Operaciones del reino de Valencia (primera mitad de 1811)

Operaciones del ejército de Valencia en la primera mitad de 1811

Sin embargo, el mariscal Suchet, codicioso de tomar á Valencia, dejando por algun tiempo parte de su ejército en Cataluña, pasó á Zaragoza para hacer los preparativos convenientes á la empresa que meditaba, y se le había ya encomendado en Francia. Tambien urgia diese órden en las cosas de Aragon, en donde con su ausencia comenzaba la tierra á andar revuelta. En la ribera izquierda del Ebro los valencianos y el general Gasca, de que hemos hecho mencion, con otros varios, habian meneado aquellas comarcas y metido gran bulla. En la derecha los generales Viilacampa, Obispo, enviado de Valencia, y Durán, acudiendo de Soria, incomodaban á los destacamentos y guarniciones enemigas, de las que la de Teruel se vió muy apurada. Suchet procuró despejar el país y tranquilizarle algun tanto, estorbándole con todo para conseguirlo los partidarios de las otras provincias, y en especial los temores que le inspiraba la vecindad de Valencia.

En este reino había continuado mandando algun tiempo D. Luis Alejandro de Bassecourt, no muy atinado ni en lo político, ni en lo militar, y que con deseo de granjearse el aura popular, y de imitar á Cataluña, habia convocado para 1.º de Enero de 1811 un congreso, compuesto de la Junta y de diputados de la ciudad y la provincia. Las discusiones de esta corporacion extemporánea fueron públicas, y en un principio se limitaron á proporcionar auxilios, y á las cuestiones puramente económicas; mas tomando los nuevos diputados gusto á su magistratura, quisiéronle dar ensanches, y empezaron á examinar la conducta del General. Escocióle á éste la idea, llevando muy á mal que hechuras que consideraba como suyas se tomasen tal licencia, por lo que el 27 de Febrero puso término á los debates, y prendió á D. Nicolas Gareli y á otros de los más fogosos. Las Córtes, á cuyo superior conocimiento subió la decision de todo el negocio, mandaron soltar á los presos, cerrando al propio tiempo la puerta á los ambiciosos é inquietos de las provincias con el reglamento que por entónces dieron á las juntas, del que luégo harémos mencion, y al cual se sometieron todas. La Regencia nombró interinamente á D. Cárlos O’Donnell por sucesor de Bassecourt, cuyos procedimientos se miraron como nada cuerdos.

Tampoco en lo militar se habia el D. Luis mostrado muy atentado. Vimos en el año último sus desaciertos en esta parte. Ahora había sí fortificado á Murviedro, pero no coadyuvado cual pudiera al alivio de Cataluña. Hasta el 22 de Abril que entregó el mando á O’Donnell, tornando á Cuenca, apénas hizo en estos meses movimiento alguno de importancia, no siéndolo uno que intentó sobre Ulldecona el 12 del mismo Abril. O’Donnell, ayudado de la marina inglesa, ordenó al principiar Mayo una maniobra hácia el embocadero del Ebro. El comodoro Adams, á bordo del Invencible, con dos fragatas y dos jabeques españoles, cañoneó la torre de Codoñol, á 800 toesas de la Rápita, y el 9 obligó al enemigo á que la evacuase. Al mismo tiempo el Conde de Romré con unos 2.000 españoles avanzó por tierra, y Pinot, comandante frances de la Rápita, acometido de ingleses y amenazado por españoles, se replegó sobre Amposta, punto que inmediatamente rodearon los nuestros. Mas acudiendo sin tardanza los franceses de Tortosa y de los alrededores con fuerza superior, libraron á los suyos, no ocupando, sin embargo, la Rápita hasta despues de la toma de Tarragona, y limitándose por esta vez á recobrar la torre de Codoñol.

En lo demas no tentó O’Donnell operacion alguna notable sino la de enviar á Cataluña la division de Miranda de que ya se habló, y hacer amagos via de Aragon, los cuales no dieron motivo á empresa alguna señalada. El mando interino de D. Cárlos O’Donnell cesó al fenecer Junio, empuñando el baston en su lugar el Marqués del Palacio. Fueron de allí en adelante preparándose en Valencia acontecimientos de funesto remate, que reservamos para otro libro.

Operaciones guerrilleras en Castilla la Nueva

Réstanos en éste contar lo que pasó en Castilla la Nueva, en la mitad del año de 1811, tiempo que ahora nos ocupa: serémos breves. Tenían los franceses encomendada la defensa de aquel territorio al ejército que llamaban del centro, puesto á las inmediatas órdenes de José, y casi el único de que podia disponer el intruso con libertad bastante ámplia. En ayuda de este ejército acudian á veces tropas de otras partes. Y como no fuesen de ordinario suficientes las suyas propias para cubrir los distritos de su incumbencia, que eran Ávila, Segovia, Madrid, Toledo, Guadalajara, Cuenca y Mancha, apostábase en el último una division del cuarto cuerpo, ó sea de Sebastiani, bajo el mando del general Lorge, con especial encargo de conservar libre el tránsito entre las Andalucías y la capital del reino. Cada distrito tenía un jefe militar, y sumaban las fuerzas de todos ellos de 25 á 30.000 hombres.

