1er castalla

El plan de José O´Donell

Inquietaba especialmente á Suchet el arribo que se anunciaba, y ya indicamos, de una escuadra anglo-siciliana procedente de Palermo. En Julio creyó el Mariscal ser buques de ella unos que por el 20 del propio mes se presentaron á la vista de Denia y Cullera, entre la Albufera y la desembocadura del Júcar, pues bastóle el aviso para abandonar los confines de Valencia y Cuenca, invadidos por Villacampa y Bassecourt, y reconcentrar sus fuerzas hácia la costa. Sin embargo, el amago no provenia aún de la expedicion que se temia, sino de un plan de ataque que trataban de ejecutar los españoles. Habíale concebido D. José O’Donnell, general, como ántes, del segundo y tercer ejército; y para llevarle á efecto habia juzgado conveniente amenazar la costa con un gran número de bajeles españoles é ingleses, con cuya aparicion, si bien no iban á bordo más tropas que el regimiento de Mallorca, se distrajese la atencion del enemigo, y fuese más fácil acometer por tierra al general Harispe, que gobernaba la vanguardia francesa, colocada en primera línea, via de Alicante.

Era en los mismos días de Julio cuando intentaba el general español atacar á los enemigos. En cuatro trozos distribuyó su gente, cuyo número ascendía á 12.000 hombres. El ala derecha, que se componia de uno de los dichos trozos, bajo el mando de D. Felipe Roche, se alojaba entre Ibi y Jijona. Otro, formando el centro, acampaba á media legua de Castalla,y le regía el brigadier D. Luis Michelena. Servia de reserva el tercero, á las órdenes del Conde de Montijo, á una legua á retaguardia, en la venta de Tibi. El cuarto y último trozo, que era el ala izquierda, constaba de infantería y caballería: dependia aquélla del coronel D. Fernando Miyares, y ésta del coronel Santistéban, situándose los peones en Petrel,y los jinetes en Villena: parece ser que los postreros tuvieron órden de ponerse entre Sax y Biar, y no donde lo verificaron, para caer sobre Ibi si los enemigos abandonaban el pueblo. Don Luis Bassecourt por su lado vino con la tercera division del segundo ejército sobre la retaguardia de los franceses.

Habiendo agolpado Suchet mucha de su gente hácia la costa para observar la escuadra que se divisaba, no quedaba por los puntos que los nuestros se disponian á atacar, sino fuerzas poco considerables: en Alcoy una reserva, á cuya cabeza permanecia el general Harispe; en Ibi una brigada de éste, á las inmediatas órdenes del coronel Mesclop, estando avanzado hácia Castalla con el séptimo regimiento de línea el general Delort: acantonábase el 24 de dragones en Onil y Biar.

Batalla de Castalla (21 de julio de 1812)

Rompieron los nuestros la acometida en la mañana del 21. Repelido Mesclop por las tropas de Roche, trató de buscar amparo al lado de Delort, dejando en el fuerte de Ibi dos cañones y algunas compañías. Mas acometido tambien el mismo Delort por nuestra izquierda y centro, se vió obligado á desamparar á Castalla, cuyo pueblo atravesó Michelena, situándose el frances en un paraje más próximo á Ibi, y dándose así la mano con Mesclot aguardó de firme á que se juntasen los dragones. Verificado lo cual, y advirtiendo que los españoles se mostraban confiados por el éxito de su primer avance, tomó la ofensiva, y dispuso que saliendo sus jinetes de los olivares acometiesen á nuestros batallones, no apoyados por la caballería, con lo que consiguió desbaratarlos, y áun acuchillar algunas tropas del centro. En balde intentó la reserva protegerlos: el enemigo se apoderó de una batería compuesta de sólo dos cañones, por no haber llegado los demas á tiempo, y cogió prisionero á un batallon de walones abandonado por otro de Badajoz; retiróse en buena ordenanza el de Cuenca, que dió lugar á que se le reuniesen dos escuadrones del segundo regimiento provisional de línea, únicos que presenciaron la accion, si bien fueron tambien deshechos.

