. Mañosamente usó de la palabra el Sr. Creux, mirando la cuestion por diversos lados. Dudaba tuviesen las Córtes facultades para dispensar á un extranjero favor tan distinguido; añadiendo que la propuesta debia proceder de la Regencia, única autoridad que fuese juez competente de la precision de acudir á semejante y extremo remedio, y no dejando tampoco de alegar en apoyo de su dictámen lo imposible que se hacia sujetar á responsabilidad á un general súbdito de otro gobierno, y obligado, por tanto, á obedecer sus superiores órdenes.

Razones poderosas, contra las que no habia más salida que la de la necesidad de aunar el mando, y vigorizarle para poner pronto y favorable término á guerra tan funesta y prolongada. Convencidas de ello las Córtes, aprobaron por una gran mayoría la proposicion de D. Francisco Císcar y sus compañeros, resolviendo asimismo que la Regencia manifestase el modo más conveniente de extender

la concesion, con todo lo demas que creyese oportuno especificar en el caso. Evacuado este informe, dieron las Córtes el decreto siguiente: «Siendo indispensable para la más pronta y segura destruccion del enemigo, que haya unidad en los planes y operaciones de los ejércitos aliados en la Península, y no pudiendo conseguirse tan importante objeto sin que un solo general mande en jefe todas las tropas españolas de la misma, las Córtes generales y extraordinarias, atendiendo á la urgente necesidad de aprovechar los gloriosos triunfos de las armas aliadas, y las favorables circunstancias que van acelerando el deseado momento de poner fin á los males que han afligido á la nacion; y apreciando en gran manera los distinguidos talentos y relevantes servicios del Duque

de Ciudad-Rodrigo, capitan general de los ejércitos nacionales, han venido en decretar y decretan: Que durante la cooperacion de las fuerzas aliadas en defensa de la misma Península, se le confiera el mando en jefe de todas ellas, ejerciéndole conforme á las ordenanzas generales, sin más diferencia que hacerse, como respecto al mencionado Duque se hace por el presente decreto, extensivo á todas las provincias de la Península cuanto previene el articulo 6.º, título I, tratado VII de ellas; debiendo aquel ilustre caudillo entenderse con el gobierno español por la secretaría del despacho universal de la Guerra. Tendrálo entendido la Regencia del reino, etc. Dado en Cádiz, á 22 de Setiembre de 1812.»

Con sumo reconocimiento y agrado recibió la noticia lord Wellington, contestando en este sentido desde Villatoro con fecha de 2 de Octubre; mas expuso al mismo tiempo que ántes de admitir el mando con que se lo honraba, érale necesario obtener el beneplácito del Príncipe regente de Inglaterra, lo que dió lugar á cierto retraso en la publicacion del decreto. Motivó semejante tardanza diversas hablillas, y áun siniestras interpretaciones y deslenguamientos, acabando por insertar á la letra el decreto de las Córtes un periódico de Cádiz intitulado La Abeja. Dióse por ofendida de esta publicacion la Regencia, temiendo se la tachase de haber faltado á la reserva convenida; y por lo mismo trató de justificarse en la Gaceta de oficio: otro tanto hizo la secretaría de Córtes, como si pudiera nadie responder de que se guardase secreto en una determinacion sabida de tantos, y que había pasado por tantos conductos. Se enredó, sin embargo, el negocio, á punto de entablarse contra el periódico una demanda judicial. Cortó la causa el diputado D. José Mejía, quien á sí propio se denunció ante las Córtes como culpable del hecho, si culpa habia en dar á luz un documento conocido de muchos, y con cuya publicacion se conseguía aquietar los ánimos, sobrado alterados con las voces esparcidas por la malevolencia, y aumentadas por el misterio mismo que se habia empleado en este asunto.

Hubo quien quiso se hiciesen cargos al diputado Mejía, graduando su proceder de abuso de confianza. Las Córtes fallaron lo contrario, bien que despues de haber oído á una comision, y suscitádose debates y contiendas. Livianos incidentes en que se descarrian con frecuencia los cuerpos representativos, malgastando el tiempo tanto más lastimosamente, cuanto en discusiones tales toman parte los diputados de menor valía, aficionados á minucias y personales ataques.