Las contrarestaban los guerrilleros, rara vez tropas regladas, manteniéndose siempre en pié las juntas de Guadalajara y Cuenca; inducidora algun tanto la primera de desavenencias y discordias. Otra se formó en la Mancha, tampoco muy pacífica, la cual se albergaba en los montes de Alcaraz, y por lo comun en Elche de la Sierra, conservando como abrigo y apoyo de operaciones el castillo de las Peñas de San Pedro, fábrica de romanos, sito en un peñol empinado. Mandaba el canton D. Luis de Ulloa. Imprimia esta junta una gaceta de composicion no muy culta, pero en idioma propio á divertir y embelesar á la muchedumbre.

Pocos partidarios de los del año anterior habían desaparecido ó sido aquí presa de los franceses. Cupo tal desdicha á algunos no muy conocidos, y entre ellos á uno de nombre Fernandez Garrido, cogido en Abril, en Chapinería, partido de Madrid, por el Marqués de Bermuy, al servicio de José, encargado de perseguir las guerrillas hácia las riberas del Alberche.Los más nombrados permanecían casi ilesos. Hubo unos cuantos que salieron por primera vez á plaza, ó adquirieron mayor fama. De este número fueron D. Eugenio Velasco y D. Manuel Hernandez, dicho el Abuelo. En ocasiones los animaban tropas del tercer ejército, y sobre todo la caballería al mando de Osorio, que, como ya so apuntó, acudia al granero de la Mancha en busca de bastimentos.El Empecinado y villacampa atacan el puente de Auñón

Tan continuos choques determinaron al gobierno intruso á hacer un esfuerzo para destruir todas estas partidas, especialmente la del Empecinado, reuniendo al efecto á las fuerzas de Hugo las del general Lahoussaie, que mandaba en Toledo, y algunas otras. ¡Vana diligencia! D. Juan Martin traspuso entónces los montes, acometió á los franceses en la provincia de Segovia, los escarmentó en Somosierra, en el real sitio de San Ildefonso, y hasta envió destacamentos camino de Madrid, cuando le buscaban al Este, á doce leguas de distancia. Tuvo por tanto Hugo que volver atras, costándole gente las marchas y contramarchas. Lahoussaie pasó en 22 de Abril á Cuenca, de donde se retiró D. José Martinez de San Martin, y aquella ciudad, tan desventurada en las anteriores entradas del enemigo, de que hemos referido las más principales, no fué mas dichosa en ésta, por no desviarse nunca de la senda del patriotismo, honrosa, pero llena de abrojos. Huete, Huertahernando, Alcázar de San Juan, Herencia y otros pueblos, entónces, despues y antes, padecieron no ménos desgracias. Volúmenes serian necesarios para contarlas todas, junto con los rasgos de heroicidad de muchos habitantes.

No siendo, pues, dado á los enemigos acabar con D. Juan Martin, pusieron en práctica secretos manejo. Causaron con ellos altercados, una notable dispersion en Alcocer de la Alcarria, y lo que fué peor, el paso á su bando de algunos oficiales, si bien contados.

Tambien la Junta con su ambicioso desasosiego é imprudentes medidas, desavino los ánimos, no ménos que la inoportuna eleccion del Marqués de Zayas (que no debe confundirse con D. José de Zayas) como comandante de la provincia, poniendo bajo sus órdenes al Empecinado. De poco nombre dicho Marqués entre los generales del ejército, era pernicioso para gobernar partidas, á cuya cabeza podian sólo mantenerse los que las habian formado, hombres activos, prácticos de la tierra, avezados á todo linaje de escaseces, á los peligros de una vida arriesgada y aventurera, manos encallecidas con la esteva y la azada, ablandadas sólo en sangre enemiga. Separarse de camino tan derecho motivó considerables daños. Al principiar Julio estaba como dispersa la fuerza que antes mandaba D. Juan Martin, y que ascendia á más de tres mil hombres. Por fortuna pusieron las Córtes término al mal, ordenando que se disolviese la Junta, y se nombrase otra conforme al nuevo reglamento, del que hablarémos despues, y previniendo al Marqués de Zayas que dejase el mando, segun lo realizó, tornando á Valencia, embolsados sueldos y atrasos, ya que no con acrecentamiento de fama. Recobró D. Juan Martin la comandancia de su division, y á pocos dias revivió ésta con no menor brillo que antes.

Otros guerrilleros

Entre los demas partidarios de menor nombre incomodaba D. Juan Abril á los franceses desde las sierras de Guadarrama y Somosierra hasta Madrid, atravesando con frecuencia los puertos, y habiendo tenido la dicha esta primavera de rescatar catorce mil cabezas de ganado merino que llevaban fuera del reino.

Saornil había ahora tomado á su cargo principalmente la provincia de Avila y las confinantes; pero en 1.º de Julio, sorprendido de noche por el comandante Montigny junto á Peñaranda de Bracamonte, en donde, descuidado, dormia al raso con los suyos, perdió alguna gente, si bien no se retiró hasta despues de un combate muy encarnizado.

