Easykid, I´m Part y lo simple
Easykid, I´m Part y lo simple
Por Matías Rivera Jorquera
Con I’m Part, Easykid entrega su proyecto más sólido hasta ahora: un álbum que no grita, pero que habla claro. Con solo doce canciones y poco más de media hora de duración, el músico chileno compone una obra íntima, atmosférica y coherente, sin caer en excesos ni pretensiones. Desde los primeros segundos, se percibe que hay una dirección artística bien pensada. El disco está construido con los recursos justos: sintetizadores suaves, ritmos electrónicos precisos, letras directas y una voz contenida que, sin alardes, logra transmitir estados de ánimo cargados de vulnerabilidad. A diferencia de otros exponentes del pop urbano que apuntan al hit inmediato, Easykid opta por una propuesta minimalista, más cercana al diario emocional que al reguetón bailable.
El sonido de I’m Part transita entre el pop urbano, el R&B y algunas pinceladas de trap melódico. No hay grandes rupturas ni momentos explosivos: todo es lineal, melancólico, introspectivo. Los beats se mantienen en compases regulares y rara vez superan el tempo moderado, lo que refuerza el tono reflexivo del disco. Los arreglos son simples, pero eficaces: las bases digitales acompañan sin saturar y las melodías tienen un contorno suave, sin grandes saltos, lo que permite que la voz de Easykid, a veces cercana al susurro, se instale con naturalidad en el oído. El carácter del álbum se sostiene en esa tensión constante entre lo emocional y lo contenido. Las canciones no buscan un desahogo, sino más bien narrar el agotamiento de quien ya no tiene fuerza para explotar. Es una tristeza sin gritos, una ansiedad que no estalla, pero que se queda dando vueltas.
Las letras, por su parte, exploran relaciones fugaces, insomnios, desapegos y contradicciones afectivas, pero lo hacen desde una perspectiva cotidiana, sin pretensión poética ni metáforas complejas. En canciones como “Perdiéndome” u “Otra Vez”, el artista pone en palabras ese desajuste emocional que muchas veces no se verbaliza, pero que acompaña silenciosamente. Esa honestidad sin dramatismo es una de las claves del álbum: logra conectar porque no exagera. La interpretación vocal refuerza ese efecto. Easykid canta como quien habla solo, como quien deja mensajes de voz en la madrugada. No hay florituras ni quiebres emocionales, pero sí un tono íntimo, casi confesional, que le da unidad al conjunto.
A nivel estructural, las canciones responden a una forma sencilla, con estrofa, estribillo y cierres abruptos, sin puentes extensos ni variaciones armónicas complejas. Se nota que el foco está en el contenido emocional más que en la exploración formal. El disco evita los rellenos. Todo lo que suena tiene un lugar, un ritmo, una función. En un contexto donde muchos artistas alargan sus álbumes para sumar reproducciones, I’m Part agradece por su brevedad. Cada tema parece tener una razón para estar ahí, y todos hablan un mismo lenguaje.
El álbum también dialoga con un contexto más amplio. Se enmarca dentro de una escena chilena joven que ya no busca imitar, sino definir su propio sonido. En ese escenario, Easykid no compite por atención: la construye con coherencia. No busca romper con el género, pero sí lo estiliza. En lugar de seguir la lógica del hit, ofrece un trabajo con identidad, pensado para una escucha solitaria, casi nocturna, que se siente más emocional que comercial.
En definitiva, I’m Part no viene a cambiar el panorama musical, pero sí a reafirmar que dentro del pop urbano hay espacio para la sutileza, la introspección y el cuidado estético. Con un lenguaje contenido, pero claro, Easykid demuestra que se puede hacer música emocional sin caer en lo obvio ni en lo grandilocuente. Su voz se instala en un lugar distinto, con honestidad y control, y eso, en estos tiempos tan saturados de ruido, se agradece profundamente.