Envió entretanto lord Wellington su aceptacion definitiva, en virtud del consentimiento alcanzado del Príncipe regente, y las Córtes dispusieron que se leyese en público el expediente entero, como se verificó endesasosiego, y quedando así satisfecha la curiosidad de la muchedumbre. No faltaron, sin embargo, personas, aunque contadas, que censurabanacerbamente la providencia. Los redactores del Diario mercantil de Cádiz, so color de patriotas, alzaron vivo clamor, reprendiendo de ilegal el decreto de las Córtes. Eran eco de los parciales del gobierno intruso, y de la ambicion inmoderada de algunos jefes.

Oposición de Ballesteros

Acaudillaba á éstos en su descontento D. Francisco Ballesteros , quien abiertamente trató de desobedecer al Gobierno. Capitan general de Andalucía, encontrábase á la sazon en Granada, al frente del cuarto ejército, y mal avenido en todos tiempos con el freno de la subordinacion, gozando de cierta fama y popularidad, parecióle aquélla acomodada coyuntura de ensanchar su poder y dar realce á su nombre, lisonjeando las pasiones del vulgo, opuestas en general al influjo extranjero. Descubrió á las claras su intento en un oficio dirigido al Ministro de la Guerra, con fecha 23 de Octubre, en cuyo contenido, haciendo inexacta y ostentosa reseña de sus servicios en favor de la causa de la independencia ántes y despues del 2 de Mayo de 1808, que se hallaba en Madrid, y no hablando con mucha mesura de la fe inglesa, requería que ántes de conferir el marido á lord Wellington se consultase en la materia á los ejércitos nacionales y á los ciudadanos, y que si unos y otros consintiesen en aquel nombramiento, él áun así y de todos modos se retiraría á su casa, manifestando en eso que sólo el honor y bien de su país le guiaban, y no otro interes ni mira particular.

Dañoso tan mal ejemplo si hubiera cundido, no tuvo afortunadamente seguidores, á lo que contribuyó una pronta y vigorosa determinacion de la Regencia del reino, la cual, resolviendo separar del mando á Ballesteros, envió á Granada para desempeñar este encargo al oficial de artillería D. Ildefonso Diez de Ribera, hoy conde de Almodóvar, el cual, ya conocido en el sitio de Olivenza, habia pasado últimamente á Madrid á presentar, de parte del Gobierno, á lord Wellington las insignias de la órden del Toison de oro. Iba autorizado Ribera competentemente con órdenes firmadas en blanco para los jefes, y de las que debia hacer el uso que juzgase prudente. Era segundo de Ballesteros D. Joaquin Virués, y á falta del General en jefe recaia en su persona el mando segun ordenanza; mas no conceptuándose sujeto apto para el caso, echóse mano del Príncipe de Anglona, de condicion firme y en sus procederes atinado, quien todavía se mantenia en Granada, si bien pronto á separarse de aquel ejército, disgustado con Ballesteros por sus demasías. Avistáronse el Príncipe y Ribera, y puestos de acuerdo, llevaron á cumplido efecto las disposiciones del Gobierno supremo. Para ello apoyáronse particularmente en el cuerpo de guardias españolas, sucediendo que las otras tropas, aunque muy entusiasmadas por Ballesteros, luégo que vislumbraron desobedecía éste á la Regencia y las Córtes,abandonáronle y le dejaron solo. Intentó Ballesteros atraerlas; pero desvaneciéndosele en breve aquella esperanza, sometióse á su adversa suerte, y pasó á Ceuta, adonde se le destinó de cuartel. En el camino no se portó cuerdamente, dando ocasion con sus importunas reclamaciones, tardanzas y desmanes á que no se desistiese de proseguir contra él una causa ya empezada, la cual á dicha suya no tuvo éxito infausto, tapando las faltas hasta el mismo Príncipe de Anglona, quien en su declaracion favoreció á Ballesteros generosamente. La Regencia, sin embargo, graduó el asunto de grave, y publicó con este motivo, en Diciembre, un manifiesto especificando las razones que habia tenido presentes para separar del marido del cuarto ejército á aquel general, de suyo insubordinado y descontentadizo siempre. Cierto que la popularidad de que gozaba Ballesteros, y el atribuir muchos su desgracia al ardiente deseo que le asistia de querer conservar intactos el honor y la independencia nacional, eran causas que reclamaban la atencion del Gobierno para no consentir se extraviase sin defensa la opinion pública.