Desembarazados los enemigos por el lado de Castalla, tornó Mesclop á Ibi, y arremetió á los nuestros del mando de Roche. Recibieron los españoles con serenidad la acometida, y áun permanecieron inmobles, hasta que acudiendo de Alcoy el general Harispe con un regimiento de refresco, se fueron retirando con bastante órden por el país quebrado y de sierra que conduce á Alicante, en donde entraron sin particular contratiempo.

Perdieron los españoles en tan desastrosa jornada 2.796 prisioneros, más de 800 entre muertos y heridos, dos cañones, tres banderas, fusiles y bastantes municiones. Mengua y baldon cayó sobre D. José O’Donnell, ya por haberse acelerado á atacar estando en vísperas de que aportase á Alicante la division anglo-siciliana, ya por sus disposiciones mal concertadas, y ya porque afirmaban muchos haber desaparecido de la accion en el trance más apretado.

Hubo tambien quien echase la culpa al coronel Santistéban por no haber acudido oportunamente con su caballería; y acreditó en verdad impericia extrema el no haber calculado de antemano los tropiezos que encontraria la artillería para llegar á tiempo, hallándose nuestro ejército en terreno que á palmos debian conocer sus jefes.

Ficha de la batalla:

    • Mandos:

Franceses: Harispe

Españoles: José O´Donell

    • Efectivos:

Franceses: 3300-4900 hombres

Españoles: 11114 hombres

    • Bajas:

Franceses: 200 muertos

Españoles: 800 muertos y 2800 prisioneros

Dimisión de Enrique O´Donell

Indignados todos, y reclamando severa aplicacion de las leyes militares, tuvo necesidad la Regencia de mandar se «formase causa á fin de averiguar los incidentes que motivaron la desgracia de Castalla.»No poco contribuyó á esta resolucion el desabrimiento y enojo que mostraron los diputados de Valencia; acabando por provocar en las Córtes discusiones empeñadas y muy reñidas. Clamaron con vehemencia en la sesion del 17 de Agosto contra tan vergonzosa rota los señores Traver y Villanueva, y en el caluroso fervor del debate acusaron á la Regencia de omision y descuido, habiendo quien intentase ponerla en juicio.

En Enero habian pedido aquellos diputados se mudasen los jefes, autorizando ampliamente á los que se nombrasen de nuevo, y áun habian indicado las personas que serian gratas á la provincia. La Regencia se habia conformado con la propuesta de los diputados, de dar plenas facultades á los jefes, mas no con la que hicieron respecto de las personas; disposicion notable y arriesgada si se advierte que el general en jefe y el intendente del ejército eran los señores O’Donnell y Rivas, hermanos ambos de dos regentes. Hizo resaltar este hecho en su discurso el Sr. Traver, y por eso, y arrastrado de inconsiderado ardor, llegó á expresar «que no mereciéndole el Gobierno confianza, los comisionados que se nombrasen para la averiguacion de lo ocurrido en la accion del 21 de Julio fuesen precisamente del seno de las Córtes.»

Concurrió tambien, para enardecer los animos, la poca destreza con que el Ministro de la Guerra, no acostumbrado á las luchas parlamentarias, defendió las medidas tomadas por la Regencia; y el haber acontecido á la propia sazon la batalla de Salamanca, cuyas glorias hacian contraste con aquellas lástimas de Castalla; por lo que, aquejado de agudo dolor, exclamó un diputado ser bochornoso y de gran deshonra «que, al mismo tiempo que naciones extranjeras lidiaban afortunadamente por nuestra causa y derramaban su sangre en los campos de Salamanca, huyesen nuestros soldados con baldon de un ejército inferior en Castalla y sus inmediaciones.»

