La noche agitanada y mala
se agolpó en mi ventana.
Mis ojos comenzaron la vigilia de tu ausencia
en dichosa contemplación de estrellas.
Luego, cuando la media noche
fue una brazada de tinieblas sueltas,
te llamó el querer acobardado.
Las letras de tu nombre
incendiaron con su siglo de tristeza
el corazón de mi recuerdo.
Quedó sola frente a la multitud de un cielo
que nunca supo la letanía de un beso.
La madrugada, la que te tuvo en un amanecer de dicha
ahuyentó la gritería de estrellas.
He cerrado los ojos, para no coronarte más
con la visión de mis manos
acunando una espera.
Y te rezan -una a una,
mis lágrimas cansadas
que han de dolerle a mi pena.
Y la soledad es miedo que aprieta mis labios,
mientras rueda la luna sobre la calle pueblera...