Unos textos que, más allá de su mero valor confesional, adquieren una transcendencia que está por encima de las limitaciones temporales, geográficas o individuales para conectar con el lector en un lugar del sentimiento, de la inteligencia o de la vida. En un lugar hondo y secreto, como estos poemas en los que se desnudó una persona que de alguna oscura manera revive en carne propia la figura dramática y atormentada de Medea y tiene mucho que ver con sus lectores, que por eso la seguimos viendo como a una joven a la vez frágil y fuerte y leyéndola con emoción.

Marcada por la fractura de la infancia que supuso la muerte de su padre y por la separación de Ted Hughes, murió con treinta años y con una madurez creativa sorprendente para su edad. Y aunque había llegado al límite de su resistencia, estaba lejos de llegar al límite de sus posibilidades poéticas.

La poesía de Sylvia Plath es una conversación entre las ruinas que está atravesada por el tema de la muerte y por la afirmación de la propia identidad. Confesional y visionaria, transciende su propia experiencia biográfica para ir más allá de la anécdota personal y dar carácter universal a lo que escribe, a su poesía interrogativa y desolada frente a un paisaje sombrío y amenazador.

Santos Domínguez


Su poesía está muy por encima de su mito. Cuando el editor desmiente la calumnia de que la fama de la Plath se debe a las circunstancias de su muerte, inevitablemente recuerda el lector la calumnia paralela que vincula la estima de Lorca a su asesinato. No es más que una segunda manera insidiosa de matar a estas dos criaturas tan desgraciadas como admirables, unidas por una potencia expresiva semejante, por la misma mezcla de experiencia y creación verbal, de naturalidad y capacidad visionaria.

Xoán Abeleira


«La luna no tiene por qué entristecerse.

Está acostumbrada a ver este tipo de cosas.


Oculta bajo su capuchón de hueso,

Arrastrando sus vestiduras crepitantes y negras.» 

Límite [frag.] 5-2-1963