Las Córtes, aunque no se conformaron con la opinion del Sr. Traver en cuanto á que individuos de su seno entrasen en averiguacion de lo ocurrido, resolvieron, oida la comision de Guerra, que la Regencia mandase formar la sumaria correspondiente sobre la jornada de Castalla, empezando por examinar la conducta del General en jefe; de todo lo cual debia darse cuenta á las Córtes con copia certificada. Ordenaron tambien éstas que se continuase y concluyese el proceso á la mayor brevedad, desaprobando el que se hubiese nombrado á D. José O’Donnell general de una reserva que iba á organizarse en la isla de Leon, segun lo había verificado ya la Regencia incauta é irreflexivamente.

Entrometíanse las Córtes, adoptando semejante providencia, más allá de lo que era propio de sus facultades. Desacuerdo que sólo disculpaban las circunstancias y el anhelo de apaciguar los ánimos, sobradamente alterados. Consiguióse este objeto; mas no el que se refrenase con la conveniente severidad el escándalo que se habia dado en Castalla, puesto que al són de las demas terminó la presente causa; siendo grave y muy arraigado mal este de España, en donde casi siempre caminan á la par la falta de castigo y la arbitrariedad; y hasta que ambos extremos no desaparezcan de nuestro suelo, nunca lucirán para él días de felicidad verdadera.

El golpe disparado contra D. José O’Donnell hirió de rechazo á su hermano D. Enrique, conde del Abisbal, regente del reino, quien agraviado de algunas palabras que se soltaron en la discusion, juzgó comprometido su honor y su buen nombre si no hacia dejacion de su cargo, como lo verificó, por medio de una exposicion que elevó á las Córtes. Varios diputados, especialmente los más distinguidos entre los de la opinion reformadora, se negaban á admitir la renuncia del D. Enrique, conceptuándole el más entendido de los regentes en asuntos de guerra, empeñado cual ninguno en la causa nacional, no desafecto á las mudanzas políticas y de difícil substitucion, atendida la escasez de hombres verdaderamente repúblicos.

Muchos de la parcialidad antireformadora y los americanos fueron de distinto dictámen; éstos llevados siempre del mal ánimo de desnudar al Gobierno de todo lo que le diese brío y fortaleza, aquéllos por creer al del Abisbal hombre de partes aventajadas y de arrojo bastante para abalanzarse por las nuevas sendas que se abrian á la ambicion honrosa. Hubo tambien diputados que, sensibles por una

parte á lo de Castalla, de cuya infeliz jornada achacaban alguna culpa á D. Enrique por el tenaz empeño de conservar á su hermano en el mando, y enojados por otra de que se mostrase tan poco sufrido de cualquiera desvío inoportuno, ó personalidad ofensiva que hubiese ocurrido en la discusion, se arrimaron al dictámen de los que querian aceptar la dimision que voluntariamente se ofrecia; lo cual se verificó por una gran mayoría de votos en sesion celebrada en secreto.

Esta resolucion apesadumbró al Conde del Abisbal, quien, arrepentido de la renuncia dada, hizo gestiones para enmendar lo hecho. A este fin nos habló entónces el mismo Conde; mas era ya tarde para borrar en las Córtes el mal efecto que habia producido su exposicion poco meditada. Nació discordancia en los pareceres acerca de la persona que deberia suceder al Conde del Abisbal, distribuyéndose los más de los votos entre D. Juan Perez Villamil y D. Pedro Gomez Labrador, recien llegados ambos de Francia, en donde los habian tenido largo tiempo mal de su grado.

El primero volvía con permiso de aquel gobierno; el segundo escapado y á escondidas de la policía imperial. Humanista distinguido Villamil y erudito jurisconsulto al paso que magistrado íntegro y adicto á la causa de la independencia, como autor que fué, segun apuntamos, del célebre aviso que dió el alcalde de Móstoles, en 1808, á las provincias del Mediodía, disfrutaba de buen concepto entre los ilustrados, realzado ahora con su presentacion en Cádiz. Pues si bien tornó á Madrid, de Francia, con la correspondiente licencia de la policía, y bajo el pretexto de continuar una traduccion que habia empezado años ántes, del Columela, mantuvo intacta su reputacion, y áun la acreció con haber usado de aquel ardid sólo para correr á unirse al gobierno legítimo. No obstante, los que tuvieron ocasion de tratarle á su llegada á Cádiz, advirtieron la gran repugnancia que le asistia en aprobar las innovaciones hechas, y su inalterable apego á rancias doctrinas y á la gobernacion de los Consejos, tan opuestos á las Córtes y sus providencias. Por eso, desconfiando de él la parcialidad reformadora, no pensó en nombrarle, sino que, al contrario, fijó sus miras en D. Pedro Gomez Labrador, á quien se reputaba hombre firme despuesde las conferencias de Bayona, en las que, segun dijimos, tuvo intervencion, y se le creia ademas sujeto de luces é inclinado á ideas modernas;

