La paura del buio
La paura del buio
Por Valentina Hidalgo S.
Archivo: Fotografía de Director Stjepan Ostoic Papic
En un mundo reinado por el capitalismo, el arte no tiene cabida para triunfar. Solo aquellos que cuentan con recursos o contactos, podrán hacer de sus obras un punto de influencia en los medios, sin importar la calidad de estas. Sin embargo, existen excepciones para aquellos que logran desarrollar algo jamás visto, una innovación inmersiva que logra conmover incluso a las industrias, quienes deciden cederle oportunidades de éxito a los más necesitados. Pero ese no es el caso de nuestro personaje principal.
En la obra de Réalisateur de Stjepan Ostoic Papic, podemos experimentar un monólogo que declara los altibajos de ser un artista. Es mediante el personaje principal, interpretado por Fernando Guerra, que podemos sumergirnos en su recuerdos, sueños, inseguridades e incluso aquellos pensamientos casi prohibidos que no suelen salir a la luz debido a la intimidad que representan para cada persona. Esta histriónica representación de la frustración de un artista poco reconocido, nos deja observar un desplante con rasgos de personalidad ególatra, semejante a su vestimenta estrafalaria y poco convencional.
Su cabello neón, chaqueta de animal print sobre un torso desnudo y pañuelo atado al cuello estilo europeo, demuestra el excentricismo de este personaje que busca el éxito y el reconocimiento sin cesar, contrastando así una escenografía simple y desolada. Contando con tan solo una luz, una cámara y un proyector, el actor se sienta en una silla mirando al público, espera a que las personas tomen asiento y se forma un silencio incómodo. No es hasta casi dos minutos después que el actor, ya dentro de su rol, suelta un grito exasperado y da comienzo a la obra.
Con pasos apresurados se da vueltas y vueltas, sostiene la luz sobre su rostro y la vuelve a dejar a un lado, baila como si no hubiera nadie que lo perciba y luego llora frente a la cámara, sollozando por su fracaso como director audiovisual, para luego hacernos parte de sus ilusiones más alocadas, las cuales resultan deprimentes y oscuras, tal como aquel vacío por el cual cae el personaje, cada vez más profundo, aquella oscuridad que lo envuelve y le aterra.
Al final de la obra, el público se da cuenta de que fueron nada más que sujetos de experimentación, tras ser grabados reaccionando a la impresionante performance de un artista cayendo en la locura. Nos convertimos en una propuesta visual para darle reconocimiento a un tercero, quién nos brindó un espacio de reflexión y valiente apertura sentimental.
Es sino hasta el climax de la obra que logramos presenciar uno de los escenarios imaginarios del protagonista, cuando el mismo director se convierte en otro personaje, un presentador de premios en un importante festival de premios y reconocimientos audiovisuales. Con un acento francés casi perfecto, le ofrece la estatuilla al fracasado director ficticio y nos sometemos a presenciar su celebración insensata.
Esta obra resulta en un espejo metafórico para todos aquellos artistas que temen el fracaso en una sociedad que, si bien consume arte a diario, no acepta este hecho muy cómodamente y no se le da la oportunidad de triunfar si no existe una industria por detrás. Además, resulta una pieza un tanto autobiográfica del director, quién confesó obtener inspiración de otras obras también. Réalisateur nos muestra una realidad no muy explorada, pero simple y desconcertante por el realismo que significa para jóvenes aspirantes.