Adornaban á Ballesteros, valeroso y sobrio, prendas militares recomendables en verdad, mas oscurecidas algun tanto con sus jactancias y con el prurito de alegar ponderados triunfos, que cautivaban á la muchedumbre incauta. Creíala dicho general tan en favor suyo, que se imaginó no pendia más de tener universal séquito cualquiera opinion suya, que de cuanto él tardase en manifestarla. Pone tambien maravilla que hubiera quien sustentase que en conferir el mando á Wellington se comprometia el honor y la independencia española. Peligra ésta y se pierde aquél cuando un país se expone irreflexivamente á una desmembracion, ó concluye estipulaciones que menoscaban su bienestar ó destruyen su prosperidad futura. En la actualidad ni asomo habia de tales riesgos, y cuando éstos no amagan, todos los pueblos en parecidos casos han solido de positar su confianza en caudillos aliados. La Grecia antigua vió á Temístocles sometido al general de Esparta, tan inferior á él en capacidad y militares aciertos. Capitaneó Vendome las armas aliadas hispano-francesas en la guerra dedenes los ejércitos de las principales potencias de Europa, sin que por eso resultase para ellas desdoro ni mancilla alguna. Á la insubordinacion y desobediencia de Ballesteros acompañó tambien el malograrse la toma del castillo de Búrgos.

Continua el sitio del castillo de Burgos

Dejamos allí á los ingleses dueños del hornabeque de San Miguel, preliminar necesario para continuar las demas acometidas. Establecieron en seguida una batería por el lado izquierdo del hornabeque, decidiendo lord Wellington, áun ántes de concluirla, escalar el recinto exterior en la noche del 22 al 23 de Setiembre. Frustróse la tentativa, y entónces hicieron resolucion los anglo-portugueses de continuar sus trabajos, queriendo derribar por medio de la mina los muros enemigos. Abrieron al efecto una comunicacion que arrancaba del arrabal de San Pedro, y convirtieron en una paralela un camino hondo colocado á cincuenta varas de la línea exterior. En la noche del 29 jugó con poco fruto la primera mina, siendo rechazados los aliados en el asalto que intentaron. No por eso desistieron todavía de su empresa, y con diligencia practicaron una segunda galería de mina, tambien enfrente del arrabal de San Pedro. Lista ya ésta el 4 de Octubre, se puso fuego al hornillo; habíase apénas verificado la explosion, cuando ya coronaban las brechas las columnas aliadas. Fué en el trance gravemente herido el teniente coronel de ingenieros Jones, diligente autor de los sitios de estas campañas.Alojados los ingleses en el primer recinto, comenzaron á cañonear el segundo y á practicar al propio tiempo un ramal de mina que partia desde las casas cercanas á San Roman, ántes iglesia, ahora almacen de los franceses. La estacion mostrábase lluviosa e inverniza, y las balas de á 24 no dejaban ya de escasear para los sitiadores. Sin embargo, juzgando éstos accesible la brecha del segundo recinto, le asaltaron el 18 de Octubre, mas con éxito desgraciado y á punto que los desalentó en gran manera. Por eso, y porque los movimientos del enemigo ponian en cuidado á lord Wellington, determinó éste descercar el castillo, como lo verificó el 22 del propio mes á las cinco de la mañana, sin conseguir tampoco, segun intentó, la destruccion del hornabeque de San Miguel.Bien preparados los ingleses hubieran debido tomar los fuertes de Búrgos en el espacio de sólo ocho días. Disculparon su descalabro con la falta de medios, y con no haber calculado bastantemente la resistencia con que encontraron. Mas entónces, ¿para qué emprender un sitio tan inconsideradamente?

Eran de gravedad los movimientos que forzaron á lord Wellington á alejarse de Búrgos. Verificábanlos los ejércitos franceses del Mediodía y centro y los llamados de Portugal y el Norte. Los primeros pusiéronse en marcha luégo que en Fuente la Higuera celebró el rey José una conferencia con los mariscales Jourdan, Soult y Suchet. Hizo éste grandes esfuerzos para que no se evacuase á Valencia, y lo consiguió; revolviendo sólo sobre Madrid por Cuenca y por Albacete las tropas de los otros mariscales