principalmente viendo que le sostenian sus antiguos condiscípulos de la universidad de Salamanca, de que varios eran diputados, y alguno, como D. Antonio Oliveros, tan amigo suyo, que meses ántes anduvo allegando dineros en Cádiz para facilitarle la evasion y el costo del viaje. El tiempo probó lo errado de semejante juicio.

Disputóse de consiguiente la eleccion; pero vencieron en fin los antireformadores, quedando electo regente, aunque por una mayoría cortísima, D. Juan Perez Villamil, quien tomó posesion de su dignidad el 29 de Setiembre de este año de 1812. La experiencia acreditó muy luégo que el partido liberal no se habia equivocado en el concepto que de él formára,bien que al prestar Villamil en el seno de las Córtes el juramento debido, manifestó entre otras cosas «que le alentaba la confianza de que le facilitarla su desempeño en tan ardua carrera el rumbo señalado ya de un modo claro y distinto por los rectos y luminosos principios del admirable código constitucional que las Cortes acababan de dar á la nacion española.» Expresiones que salieron sólo de los labios, y cuya falsía no tardó en mostrarse.

Llegan los anglosicilianos a Alicante (9 de agosto de 1812)

Volvamos á Valencia. Allí, en medio de la afliccion que produjo el desastre de Castalla, repusiéronse los ánimos con la pronta llegada de la expedicion anglo-siciliana ya enunciada. Habia salido de Palermo en Junio: constaba de 6.000 hombres, sin caballería, á las órdenes del teniente general Tomás Maitland, y la convoyaban buques de la escuadra inglesa del Mediterráneo, bajo el mando del contraalmirante Hallowell. Arribó á Mahon á mediados del propio mes. Debia reunírsele, como lo verificó, la division que formaba en Mallorca el general Whittingham, de composicion muy vária y no la más escogida, cuya fuerza no pasaba de 4.500 hombres. Tomadas diferentes disposiciones, y juntas todas las tropas, salió de nuevo la expedicion á la mar en los últimos dias de Julio,

y ancló el 1.º de Agosto en las costas de Cataluña hácia la boca del Tordera.

Dió señales Maitland de querer desembarcar, pero dejó de realizarlo, conferenciado que hubo con Eroles, quien se acercó allí autorizado por el general en jefe D. Luis Lacy. Temian los jefes del principado no llamase sobradamente la atencion del enemigo la presencia de aquellas fuerzas, en especial siendo inglesas, y preferian continuar guerreando solos como hasta entónces, á recibir auxilio extraño; por lo cual aconsejaron á Maitland dirigiese el rumbo á Alicante, cuya plaza pudiera ser amenazada despues de lo acaecido en Castalla. Pareciéronle fundadas al general inglés las razones de los nuestros, y levando el ancla, surgió el 9 de Agosto con su escuadra en Alicante, saltando sus tropas en tierra al día siguiente.

A poco, saliendo los aliados de aquel punto, avanzaron, y Suchet juzgó prudente reconcentrar sus fuerzas al rededor de San Felipe de Játiva, en cuya ciudad estableció sus cuarteles, engrosado con gente suya de Cataluña, y con dos regimientos que de Teruel le trajo el general Paris. Levantó en San Felipe obras de campaña, y construyó sobre el Júcar cerca de Alberique un puente de barcas. Era su propósito no retirarse sin combatir, á no ser que lo atacasen superiores fuerzas.