Recorria sólo ó uniéndose con otros el término de Toledo D. Juan Palarea, el Médico, y en Cebolla y sus contornos, como en otros parajes, sorprendió diversas partidas enemigas, cogiendo en Junio

en Santa Cruz del Retamar á M. Lejeune, ayudante de campo del príncipe Neufchatel, quien ha representado el lance con presumido pincel, y valiéndose de la licencia que se concede á los pintores y á los poetas.

Quien no cesó ni un punto de sobresalir entre los partidarios de Castilla la Nueva, fué D. Juan Martin el Empecinado. Despues de su vuelta de Aragon, lidió en el mes de Febrero várias veces contra fuerzas superiores, ya en Sacedon, ya en Priego. Pasó en Marzo á Molina, y en los dias 8 y 9 encerró en el castillo, mal parada, á la guarnicion francesa. De allí se encaminó á Sigüenza, y mancomunándose con D. Pedro Villacampa, que andaba rodando por la tierra, decidieron ambos embestir la villa y puente de Auñon, provincia de Guadalajara. Era este puente el solo que permanecia intacto, habiendo roto el frances los de Pareja y Trillo, y quemado el de Valtablado; todos sobre el Tajo. Partía dicho puente término entre la villa de su nombre y la de Sacedon, y por su importancia fortificábanle los enemigos, habiendo hecho otro tanto con las calles y casas de ambos pueblos: tenía de guarnicion 600 hombres, y mandaba allí el coronel Luis Hugo, hermano del general que estaba á la cabeza del distrito de Guadalajara.Franqueando aquel punto ambas orillas del Tajo, interesaba su ocupacion á los nuestros y á los contrarios. Llegó á las cercanías en la mañana del 23 de Mazo D. Pedro Villacampa, y por medio de una atinada maniobra acometió á los franceses por el frente y espalda. Los desalojó del puente, apoderándose de las obras que habian construido para su defensa. Se refugiaron en seguida aquéllos en la iglesia de Auñon, muy fortalecida, y dudaba Villacampa atacarlos, cuando acudiendo D. Juan Martin empezaron ambos á verificarlo. Una tronada y copiosísima lluvia retardó los ataques y favoreció á los enemigos, dando lugar á que viniese de Brihuega, Hugo, el comandante de Guadalajara, y de Tarancon el jefe Blondeau á la cabeza de otra columna. Con este motivo destruidas las obras,se retiraron los españoles, llevando más de 100 prisioneros y habiendo muerto y herido á otros tantos hombres; entre los postreros se contó al comandante del puesto, Hugo. Evacuó de resultas el enemigo á Auñon, y Villacampa y el Empecinado tiraron cada uno por diverso lado.Los generales Hugo y Lahoussaie a la caza del Empecinado

Casi siempre respetaron nuestros partidarios á sus enemigos; lo cual no impedia que so pretexto de ser foragidos, ó soldados juramentados de José, los ahorcasen aquéllos ó arcabuceasen á menudo sin conmiseracion alguna. La venganza entónces era pronta y con usura. A veces lo largo del camino del Pardo, en las otras avenidas de Madrid, y junto á sus tapias mismas amanecian colgados tres y más franceses por cada español muerto en quebrantamiento de las leyes de la guerra. Forzosa represalia, pero cruda y lamentable.Al lado opuesto de Toledo y del campo de las lides de Palarea, el otro médico, D. José Martinez de San Martin, que mandó en Cuenca hasta que volvió de Valencia Bassecourt, tampoco desperdició el tiempo. Combinaba á veces acertadamente sus operaciones entendiéndose con otros partidarios, y el 7 de Agosto, unido á D. Francisco Abad (Chaleco), escarmentó reciamente á los franceses en la Osa de Montiel, y les cogió bastantes prisioneros y efectos. No ménos bulla y estruendo de guerrillas y franceses andaba en Ciudad-Real, Almagro, Infantes, por todas las comarcas y villas de la Mancha como en las demas provincias de Castilla la Nueva. Los enemigos en todas ellas continuaban teniendo puntos fortalecidos en que se veían frecuentemente obligados á encerrarse, y á veces áun á rendirse.De poco valer y harto cansados parecerán á algunos tales acontecimientos, si bien nos limitamos á dar de ellos una sucinta y compendiosa idea. A la verdad minuciosos se muestran á primera vista y tomados separadamente; pero mejor pesados, nótase que de su conjunto resultó en gran parte la maravillosa y porfiada defensa de la independencia de España, que servirá de norma á todos los pueblos que quieran en lo venidero conservar intacta la suya propia. Más de tres años iban corridos de incesante pelea; 300.000 enemigos pisaban todavía el suelo peninsular, y fuera de unos 60.000 que llamaba á sí el ejército anglo-portugues, ocupaban á los otros casi exclusivamente nuestros guerreros, lidiando á las puertas de Madrid, en los límites y á veces dentro de la misma Francia, en los puntos más extremos, cuan anchamente se dilata la España.