El hombre que miraba el cielo: un recordatorio para apreciar el cielo nortino
El hombre que miraba el cielo: un recordatorio para apreciar el cielo nortino
Por Natalia Sofía Pinochet
"Fue un lunes de aluminio -los lunes son de aluminio- cuando la figura del hombre apareció entre la gente. Se paró en una esquina del paseo Prat, alzó la cabeza y se puso a mirar al cielo (...) nadie podía decir qué anunciaba el hombre que apareció aquel lunes en la esquina más concurrida. O qué vendía. O qué regalaba. Ni siquiera si anunciaba o vendía o regalaba algo. Lo único que hacía era mirar el cielo. Nada más".
Así comienza uno de los libros que mejor captura el espíritu nortino, con un personaje enigmático nacido de la propia adoración del autor por los cielos del desierto chileno. Titulada sencillamente ‘El Hombre que Miraba el Cielo’, esta obra fue considerada como el epitafio literario de Hernán Rivera Letelier, reconocido por ambientar sus historias en la pampa nortina. Aunque nació en Talca, el autor vivió casi toda su vida en las oficinas salitreras del norte de Chile, entorno que influyó bastante en su trayectoria como escritor.
Siendo su décimo octava novela -publicada por Penguin Random House en 2018-, ‘El Hombre que Miraba el Cielo’ cuenta la historia de dos jóvenes: el pintor de pavimentos, apodado Pajarito, y la Saltimbanqui de semáforos, que conocen a un anciano adorador de cielos, el Mirador. Este personaje comenzará su primer viaje en la vida hacia San Pedro de Atacama, donde espera vivir sus últimos días, y morir bendecido por los cielos. Intrigados por el anciano, la pareja de artistas decide acompañarlo, convirtiendo el viaje en una experiencia espiritual que trasciende más allá de las páginas del libro.
Con noventa y ocho páginas, esta obra podría considerarse tanto una novela corta como un cuento largo; su historia está construida a través de pequeños momentos, instantes íntimos cuidadosamente detallados, formando un total de treinta y dos episodios, los cuales están narrados en primera persona por Pajarito. Hernán Rivera Letelier consigue presentar un relato que, a simple vista es sencillo, pero que esconde una sensibilidad profundamente conmovedora.
La narrativa se caracteriza por el uso de un lenguaje poético, y está marcada por un simbolismo que invita al lector a reflexionar sobre temas universales como la soledad, la búsqueda de sentido y la belleza de lo cotidiano. La prosa es sutil y contenida, transmitiendo con naturalidad la esencia de la historia. El autor describe el desierto chileno con una atmósfera mágica, transformando lo que podría parecer un paisaje inhóspito en un lugar lleno de vida y misterio.
Uno de los puntos más fuertes de la novela es la habilidad de presentar personajes entrañables y complejos, cuyos nombres reales son revelados conforme avanza la historia. Pajarito, con su mirada introspectiva, es quien nos relata la historia. La Saltimbanqui es el agente de cambio que lo impulsa a seguir al Mirador en su viaje y transformarlo en el protagonista de su novela. Y el Mirador, con su fascinación por el cielo, es el personaje que más resuena con aquellos que han sentido alguna vez la necesidad de escapar de la realidad, o que han visto en el cielo un refugio y una fuente de inspiración.
Sin embargo, algunos lectores podrían encontrar que el ritmo de la novela es lento y que la trama no avanza de manera convencional. La historia se centra más en las experiencias y las emociones de los personajes que en una serie de eventos concretos. Este aspecto puede verse como una fortaleza, ya que permite una reflexión paulatina sobre la lectura, y como debilidad, si el lector busca una historia más dinámica.
‘El Hombre que Miraba el Cielo’ es una obra que destaca por su belleza literaria y su capacidad para evocar emociones profundas. Hernán Rivera Letelier nos ofrece una ventana al alma humana, llevándonos a través de un viaje interno que explora sueños, frustraciones y una conexión única con nuestro cielo. Es un libro que requiere ser leído con calma y atención, para poder apreciar plenamente la riqueza de su lenguaje y la profundidad de su mensaje, lo que el autor quiere comunicar y reconocer.
“Yo soy un adorador del cielo, me encanta mirar las estrellas y las nubes en el día. Considero que la gente ha perdido la facultad de mirar al cielo, todo el mundo tiene la vista en el teléfono, o con la cabeza agachada” (Hernán Rivera Letelier, en una breve conversación durante la Feria del Libro Filzic 2024).
En una época dominada por el uso constante de la tecnología, que además intensifica la contaminación lumínica, un libro como este nos invita a reconectar con nuestro cielo, como una fuente de inspiración y reflexión, y como un símbolo nortino que debería ser más apreciado por su comunidad. Hernán Rivera Letelier nos entrega esta obra como un recordatorio de la belleza natural que aún persiste en nuestro cielo nortino, excepcionalmente cristalino, pero tristemente olvidado por la propia gente que habita estas tierras.